Cuando el rayo aniquiló al trueno

Un atleta que vive de su esfuerzo para lograr el triunfo no puede distraerse; puede perder, mas no puede dejar de levantarse. Así es Renzo “Rayo” Martínez, según Tito Saldaña, quien entreteje la biografía del campeón de la WGP 2022 en kickboxing con sus intensos enfrentamientos.

El 18 de marzo de 2022, Bolivia tuvo un triunfo, un antes y un después; no vino por el fútbol o la política, sino gracias a un guerrero con un corazón inquebrantable que nos demostró que los bolivianos podemos lograr todo lo que nos propongamos.

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“La voz anunciaba que, por primera vez en la historia, un boliviano se consagraría campeón de la WGP”. / Fotografía: Cortesía de Renzo Martínez.

Sus rodillas le pesaban, sentía sus manos como si estuvieran quebradas, inhaló como si tuviera un barbijo y exhaló como si de sus pulmones brotaran clavos. Fue una pelea dura; sintió el dolor en sus piernas como si le hubieran dado hachazos, las low kicks de Héctor Santiago eran poderosas, pero nada es más poderoso que la fe en Dios y en la creencia en sí mismo, pensaba. Quedaban treinta segundos para finalizar el combate que determinaba quién sería el nuevo campeón de peso ligero de la WGP. Héctor Santiago, con las últimas balas que le quedaban en el cartucho, lanzó una combinación y acorraló a Renzo “Rayo” Martínez contra las cuerdas, disparó todo lo que tenía como un soldado desesperado que ve llegar al enemigo, pero Rayo recibió la metralla y en vez de retroceder permaneció estoico como una muralla infranqueable y avanzó con dos patadas frontales y dos rectos. Sonó la campana y sintió como si lo estuvieran llamando para deleitarse en un suculento banquete alrededor de la gran mesa cuadrada en el salón de Odín. 

Ambos peleadores estaban a la espera. La voz anunciaba que, por primera vez en la historia, un boliviano se consagraría campeón de la WGP, la segunda empresa de kickboxing más importante del mundo. Renzo se arrodilló, con la frente tocando la lona en el ring, se levantó, abrazó a su rival y se acercó Marcelo Salas, su entrenador, su guía y su padre en la vida del guerrero, que le ayudó a comprender el sacrificio y la gloria del combate. Fue un abrazo largo porque seguramente ambos sabían y entendían todo el esfuerzo realizado hasta llegar a ese momento. El presidente de la WGP le puso el cinturón de campeón a Renzo, él lo sintió en su cintura y lo tocó como un niño acaricia a su primer gatito. Tal vez toda su vida deseó hacerlo legítimamente, le dieron el micrófono y como campeón dijo sus primeras palabras:

–Denle un fuerte aplauso a Jesús en esta noche. Por mucho tiempo de mi vida escuche: “Los bolivianos no pueden llegar a ser buenos en algo”, “no pueden llegar a ser los mejores en algo”. Pero hoy con la ayuda de Dios, que me puso a las personas correctas en mi carrera, hemos demostrado que sí se puede cuando tienes fe delante de Dios y cuando lo pones como lo primero. Él te honra de esta forma, cumple los anhelos de tu corazón. Y, tú que tienes un sueño, quiero decirte que no hay uno tan grande que no pueda ser trabajado; que no pueda ser encomendado a las manos de Dios, Él lo cumplirá. Dios te bendiga, gracias ¡¡Viva Bolivia!!

A los diecinueve años, la mayoría de los mortales están pensando en qué hacer el fin de semana o cómo terminar alguna tarea de la universidad sin mucha importancia real, cuántos likes va a tener el post de Instagram o si el crush va a responder la publicación en el Facebook. Sin embargo, Martínez a esa edad estaba desatando una guerra contra el chileno Felipe Artillero en suelo brasilero en la WGP. Fue una pelea dura y reñida: Artillero tumbó en el primer round a Renzo, este se levantó al instante y continúo luchando hasta que se oyó el campanazo final como se oían los truenos en el campo de batalla vikingo, cuando aquellos guerreros creían que Thor les estaba ayudando, junto a la sinfonía de las valkirias, a alcanzar la gloria del Valhalla. La victoria fue por decisión unánime para Artillero, y Renzo comprendió que hasta los buenos pierden; sin embargo, solo los grandes triunfan. Se volvieron a enfrentar el viernes 22 de julio de 2022, en el pabellón Santa Cruz de la Fexpocruz, para el evento de boxeo internacional organizado por Chino Maidana Promotions y Pierre Salas Promotions. Se encontraron en un nuevo campo de batalla con reglas distintas, pero con las mismas ganas de batalla, debido a que la armadura no hace al guerrero espartano, así como la katana no hace letal al samurái.

