24 horas de paro: El éxodo de los desprotegidos

El 2 de octubre de 2023, Karem Mendoza asiste a su consulta con el psiquiatra en el Hospital de Clínicas. Sin embargo, la rutina normal se ve interrumpida por un paro médico. En medio de la mala atención del personal, la reprogramación de citas para pacientes delicados y la desesperanza en los rostros de quienes viajaron largas distancias para recibir atención, se retrata una cruda realidad del sistema de salud boliviano.
Editado por : Juan Pablo Gutiérrez

Nilder tiene esquizofrenia y toma 12 pastillas al día. En cada cita médica, recibe un arsenal de tabletas que le durarán dos meses. Dejar el tratamiento implicaría un retroceso o más bien una catástrofe para su condición. No conozco su rostro ni sé cómo está vestido. Su madre Virginia me dice que alguien “le está haciendo pasear” porque de lo contrario estaría aburrido y “carajeando” a todos durante la espera.

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“Los paros son una costumbre en La Paz. La mala atención también lo es”. / Foto: Karem Mendoza.

Los más de 30 pacientes también estamos desganados como plantas secas al sol, entre la hierba fresca del jardín que hace de antesala a los consultorios. Es lunes 2 de octubre de 2023. Por ahora, solo mascullamos algunas maldiciones porque nadie responde si el encargado de Estadística aparecerá para atendernos como habitualmente lo hace desde las siete de la mañana.

A las 08:30 una mala noticia empaña el día. “Hay paro, no habrá atención”, dice alguien y el aviso se expande como maleza, y nosotros, que somos las plantas secas, terminamos de morir en el jardín. El miedo se apodera de la familia de Nilder. Los rostros tristes, de enojo y resignación también forman parte de la dramática escena que representa no ser atendido y perder la cita que muchos programamos hace un mes. 

***

Son las 18:00 del 1 de octubre, en Apolo. Virginia aborda un bus hacia La Paz. Es joven, pero luce avejentada. Tiene el pelo recogido a la altura de la nuca, su piel canela hace juego con una chamarra verde pacay que no deja ver su silueta. Su mirada cansada acompañará siempre el relato de su viaje y lo duro que es cuidar a un familiar con un trastorno mental.

Con ella viajan su hijo y su esposo. No tienen maletas, pero el folder con los documentos médicos de Nilder, su primogénito, es indispensable. Es un viaje exprés y el objetivo es llegar temprano a la cita con el psiquiatra en el Hospital de Clínicas. 

Pasaron 12 horas y la familia apoleña recorrió 413 kilómetros. Cansados y quizás sin haber probado alimento, lograron estar entre los primeros 10 de la fila en la Unidad de Salud Mental. Sin embargo, desde que llegaron no hay personal y la ventanilla con aspecto de claustro, que hace de farmacia, está cerrada.

—Por si acaso no hay atención ni farmacia ni psiquiatría ni psicología. 
—¿Cuándo va a haber? 
—Van a reprogramar. 
—¿Pero a qué hora nos van a reprogramar? 
—Ya van a salir a decirles.
—¡Que nos reprogramen de una vez!
—Señora, yo soy doctora de farmacia, no sé. 
—Pero no nos escuchan también.

El paro médico contra la designación del director del Servicio Departamental de Salud (Sedes) es por fin tangible entre los pacientes-impacientes. Nadie sabe a quién reclamar. Unos mantienen la esperanza de ser atendidos y otros prefieren esperar a que un interno anote las reprogramaciones. Los casos son diversos. Los pacientes incluso se enemistan entre sí por sus dispares puntos de vista. Pese al anuncio, la fila inicial al lado de Estadística se mantiene intacta.

