De cómo conocí a Aladino

Los libros que descubrimos a lo largo de nuestras vidas pueden llegar a constituir elementos muy queridos para nosotros. Tanto por las historias que incluyen como por la manera en que acabaron en nuestras manos y la relación que construimos con ellos en tanto objetos físicos. En este texto, la autora lanza la hermosa crónica acerca de cómo tuvo un primer y maravilloso acercamiento a "Las mil y una noches".
Editado por : Lourdes Reynaga

Cuando era niña, las tardes en casa pasaban serenas. Los gigantes eucaliptos, abuelos de las montañas, soplaban sobre las viviendas de techos rojos su aliento a ungüento del alma. La abuela, Marujita, se sentaba de espaldas al sol en el patio, bajo el enorme pino abrazado de trepadoras rosadas. Cerca de ella, el pajarillo vestido de fuego vivo la mantenía entretenida buscando entre sus flores esas semillas como alcaparras que coleccionaba en unas latas de las que ya tenía llenas más de cuatro. Hallándose la abuela distraída en tan particular cosecha, era el momento preciso para meterme a hurtadillas en su habitación y hurguetear en su armario; pues entre el de mi madre y mi abuela, el de ella era mucho más interesante. Al abrir sus puertas, enseguida emanaba un sutil aroma a naftalina y chocolate que pronto cambiaba sus notas a una especie de esencia almizclada. Era Musk, su perfume, que me hacía imaginar que así olían aquellas exquisitas fragancias que en tiempos remotos solían transitar por el camino de la seda desde el Lejano Oriente.  

Internarse en aquel antiguo mueble de dos cuerpos y un espejo era siempre toda una aventura. La abuela tenía la costumbre de ocultar cuanta golosina encontrara a su paso. A veces mi madre le pedía repartir entre mis hermanos y yo algunos dulces a manera de “incentivo” para realizar los deberes escolares o portarnos bien, pero la Marujita rara vez cumplía. Ahora pienso que quizás era su forma de cuidar nuestros dientes o tal vez simplemente se le olvidaba. Sin embargo, al final siempre encontrábamos el botín y, con él, varios otros tesoros. Entre ellos, yo encontré este, el que sería mi primer libro.

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Ph. Emsquared en Pixabay.

do en un rincón del patio noche y día. 
El labrador no sabía qué partido tomar
y se sentó cabizbajo y pensativo delan-
te de la puerta de un corral en donde
estaba solazándose un gallo con sus
gallinas. El perro fiel que guardaba la
casa, al ver la algarabía del gallo:
–¡Cómo te atreves a recrearte así 
–le dijo– cuando nuestro amo se en-
cuentra tan afligido y sin saber qué
hacer para salir del apuro en el que se
encuentra? 
–¿Pues qué le ha sucedido? –le 
preguntó el gallo. 
–Que nuestra ama se ha encerrado
en un cuarto, está llorando y se empeña
en que su marido le descubra un secre-
to que no puede éste decirle sin perder
la vida (…) (Anónimo, 1945, p. 9)

Así, con un casi nulo contexto, estas pocas líneas sellaron mi alianza con la lectura por la eternidad apenas cumplidos mis siete años. Quería saber cuál era el secreto que el labrador le ocultaba a su mujer a cambio de no perder la vida. Además, ¿por qué un diálogo sobre un tema al parecer tan profundo era llevado a cabo entre un gallo y un perro? Sorprendente. Sin saber, me acababa de internar en un viaje sin retorno, uno de los más maravillosos de mi vida, hacia el mundo de Las mil y una noches y, con él, al de muchos otros mundos que fui descubriendo insaciablemente cuando descubrí la infinita capacidad de mi mente para imaginarlos todos y cada uno.     

Es de cultura (literaria) general saber que este famoso libro es en realidad un compilado de muchísimas historias orientales y no necesariamente mil, puesto que el título es más bien como una hipérbole de su contenido. La historia central de la cual se desprenden muchos otros relatos gira alrededor del gran sultán Chabriar y de su esposa, la sultana Gerenarda, nombres de mi edición frente a los conocidos Scheherezade y Schahriar de otras ediciones quizás más populares. 

