En primera persona: Julián acerca de Julián

Continúa la programación 2025 de la Escuela de Espectadores de La Paz, una iniciativa en la que se ponen en escena grandes obras del teatro boliviano junto a un conversatorio para acercar al público con los elencos y personal técnico de la obra. Camilo Gil nos trae esta reseña de “Julián acerca de Julián”, segunda obra que presentó la Escuela de Espectadores, escrita y dirigida por Jorge Barrón, con codirección de Kike Gorena.
Editado por : Adrián Nieve

La obra

Acercarse al gran héroe (o al gran bárbaro) del cerco de La Paz es un reto dramatúrgico: ¿cómo dejar de repetir la historia ya mil veces contada?, ¿cómo evitar el estereotipo y darle actualidad al personaje?, ¿cómo ofrecerle al público otra cosa

Escapando un poco de la historia y uniendo dos imágenes de tiempos diferentes, la obra Julián acerca de Julián, escrita por Jorge Barrón y codirigida con Kike Gorena, nos muestra un Julián Apaza/Tupac Katari nunca antes visto. Entra a la escena rapeando y pidiendo aplausos. Estos en la primera función son efusivos y en la segunda más tímidos, pero en ambos casos brindan soplo vital al personaje a dar su charla: el formato es el de un TedTalk, las letras rojas, atrás dice “Tupac”, la proyección de un típico PowerPoint ya está ahí, a lo largo de la obra lo grabará o también mostrará pinturas de época u otros materiales gráficos que nutrirán esta experiencia. 

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Fotografía: Diana Uría

El héroe, de jeans, camisa negra y saco largo de cuero (pero también abarcas), antes de empezar, nos cuenta: “uno, dos, ocho, veinte, cien, doscientos… cuarenta mil, estamos…”. La Escuela de Espectadores deviene en la masa indígena, nosotros somos el cerco, pero, al mismo tiempo, somos los interpelados por el personaje: lo estamos cercando a él y él a nosotros, entre chiste y chiste, es una noche de, con cierta violencia (“desvirtuadora”, diría un espectador en el conversatorio), conocernos, pensarnos. Y es que lo primero que hará será interpelar a nuestras expectativas: como cuando uno va a ver el Hamlet de Shakespeare, uno espera que el personaje diga cierta frase (“To be or not to be”) y solo entonces puede decir que ha visto a Hamlet. Lo mismo, Tupac tendría su frase: “Naya saparukiw jiwyapxitaxa nayxarusti, waranqa, waranqanakaw tukutaw kut’anipxani…”. Lo dice y todos aplaudimos.

“¿Por qué aplauden?”, nos incrimina, si seguro nadie en el público entendió nada, pide que levanten la mano cuántos aymaraparlantes haya en la sala. 

Cri, cri… 

El primer día uno, el segundo nadie…  Pero cuándo nos pide que levantemos la mano los que tenemos el certificado de aymara de la EGPP que nos habilita para ser funcionarios públicos…: yo y un par más. Mejor no hablemos de eso, “haría falta otra obra”. La hipocresía de nuestro sistema (estatal y social) ha sido develada, la crítica hecha, pero los espectadores solo se ríen.

Y es que ese es el encanto de la actuación de Daniel, quien maneja su cuerpo y sus emociones con fluidez. Hace reír con sus expresiones faciales, con sus bailes, con su cabello (largo, negro y hermoso), con sus poses… Nos enseña a cocinar el verdadero plato paceño (que, obvio, no lleva carne). Nos presume (o se averguenza) de sus retratos de época, como si fueran selfies y nosotros sus amigos. Escuchamos las descripciones que lo catalogan de ordinario, de cruel, de sanguinario. Se pone a tomar alcohol “Lacoste”, digo “Caimán”. Y, de pronto, se pone serio: “¡Me niego a ir a trabajar a la mina! ¡Me niego a ir a morir a la mina”, nos mira fijamente, y su potencia es transformadora, todo el aire se ha enrarecido. “¿Quieren comer?”, pregunta a los cercados, “coman sus cueros secos. ¡Coman sus mulas! ¡Cómanse a sus perros! ¡A sus gatos! ¡A las ratas! ¡Es lo que hay, carajo! ¡Cómanse entre ustedes! ¡Coman a sus hijos muertos!”.

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Fotografía: Diana Uría

La escena es impactante, el espectador quisiera que hayan más textos así no solo en esta obra que bien se nutriría de más variedad de tonos (el humor domina), sino en general en el teatro boliviano, donde la intensidad es pocas veces lograda. El espectador tiembla y todo le hace sentido. De pronto, interrumpen esa potencia, noticias dichas como serían dichas en un noticiero real hoy: al principio creí que eran noticias actuales (sobre el 2019, por ejemplo, o sobre el 2003). Pero no, eran noticias falsas que anunciaban el final del cerco y la captura y ejecución de Bartolina Sisa y Tupac Katari. Pero la obra no acaba ahí, Julian Apaza/Tupac Katari sigue hoy entre nosotros, solo hace falta mirar al cielo y ahí, pesando 5100 kg nos mira y Dios sabe en qué nos ayuda…

El conversatorio

Ambas noches dos espectadores salen del público y responde preguntas, todavía en un juego teatral, como si fueran los directores de la obra. Algunos temas se repiten: “hay muchas coincidencias entre la obra y sucesos actuales, y no hablo solamente de Bolivia”, comenta una mujer el primer día, “la colonia, el racismo, la violencia como vía de resistencia”. Porque Tupac Katari tampoco era “un santo”. Es decir, que parece ser una obra que plantea una cierta dinámica, entre amos y esclavos, binaria y violenta.

Pero si bien hay eso, creo que hay un goce, un juego danzante y gozoso que excede esta lectura. Cuando un hombre pregunta sobre por qué Bartolina Sisa no ha aparecido más, una de las “directoras” invitadas responde, casi enojada, que hay que volver al título de la obra Julián acerca de Julián, “es una mirada personal de los hechos, está hablando en primera persona, es su versión de la historia, no hace falta Bartolina porque es él quien nos habla desde su mirada”. La potencia de lo individual, no solo planteada en el título o en el formato de la obra, nos devuelve a un personaje humano, a un personaje que no quiere saberlo y decirlo todo, que se olvida nombres y fechas, pero que transmite fuego deseante. Mucho quieren leer en él la masa, esa que cerca la ciudad, pero él se niega.

Desde esa visión se problematizan otras preguntas que hacen los espectadores (todavía): sobre por qué la obra incluye música en inglés (y no en aymara), sobre por qué no se incluyeron más datos históricos, sobre todo eso que a veces irreflexivamente proyectamos sobre el otro. Sobre esas expectativas, justamente, de las cuales la obra se burla sistemáticamente. Así, la segunda obra de la programación de la Escuela de Espectadores nos invita nos solo a pensarla a ella, sino a mirar hacia adentro con el mismo ojo crítico: dice el dramaturgo “cuando hago que el personaje pregunte al público cuántos hablan aymara, yo tampoco puedo levantar la mano, es una punzada contra mí mismo; siempre viví en La Paz, no sé cómo es vivir en área rural, la obra es una crítica también a mí”.

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Fotografía: Diana Uría

Ficha técnica.
Dramaturgia: Jorge Barrón.
Codirección: Jorge Barrón y Kike Gorena.
Actuación: Daniel Mauricio.
Fecha y lugar de presentación: 10 y 11 de abril en Casa Grito.

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