Nacido el 6 de Agosto

Una relación de amor-odio, como ocurre en cualquier familia, entres seres que tienen que aguantarse casi por fuerza. Así se podría describir lo que el autor siente por Bolivia.

Nací el Día de la Independencia. Eso me convierte en algo menos que un Dios y algo más que una estrella de la NBA. Un ser mitológico, una mezcla entre David Bowie y Domitila Chungara, un ciborg de última generación, alguien capaz de las más grandes crueldades y de las más infinitas ternuras.

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“En mi Patria, la Patria que yo amo, a las seis de la mañana pasan ángeles borrachos. Buscan pandillas de demonios y a sus bandas para intentar rematar de manera decente la jornada”. / Foto de archivo.

Podría sacarte el corazón, pero sería incapaz de negarte un helado.

Mi padre amaba a su Patria sin condición, pero ese era mi padre. Yo, como los banqueros, los políticos y los curas, amo a mi patria con condición; aunque mis intereses sean diferentes, son intereses al final.

Lo que yo le pido a mi Patria no es dinero, ni poder, ni la precaria condición de nuestras almas. Lo que le pido es el reinado sobre las comarcas de sus horizontes azotados por el polvo y el tiempo. Las madrugadas en las que nos despedimos con el alma conmocionada sabiendo que no volveremos a vernos. La visión de sus ciudades ardiendo en la perturbada luz de mis pupilas.

En mi Patria, la Patria que yo amo, a las seis de la mañana pasan ángeles borrachos. Buscan pandillas de demonios y a sus bandas para intentar rematar de manera decente la jornada.

Nací el Día de la Independencia, pero eso no tiene importancia. No amo a Bolivia, ni Ella me ama a mí. Somos dos desconocidos cruzando la calle una tarde de feria. Dos desconocidos que se piden lumbre en los bares y luego se alejan para terminar la noche en perfecta soledad, tramando el crimen perfecto, imaginando infinitos pentagramas donde enterrar el abandono de nuestro propio abandono.

No amo a Bolivia, ni Ella me ama a mí. Somos dos lágrimas agitadas por el temporal. Un par de viejas lloronas que dan parte de las almas perdidas al final del día. Un par de travestis cachondos buscando orgías en esquinas oscuras y en los baños de las cantinas en desconsoladas tardes de aguacero.

No amo a Bolivia, ni Ella me ama a mí. Pero no siempre fue así, déjenme contarles, queridos compatriotas.

Alguna vez fuimos felices, fuimos el alfa y el omega, un poco la saliva de Dios y un poco el aliento del infierno. Después de nosotros el vacío, el silencio y la locura. Después de nosotros las naves espaciales, los láser y la galaxia estremecida.

No amo a Bolivia ni Ella me ama a mí. Aunque habitualmente nos mandamos flores abisales y nos teñimos el pelo como dos canchakus ciberpunk, solo para recordar los viejos tiempos en los que zapateábamos en la cumbre del universo hasta quedar exhaustos, borrachos, tirados en los pisos de las chicherías. Ahora no somos más que dos amarguras plurinacionales que van armando desencantos y palabras sin sentido en apestosas cabinas de Internet, las mañanas grises de agosto.

No amo a Bolivia, ni Ella me ama a mí. Aunque seguimos la huella de la misma carretera neuromantes, curas y yatiris suicidas buscando, supongo, lo que Keoruac no encontró, un poco de dignidad en la debacle, una crucifixión a la cual se pueda considerar un último acto de decencia y desdichada humanidad.

Seguimos la pasarela de la tristeza y el despilfarro juntos pero separados, dejando el alma en los karaokes, el culo en las cantinas y en la madrugada nos despedimos con el fulgor miserable de la última cumbia con que abrazamos la muerte y la desesperación.

Despertamos por costumbre, amamos por despecho, besamos con traición, morimos pronto y en silencio.

No amo Bolivia, ni Ella me ama a mí. Mis amigos me envían cartas de países lejanos, me piden que regrese. Pero qué es lo que creen estos hijos de puta, ¿que puedo irme así por así? Bien que mal soy alguien comprometido, alguien con patria, aunque ahora no me gusten sus amantes.

Ya sé que esto no es más una fiesta. La pasión se ha apagado. Es lo normal. Somos una pareja promedio.

No amo Bolivia, ni Ella me ama a mí, pero al menos, nos aguantamos.

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