La voz del presentador es gruesa como un grito en una caverna profunda. Presenta efusivamente a ambos peleadores. Felipe Artillero se posiciona en la esquina azul. Renzo hace su debut en el boxeo profesional, entra al ring y se mueve en contra de las manecillas del reloj, le extiende la mano derecha a Felipe y este la toca. Martínez levanta el brazo derecho y hace un círculo arengando a su público que le responde con bocinazos y gritos que suenan al aullido de una manada de lobos salvajes. Rayo se detiene y se para en la esquina roja. Las bocinas del público se oyen como trompetas de caballería.

El presentador viste elegantemente de negro, pantalón, camisa y blazer, lleva un pendiente colgado en cada lóbulo de las orejas, su corona capilar está teñida de un amarillo dorado y el resto de su cabellera es azabache. Con la emoción que empapa a todo el pabellón dice:

–Será árbitro de este combate Adolfo Baldivieso. Los jueces: el señor Daniel Vaca, Benjamín Robles y el señor Esteban Hillman, todos de la Federación Boliviana de Boxeo–. Inhala, se agacha levemente, toma impulso y grita encendiendo el ambiente –¡Este combate será en la categoría ligero y es un combate a cuatro rounds!

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Miraba a Van Damme en Kickboxer noquear con una patada en la cara al malo de la película. Renzo se sentía enojado la mayor parte del tiempo, furioso sin comprender por qué. A un adolescente de catorce años le frustra no entender muchas cosas, como el divorcio y que sus padres no estuviesen juntos acompañándole a ver aquella película en la que un simple hombre venga a su hermano en las peleas más duras de Tailandia. Su padre se sentó a su lado, los títulos de la película comenzaron y cambió el canal; empezó el programa del apóstol Marcelo Salas, ambos lo vieron y Renzo sintió que vio una luz al final del túnel. A la semana, el amigo de su padre, Nelson Vargas, le dijo que fue aceptado para trabajar en el gimnasio del profesor Marcelo Salas, Knock Out Training Center, para ser profesor de kickboxing y le recomendó que inscriba a Renzo; su padre accedió y el joven aceptó el desafío de viajar, inclusive hasta más de una hora, desde su domicilio por el km 9 hasta la calle Suárez Arana en el centro de Santa Cruz de la Sierra. Sin embargo, cuando tenía puestos los guantes y aprendía a asestar un recto, una low kick o, en sus primeros sparrings, lanzaba la combinación que había practicado en la semana, entendía que todo el sacrificio valía la pena. Un día, al terminar el sparring –era viernes y era sagrado el curtimiento– Renzo acabó con las piernas magulladas y sintió un lagrima correr su mejilla cuando estaban completando las patadas; sin embargo, la pasión que adquirió por el deporte le hizo seguir adelante y su locura, su loca ambición por mejorar, le dio las fuerzas para correr hasta su casa soportando el dolor y las impertinencias del clima. Ese se convirtió en su ritual propio cada viernes de sparring y de curtimiento: correr hasta su casa al finalizar el entrenamiento, mejorar la resistencia en sus piernas, perfeccionar su resistencia cardiovascular y decirse a sí mismo: lo logré.

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El árbitro Adolfo Baldivieso revisa los guantes y bucales de ambos púgiles, los reúne al centro del ring y les da las instrucciones; cada uno regresa a su esquina, Renzo se cuadra y hace unos movimientos de tronco, sus guantes son de color rojo marca Corti, sus zapatos son igualmente rojos de boxeo Nike, su pantalón es negro con una raya a cada costado de color rojo.. Artillero de frente es una pared pintarrajeada por tatuajes que en un principio dan miedo; sin embargo, son excelentes piezas: unas letras en el pecho, un peleador de muay thai en su costilla izquierda, un pitbull realista tatuado en la parte izquierda de su cuello.

