Una vela, luz
Aroma a kiwi, aroma a pie de limón,
velas con aroma a cereal, a pastel;
mecha cumpleañera, fogón para ritual.
Velas para el romance y para corazones rotos.
Velas también, para cocinar, para leer, a veces, si se puede para escribir.
—Ojalá alguna, para jugar.

Conozco la sensualidad del aroma a vainilla desde la adolescencia. He seguido el ritmo de un bolero con sabor a bésame mucho, perdida en una flama bailando en una vela… en más de una ocasión.
No muy cerca de aquí, pero no dejando de ser parte, habrá una Sofía cuyo vínculo con la vela es más cercano, pero quizá, menos romántico que el mío. Más violento. Muy lejos de aquí, habrá un José y un Rolo que no pueden jugar en horas pasadas a las siete; están cansados y no ven por dónde.
—La vela se gasta. Apagar.
Luces, energía, trabajo. Lucha. Luces, energía, agua, bosques. Resistencia.
Para algunos: vida. Para otros: también. A veces un discurso es mortal en un momento de diálogo. Dialogar es escuchar, también, más importante quizá, saber cuándo es necesario solo escuchar. A veces solo esa es nuestra labor.
Creatividad, innovación. Esperanza, por favor.
Líderes resistiendo por sus tierras, jóvenes defendiendo sus aguas. Niños y niñas muriendo por esas aguas. Aguas metálicas, aguas con oro.
—Aguas que, quizá, tengan oro.
—Listo, explorar.
Listo, explotar.

Quinientos mil bolivianos son gastados en el país cada día para comprar velas y cumplir necesidades básicas, en un país como el nuestro, de un potencial corazón energético.
—Ilusos —se oye en el fondo.
Es mucha plata para gente tan pobre. Tanta pobreza energética en un potencial corazón energético.
—Ilusos —se vuelve a oír en el fondo.
“Si hay alguien que aquí se oponga que levante la voz”, al menos escuchar eso y poder decidir, poder oponerse. Pero de pronto ya los has visto entrar a tu chaco, a tu tierra, a tus pulmones. A nuestro respirar.
La agencia internacional de energías renovables dice que no tenemos tiempo, les creo. No hay tiempo para cambiar nuestras formas de consumo de energía. ¿Lo hay? ¿Tiempo? ¿Para ti, lo hay? Pienso en el 2040 cerca, el 2030 es mañana y seguimos teniendo el 27% de nuestra población sin luz eléctrica. Un par de miles de personas cerca de poder obtenerla y sin ostentarla. Sin saber que una lámpara está más cerca de lo que creen. Otros saben en realidad cuán lejos están de la misma lámpara. Una lámpara mínima, empieza a prenderse al menos; una lampara mínima, por favor, al menos. Luego dos y ojalá pronto tres. Ojalá pronto luz universal.
Me imagino una Miriam también, sonríe mientras decora un pastel que aprendió a preparar usando el sol. A un Esteban que empaqueta mermelada, sus hijos disfrutan el olor a manzana en la temporada de secado —las manzanas más feas son las más dulces—, tres meses de secado para el durazno, trabajazo. Don Víctor ha aprendido mucho de las semillas, de la retama, de las mallas de gallinero. Ha aprendido mucho del sol, del frío. De la inclemencia, de la resiliencia.
Aprendamos también, en años oscuros del sol, de las velas, de la luz.