Dark Souls

¿Alguna vez jugaste un soulslike? Después de una difícil relación y durante una dura ruptura, Vlady Torrez volvió a los videojuegos jugando Dark Souls, una obra maestra de Hidetaka Miyazaki. En esta crónica nos cuenta la historia de su encuentro con el famoso juego de FromSoftware y disecciona algunos conceptos que esta saga encierra.
Editado por : Adrián Nieve

Desde niño asocio la palabra diversión con videojuegos. La mayoría de mis amigos de barrio y compañeros de colegio manejaban bici o jugaban futbol, yo prefería los tilines, el PlayStation, los juegos en red. Una versión pirata de Prince of Persia en DOS era preferible a rasmillarme el alma o ser lesionado intentando meter un gol. 

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Fuente: FromSoftware

Al escribir esto vienen a mí tantas anécdotas que en unas pocas líneas difícilmente podrían hacerle justicia a esta pasión. Como la vez que a mis cinco años quemé el Atari que me regalaron en navidad, pagando cara mi ignorancia por no saber diferenciar los voltajes 110 y 220. O cuando desperté en la madrugada y sorprendí a mi madre jugando Mario Bros. sin avisarme, traición imperdonable. Cuando, a los nueve años, me ch’ach’aba de la escuela dominical de Ekklesia para gastar los 5 pesos que me regalaba mi abuelo jugando Violent Storm y Metamorphic Force en un tilín de la calle Colombia o la vez que presencie como apuñalaban a un pobre chango en el Delta de la Plaza Eguino: ser bueno en Tekken 3 le pasó factura, le robaron su mochila mientras yacía en un charco de su propia sangre, agarrándose el muslo y llorando de dolor. O cuando, con algunos cuates de la universidad, entrenábamos para participar en un torneo de StarCraft: pasamos unas veinte horas seguidas practicando en un internet de El Prado. Confiábamos en nuestras habilidades para ganar algunos pesos en un campeonato menor, hasta que fuimos humillados por un grupo de jailones que nos ganaron cinco partidas al hilo. Una cosa es perder, pero recibir una paliza por copetudos en un juego de estrategia dolió el doble. 

De todas esas historias, atesoro una en especial, no solo porque sucedió en una época en la que estuve a punto de abandonar los videojuegos para siempre, sino porque me ayudó a sobrellevar uno de los periodos más tristes de mi vida. Jugar Dark Souls de Hidetaka Miyazaki fue una experiencia inolvidable.

Cuando te vas haciendo viejo y te gustan los videojuegos experimentas una triste contradicción. Tienes dinero para comprar juegos que no podías cuando eras chango y pobre, pero careces del tiempo y las energías para jugarlos. A partir de los veinticinco para arriba, quedarse dormido en medio de una partida o cabecear a los veinte minutos de encendida la consola se va volviendo la regla, es el comienzo del otoño en la vida de cualquier jugador. En mi caso eso pasó multiplicado exponencialmente cuando mi pareja de entonces demostró no compartir en lo más mínimo mi entusiasmo por los videojuegos, todo lo contrario, no perdía la oportunidad para recriminar lo irracional que era perder el tiempo en tan absurdo “pasatiempo”. En esa época pensaba que había encontrado al amor de mi vida, así que tripas corazón, poco a poco fui dejando de jugar. Me sentía triste, pero asimilé todo el asunto como parte del inevitable proceso de madurar, “volverse adulto” y todas esas tonterías con la que nos educan desde el colegio. Uno de los últimos juegos que compré fue precisamente Dark Souls, había leído reseñas sobre lo maravillosa que era la saga souls y estaba al tanto de que era considerada como una de las grandes obras del siglo XXI, pero permaneció empaquetado y abandonado en un cajón de mi velador.