El combate tarda en comenzar, el tercer juez no está en su posición y el árbitro le pide que se posicione en su lugar para dar inicio a la contienda. Renzo, de 25 años de edad, se mueve y da unos brinquitos para no enfriarse. El ambiente comienza a calentarse y se escuchan trompetas y gritos en apoyo a Martínez. Los gritos invaden el ambiente como lo harían una colmena de abejas rabiosas con su mortífero zumbido al momento en que se derriba su panal y muere su reina. Rayo golpea sus guantes y suena la campana como sonaría una copa de vidrio al estrellarse contra el suelo. Renzo arranca el primer round lanzando una combinación de boxeo, Artillero le responde y Renzo se desplaza inteligentemente por el ring. Lanza un ataque al cuerpo, Artillero no tiene respuesta más que la resistencia, así como sus compatriotas resistieron en la batalla de Calama. Felipe se desplaza y lanza una combinación que Renzo recibe y logra contragolpear con dos rectos y un gancho de izquierda al cuerpo, Artillero lanza el uno-dos y Renzo no retrocede, avanza con un jab al cuerpo. Se desplazan por el centro del ring al ritmo de la violencia y el aliento del público; la mezcla de la arenga y las trompetas hacen que el sonido sea un demencial eco de violencia y pasión. Artillero laza el jab y Renzo lo esquiva haciendo un giro de cadera hacia la izquierda y con la inercia del movimiento contraataca con un gancho de derecha que suena como un bombo y el público acompaña ese sonido con un eco; Artillero retrocede, Renzo avanza y es recibido con dos ganchos al cuerpo; sin embargo, su rival los absorbe y avanza con un uppercut de derecha y un gancho de izquierda que por centímetros no dio en el blanco, Felipe se desplaza por el ring y recibe a su rival con el uno-dos y este lo absorbe y contragolpea. Renzo Martínez es veloz y preciso con sus combinaciones de boxeo y se entiende por qué tiene el apodo de Rayo.

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Iban cuatro años de intensas batallas con su profesor Nelson Vargas en peleas amateur en kickboxing y boxeo, le apodaron machete por sus punzantes golpes y por sus cortantes patadas.

Ganó ese combate amateur de kickboxing por nocaut. Y en vez de ir a beber con sus amigos para festejar tan contundente victoria decidió descansar y recuperarse para el comienzo del entrenamiento. Llegó como siempre lo hacía y su entrenador le pidió que descanse, que se siente a conversar con él en una de las mesas del gimnasio. Allí Nelson Vargas, muy sincero, le dijo: 

–Mirá, Renzo, no puedo hacer más por vos. Hasta aquí llegué como tu entrenador porque creo que tenés el potencial para ser algo más que un simple peleador amateur. Si vos querés puedo hablar con Marcelo y Pierre para que entrés al equipo; no te voy a mentir, es jodido. Tenés que ser más disciplinado y va a ser un entrenamiento más sacrificado, lo que hacemos va a parecer como un juego de peladingos a comparación. Si aceptás, hablo con ellos y para este viernes estarías haciendo la prueba.

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El triunfo se disfruta más cuando se respalda en el esfuerzo. / Fotografía: Cortesía de Renzo Martínez.

La prueba consistía en hacer un sparring de boxeo con el mejor peleador del Team Marcelo Salas, un peleador profesional con un récord increíble y con un físico que hacía temblar las rodillas a cualquiera, pero Martínez no era cualquiera. Él sintió la pegada mientras los practicantes y maestros se paralizaron un momento al escuchar que los golpes de Renzo sonaban como tambores de guerra en un campo de batalla. La prueba terminó, se acercó el apóstol Marcelo Salas y con una ligera sonrisa tocó sus guantes como bendiciéndolos y muy relajado le dijo:

–Bienvenido al equipo, hijo.

Luego de pasar la prueba recordó la locura que lo envolvía y su tradición de irse corriendo hasta su domicilio; entonces pensó que no era momento de pararla, sino de intensificarla. Con el dolor en su estómago por los ganchos de su rival, emprendió la corrida hasta su casa, entendiendo que Knock Out Training Center ya era su hogar.

