Hasta que nos volvamos a encontrar

Una muerte trae muchas despedidas y en este texto eso mismo hace el escritor Willy Camacho y nos muestra un poco de lo que para él significó la figura de Adolfo Cárdenas, a nivel literario, pero también en lo personal.
Editado por : Adrián Nieve

A comienzos del nuevo siglo, en una clase de introducción al cuento, en la Carrera de Literatura de la UMSA, escuché que Adolfo Cárdenas era uno de los escritores capitales de la narrativa boliviana contemporánea. Quedé sorprendido en mi ignorancia, pues yo no conocía su obra, ni a él, lógicamente, pero pude leer el Chojcho con audio de rock pesado y, como muchos, quedé maravillado.

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"Para mí era un honor estar compartiendo aula con una leyenda viviente" / Fotografía Archivo

Pero mayor maravilla fue conocerlo en persona, al año siguiente, justo por estas fechas, cuando comenzaba Escritura Creativa, la materia que él dictaba. Para mí era un honor estar compartiendo aula con una leyenda viviente y, poco a poco, de la admiración pasamos a una relación de amistad. Digo pasamos, porque creo que todos mis compañeros y compañeras le profesaban igual afecto.

El Adolf era amable, es decir, fácil de amar, de querer. Siempre lo recordaré dispuesto a la charla, a la reflexión aguda, punzante, sin censuras. Lo recordaré riendo y haciendo reír, pues su sentido del humor era fino y amplio, podía hallarle la gracia al evento más trágico y seguro que, en una ocasión como esta, él habría estado soltando alguna ocurrencia. Porque la vida hay que tomarla sin solemnidades, hay que disfrutarla desde las cosas más sencillas y naturales. Y el Adolf era muy sencillo, no era de los que disfrutaba restaurantes gourmet, ni cosas por el estilo, él prefería ante todo la buena compañía, una charla amena, un disfrute en comunidad.

Hace unos años, salió en el noticiero que un baterista de cierta agrupación folclórica estaba comprometido en atracos. Resulta que el joven se había metido con una señorita que andaba en malos pasos, de modo que no solo engañó a su esposa, sino que arruinó su vida por seguir a la amante en las andanzas delictivas. Le conté esto al Adolf y el respondió muy serio: “Pero su vida ya estaba arruinada, era baterista”. 

Así era él, siempre ocurrente, con un toque ideal de malicia para condimentar su picardía. Y eso sí que era divertido, reunirnos para sacar el cuero a gil y mil. Pequeños vicios que el tiempo permite y que, con un par de singanis, se hacían más hilarantes. 

No voy a hablar de lo mucho que le debo, pues fue mi mentor, mi consejero, mi amigo; y creo que no soy el único agradecido, pues formó muchas generaciones. Y más allá de su labor formadora, dejó un legado literario que enriquece nuestra cultura. No se puede entender la narrativa boliviana de los últimos 50 años sin su obra. Es uno de los imprescindibles.

Por eso, su partida es a medias, ya que él es uno de los pocos privilegiados que vivirá por siempre, pues su obra será revisada y disfrutada hasta que no exista humanidad. Y, de hecho, vivirá en el recuerdo grato de quienes tuvimos la suerte de conocerlo y compartir su amistad.

Salud en tu reposo, querido Adolf. Y como dicen los vikingos: hasta que nos volvamos a encontrar.

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Este texto forma parte del especial Adolfo Cárdenas