¿Quién dijo miedo?: leer Hellblazer hasta que el Diablo sepa que has muerto
Son las 10 de la mañana de un “lunes otra vez”. Los adinerados huéspedes de este hotel de lujo siguen desayunando, mientras mi camarógrafo y yo esperamos a la actriz de doblaje Patricia Azán para hacerle una entrevista que emitiremos por la tarde en nuestro programa cultural de un famoso canal televisivo boliviano.
Pese a que llevo 10 años entrevistando famosos para la radio y la televisión, me siento en la frontera entre los nervios y el pavor. El Diablo susurra en mi oído que crecí con la voz de esta mujer, pues Azán se hizo famosa por interpretar a Eric Cartman de la serie de ácida crítica social South Park. “Eres otro fanatiquillo más, muriendo de nervios por charlar con sus ídolos”, murmura el Diablo y yo finjo que no me sé de memoria las frases de Cartman en español latino (“Me rompes las bolas, Kyle”).
Decido distraerme leyendo mi copia digital de Hellblazer, legendario cómic de la editorial Vértigo. En él seguimos a John Constantine —una suerte de detective, experto en artes oscuras y ocultismo, cazador de demonios y otras criaturas, por no decir que es también un cretino astuto y sarcástico— cuando se involucra en historias escritas por algunos de los guionistas más importantes de ese medio. Desde que el Diablo me persigue, solo consigo relajarme con estas páginas donde lo raro y el horror se juntan en 300 números que, según el autor de turno, captan diferentes dimensiones del género del terror.
Es la segunda vez que abordo la historia completa de Constantine y revisitar el terror de Hellblazer me ayuda con todo lo que está sucediendo en el trabajo. No, no hay en el canal demonios que se comen yuppies o fantasmas hediondos que solo quieren un abrazo, como en las páginas del cómic, pero gran señal de que el Diablo anda vagando por ahí es que el lugar hiede a miedo.
La llegada de Azán devuelve mi mente al hotel lujoso. Nos movemos a un sillón bien iluminado y Patricia intercala sus dulces respuestas a mis preguntas con arranques de la voz de Cartman diciéndome que me joda. Se la nota un poco cansada por haber sido el alma de la fiesta durante su presentación en el festival Otaku Palooza, que la trajo a La Paz como invitada de honor, pero igual nos cuenta pacientemente la historia de los 23 años desde que decidió saltar del mundo del teatro al del doblaje de voz.
Más tarde, volviendo al canal como si me sujetaran mil fantasmas, trato de inspirarme con el valor de esta actriz cubana de doblaje para saltar sin garantías a una nueva carrera. No quiero volver al calvario de la oficina y en un par de horas debo salir en vivo. “Los van a matar, les van a quitar el programa”, me dice el Diablo, pues sabe que hace unos días nos quedamos sin nuestro productor (un peso pesado del ámbito comunicacional y cultural) y solo Eme, nuestro gerente de producción, confía en que tres “changos” lo lograremos a futuro.
Si yo fuera Constantine, ya estaría urdiendo un plan para callar al maldito Diablo. Así se lo pinta en Hellblazer, un astuto hijo de perra que tiene que enfrentarse a entes sobrenaturales y al horror del quiebre de la normalidad. Pero, además de ese Satán en mi oído, en el canal tenemos que callarnos y poner buena cara ante nuestros verdaderos enemigos: las jefaturas.
Sí, la gente con poder, la misma que se pregunta por qué hablas con Patricia Azán (sin tener peregrina idea de quién es ella) y no haces la enésima nota sobre los Kjarkas (que ni llorando no pueden terminar de irse); jefes que se molestan de que hayas hablado de la indumentaria de la chola paceña, solo porque lo hiciste junto a un diseñador que da un toque erótico a estas prendas; los mismos que hablan de despatriarcalización y de romper estereotipos machistas, pero invocan a Dios y la decencia cuando presentas un reportaje sobre una bailarina de twerk que propone conocer tu cuerpo a través del baile.
A eso se suma que estos jefes tienen claros intereses políticos, por lo que siempre hay alguien que viene a cuestionar los temas que eliges o a los invitados que traes. Entonces no puedes hablar de la Alcaldía, ni invitar a ciertas personas, porque se sospecha que apoyaron (de cerca, de lejos) el golpe de 2019. En pocas, no puedes dar plataforma a nada o nadie que diga algo que estos jefes creen que no complacerá al partido.