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Felipe Artillero de 31 años de edad está de pie en la esquina azul, sus guantes son azules marca Corti, utiliza unas zapatillas de boxeo Everlast negras con franja de color blanco. Da comienzo al segundo round y se encuentran en el centro del ring. Artillero lanza cuatro golpes y todos son esquivados por Renzo, este lo hace retroceder con su jab y una combinación de tres golpes. Felipe está en su esquina azul y debajo hay un pequeño charco de agua, se para la contienda y la limpian mientras ambos se dirigen a las esquinas neutrales. El segundo round avanza y Martínez sigue dominando la contienda. Su guardia es firme y su jab punzante, hace retroceder a Felipe Artillero, que lanza un volado de izquierda que no conecta a Renzo y él lo ataca con una combinación de cuatro golpes rematando en el cuerpo. Su público acompaña los puños con arengas y gritos como si fuera un viento huracanado. Artillero se desplaza por el ring y Renzo con las manos abajo se acerca sigiloso, como un tigre de bengala acorrala a su presa que se posa en la esquina. Martínez lanza una combinación de cuatro golpes que termina con una derecha de poder que da en el rostro de Artillero; este se recompone y logra salir posicionándose en el centro del cuadrilátero, los trompetazos aumentan y los gritos no cesan. Martínez lo persigue y Felipe lanza una combinación volcando la tortilla y llevando a Renzo hacia las cuerdas. El movimiento de cintura de Rayo es como un péndulo y esquiva los golpes del rival, que se escuchan como si fueran sonidos de flautas desafinadas; en contraste, las combinaciones de contragolpe de Renzo Martínez son como ráfagas de metralletas. Aquellos golpes que conectan a la humanidad de Artillero resuenan como cañonazos, tal vez los mismos que escuchó Eduardo Abaroa en el combate de Calama antes de gritar: ¡Rendirme yo, cobardes, que se rinda su abuela!

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Comenzó la universidad y sus padres escogieron por Renzo la carrera de Administración de Empresas, no le apasionaba ni mucho menos le interesaba; sin embargo, la postura de sus padres era que de la pelea no se come y que esta sea simplemente un hobby. En el Team Marcelo Salas, los entrenamientos eran más largos y complicados: llevaba su cuerpo y su mente al límite. Luego de cada entrenamiento, el profe Marcelo y el profe Pierre hablaban de la importancia de Dios y de la fortaleza mental en el camino del guerrero. Renzo apenas tenía fuerza para levantarse, pero sí tenía la fortaleza para orar, humillarse ante Dios y agradecerle por todas las bendiciones. Al fin y al cabo, en la vida del guerrero no hay mayor bendición que el sacrificio, porque el dolor es progreso y el sentía que renacía en cada entrenamiento. Él entendía que estaba mejorando y solamente así alcanzaría su objetivo, que es poder emular a su ídolo: el boxeador filipino campeón en ocho divisiones Manny “Pac-Man” Pacquiao.

Luego de aquel entrenamiento, sus pulmones le punzaban y sus rodillas se le adormecían. Se sentó al costado de la pared, al lado de la bolsa pesada de golpeo, viendo cómo entrenaban los demás miembros del Team Marcelo Salas. Se acercó su maestro Pierre Salas y lo felicitó por su entereza y su disciplina y con su voz relajada y su mirada parsimoniosa le dijo:

–Nos ofrecieron una pelea en el WGP para que hagas tu debut profesional. No te voy a mentir, te están poniendo como carne de cañón para que te noqueen. Quieren que peleés contra el pentacampeón de Brasil Gustavo Piacentini en su tierra y con su gente.

Renzo se levantó, sus rodillas sonaron como si estuvieran reventando burbujas de plástico para embalaje. Extendió su mano derecha, Pierre Salas la estrechó y Martínez con una voz muy tranquila, segura y profunda dijo:

–Acepto, profe.

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Los bocinazos son ensordecedores, como una sirena que indica el comienzo de un incendio voraz. En el pabellón se escucha coros de gritos roncos de “¡Vamos Rayo!” “¡Eso Rayo!” “¡Sacale la cabeza, Rayo!”. Renzo comienza el tercer round ganado el centro del ring y lanzando un derechazo al estómago de Artillero; que retrocede, lanza una combinación de cuatro rectos que lo colocan al borde del abismo y se para en las cuerdas. Renzo se acerca a él como un águila cae precisa del cielo para cazar a su presa; sin embargo, Artillero lo recibe en contragolpe con un potente cruzado de izquierda en la mandíbula de Renzo, que le hace tambalear las piernas. Desde la esquina azul se escucha más fuerte que el sonido del público, “¡Tira!, ¡Tira Artillero!”. Felipe lo ataca con todo lo que tiene y Martínez, más con voluntad que ganas, recibe la combinación y lanza dos golpes y sale, se encuentran en el centro del ring. Se está recomponiendo, sus piernas se ven sólidas y Felipe Artillero le conecta una combinación de un jab, un uppercut de izquierda y un gancho de derecha; Renzo lo recibe como las murallas de Troya recibían el ataque incesante del ejército griego. Gira en cruz y sale de la zona de peligro y se posiciona en el ring, boxea hacia atrás con un recto de izquierda y otro de derecha, Artillero los recibe y avanza como el ejército chileno avanzaba en Antofagasta. Lo golpea y Renzo lo hace retroceder con una combinación de cuatro golpes, avanza y Artillero lo recibe con un uppercut de derecha y un cruzado de izquierda que le conectan justo en la mandíbula. Renzo gira en cruz y la combinación lo desconecta, pero su amor por la guerra lo mantiene en pie y se cubre, mientras Artillero le lanza una combinación contra las cuerdas y cree que Renzo va a caer noqueado saliéndose de su camino, pero avanza, descoordinado y con el alma a punto de salírsele del cuerpo. Se apoya contra las cuerdas del otro extremo del ring, permanece de pie, se escucha un eco profundo al unísono del público gritando “¡Renzo!, ¡Renzo!, ¡Renzo!”. El árbitro Adolfo Baldivieso le hace el conteo, lo mira y le pregunta si desea continuar, su lógica calla; sin embargo, su corazón grita fuerte a través de sus labios:

