Diario de sueños: un momento pequeño y muy especial
Estaba en ese momento del día donde ya no está atardeciendo, pero tampoco es de noche, un momento pequeño, que existía entre dos momentos enormes. Prendí la lamparita de mi mesa de noche y abrí el libro de Emilio Martínez. Cuando veo el primer cuento y me doy cuenta que eran solamente algunas líneas, pienso: “Seguro este libro es igual a este momento, pequeño y, de alguna manera, especial”
Y tenía razón.

Con el libro Diario de sueños de Emilio Martínez, uno entra ya con una idea fija: los sueños.
Hay una frase que dice: “de un sueño se puede decir cualquier cosa, menos que sea una mentira”, y no podía dejar de pensar en esa frase mientras leía este libro, porque sentía que con cada microrrelato la frase se hacía realidad; dentro de su demencia, cada relato tenía sentido. Sentía que me estaba llevando por un lugar desconocido, un espacio de la realidad abstracta que tiene sentido solamente en ese momento. Leía y releía los relatos a la luz de la lamparita, pensando en lo acostumbrados que estamos a usar mucho para decir poco, cuando se puede usar poco para decir mucho.
La meticulosidad del uso de las palabras es algo que siempre me ha fascinado, creo que por eso viro más por el relato corto, porque mientras más corto el relato, hay menos margen de error, no hay lugar para que falte o sobre ni una sola coma, porque puede que solo haya una:
“Poco después de probar las pecaminosas mieles de la carne, el joven teólogo eligió las ideas de lo Absoluto como un océano más sencillo donde ahogarse”
Una sola coma, 26 palabras.
El uso de la palabra “mieles” que engloba no solo lo dulce del erotismo, sino lo pegajoso, lo que se te queda, y no se sale si no es con agua, y no solo no se sale, sino que se le pegan otras cosas y se acumulan y se enmugrese más, y ese dulzor ya se convierte en otra cosa, en una cosa sucia. En una sola palabra yace la complejidad del microrrelato.
“Con aquel chispazo entre los índices que iluminó la galaxia, Dios y el hombre se crearon mutuamente”

