Bolivia y su romance burocrático

El sistema boliviano es altamente burocrático. Esta tragedia se agranda cuando estas actitudes se instalan en la educación. Fernanda Verdesoto, desde su experiencia como educadora, reflexiona cómo esta crisis afecta a los colegios de Bolivia, donde solo importa aprobar al alumno para pasar la materia, aunque sea con 51, a fin de “no meterse en problemas”.

Me encantan las manchas de tizas en las manos, el dolor en los pies por estar parada, me gusta la voz ronca después de cada clase. Todas estas experiencias me son totalmente agradables porque no se topan en ningún momento con la burocracia educativa. Porque Bolivia es el país donde importa el sello de aprobado, para ponerlo en un folder amarillo, legalizarlo, presentarlo a X o Z institución y pasar a una nueva instancia. El número mágico del 51 es suficiente para tener constancia de que se ha aprendido. Somos los amantes bandidos de la burocracia, tanto que Kafka se volvería a morir si resucitase en nuestras tierras. Sin embargo, mi experiencia en las aulas (me enfocaré sobre todo en las aulas de colegios), me dice todo lo contrario.

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La verdadera herramienta del profesor es su voluntad. / Fotografía: Mauricio Paco.

Generalmente llego, me quito mis miles de abrigos y abro ventanas porque huele a comida que los estudiantes picotean cada vez que un profesor se da la vuelta. Poco después, dejo mis puntabolas, marcadores y tizas ordenadas por color en mi escritorio y espero a que lleguen. Van llegando uno a uno: el grupo de chicas a las que le encanta la materia, el chico que ama la literatura, el chico al que le interesa pero que no se desvive por ella, el chico que todavía está intentando descubrir qué es lo que le interesa, aquella que se queda a charlar conmigo después de la clase, la chica a la que no le puede importar menos pero igual le va muy bien, el que no me quiere. El cuchicheo se va apagando gradualmente en el mejor de los casos, otras veces tengo que usar la voz para poder comenzar.

Aquí nunca se ha podido lograr un buen programa para amar la lectura, entonces tengo que empezar a inventarme cosas para hacer que le tengan un poco de cariño al libro o texto que estamos analizando. Nunca es fácil. Pero lo primero que tengo que hacer es que sientan que este texto los está desafiando. Entonces, reviso todo lo que sugiere la Ley de Educación, los textos de la Normal, todo lo que nos enseñan en Profocom… y hago lo contrario.

Porque esto pasa en Bolivia, sostengo que esos cursos y normativas están diseñados para cumplir con el papeleo, para estrenar un nuevo sellito y cumplir estadísticas que nadie va a leer. Entonces, entre la inundación de papeles, nos queda subestimar a los estudiantes y que vayan por lo fácil, porque si se aplazan, llegan las quejas y las denuncias.

(Recientemente, revisé algunos textos oficiales de la enseñanza de Artes para adolescentes de 16 años, donde un capítulo era sobre los tipos de lápices para dibujar, es decir, existen el HB, el 2B, el 8B, etc. y otro capítulo con biografías de pintores famosos, la mayoría internacionales, nada que no se pueda encontrar en Wikipedia. Es decir, no hay enseñanza de arte, ningún tipo de educación de apreciación de arte, ni de interpretación. Mientras me golpeaba la cabeza contra la pared, pensaba en cómo la educación se había quedado en 1950, pero sin reglazos en la mano –creo–. Y claro, allí me quedé reflexionando, con razón nuestras autoridades creen que el arte es un hobby, que los artistas siempre tienen su otro trabajo “de verdad” para poder comer y luego hacen arte. Siempre es más fácil que los estudiantes reciten todas las tonalidades del grafito, pero de allí a que disfruten de una pintura, escultura, etc. y analicen por qué les gustó o no, no cumple con la programación que hay que mandar al Ministerio).

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Los métodos que impone el gobierno son obsoletos. / Fotografía: Mauricio Paco.