—Sí, deseo continuar.

El árbitro ve sus ojos desorbitados y para la pelea. De repente se apagan los gritos de apoyo en el pabellón Santa Cruz de la Fexpocruz como si un francotirador le hubiera disparado en la cabeza al cantante principal de un coro. Renzo camina hacia su esquina mirando al frente y con la cabeza en alto. Su entrenador, José María Castedo, entra al ring, coloca el banquito al costado de la esquina y Renzo se sienta, de su nariz brota sangre que mancha su pecho y su entrenador lo limpia; el público guarda silencio como las lápidas en un cementerio. Renzo Martínez se levanta con la frente en alto y la espalda erguida, los brazos extendidos y abraza a Felipe Artillero, su hermano de guerra, el hombre que le enseñó en dos combates distintos que la victoria es fugaz, la derrota es pasajera; sin embargo, la resiliencia es eterna.

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La vida del guerrero es seguir peleando a pesar de las derrotas. / Fotografía: Cortesía de Renzo Martínez.

Repetía esa combinación, un jab, un cross, una circular a la pierna y una circular a la cabeza, la repetía como una grabadora repite incansablemente el canto de la guerra, salía a correr por el centro sin música, concentrado en su respiración y en el fortalecimiento de sus piernas y en su resistencia cardiovascular. Pasaba por la Cañoto y sentía el olor de las pollerías y respiraba y salivaba como lo hacían los perros de Pávlov, tenía hambre y su estómago le imploraba clemencia y su paladar piedad; sin embargo, su corazón y su alma de guerrero le dieron la fortaleza para avanzar y terminar la rutina. Cenó una ensalada con un vaso de agua y su mente trataba de engañarse diciendo que era un cuarto de pollo a la brasa Sakura.

Su respiración iba en aumento con cada paso que daba entrando a la arena. Vio la luz de la entrada hacia el pasillo que conducía al ring, la luz le llegaba a la cara como la luz del amanecer le llegaría a un vampiro. Sus piernas estaban algo entumecidas por el miedo y los nervios le picaban en la nuca como si fueran hormigas, avanzaba y esa sensación desaparecía como lo hacía la sangre de los soldados caídos en el campo de batalla en un día caluroso. Caminaba con un porte seguro mientras se escuchaba el clamor de la torcida brasilera: “Você vai morrer, ¡Você vai morrer! ¡¡Você vai morrer!!”, como se oían los rugidos de los leones al oler la presencia de los cristianos que entraban al coliseo romano y se convertían en su alimento para entretener al pueblo de Roma. Dentro del cuadrilátero ambos peleadores oían la presentación de sus nombres, Renzo se acercó al centro del ring a saludar a la afición, como los gladiadores saludaban al emperador antes de enfrentarse al acertijo del destino si sobrevivirían un segundo más. La presentación de Gustavo Piacentini fue ensordecedora, como se oían los disparos en el desembarco de Normandía, pero en vez de bombas y de metralla se oía el rugir de la torcida “¡Você vai morrer! ¡Você vai morrer! ¡Você vai morrer!”. El sonido de la campana dio comienzo a la pelea. Y así como David tenía una honda y una piedra, Renzo Martínez tenía sus combinaciones de boxeo, su circular de izquierda a la cabeza y su velocidad adquirida por todos los años de sacrificio. Y así como David vio acercarse a Goliat, Renzo vio acercarse al cinco veces campeón de Brasil Gustavo Piacentini. David apuntó la honda con la piedra bien tensada en dirección a la frente de Goliat. Renzo midió a su rival, lanzó una circular de izquierda a la pierna y otra circular de izquierda a la cabeza. Goliat cayó muerto. Y así como en siete días Él creó toda la existencia, Renzo Martínez en siete segundos noqueó al cinco veces campeón de kickboxing de Brasil Gustavo Piacentini.   