La edición que poseo es una herencia de mis abuelitos maternos, Alberto y María. Este libro es el más viejo de mi pequeña biblioteca. Sus gruesas páginas sábana despiden un cálido aroma a madera. Empastado al estilo de la vieja escuela, encolado y cosido, está escrito a dos columnas en una especie de antiguo Times New Roman. Es de tapa dura. En la portada se dibuja una bella odalisca vestida en traslúcida seda blanca. Entre sus manos cuelgan joyas multicolores que un anciano postrado a su derecha le ofrece desde un cofre del cual escapan otras tantas coloridas alhajas. Mientras un eunuco africano a su izquierda toca una especie de arpa que da movimiento a la imagen, ella está danzando. Parecieran estar en el jardín de algún lujoso palacio árabe pues se divisa también una elegante cornisa atravesando un pedazo de cielo azul. Y allí, sobre tan bello cuadro, en anchas letras rojas, se halla inscrito el fabuloso título: “LAS MIL Y UNA NOCHES”. Este ejemplar es de una edición muy antigua que forma parte de la biblioteca “Las OBRAS FAMOSAS” de la desaparecida editorial argentina, TOR. Fundada en 1919 por el catalán Juan Carlos Torrendell, la editorial TOR habría sido una de las primeras editoriales conocidas como “piratas”, caracterizadas por la producción y distribución masiva de material literario universal a muy bajo costo. Ya sea por el material que utilizaban para las impresiones o ya por conseguir las traducciones gratuitas, sin pagar derechos de autor, editoriales como TOR aprovecharon el revuelo ocasionado por el mayor periodo bélico del siglo pasado. El cierre de muchas editoriales durante la Guerra Civil Española y la puesta en boga de esta especie de “plagio” que había surgido durante la Segunda Guerra Mundial, popularizaron la circulación de obras universales en su mayoría piratas. Mi libro “pirata” de la época comienza en la página 9, entremedio le faltan también algunas páginas, como las 223, 224, 225 y 226, en las que se narra la “Historia de las hermanas envidiosas, del pájaro que habla y del árbol que canta”, un cuento algo parecido al del bíblico Moisés quien, al igual que el protagonista de este relato, fue lanzado de bebé en un cestillo al río y sorteando la muerte fue recogido por la realeza para convertirse en príncipe. 

Mi libro favorito está ajado y deshojado, pegado el lomo con cinta de embalaje gris, es todo un veterano de guerra de la década de los cuarenta pues es posible que tenga más de ochenta años desde su impresión; y es realmente una lástima que no pueda precisar el año de esta edición ya que, como dije antes, comienza en la página nueve y termina en la 278 dejando inconclusa la última “Historia del Príncipe Acmed y el Hada Pari-Banu”. Por cuanto, le faltan otras importantes fojas, como las primeras, donde generalmente se inscriben los datos de publicación de la obra; y las últimas, donde suelen aparecer el índice y los anexos en estas ediciones. Según lo que logré averiguar sobre la Editorial TOR, a la que pertenece, posiblemente la data de este sea de fines de la Segunda Guerra Mundial, edición 1945. Me gusta creerlo así, anunciando el fin de un periodo absurdo y violento. Sin embargo, así como es y está, lo más importante que de mi libro puedo decir es que hasta hoy me ha regalado las mejores noches de mi vida. Gran puerta de escape a un universo maravilloso durante las tediosas mañanas de colegio y amigo fiel en las lluviosas tardes solitarias de otoño. 