—Es difícil traer, no es manejar no más. Esquizofrenia tiene pues. Le está haciendo pasear porque va a llegar y se va aburrir —se lamenta Virginia en voz alta y dos mujeres le responden.
—Eso es terrible, mi hijo también tiene esquizofrenia y terrible es.
—No pues y que venga en vano. A esos debían dar más preferencia. Nosotros podemos aguantar hasta el día siguiente —se compadece la tercera mujer que es oriunda de La Paz.

Como Virginia, hay otros padres y, en su mayoría, madres que realizan el trabajo de cuidado no remunerado y no reconocido. Asistir a la cita médica también es sinónimo de media jornada laboral perdida. Una llega a las 06:00 para lograr ser la primera de la fila a menos que otro madrugador sea más osado. A las 08:00 empieza la repartición de la ficha impresa y solo queda esperar, hasta después de las 09:00, al llamado del psicólogo o psiquiatra. El tiempo pasa lento en el jardín, los pacientes rotan entre el sol y la sombra mientras se escuchan historias de vida, discusiones sobre política, un rosario de lamentaciones y, de vez en cuando, gritos de algún paciente que requiere internación urgente.

Las atenciones suelen culminar después del mediodía. Hasta el primero en llegar se va tarde porque el médico inicia su labor visitando a los internados y luego se ocupa de las atenciones externas. “Deberían poner más médicos”, “yo estoy desde las cinco de la mañana y aún no me llaman y ya son las 10:00”, “tengo que ir a trabajar” son los reclamos que suelen escucharse en una jornada sin paros en el jardín-antesala. El impacto en sus economías y el tiempo invertido es incalculable porque un gran porcentaje de las familias que asisten al Área de Salud Mental es cuentapropista y vive de la venta de productos durante el día.

En este día de paro, Virginia hizo un viaje de 12 horas y otros pacientes, un recorrido de seis, cuatro y tres horas. Hay gente de Huarina, Patacamaya, Yungas y hasta de la frontera con Chile. Los desplazamientos que hicieron representan un gasto y tiempo.
—De provincia venimos, de la frontera con Chile. Con enfermo venimos pues, no venimos así nosotros. Podemos volvernos, pero no tenemos casa aquí —refunfuña un señor de la fila que llegó en la madrugada y que aún viste su lluchu de lana pese a que ya salió el sol.

***

En medio del escenario desolador, una mujer canosa, delgada y con falda larga de color café empatiza con los enfermos mentales y con las madres que llegaron de provincias. Intenta iniciar una protesta y luego se enfoca en conseguir contactos de la televisión o de la radio. Aunque veo su desesperación no me animo a decirle que tengo algunos contactos de periodistas que podrían ser útiles. Sin embargo, doña Sofía, de Huarina, con quien coincidí en otras citas médicas me delata y le dice a la mujer avejentada que soy periodista.

—Le puedo dar un par de contactos, pero yo cubría Política y no tengo colegas que sean del área de Sociedad. Quizás sirvan estos números…
—Este del 4 puede servir.

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Los paros reflejan legítimas preocupaciones dentro de un sector, pero al mismo tiempo generan una reacción en cadena que afecta a otros, ¿cómo encontrar un equilibrio? / Foto: Karem Mendoza.

Las teclas de su celular suenan mientras introduce los números de Roly F. de RTP, quien cubre la sección de Política. Luego de explicarle la situación, él le pasa otro contacto, de Juan C., que estaría realizando cobertura a la protesta de los médicos en el Hospital de Clínicas instalado en la avenida Saavedra. “Yo podría ser una buena periodista”, me dice luego de terminar la conversación. Solo me río porque lo interpreto como una indirecta de por qué no usé mi “poder” para hacer lo que ella hizo: llamar a esos contactos y quejarme. Sigo sin decir nada y remata: “Es el cuarto poder, ¿no?”. Solo atino a decirle que depende de la ideología que uno tenga. Me retiro de su lado para no polemizar.

Una hora más tarde –como pensé que ocurriría– las llamadas no habían tenido efecto. Nadie vino. 
Creo que nuestra situación no era noticia.