Lo lanzaron al matadero, enfrentaba al pentacampeón de Brasil y, sin embargo, el cachorro demostró ser una bestia indomable y los gritos de la afición, el llamado a la muerte, se paralizó y se convirtió en un silencio de funeral cuando vieron a su campeón noqueado y Martínez abrazando a su profesor Pierre Salas y este muy emocionado y al borde de las lágrimas le dijo:

—Wow, Renzo, simplemente wow. Fue como ver un rayo, sos un rayo.

La rojo, amarillo y verde se posaba en la espalda de Renzo, mientras el árbitro le levantaba la mano y el público brasilero le rendirá homenaje y reconocimiento con un fuerte aplauso. Antes de su debut en la WGP pausó sus estudios universitarios de la carrera de Administración de Empresas con muchas dudas sobre si iba a poder surgir en el universo del combate. Sin embargo, cuando conectó esa circular de izquierda y su empeine sintió la mandíbula de su rival y sus ojos lo vieron desplomarse y su espalda tocó la bandera boliviana y su mano sintió la mano del árbitro que la levantaba en alto y sus oídos escuchaban el aplauso de la “torcida”, en el fondo de su corazón comprendió que había nacido para transitar el sendero del guerrero y no para hacer un análisis Foda.

***

Baja del ring sin los guantes Corti color rojo, las vendas le aprietan como la horca le presiona el cuello a un condenado a muerte y camina hacia los vestidores aceptando la derrota; sin embargo, no ha perdido completamente, ya que únicamente cae aquel que se da por vencido y Renzo camina con la mirada firme y con la frente en alto, mientras escucha el rumor del público en el pabellón Santa Cruz de la Fexpocruz como si fuera un coro de niños castrati cantando el “Ave María”. Ve la luz del techo del pabellón y siente que le ilumina el espíritu. Sin embargo, mientras su cuerpo le recuerda los golpes y de su nariz caen unas cuantas gotas de sangre, se siente oscuro y apagado al salir de la luz de los reflectores. Así como el arcoíris ilumina la mañana luego de la lluvia, el rayo alumbra la noche después de la tormenta.

Es domingo por la noche, Renzo está con su novia de tres años cenando en los Pollos Sakura. El lugar está repleto y suena como un nido de abejas hambrientas. El mesero deja ambos cuartos de pierna a la brasa. Renzo le sirve Aquarius sabor pera a su novia Johana Saat Ayala, se sirve en su vaso y bebe un sorbo, el olor del pollo lo envuelve como la haría la telaraña de una viuda negra a una mosca. Prueba su primer bocado en dos meses y su paladar lo recibe como un sediento recibe una gota de agua y como un enfermo de gripe recibe el Mentisán en el pecho. Mastica el pedazo de pollo con un poco de papa y arroz y lo pasa con un sorbo de refresco.

Johana Saat Ayala se incomoda un poco con el ruido excesivo que hay en el restaurante de Pollos Sakura del Cristo al frente del hotel Cortez. Aún con la mente en el combate, Renzo Martínez escucha los cubiertos chocar contra los platos como si fueran golpes de espadas contra escudos en la batalla de las Termópilas.

Ella lo ve comer sin problemas y le pregunta:

–¿No te duele la mandíbula amor?

–Para nada amor, me siento muy bien.

–¿Acaso pensás volver a hacerlo?

—Claro que sí. Mañana vuelvo a entrenar para mejorar y aprender de la derrota. Te cuento que el 25 de septiembre voy a pelear por el título de peso ligero de la WGP, quiero ser el primer doble campeón de la organización.

Lleva un poco de plátano a su boca y lo masca, luego mastica y digiere otro pedazo del pollo que aún humea como si fuera el cuerpo de un soldado lleno de balas en los campos de Waterloo, ya que la violencia, la derrota y el aprendizaje siempre continuarán. Él seguirá adelante con sus metas y con su arduo entrenamiento debido a su incansable alma de peleador, porque los buenos ganan el combate, pero los grandes vencen en la guerra. Así como Dios le dio paciencia a Noé para construir el arca y sobrevivir al diluvio y liderazgo a Moisés para guiar a su pueblo a la tierra prometida, le dio a Renzo “Rayo” Martínez la resiliencia para jamás rendirse.

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