Tiempo después terminé la relación que motivó mi alejamiento de los videojuegos. Estaba herido, decepcionado y al borde del alcoholismo. Decidí volver a jugar para despejar mi mente. A veces podemos sanar heridas reencontrándonos con aquellos fragmentos de nuestras vidas que creíamos perdidos para siempre. Desempolvé mi vieja PlayStation 4 y probé Dark Souls. Me enganchó como pocos juegos en la vida. Su atmósfera oscura, su dificultad implacable (morí como 10 veces en los primeros 10 minutos), la belleza del apartado artístico, su narrativa cautivante, el soberbio diseño de niveles, la administración del silencio con el despliegue de la banda sonora que permitían multiplicar la catarsis del combate, son solo algunos de los motivos por los que no podía dejar de jugarlo. Como luego descubriría, haciendo varias pesquisas en internet y sumergiéndome en la comunidad de seguidores de Miyazaki, la trama del juego era tan hermética, incluso rayando lo incomprensible, que en cientos de foros la “comunidad souls” socializaba sendas interpretaciones del juego y varias teorías para descifrar su historia, pese a que el creador aclaró en varias entrevistas que sus juegos tienen una interpretación abierta, incrementando así la sensación de aventura que se experimenta al jugarlos. 

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Fuente: FromSoftware

Dark Souls pertenece al género de fantasía oscura, tiene varias referencias a la mitología medieval europea, pero también al manga Berserker. Trata sobre el ciclo de luz y oscuridad, el paso de la era de las tinieblas a la era del fuego. En un principio el mundo estaba sumido en las tinieblas y gobernado por los dragones eternos, pero un día apareció la Primera Llama junto con cuatro grandes almas que fueron recogidas por seres que se convertirían en los primeros dioses: Nito el señor de los muertos, la Bruja de Izalit y Gwyn, señor de la luz solar, quién armado del rayo comandó vastos ejércitos y exterminó a los dragones eternos. Pero ningún dios reclamó el alma oscura, la Dark Soul, en cuyo interior sobrevivió la oscuridad primordial. Fue el Furtivo Pigmeo, el ancestro más remoto de la humanidad, quién hizo suya la Dark Soul. Con el paso de los siglos, la Primera Llama empezó a apagarse y el poder de los dioses comenzó a menguar. Temerosos por el retorno de las tinieblas, los dioses hicieron hasta lo imposible para alargar el ciclo del fuego, el señor Gwyn llegó a inmolarse en la Primera Llama con la esperanza de renovarla sacrificando su enorme poder, pero todo fue inútil. Ante este fracaso, los dioses abandonaron sus palacios, la enfermedad y la decadencia se apoderaron del mundo. Solo los no muertos, descendientes malditos del Furtivo Pigmeo, deambulan por la tierra agonizante, albergando en su interior fragmentos de oscuridad, Dark Souls. Son la última esperanza para alargar la era del fuego. Al final, un no muerto elegido (el personaje del juego que controlamos) debe decidir si se sacrifica en el Horno de la Primera Llama como antaño hizo el señor Gwyn o permite que esta se apague para iniciar la Era de la oscuridad, la Era del hombre.

La idea de luchar por alargar un ciclo que está condenado a cumplirse me pareció tan poderosa como conmovedora. Perdí la memoria de las veces que terminé Dark Souls solo para volver a reiniciar la aventura. Necesitaba repetir esa historia de luchar por algo perdido, por las cenizas de lo que en un pasado lejano fue un fuego majestuoso que no volverá a arder. Anhelaba enfrentar la decisión de cortarle el cuello a un mundo moribundo, por piedad, a pesar de su antigua belleza, de su grandeza sepultada en el olvido. La imagen del no muerto elegido, descansando al pie de una hoguera, mientras todo lo conocido se cae a pedazos, marcó mis días de pena, me ayudó a recordar que los momentos más hermosos e inolvidables también pasarán. Que los comienzos son imprevisibles e inevitables, pero, así como Uróboros, la serpiente mordiéndose la cola, símbolo mitológico que representa el ciclo sin fin de vida y muerte, luz y tinieblas, en el corazón de la oscuridad más tenebrosa existe la chispa de una llama inmortal. Los momentos más sublimes terminan, los amores inolvidables se marchan, las derrotas más abrumadoras se transforman en ecos de futuras victorias y los esfuerzos por prevalecer fracasan, pero seguimos luchando, seguimos viviendo.

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Este texto forma parte del especial Mi vida y los videojuegos