Como quizás muchos sabrán, la trama central de este libro gira en torno a la infidelidad que sufrió el sultán Chabriar por parte de su esposa. A consecuencia de tal agravio, el sultán se propone desposar a una mujer diferente cada noche para asesinarla al día siguiente. Tal venganza llega a su fin cuando Gerenarda, la hija del gran visir, aún en contra de la voluntad de su padre, decide casarse con Chabriar para frenar la misógina matanza. Entonces, la noche de bodas, a petición de su hermana Diznarda, con quien había pactado previamente, Gerenarda comienza la narración de este entramado de innumerables relatos, una gran parte de ellos originados en el auge del imperio sasánida. Finalmente, el sultán queda rápidamente enlazado a un hilo interminable de mitos y leyendas, cuya narración es suspendida al alba para generarle expectación y así conseguir que olvide la venganza, al menos por otro día. Los cuentos que Gerenarda relata al sultán Chabriar (personajes de ficción), giran en gran parte alrededor de los famosos “Anales de la historia” del reinado, vida y aventuras del gran Harun Al Raschid, Comendador de los creyentes y Califa de la gloriosa dinastía de los abásidas entre el 786 y 809 de nuestra era. 

Aladino

Antes de nada, creo prudente aclarar que tanto Aladino, así como Los Viajes de Simbad el marino y Alí Baba y los cuarenta ladrones, entre otros conocidos cuentos de Las mil y una noches, fueron añadidos posteriormente por el arqueólogo y orientalista francés, Antoine Galland, el primer traductor europeo de esta obra. En consecuencia, son historias tal vez más jóvenes y por ello recargadas de una basta ficcionalidad fantástica. 

Hasta el día en que descubrí a Aladino, personaje icónico de las Las mil y una noches, a través de mi libro, apenas sabía de él por algún texto escolar o revista. Las revistas eran aún muy populares en los ochentas. Creo haber leído una escueta versión dibujada en la antigua Goyi, una sección infantil del desaparecido periódico “HOY”. Entonces, creía que este y otros relatos eran meramente cuentos infantiles; sabía algo de Alí y Simbad también, pero siempre los había leído en formato de cuentos para niños. En la versión que tengo esta historia comienza en la pagina 173. Para ese momento de la trama central, el sultán Chabriar ya había sido totalmente conquistado por la ingeniosa oratoria de su esposa, Gerenarda, quien, con una habilidad incomparable, hilaba tan colosal narrativa; por cuanto todas las demás interpretaciones del cuento y su personaje me parecían diminutas. La manera tan ilustrada de describir lugares y personajes, sumada a la experta utilización de figuras retóricas, sintaxis y puntuación de nuestro lenguaje, que permite lograr párrafos de hasta cincuenta líneas, separadas solo por el punto seguido, es compleja, pero a la vez, y paradójicamente, comprensible. Incluso para mí, que empecé a leer el libro apenas cumplidos los siete. Luego me enteré por la Marujita que este libro fue material de lectura del abuelo en la secundaria. 

En él, Aladino no es persa ni árabe, aunque quizás se asocia su origen a estos pueblos por haber inspirado Prince of Persia, una franquicia de videojuegos creada por el neoyorquino Jordan Mechner, que habría revolucionado el mundo de los juegos de computadora gracias a la fluidez con que el programa te permitía controlar los movimientos del protagonista en su recorrido de aventura en avance. Y, pues, árabe tampoco, pese a las marcadas referencias que se hace sobre su origen en Aladdin, una de las películas animadas más taquilleras de Disney lanzada en 1992, con un reciente re-make en real action en 2019.

Aladino, en mi libro, es de la región “del Celeste Imperio”, como se le llamaba a la antigua China, tal cual reza el párrafo de introducción de esta historia:

En efecto, a la hora acostumbrada,
empezó diciendo: En la capital de un
reino tributario del Celeste Imperio, se
hallaban un día, jugando unos jovenzue-
los en una de sus plazuelas, en ocasión
que pasó por allí un mago consumado
que acababa de llegar de lejanas tie-
rras. Se paró a observar a los chicue-
los, y fijó su atención particularmente
sobre uno de ellos: por los informes
que tomó, supo que era huérfano de
padre y que se llamaba Aladino. 
(A. 1945, p. 173)

