Ver el mundo con ojos de mamá

Se puede entrar al debate de lo que significa la maternidad desde varios ángulos, una de esas posiciones se refleja en este texto de Eliana Soza. Ella nos transmite, por medio de su experiencia, los agobios cotidianos de ser madre pero también realza esos momentos que nos enfrentan a la ternura, la que nos termina sorprendiendo y enseñando un lugar de la vida que solo es accesible con esos ojos de mamá.
Editado por : Juan Pablo Gutiérrez

Cuando llega ese momento en el que una mujer decide ser madre, escucha de otras que ya lo fueron: “Es el oficio más hermoso del mundo”; aunque algunas callan que en muchos momentos puede llegar a ser agobiante. Al nacer mi primer hijo, los dolores después de la cesárea y mis pezones sangrantes por la mala posición del bebé al tomar la leche, interfirieron en el disfrute y la construcción del vínculo con él. Además, lloraba todo el tiempo. Llegué a sentir miedo de quedarme a solas con mi propio hijo porque no sabía si iba a lograr calmarlo. Pasaron los meses y las cosas mejoraron. 

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La lactancia crea un vínculo, aunque en algunos casos se convierte en una tortura para la madre. / Fotografía: Sanutri (Flickr).

No es fácil ser madre primeriza, a cualquier edad. Lo que le pasa a tu niño te afecta más, descubrí esto en sus interacciones con personas ajenas a la familia: mi corazón se estrujaba si le hacían un desaire, o cuando en la escuela no podía escribir, o algún niño se reía de sus errores. Pasé por esas situaciones en mi infancia, pero el dolor se multiplicaba al ver que él era la víctima. También me pasaba cuando lo sentía en peligro, un enorme agujero se comía mis entrañas con solo pensar que se hiriera.

A pesar de estas situaciones, las alegrías también son parte de nuestro día a día: el momento en el que tu bebé se ríe de la mueca que le hiciste y la disfruta más que cualquier otra cosa, o te busca solo a ti para calmarse o dormir tranquilo y feliz entre tus brazos. Cuando consigues sintonizar con él para realizar sus tareas y van aprendiendo juntos; desarrollas tu paciencia y comprendes que cada niño tiene su forma y tiempo de asimilar. O la vez que te dice con palabras y miradas que te ama de la luna al sistema solar, un millón de vueltas; sientes que nadie más podrá amarte así y tampoco tú habías amado de esa forma hasta ese momento.  

Personalmente, mis dos experiencias han sido procesos en los que he aprendido a ser mejor persona, tal vez más que en toda mi vida anterior. Por ejemplo, cuando vemos las noticias  y mi hijo menor llora junto a la señora que ha perdido todo en un incendio, o le invita su última galleta a un niño que conoció en el parque, me enseña a no dejar que las circunstancias me quiten la sensibilidad hacia los sentimientos de los demás y que es más fácil ser feliz al dar. Tu hijo se vuelve tu mundo; también la preocupación y la necesidad que tenemos de enseñar a amar a nuestros hijos, no solo a nosotras y a su familia, sino a todos a su alrededor, porque como lo hagamos marcará su vida.

La llegada de mi segundo hijo me enseñó, o debería decir, me confirmó que las mujeres podemos ser más fuertes de lo que nosotras mismas nos imaginamos. Esto no es solo una creencia popular. La psicóloga perinatal Alicia Domínguez, para un artículo de La Vanguardia titulado “Oxitocina, la hormona del amor de madre” (2016), señala que dicha hormona funciona en las mamás como “un mecanismo que empodera a la mujer y la convierte en una heroína con un objetivo: asegurar el bienestar de su vástago”, por lo que el efecto más sorprendente es el gran desarrollo de las áreas de protección y eficiencia. 

Se me vienen a la mente muchas historias en las que madres murieron salvando a sus hijos. Como la de una madre en una gasolinera de Connecticut que salvó a sus dos niños de morir calcinados, cuando un auto chocó en el dispensador de al lado, donde ella cargaba combustible. La heroína sufrió quemaduras de tercer grado y luego murió en un hospital. Este valor también es muy importante en los momentos de crisis, que son muchos, aquellos en los que creemos no poder más; pero volvemos, a pesar de todo, porque la vida ya no tendría sentido sin nuestros pequeños.

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Ser madre es enseñar lo mejor de ti, pero también es aprender. / Fotografía: Shanghaistoneman (PixaBay).

En lo práctico, aprendí a ser más efectiva y productiva. Una madre, ya sea que trabaje o se quede en casa, tiene millares de responsabilidades. Logra resolverlas a través del aprendizaje y la necesidad diaria, priorizando lo urgente sin olvidar lo significativo, como toda directora de una transnacional. Por eso, tenemos la capacidad de cuidar al hijo pequeño mientras acompañamos en las tareas al mayor y en medio cocinamos, limpiamos o tal vez hacemos otro trabajo.

Algo hermoso al ser mamá es la posibilidad de ver desde otras perspectivas la empatía hacia los demás. Es decir, te da mayor sensibilidad no solo con otros niños, que a mí me pasa a menudo, pues puedo ver los ojos de mis hijos en cada pequeño que encuentro, sintiendo una gran ternura. Pienso que la maternidad nos regala un tipo de bondad que antes no experimentábamos por diversas razones. Es a través de esta entrega a alguien más que podemos comprender a los otros de una forma más profunda y espiritual, no por medio de las palabras, sino por lo que no se dice, ya que es así cómo nos comunicamos con nuestros bebés cuando ellos no pueden hablar.

Confirmo que este nuevo estado de la existencia, tiene como resultado que podamos contemplar lo que nos rodea de forma diferente, probablemente con mayor bondad y empatía. Por lo tanto, en mi caso particular, siento que ser madre me ha convertido en un mejor ser humano y eso es lo que me toca transmitir de vuelta a los pequeños, porque puede ser el más importante legado que vaya a dejar en este mundo.

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Este texto forma parte del especial ¡Ay, mi familia!