Los que residen, moran y esperan en Laikakota

Todos los lugares tienen su historia, pero solo algunos son mágicos pues fueron testigos de lo histórico. Emma Sánchez se adentra en el parque Laikakota y, junto a amautas y burócratas, revela algunas de las historias que se esconden en este importante espacio de la ciudad de La Paz.
Editado por : Adrián Nieve

—Laikakota es un lugar sagrado, lugar de adoración. Desde los antepasados viene esa creencia. En ese lugar había cosas escondidas, como socavones —me comenta Gonzalo Apaza, amauta de la zona Faro Murillo en El Alto—. Ahí, en los socavones, adoraban al diablo.

1100
Foto: Emma Sánchez

—¿Considera que los rituales realizados en Laikakota tienen algo que ver con las muertes producidas por los golpes de estado? —había preguntado antes a un amauta que optó por no darme su nombre, pero al cual se puede encontrar en inmediaciones de la iglesia San Francisco en  la ciudad de La Paz.
—No tiene nada que ver con los golpes de estado. Ahí hay Achachilas y Wak’as, ahí reside la Pachamama.

Esas fueron sus palabras ante mi pregunta. Gonzalo Apaza, en cambio, responde a la misma interrogante asegurándome lo contrario:

—Pero claro.

***

Laikakota es un cerro que divide Miraflores y el centro paceño. Su amplia extensión es únicamente ocupada por espacios de esparcimiento. No hay en él ningún tipo de construcción que remita a una vivienda o que pretenda serlo. 

—Es lugar sagrado, si lo construyeran puede haber accidentes, puede haber muertes —me dice Gonzalo Apaza.

1101
Foto: Emma Sánchez

Pero… ya las hubo y muchas.

***

La condición de Laikakota como lugar sagrado data de épocas muy remotas. 

—Desde los Incas ya es sagrado eso, ahí hacían rituales —afirma el amauta Apaza. Solo el nombre del lugar es ya una clara evidencia de aquello que me cuenta. El denominativo Laikakota está compuesto por las palabras aymaras laika que significa hechicero o brujo, y kota que quiere decir lago o laguna. La traducción literal sería: la laguna del hechicero.

En una conversación con Noemi Quispe, administradora del parque urbano central, me menciona que en el pasado habría existido una laguna en las faldas del cerro Laikakota. Este dato aparece en algunos textos y reportajes. Las aguas de esta se habrían filtrado en el año 1837 tras el hundimiento de la zona Santa Bárbara.

También existen registros de socavones o cuevas. Saenz en su libro Imágenes paceñas: lugares y personas de la ciudad, escribe el siguiente fragmento: “Y este basural titánico es de por sí un verdadero paraíso para muchedumbres de seres que moran en profundas concavidades del cerro y que, si no son precisamente demonios, como que en rigor no lo son, han de constituir en todo caso una humanidad extraña en grado sumo (...)”. Estas mismas cuevas son mencionadas en el libro Los nombres de Chuquiago, trabajo realizado por el gobierno municipal de La Paz y publicado en 1998: “De cualquier manera la historia que guardan sus cuevas y recovecos hoy recubiertos con esmero no son las más felices”.

1102
Foto: Emma Sánchez

—¿Se siguen realizando rituales en Laikakota?
—Antes íbamos, ahora ya no vamos —me responde el amauta cuyo nombre no me fue revelado. Le pregunto por las fechas, me dice que no se acuerda.

—Los antiguos, los primeros amautas hacían rituales ahí. Por los años 70 u 80 debe haber sido eso. En la época de Paz Estenssoro, García Mesa e incluso antes. Yo era chango, niño —me cuenta Gonzalo Apaza.

De acuerdo con Noemi Quispe hubo un grupo de amautas que hasta antes de la aparición del COVID-19 aún ingresaba a la zona.

—Solían venir amautas (a las oficinas de Emaverde) a solicitar permiso para hacer rituales en la zona donde se encuentra la tea. Los que creen en la brujería, magia negra, vienen a hacer sus hechizos en la noche. Entran de ocultas. En los techos (de lo que antes fueran los baños y la cafetería) había símbolos.

En los últimos años, estos ritos —cualquiera que haya sido su índole— se realizaron en lo que en la actualidad se conoce como la zona restringida o el área prohibida del parque Laikakota. Este, en otras épocas, solía ocupar toda la loma del cerro que lleva su nombre; sin embargo, hoy está abierta al público solo la mitad del mismo: del tobogán un poquito más allá. El parque empezó a construirse en el año 1981 durante la gestión del alcalde Raúl Salmón de la Barra. El proyecto tardaría 9 años en concluirse. En los años 2005 y 2012 el terreno —debido a la falla de Santa Bárbara— presentaría grietas, las cuales provocarían en adelante deslizamientos y, en consecuencia, el cierre permanente de la parte sur del parque. Así, el espacio excluido es aquel donde se encuentran aún la tea —visible desde varios puntos de la ciudad—, el pequeño teatrín circular conformado por graderías no muy altas, lo que fuera alguna vez una cafetería con baños y algún que otro juego como ser el cocodrilo-resbalín.

El contraste entre las dos mitades, cabe recalcar, es sumamente radical. La entrada del parque, ubicada en la Avenida del Ejército, recibe a los visitantes con unas escaleras de vivos colores, una imagen sin duda muy atractiva. Al entrar, se perciben no solo las vistas que brindan un panorama completo de toda la ciudad, sino también una serie de jardines muy bien cuidados y multiplicidad de juegos para niños. Del otro lado, el panorama es lo opuesto: vidrios rotos, una casa en ruinas, grafitis, jardines donde en lugar de flores crece paja brava; los colores en esta orilla se han extinguido, han adquirido el tono ocre del tiempo y del olvido. De un lado reinan las risas, del otro solo el ruido lejano de las bocinas y tubos de escape de autos que pasan por calles y avenidas aledañas, la alegría y gritos de los niños son aquí solo un eco. 

