Página en blanco
Igor Quiroga llama por teléfono pasada la medianoche mientras manejo en medio de lluvia torrencial. En la radio, Manu Chao. Memorias que viajan como en bote, mecidas hasta el sueño, o movidas hasta el espasmo. Nunca tuve la maldición de la página en blanco. Que a veces he garabateado cuartillas enteras sin sentido ni belleza, es verdad, pero nunca aterrado por ese albor enfrente. He estado con bellísimas mujeres sin resultado. ¿No te gusto?, preguntaban. Cómo decirles que eran más bellas que todos los libros, ¿de qué serviría? Las acompañaba al taxi entre mi derrota y quién sabe qué. Después, desde Alemania, una me envió una postal con un famoso cuadro de Goethe, pero uno de los pies del poeta era esqueleto. ¿Metáfora? Tenía yo veinticuatro años y mucho vino. Una mujer no es una página e incluso cuando no se escribe sobre su cuerpo letras bailan en su temblor. No hay yermo, quiero decir, no es lo mismo.
Siempre que me he sentado al ordenador, la pantalla se ha llenado de caracteres a los que como en rompecabezas voy armándoles una narrativa. ¿Hacia dónde irá el derrotero? Hacia la luminosidad de Sisley o la bruma, iluminada también, de Turner. Cuestión de combinaciones. Pintor sin paleta ni pincel, lo que no impide a veces hacer dibujos aguados o alegorías al estilo chino. Cuando de la labor de creador se pasa a la de orfebre, hasta los diamantes en bruto suelen no ser atractivos.
Hablamos con Igor de los prolegómenos y el fin de lo bello en la escritura. De la hermosura incluso dentro de la tragedia, Celan recitado en francés… La tradición oral no escribía en texto sino en nubes, y así pasaron historia y literatura con aditamentos de cada actor. Implica que una página en blanco no existe para alguien que no sabe escribir. Ni maldición ni miedo. ¿Hablamos de veleidades o de que realmente el problema existe? No siempre se puede hacer literatura, como no siempre se puede bailar. Tantas veces escribo textos, algunos notables, en mente, y al transcribirlos jamás retoman el aroma original. El genio oculto en la lámpara de Aladino de cada cabeza pierde magia al parirse. Lo prosaico de la vida comparada con el silencio.
En cuanto al entorno para escribir depende de cada quién. Las mentadas flores amarillas del Gabo mientras su esposa trabajaba y tantos ejemplos otros para mí quedan en anécdota; dudo que tengan alguna influencia en lo que se va a plasmar en palabras, pero puedo bien equivocarme, porque a mí me gusta escribir con música. Cada quien reacciona a los efectos que rodean adrede o por accidente.
La dosis de inspiración debe ceder al trabajo. Está bien como chispa inicial pero, en particular para un prosista, la lírica debe ir podándose a manera de rosal. Sin esos cortes precisos, estudiados y necesarios, no se podrá obtener la flor. En mi caso, y refiriéndome al ambiente necesario que rodea al creador, digo que aparte de la música lo mío ha sido una carrera contra el tiempo, escribir antes y después de trabajar; escribir antes y después de proveer. Soy conservador en eso y me viene de tradición. Fuera de lo que la pareja haga, el hombre tiene la obligación de traer comida a la casa. No hay medias tintas. Y si por desgracia el estibador escribe, pues tiene que ponerse parches para el dolor y robar luz a los dioses para crear antes de que la vida lo fulmine. Que vivir, cuidar, educar, suele ser más complicado que escribir. Y más difícil arte, sin dudarlo. Con ocupación y cansancio no hay tiempo de creerse dioses. Se hace lo que se puede porque además escribir nada tiene que ver con correr hacia la fama o con posar para el porvenir.
Por eso a mis amigos albañiles jamás les dije que escribía. Quizá lo entenderían, pero, otra vez, en lo anecdótico, a pesar de que un artista tiene íntima relación con un trabajador. Para un mampostero o un ladrillero la vista de su obra terminada, la lógica y el talento empleados en su construcción si se quiere, comparten mucho con el poeta que escudriña la argamasa de sus versos.
Cuando Buenaventura Durruti hablaba de la creación por los obreros se refería a eso, que levantar ciudades, acueductos, hasta catedrales, es algo inherente a ellos, a la estrecha relación entre trabajo y creación o viceversa. Para quien sobrevive no hay páginas en blanco, no existe el lujo de quejarse de sequía si apenas hay agua, ni de sentarse a esperar el haz del Espíritu Santo. El látigo o el hambre le recordarán que tal situación está vetada.
No desmerezco otro tipo de creación, ni ningún entorno en especial, que todos son válidos, sino que asocio dos características de mi vida personal y las hago compatibles. Además de estar convencido, y me apoyo en la literatura norteamericana, de que la experiencia de vida sirve, ayuda, enriquece cualquier proceso creativo.
Siempre he creído en la intensa relación entre arte y trabajo. Vale recordar las barricadas del París de 1832, en los pequeños mercados que ya no existen, cuando el gran Víctor Hugo ponía de fraternos combatientes a poetas y proletarios. No en vano, cuando murió, una multitud de gente modesta, un millón o algo así, lo acompañaron por las calles.
Es más “fácil” para los músicos, cuyo arte está más cercano a lo popular que lo literario. En la escritura está la llaga de clase representada en el saber leer. Un esclavo puede hacer música pero no escribir libros. Puede ser Leadbelly pero no será Jorge Luis Borges.
La llamada termina con referencias al kadish y a tanto más. Igor Quiroga es un exquisito de la literatura. Ruth Brown canta So Long. Escribo apenas, casi amarrado a la silla, porque si bien mis manos rememoran letanías hebreas, mi espalda late como un monstruoso corazón que han aplastado las cajas.
24/07/2022