La gratificante composición de “La pesadumbre”

Recorriendo las latitudes del libro que tengo en mis manos, alcanzo a percibir con meridiana claridad que los ocho cuentos estampados en este texto tienen vida propia. Saben el arte de narrar sus respectivas historias, de hilvanar las palabras a través de los personajes y las situaciones adscritas en sus páginas. Es más, cada narración es un mundo aparte que confluye en un todo reflexivo, de tal modo que nos deja con un sabor a más.

Y es que La pesadumbre trae un peso que, en muchas ocasiones, agobia el pecho, lo contrae por momentos y deja que se dificulte la respiración. Un dolor imaginario que recorre nuestras soledades y las visibiliza en cada uno de los relatos. De hecho, las ocho historias que contiene este libro reflejan los momentos vividos por mujeres en su mayoría. 

Sin romanticismos o cosa que se le parezca, estas féminas están ahí para demostrar que existen, que desnudan sus propios mundos desolados y desesperanzadores. Recorren la vida desde una óptica ligada a la cotidianidad, pero con atisbos originales que las convierten en verdaderas heroínas. Aunque no tanto.

Pequeñas narraciones emergen cual retratos o espejos de una realidad peculiar, diría hasta real. Momentos que quedan grabados en la retina de quien decide hacerlos visibles. Y es que la autora —con buena pluma, por cierto— recoge esos hechos con mirada de mujer, pues los personajes, como ya se dijo, son féminas que traslucen sus propios sentimientos, sus propias vivencias en un mundo caótico y agobiante.

Es tal la compaginación de este libro que invita al lector por un itinerario variado: viajes por distintos escenarios, por países donde se observan relatos sumamente significativos. La bitácora señala Brasil, Mozambique, México, Chile y otras latitudes. Y es que la ficción no tiene límites, como la inventiva de estos cuentos que se leen en una noche de insomnio recurrente o días nublados.

Como primer libro del género narrativo, La pesadumbre de Gloria Ardaya se abre a un desafío halagüeño y con buenas perspectivas para convertirse en un clásico boliviano. De hecho, diría hasta de un clásico latinoamericano. 

Me declaro en comunión con todos los relatos aquí expuestos. Son impresiones exactas y milimétricas de quien conoce —con meridiana precisión— el duro oficio de vivir en un cuerpo femenino. La autora sabe de ese oficio. Es más, en esta mi humilde opinión, va saltando de historia en historia, como un saltimbanqui o un pierrot de lunae, contando lo que el sexo opuesto lleva adentro.

Personalmente, me quedo con el penúltimo cuento. ¿Qué cierre? O al menos debería serlo. Una emoción de saber y descubrir el interior de una mujer y sus propios demonios, sus propios deseos e inquietudes bajo el signo de la irrealidad convertida en superstición. En un mundo lleno de machismo. “La chamana hizo lo suyo, claro que sí”.

En suma, un texto que deduce los momentos exactos y vividos de una pesadumbre cotidiana, pero oculta al género masculino, porque ignoramos o desconocemos esos terrenos tan sensibles o muy poco explorados, pero tan hermosos y tan ricos, que enaltecen la cualidad de haber nacido en el sexo opuesto. En un mundo donde la misma cualidad ha sido negada a este género que ha dado el sustento inequívocamente a las generaciones de mujeres dispuestas al sacrificio de vivir en un contexto donde el hombre ha anidado sus propios prejuicios y sus iniquidades.