A los chicos les di para que lean una novela fascinante, pero compleja, Amuleto de Roberto Bolaño. Al principio les cuesta entender de qué va todo, pese a que ya conocen a profundidad el contexto histórico. Poco a poco, comienzan a comprender lo amplio que es el concepto de memoria que se plantea en este libro. Paulatinamente, los chicos van descubriendo diferentes lecturas de esta novela, por ejemplo, que los recuerdos van y vienen, siempre en diferentes formas y colores; que, en general, los acontecimientos históricos se recuerdan de manera privada y colectiva, pero que deben generar memoria para poder conceptualizar mucho mejor la realidad que vivimos (en pasado y en presente). Varios empiezan a levantar sus manos, y poco a poco se empiezan a escuchar múltiples opiniones a la vez. El muchacho que a veces no logra completar un párrafo, el que se inventa palabras cuando no estudió muy bien, da un comentario breve pero muy acertado. Le digo que es una gran observación y él sonríe. Listo, se ganó su 51 y más, sin necesidad de amasar el sistema, sin tener que poner notas a ciegas para que no me llamen la atención.

Timbre, recreo, gritos, alguien se cae, pero no se hace daño. Yo voy volando a la sala de profesores a prepararme un café. Unos cuantos profesores están conversando sobre ciertos estudiantes que no entregan, que no hacen. Algunos de ellos mencionan diferentes tácticas para poder llegar a ellos. Sin embargo, es vox populi entre docentes de colegio que hay que dejarlos pasar nomás para evitarnos problemas (y esto en cualquier colegio, en los cuatro puntos cardinales de Bolivia). Me meto al chisme con mi mayor espíritu idealista (que claramente es risible en algunos casos) y digo que no, que hay que insistir en interesarlos en la materia, y que, bueno, a veces, el repetir una materia o un año puede llegar a ser beneficioso para un estudiante, solo hay que dejar de estigmatizarlo (se presiona el botón de “alerta, opinión poco popular”). Me miran sin decirme mucho, las cosas se pueden decir, pero muchas veces no se pueden hacer. Me miran con los ojos de “las amarras van más allá del poder de las altas posiciones de este establecimiento”.

Son las amarras de la burocracia y la administración educativa que manejan pocas personas en este país, y que no obstante tienen amordazados a todos y a todas. En Bolivia, lo importante es el documento con el sello verde, porque ese papelito certifica que aprobaste, pero eso es suficiente aquí, aprender es de tarados. El papelito es lo que nos dará platita en el escalafón, el papelito es la entrada a todo.

Suena el timbre de nuevo, tengo otro curso. Lo primero que hago es entregar los exámenes corregidos, uno por uno. Le devuelvo su examen al muchacho que tenía dos bimestres reprobados; hoy, por primera vez tuvo un 70. Por un momento dudé si ese 70 fue producto de las amarras de la burocracia y el miedo a las quejas; sin embargo, lo revisé varias veces: ese 70 es el más honesto, ya que el chico se había prometido a sí mismo no volver a reprobar. Y llevó lejos su promesa, después me enteré de que, pese a que él sabía que le iba a costar, se inscribió en el curso difícil de literatura y le fue muy bien.

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La digitalidad no ha hecho más que profundizar los problemas en la educación. / Fotografía: Mauricio Paco.

Ya son algunos años que no enseño en colegio. Dando clases en la universidad, ya no siento esa sombra de la burocracia educativa encima de mí, aunque también es porque aprendí –a la mala– a dominar esa bestia, pero, sobre todo, aprendí a ignorarla. Hoy, en Bolivia, el amor por el papelito de aprobado sigue vigente, todavía creemos que tenemos que obtener todo a gritos, quejas y menjunjes burocráticos. Y todavía Bolivia se sostiene en el sistema del berrinche y del poder del sellito. Mientras tanto, yo llegaré puntual a abrir las ventanas, mancharme de tiza y desafiar a los estudiantes. 

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