Adolfo Cárdenas y el espíritu Rock-Ocó

Una gran mayoría sabe lo que es leer a Adolfo Cárdenas, pero solo unos cuántos conocen cómo se siente ser su editor. En este texto de despedida, Fernanda Verdesoto recuerda su experiencia como editora del libro Ópera Rock-ocó: Cuentos re-unidos que junta los cuentos de Cárdenas desde 1979 hasta el 2008 y nos guía a través de las emociones, las maravillas y las crisis que conllevan editar a un autor tan importante como es y fue Adolfo Cárdenas.
Editado por : Adrián Nieve

Domingo de flojera, de no desear hacer nada, de no querer sentir. Uno de esos domingos sin chaki y de quedarse en cama todo el día. Pijamas, comida chatarra, poleras que huelen a chizitos… parecía un domingo más de Netflix, videojuegos, redes sociales. 

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"Unos meses después, me llegó una de las tareas más difíciles en mi trabajo como editora: trabajar los textos del Adolfo." / Fotografía de archivo

Ese día, pensé que abriría mis redes para ver algún meme, enterarme de alguna noticia sin ningún impacto o para felicitar al cumpleañero de turno. Pero lo primero que vi fue el anuncio del fallecimiento de Adolfo Cárdenas. Negación primero, escribir al Marcel, poner el nombre del Adolfo en los buscadores de las redes, a ver quién más está hablando de esto, confirmar. 

Y, sí. Había sido cierto. Un minuto de silencio hasta entender y recordar. Otro minuto para que duela.

Al Adolfo lo conocí en 2014. Estaba recién regresada de una estadía de seis años en Buenos Aires y había comenzado a trabajar en la editorial 3600. Unos meses después, me llegó una de las tareas más difíciles en mi trabajo como editora: trabajar los textos del Adolfo. 

El trabajo culminó en un hermoso -pero sobre todo necesario- libro de recopilación de los cuentos que el Adolfo escribió entre 1979 y 2008, Ópera Rock-ocó: Cuentos re-unidos

(Allí me estaba preguntando qué cuernos era el Rock-ocó, ¿la contracultura? ¿ese espíritu de lo exótico y los colores con una melodía de Rock? ¿el gusto posmoderno por lo híbrido?) 

Ahora bien, para llegar a esto, fue necesario buscar por todos lados los libros de cuentos. Se encontraron por allí cerca El octavo sello (1997), Doce monedas para el barquero (2005) y Tres biografías para el olvido (2008), en un principio editados por Gente Común. También encontramos Chojcho con audio de Rock pesado (1992) de una edición bien simpática y curiosa, pero, lo que más me sorprendió fue encontrar ese Fastos marginales (1989), de una editorial que prefiero no recordar y que me parece que pasó directamente de la pluma del Adolfo hasta la imprenta. Encontrar todo fue el primer paso, que a la vez fue muy difícil. 

Lo siguiente fue leer. En tiempo récord, me leí todos los cuentos escritos por el Adolfo hasta esa fecha. Ese fue el trabajo más fácil. Leer, releer, anotar en los márgenes, escribir ideas en una libreta que hoy anda perdida, probablemente bajo una madera del camión de la mudanza.

Al terminar fue cuando empezó mi crisis: ¿cómo diablos edito esto? 

Como bien sabemos, los escritos del Adolfo fueron la metamorfosis literaria del habla popular paceño y sus espacios cercanos. Sostengo que toda su narrativa es una forma de hacer pantallazos sobre cómo nuestra forma de hablar puede ser caricaturesca y hermosa a la vez. Lo que el Adolfo escuchaba, escribía. Y lo que leíamos, lo hacíamos con las voces. 

Allí surgió un problema fascinante para cualquier editor o editora: ¿Hay una ortografía correcta para todo esto? ¿Cómo se uniforma todo este lenguaje? ¿Cómo se logra una coherencia gramatical de todo lo que escuchamos por las calles y que el Adolfo dejó escrito? ¿Reduzco todos los puntos de exclamación a uno solo? ¿Será que todos estos neologismos del Adolfo se escriben igual o varían según su contexto o significado? ¿Cómo realmente se escribe lo que se escucha? 

No tenía ni la más pálida idea. 

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"...entendí que los papeles del Adolfo son la escritura de aquello que se supone que no se escribe, de aquello que se escucha." / Fotografía de archivo

Entonces, comenzar por el principio y lo mejor que podía hacer era preguntar. Estaba muy nerviosa, pero tenía que hacerlo. La respuesta del Adolfo fue una sonrisa y un simple: 

“Haz lo que quieras. Confío en tu criterio”. 

Ratas. Yo no confiaba en mi criterio. 

Para tranquilizarme, empecé corrigiendo las erratas, sobre todo las que se encontraban en Fastos marginales. Por el susto que me cargaba, creo que dejé algunas, ustedes dirán. Pero, después, vino lo pesado. Fue un proceso de ensayo y error, viendo cómo se transcribe el habla del campo, el habla de la Periférica, el habla clasemediera del Sur y Sopocachi, el habla panduca, el habla del grafiti, y muchas más, como la “Con pocision: el feriado de todosantos”, la experiencia de una niña plasmada en un ensayito escrito para el colegio. En este último caso, fue un gran ejercicio el no comerme los dedos y dejar todos los errores que cometería una niña, para así retratar mucho mejor sus vivencias.

Poco a poco, releyendo hasta que no pude más, fui revisando, algunos términos los fui unificando, seguí preguntando. Resalté onomatopeyas, en lo escribo seguí uniendo aquellas sílabas que unimos al hablar, al gritar, al putear, aquellas palabras que arrastramos borrachos, los sonidos que nos tragamos.  

De esta manera, entendí que los papeles del Adolfo son la escritura de aquello que se supone que no se escribe, de aquello que se escucha. Comprendí cómo es que el Adolfo rescató todo su material para escribir: así nomás, escuchando, en una charla, caminando, me lo imagino con un oído en la conversación y con otro espiando al griterío y la jarana de alrededor. 

Sus libros son la calle.  

Después de dejar todas mis pestañas en el piso y jorobarme como nunca (literal), salió el libro Ópera Rock-Ocó: Cuentos re-unidos 1979-2008. En este momento que escribo, lo tengo aquí a mi lado, lo hojeo. Recuerdo. Las charlas, sus ocurrencias, los juegos de palabras. 

Todo el mundo dice que su legado queda en sus libros. Eso no es enteramente cierto. Su presencia está en los grafitis, en esos errores ortográficos que cometemos diariamente porque escribimos como hablamos, en las charlas de medianoche y de la mañana también, en el sonido que sale de cada paceño cada vez que abre su boca, en nuestros tonos que cargan un millón de significados e intenciones, en las palabras que emiten los ruidos de La Paz. 

Tal vez, ese sea el espíritu Rock-ocó.

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Este texto forma parte del especial Adolfo Cárdenas