1103
Foto: Emma Sánchez

Sin embargo, pese a las imágenes que hoy lo conforman, es pacífico. El extremo norte de la loma es visitado por lo menos ocho horas, cinco días a la semana, por niños, padres, parejas y turistas. En la parte sur, durante el día, moran únicamente algún que otro rebelde-curioso, insectos, unos cuantos gatos y, desde luego, algunas aves que han hecho de los árboles, que aún permanecen ahí, su hogar. 

Cuando llega la noche, sin embargo, el panorama cambia: el espacio se convierte en refugio de alcohólicos —pese a la seguridad—, pero también de brujos y sombras. Sombras del pasado, sombras de gente que camina en la loma del cerro, entre los jardines abandonados y los escombros de la Laikakota prohibida. Sombras que, según Noemi Quispe, los guardias ven deambular durante la noche.

El ingreso a esta zona desde la parte activa del parque es impedido con mallas de seguridad. Por la parte inferior del cerro, donde se encuentran los paseos y canchas que no forman parte del parque, pero sí de las zonas de esparcimiento, el ingreso está tapiado. Se han acumulado palos, rejas, cintas de peligro y precaución gastadas que son complementadas con rollos de etiquetas de Kétchup —asumo por el color rojo— con el objetivo de imposibilitar el paso. Del mismo modo, el espacio es resguardado por guardias de seguridad que, de forma intermitente, hacen algunas rondas para asegurarse de que ningún curioso se infiltre en el área señalada. Pese a todo, no falta quien, a ocultas, logra ingresar. La consecuencia de dicho acto de rebeldía, si se es atrapado en el acto, es el traslado a dependencias policiales o al menos esa es la amenaza que se me hace al ser vista en los alrededores.

***

Este cerro, considerado hoy un mirador, en el pasado fue un lugar estratégico para la toma o defensa de la ciudad de La Paz. Su más grande fortaleza y la razón por la cual fue tan relevante en aquellos momentos de la historia es el amplio panorama que brinda de la ciudad y, desde luego, su cercanía con el Estado Mayor, el monoblock de la UMSA y El Prado paceño. En aquellos años la tierra que hoy es pisada con despreocupación y sosiego se manchaba de rojo tinto con cada golpe de estado. Su ubicación fue crucial para las batallas en los años: 1952, 1964 y 1971.

En el 52, la batalla se libró entre civiles y militares durante la fatídica noche del 9 de abril. ¿El motivo? Evitar el golpe de estado orquestado para impedir que Paz Estenssoro tomara su lugar en la silla presidencial como presidente electo. La victoria se obtuvo la mañana del día siguiente tras lograr, los milicianos, hacer retroceder a las fuerzas militares que los oprimían. Tras ese episodio el gobierno en curso decidió convertir el cerro en una especie de atalaya desde la cual los milicianos vigilaban las zonas aledañas.

1104
Foto: Emma Sánchez

Quién se hubiera imaginado que esa decisión solo marcaría un futuro en el cual esas vidas se desprenderían de nuestra realidad con un zumbido.

El 4 de noviembre de 1964, se daría el golpe de estado contra Paz Estenssoro, quien esperaba poder postularse por tercera vez a la presidencia de Bolivia mediante la modificación de leyes. Existían tres grupos durante aquella contienda: los que aún apoyaban a Paz (milicianos), el pueblo (fabriles y estudiantes) que estaban en contra de su tercera candidatura y los militares movilizados por Barrientos para dar inicio al golpe.

Serían, en ese entonces, los milicianos apostados en el cerro los que habrían de ser acribillados desde aviones militares con ametralladoras por órdenes de Barrientos. Así, se

sumaba, una vez más, otra sangrienta historia al repertorio de oscuras vivencias en el cerro Laikakota.

En el año 1971, durante el golpe de estado de Banzer, los civiles creyeron que, al igual que en el 52, podrían vencer a los militares si tomaban el cerro Laikakota. En ese entonces, la lucha se dio entre civiles, mineros, estudiantes y soldados del regimiento Colorados contra los militares del regimiento Castrillo. Los periódicos El Diario y Hoy contarían los días siguientes el número de fallecidos, heridos y desaparecidos durante las horas que duró el enfrentamiento.

Actualmente, el Estado Mayor ya no es visible desde la loma. Lo cubren los edificios que se han construido alrededor del cerro a lo largo de los años, símbolos del tic tac del reloj que —sea para bien o para mal— no hace excepciones.

1105
Foto: Emma Sánchez

Al indagar un poco más en los conceptos mencionados por los amautas, encuentro las respuestas en distintos textos académicos. El término Wak’a hace referencia, según César Itier, a un objeto o lugar sagrado. En cuanto a los Achachilas, Hans van den Berg los define como “(...) seres sobrehumanos (...) protectores del pueblo aymara”, estos residirían en cerros y montañas. La Pachamama, como es bien sabido, representa a la madre tierra.

Incluso si ya no se realizan rituales en la loma del cerro Laikakota este seguirá siendo considerado un lugar sagrado para los amautas. También seguirá siendo un sitio llamativo para la práctica de la magia negra, ya sea por su papel como centro ceremonial o por la energía que permanece a causa de las muertes ocasionadas por la violencia del pasado. Allí residen, moran y esperan espíritus de nuestra época, pero también dioses y protectores de la cultura aymara.

12 me gusta
373 vistas