Otra curiosidad que comúnmente se omite en otras versiones de Aladino, es que él poseía dos genios y no solo al de la lámpara. Quien en realidad lo salvó de morir sepultado vivo, luego de tres días sin probar agua ni bocado, fue el genio del anillo que el mago africano le había obsequiado como talismán para que accediera a entrar en la cueva de las maravillas y hacerse con la codiciada lámpara. Otra parte que no se conoce mucho de la historia, es la travesía de Aladino por tres estancias con exuberantes jardines, en la cual se describe con detalle los increíbles tesoros que allí se esconden antes de llegar al objetivo. De hecho, toda la suntuosidad con la que Aladino conquista a la princesa Baldramina, de la cual se enamora perdidamente siendo aún un ladrón, proviene no solo de la magia del genio de la lámpara sino de sus repetidas visitas al jardín de las maravillas de donde extrae joyas invaluables y piedras preciosas de enorme tamaño con las que se gana la voluntad de la princesa y más aun  la de su padre, el sultán. Una de mis partes favoritas del cuento:

Vas a ver cosas maravillosas que nin-
gún mortal ha visto, le dijo el mago al 
llegar a aquel paraje. 
(…) baja por esa escalera, y al
fin de ella, después de pasar por una 
puerta abierta, te hallarás en un subte-
rráneo embovedado, dividido en tres es-
tancias diferentes. 
(…) Aladino que era intrépido, se lanzó
por la escalera, y encontró todo según
se lo había explicado su tío. Al volver
a pasar por el jardín, después de haber
metido la lámpara en el seno, se paró 
a mirar las frutas que ostentaban los 
árboles, cuyas extraordinarias formas y 
colores nunca había visto: las había 
blancas, lisas y transparentes, encarna-
das de diferentes matices, verdes, azu-
les, amarillas y de otra multitud de 
colores más o menos subidos; pero es el 
caso que las frutas blancas eran per-
las; las transparentes, diamantes; rubíes 
las encarnadas de color subido; zafiros 
las amarillas; las verdes, esmeraldas; 
las moradas, amatistas; y las de otros
tantos colores eran piedras preciosas 
de diferentes especies. Aladino, que no
conocía el mérito ni el valor de estas
piedras – frutas, habría preferido que
fuesen melocotones, breves o camuesas;
pero como relumbraban tanto, y hacían 
unos visos tan bonitos, siquiera para 
jugar con ellas con los otros mucha-
chos de su edad, fue cogiendo algunas 
de cada árbol y llenándose los bolsillos 
con cuantas cupieron en ellos; de modo 
que llegó a la entrada del subterráneo 
repleto como una colmena, e ignorante
de la gran riqueza que llevaba encima.
(A. 1945, pp. 174-175)

¿Un dato más entre muchos otros interesantes? En la historia original, digamos la de esta edición, jamás existió la famosa alfombra voladora. Dicho prodigio, aparece en el último cuento del libro ya mencionado anteriormente: “Historia del príncipe Acmed y del hada Pari-Banu”, en la que tres príncipes hermanos compiten por la mano de una prima huérfana de sin par hermosura, la princesa Nurinarda, a quien deben llevar el objeto más inaudito jamás visto a más de maravilloso para poder casarse con ella, como lo habría dispuesto su padre, monarca de Las indias, uno de los tantos reinos de Lejano Oriente. 

Las mil y una noches es un libro viejo y marrón con olor a la abuela que hasta hoy abrazo con gran cariño y añoranza de una infancia feliz. Sus interesantes historias hicieron despegar mi imaginación sin límite alguno para poder volar más allá del tiempo, del espacio y del infinito sideral. Un viaje a través de palabras y expresiones nuevas y preciosas que quedaron grabadas a fuego en mi memoria, incluida la desinencia verbal presente en casi toda su escritura: “llevaís”, “hagaís”, “concedeís”, y el recurrente adjetivo reverencial “Vuestra Majestad” o “Comendador de los Creyentes”. Junto a otras palabras como: “genio”, “esmeralda”, “hechicero”, “abluciones”, “aposentos”, “dátiles”, “rupias”, “Khan”, “ébano”, “Bagdad”, “alhajas”, “emir”, “visir”, “kalifato”, “Alá”, “Alí” y Zulema (raíz de Zulma, mi nombre), etcétera, forman parte no solo de mi vocabulario, sino de un imaginario maravilloso que aún alimenta la hoguera que llevaré por siempre encendida en mi alma y mente gracias a la lectura de libros como el primero de mi vida: Las Mil y una noches.

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