Y desde lo utilitario se entiende. “No muerdas la mano que te da de comer, más bien dale más poder al poder”, me explica el Diablo, cuyos susurros cosquillean las mentes de estos jefes para empujarlos al miedo.
Porque el Diablo lo sabe: si algo nos une como bolivianos en el ámbito laboral y político es el miedo. Los miedos, mejor dicho, esos que condicionan el día a día, comenzando por el más mundano de todos: el miedo a perder tu pega.
“Necesitas un margen de estabilidad para (sobre)vivir en el mundo de hoy”. Y como no somos John Constantine, entonces nos angustiamos, nos dejamos explotar, renunciamos a cuestionar a los jefes y sus órdenes porque de ellos depende que tengamos sueldo.
Sentado en mi oficina me vuelvo loco pensando en todo lo que le susurra el aludido a los jefes y a los trabajadores, como para lograr que las cosas no avancen o evolucionen en el canal, igualito que en el mundo político y de la administración pública. Le leo los labios: les dice que rehúyan a la discusión, a contrastar ideas, que se aferren a las asimetrías históricas del acceso al poder e invisibilicen al Otro. Al Otro que se opone, al que discute, al que dialoga, “bórralo porque te va a quitar ese espacio que te has ganado”, espacio que los legitima, visibiliza y acoge.
Falta media hora para salir en vivo. Vuelvo a distraer el miedo con Hellblazer. Parte del genio de esta historieta es que sus diferentes escritores entendieron que el terror no se trata de morbo sino de ilustrar la cruenta realidad y el horror de lo real. Entonces en sus páginas ves a un pueblo enloquecido, cuyos habitantes se canibalizan usando máscaras de prominentes figuras políticas como Margaret Thatcher; o ves a un policía antimotines, tenebroso con su casco, para que luego se lo quite y veas a un jovenzuelo asustado de su propio brazo opresor.
Entre las temáticas de adicción, amor, pérdida, supervivencia y familia, llegas a conocer la impotencia de un poderoso mago, un hombre que estafa a los mismísimos reyes del infierno, pues muchas veces no puede hacer nada más que mirar. Presenciar el horror y sobrevivir un día más. El hombre que se ríe del Diablo no puede hacer nada frente a un revólver. Tal como nosotros.
Porque los momentos más fuertes de las historias de Hellblazer vienen de las acciones humanas, de darse cuenta que los monstruos debajo de la cama no son nada frente a los horrores de la sociedad. Esos miedos cotidianos que invitan a continuar siendo el Otro invisibilizado, mientras el Diablo azuza a invisibilizar lo diferente.
Y cuando termino el en vivo, algunos se preguntan por qué hemos hablado de esa tal Azán y no de folklore, mientras el Diablo me sonríe desde gerencia.
Todavía no lo sé, pero en unas semanas más, en ese infierno al que ahora me acostumbro, el Diablo cambiará el panorama del canal al instaurar nuevas jefaturas que tratarán de imponer sus mecanismos de control, siempre pensando en cómo complacer al partido, nunca buscando hacer buena televisión, buen periodismo, o cuando menos interesante.
Durante esos días, los susurros del Diablo se transformarán en aullidos. Personas desaparecerán (despedidas para complacer favores políticos), computadoras proferirán baladros antes de explotar (sobreexigidas por jefaturas que confunden calidad con cantidad) y el Otro será cada vez más invisible, más muerto, hasta que algunos del partido puedan ver televisión sintiéndose en una burbuja donde todo está bien, donde nadie los cuestiona, donde la promesa es que el poder jamás de los jamases terminará.
Y yo no podré hacer nada más que imitar a Constantine: mirar, fumando un pucho, y darme el gusto de pelear contra esta historia de terror solo para morir en el intento, pues es eso o dejarse apagar por el miedo. Y será un sacrificio nada heroico e inútil, pero podré sonreír en el calvario y después tendré más tiempo para perderme en las páginas de Hellblazer. Al menos hasta que el Diablo sepa que he muerto.