Muerte, una palabra común que proyecta una gran sombra

¿Qué hacemos para combatir el sinsentido que parece dominar nuestras vidas? ¿Cuántas veces pensamos en ello mientras nos sumimos en nuestras actividades? ¿Es realmente tan efímera nuestra vida? A partir de estas y otras interrogantes, el autor propone un llamativo diálogo entre la relación vida-tiempo-muerte, usando, casi como amable excusa, lo propuesto por Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad. Además, este texto es producto del Taller de Análisis Literario organizado por el Club de Lectura La Paz, con el apoyo de la Embajada de México en Bolivia.

El tiempo es efímero, así como lo es la vida. Esta es una ley universal; nadie está exento de enfrentarse a la muerte en algún futuro, seres humanos, animales, incluso los planetas y estrellas tienen su propia “muerte” ya sea siendo engullidos por agujeros negros super masivos o estallando como supernovas en el vasto espacio. Las culturas del mundo han rendido homenajes a este fenómeno infalible, ha sido temido, idealizado, enaltecido al grado de divinidad e incluso se han tejido teorías sobre lo que viene después de la mano de religiones y filosofías de toda índole. 

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Ph. Enrique Meseguer en Pixabay

Evitamos pensar en el fin de nuestra existencia; la mayoría quizás por un temor justificable a lo desconocido, otros, por su lado más estoico tienen una tendencia nihilista sobre la muerte y ya que no podemos cambiar ese resultado no tiene objeto preocuparse por él en una existencia carente de significado.

La muerte, como menciona Octavio Paz en su libro El laberinto de la soledad, está íntimamente enlazada a la vida y no podemos concebir la una sin la otra. Es esta dualidad la que compone nuestra realidad. Podemos ignorarlo, pero en el minuto que toma leer estas líneas, según datos de la Organización Mundial de la Salud, han muerto 105 personas, por diversas causas, accidentes, enfermedades, suicidios, etc. Como contraparte, han nacido en promedio 250 bebés en el último minuto, es este equilibrio invisible el que convierte la existencia en un tira y afloja perenne, pero no nos detenemos a pensar en ello casi nunca, a pesar de ser algo tan cercano. La muerte respira en el ambiente cada día, a cada hora y se hace palpable cuando un familiar, un amigo o desafortunadamente una mascota es reclamada por su frio manto. Todo cambia en ese instante, somos conscientes de la fragilidad de la vida y la irrevocabilidad del final abrupto, único, totalitario…

¿Entonces qué es la vida sino un camino que lleva a su contraparte? ¿Podemos refugiarnos en lo que le da sentido según el parecer particular de cada uno de nosotros? ¿Amasar una fortuna? Adelante, pero una vez que llegue el final ni un solo peso te llevarás. ¿Formar una gran familia? Te aleja de la soledad, pero en 100 años nadie te recordará. ¿Aportar a la sociedad y ser alguien intachable?, bien, pero al final el mismo sentido dejarás, ¿Quizás la respuesta correcta sea el hedonismo, vivir sometido a los placeres y tratar de ser feliz? Dopamina no escaseará, pero el sentido te eludirá.

Lo cierto es que no hay una réplica definitiva a tal interrogación. Filósofos de todas las épocas se han devanado los sesos buscando respuestas. Gobernantes de todas las edades han despilfarrado fortunas alucinantes buscando un freno a lo natural para poder ser inmortales. 

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“El tiempo es efímero, así como lo es la vida. Esta es una ley universal.” / Ph. Monoar Rahman Rony en Pixabay

La aceptación es la única alternativa a algo tan desconocido y fascinante como es la muerte, tampoco es que tengamos muchas alternativas en realidad. Sin embargo, ese terror palpitante en nuestro interior es lo que nos recuerda que ahora, en el presente, estamos vivos, con todas las posibilidades que esa realización conlleva; irónicamente, la muerte nos hace vivir mejor. Puede que ser conscientes de nuestro inminente fin nos haga vivir de una manera más intensa, apreciar más el momento y mirar más allá de lo superfluo. Porque solo alguien que ha sido privado de la libertad conoce el verdadero goce de saberse sin ataduras. Aquel que ha extrañado la salud, entiende el asfixiante peso de cargar una enfermedad. Por ende, el que ha sido visitado por la terrible muerte pero que aún no ha sido llamado a unirse a su sombría peregrinación ha descubierto cuánto vale el momento.

Este es el verdadero valor de la muerte.

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