Cada microrrelato te obliga a quedarte un rato contemplando cada palabra, no solamente para poder comprender lo que se dice, sino también para poder comprender lo que no se dice; y esa, pienso yo, es la mejor parte del relato corto. Para el lector, poder tener ese momento de contemplación donde se va formando un imaginario que parece ser infinito en su brevedad. Y es interesante también como escritor poder explorar a través de lo que se dice, lo que nosotros tenemos que tener claro para que lo que vamos a decir tenga sentido, esa sombra que está justo detrás del texto, existe pero no se puede ver.
Igual, con este libro también podemos deleitar un par de cuentitos que son más extensos. “Lilith” y “La extraña visita del señor Mendizábal” siendo los más largos. Y ambos compartiendo giros que son bien clásicos y, por eso, increíblemente satisfactorios.
Mientras pensaba en lo que me gustaría ir desglosando en esta pequeña reseña, pensaba en Lilith como dos relatos diferentes, un poco como la película donde Leo Di Caprio tiene sueños dentro de sueños que no me acuerdo el nombre. Es un relato dentro de un relato y en mi cabeza vivían como dos relatos completamente separados, ambas historias me llevaron a lugares bien específicos. Formada en cine, casi todo lo que leo se convierte en una película clarísima en mi mente (aunque a veces no me acuerde los nombres de las películas, disculpen) , y con ese cuento fue como si me hubieran puesto lentes de realidad virtual y estuviera viendo clarísimo todo lo que transcurría. Este cuento es un ejemplo perfecto de cómo los estereotipos nos pueden ayudar con lo particular, los personajes necesitaban imaginarse de una manera muy específica para que el giro del final pueda funcionar como funciona. El ritmo del relato es excelente, te lleva de la mano, sin prisa pero sin pausa. La incredulidad del personaje principal no está ahí solo en función del personaje, sino que también para que uno mismo esté con la guardia baja para que el final sea lo que es: un “a la puta” bien rico.
“La extraña visita del señor Mendizábal” también sigue la misma estructura, son dos personajes que interactúan y parece que estamos más pegados al más coherente, porque el señor Mendizábal es, de nuevo, un personaje bastante estereotípico de un señor mayor desequilibrado y obsesivo, es el que sostiene la mayor parte de los diálogos con datos específicos acerca de libros prohibidos y sus paraderos. No parece representar ninguna amenaza, sin embargo, no es hasta el final bien final que nos damos cuenta de que capaz el señor Mendizábal no estaba tan loco. El “a la puta” en este cuento, es también, bien rico.
En términos generales, se podría decir que los relatos y microrrelatos que uno encuentra en esta obra, son definitivamente atrapantes, nos obliga como lectores a comprometernos, a dar de nuestra parte para que puedan ser completados.
Otro atributo que debo destacar, es el de la lengua que utiliza. En mi formación y trayectoria como escritora, hay algo que no puedo perdonar y es que la voz del personaje no sea verosímil con su contexto. No puedo, NO PUEDO, leer a un personaje paceño que hable como película doblada de los ochenta. No puedo. Si bien en este libro no destaca por la especificidad de su lenguaje, definitivamente logra un balance interesante entre no ser neutro y no ser muy regional y me parece que eso tiene que ver con que el autor escribe relatos cortos. Como habíamos mencionado antes, con el relato corto no se puede descuidar ni una sola palabra, eso no es para decir que no hay novelistas que sean igual de cuidadosos, pero las voces que se presentan en Diario de Sueños, si se sienten reales, con forma y color.
Algo que debo destacar, que me sorprendió teniendo en cuenta lo ingenioso que fue el uso de la palabra “mieles” en el microrrelato anteriormente mencionado, fue la falta de erotismo en el cuento Lilith. Cabe destacar que EL cuento (y mi favorito) en este libro es “Lilith”. Es de esos relatos que se te queda, realmente se te quedan, con la historia, los personajes, los lugares y el sentimiento, se te quedan y es como si tú también hubieras estado ahí y de la nada tuvieras recuerdos como un flash de luz, breve pero que se te quedan un rato en la retina, inclusive con los ojos cerrados. Y es con ese afán de fan (mira, no me sabía poeta yo), que no estoy segura si el relato debería corregirse, o más bien que YO debería corregirlo, pero sí dentro de la capacidad del autor, siento que se podría trabajar el erotismo, sobre todo para que la inquietud de la personaje principal tenga sentido. De nuevo, no es por quedar bien, el relato funciona, pero sí me parece que la inquietud de la mujer puede estar ligada a ambas: el poder sobrenatural del que le está contando la historia, y la historia en sí. Y esa historia en sí, en cuanto a lo erótico, a mi me queda un poco corta.

Siento que es un poco de psicópata que la única crítica “negativa” que tengo es justamente con el que juro es mi cuento favorito de toda la obra, pero esa es la verdad. Siento igual que ahí hay un sesgo mío, porque las cochinadas que he escrito y leído no son para los ojos de cualquiera. De todas maneras, creo que sí es importante resaltar esa experiencia, que quiero creer que más como crítica, que como lectora, es bastante acertada.
Para ir cerrando un poco esta experiencia con Diario de Sueños, siento que es una lectura que uno tiene que hacer con calma. Como cuando uno tiene el plato de papitas en frente y te da el impulso de ME COMO TODO NO ME IMPORTA NADA, pero después te da un dolor de panza que ni te cuento, es mejor tomarse el tiempo que toma masticar cada microrrelato, quedarse un rato, saborearlo y recién tragar. Esperar un ratito más para agarrar el siguiente y metérselo a los ojos para poder de nuevo masticar y saborear.
Es maravilloso lo que logró Emilio Martínez en cuanto al ambiente en su libro Diario de Sueños. Siento que inclusive sin la luz de la mesita de noche y ese momento pequeño entre dos momentos grandes, hubiera sido una lectura muy, muy especial.