***

A las 09:30, el médico residente confirma las reprogramaciones y da esperanza –que luego arrebata– de repartir medicación a quienes la necesiten.

—Ha habido el inconveniente, precisamente, que se ha mencionado antes, que en el Sedes hay paro de atención. Entonces, vamos a reprogramar sus citas y las personas que no tengan medicación formen una fila ahorita. Según la reprogramación, vamos a regalarles medicamentos porque como no tenemos sus historias clínicas y la farmacia no está abierta no puedo darles toda la dosis que habitualmente se les da. Los doctores están con toda la predisposición de ayudarlos con las medicinas que necesitan y les vamos a dar para unos cuantos días.

El descontento creció. Hubo filas según el nombre del psiquiatra y no hubo repartición de pastillas porque la mayoría de pacientes no tenía al alcance su receta y no recordaba qué medicinas requería. “Tiene que acordarse porque como no tenemos acceso a su historia clínica yo tampoco sé y no puedo darle nada”, decía el médico residente sin una señal de preocupación en su rostro. La mayoría de pacientes, resignados, recibían su ficha de reprogramación y se iban con la esperanza de encontrar en su hogar la receta, pero con una nueva preocupación: el alto costo de su tratamiento en el caso de adquirirlo en una farmacia privada. 

En mi caso —como el de otros cinco— fue peor, me advirtieron que mi médico estaba de vacaciones y que podría atenderme dentro de un mes, es decir, iba a estar dos meses sin atención ni medicina si aceptaba la “oferta”. La solución fue cambiar de psiquiatra y pasar del horario de la mañana al de la tarde para lograr atención dentro de dos semanas y no de un mes, aunque antes tuve que batallar con el interno, quien no quería dejarme escoger un psiquiatra en el horario de la tarde. 

***

Días después de ese incidente, mientras esperaba otra consulta, recordé a Nilder, a su madre Virginia y todos los pacientes que no fueron atendidos ese día de paro. ¿Habrán logrado comprar sus medicamentos?, pensé. En mi caso, si dejo de tomar los antidepresivos por dos o tres días vuelve la ansiedad, la falta de sueño y me transformo en un cactus con espinas al que no se puede tocar por el alto nivel de irritabilidad. Mi psiquiatra me advirtió que incluso puedo sufrir el síndrome de abstinencia si corto la medicación de forma abrupta. Aproveché que el psiquiatra Rudy López, un conocido docente de la UMSA, estaba esperando la llegada de su paciente en el Instituto Ser Libre y le pregunté:

—¿Qué ocurre si el paciente con esquizofrenia deja la medicina por dos semanas o un mes?
—Los efectos de las pastillas que controlan la esquizofrenia se pierden aproximadamente a los cuatro días de dejar de tomarlas y comienza el proceso de desequilibrio y regresión de los síntomas.

El dato más alarmante vendría después: 

—La medicación debe ser controlada, ya que un abuso o corte brusco de las pastillas pueden producir diabetes porque algunos medicamentos antipsicóticos producen síndrome metabólico, que es la subida de grasas y del azúcar en el cuerpo.

La aflicción de Virginia tiene más sentido para mí que lucho contra la ansiedad y la depresión desde el año 2020 a causa de un hecho traumático. Mi cuadro es más esperanzador porque estoy en pleno proceso de alta médica. Incluso en caso de requerir medicación urgente, puedo adquirirla en la farmacia sin necesidad de una receta, a diferencia de Nilder, cuya medicación es controlada y presenta costos considerablemente elevados.

Los paros son una costumbre en La Paz. La mala atención también lo es. “Señora, tienes que morirte para que te atiendan”, le dijo un hombre a una paciente que estaba con los dos brazos fracturados y a quien le pidieron regresar a su centro médico, que estaba a 12 horas, para traer una orden de transferencia. No era un día de paro, lamentablemente es una escena habitual en el hospital público.

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