The Tree of Life: religión y Dios en el cine
Cuando un silencio aprisiona el ambiente, es muy posible que la locura de las voces que hacen bulla en tu mente te consuma. Es por esto que siento que los silencios son muy importantes en el cine y que tienen los mismos efectos que un estado silente en la realidad. Te presionan y acorralan en una inmersión con la imagen. Por ejemplo, en una cinta bélica, donde se supone que el ruido, los gritos, son los caracteres principales de la película, los segundos dedicados al silencio son los más importantes: te dan la oportunidad de entrar en el miedo y la incertidumbre de los soldados en batalla.
El silencio dice bastante. Sobre todo, genera bastante. Así es en el silencio de The Tree of Life, la cinta de Terrence Mallik, cuyo argumento no esconde su fuerza religiosa, sino que entabla un diálogo entre una deidad, mayormente cristiana, y el narrador. Pero gozan de un esteticismo abrigador que se comparte con la belleza de los planos, el arte, la luz y la palabra; todo esto permite hacer partícipe al espectador.

Comencemos, entonces, estos apuntes dedicados al trabajo de lenguaje cinematográfico y sobre la subjetividad y sentido del espectador con Terrence Mallik. El cineasta estadounidense marca un tono y ritmo particular en su obra, lo que le concede una firma inconfundible a su dirección. En cintas como Days of Heaven (1978), The Thin Red Line (1998) o Song to Song (2017) el diálogo del sujeto con el entorno es constante y se forja como uno solo. La perspectiva y la filosofía del observador caracterizan a un narrador que va aprendiendo de la mano con el espectador; es parte esencial de este cine. Esto se asemeja bastante a la actividad de religiosidad y creencia que es el diálogo íntimo: hablar con Dios. Los católicos tienden a hacerlo en silencio, pero las voces suenan todo el tiempo en la mente del creyente.
Sin embargo, es en The Tree of Life (2011) donde se particulariza el discurso religioso por medio de la tragedia familiar y el cuestionamiento de una madre, a partir de su sufrimiento, con la deidad suprema.
“¿Dios, por qué?”, cuestiona la madre a su Dios. Y la nada empieza a ser algo. Pasamos de una imagen oscura, a un cosmos galáctico y el espectador, de pronto, está inmiscuido en la misma creación de la tierra. Es una participación que se centra en la belleza. Desde el impacto, la impotente nada, hasta la pasividad de la vida floreciendo.
“¿Dónde estabas?” Y la imagen se hace respuesta. No es en vano que después de esta pregunta empieza la formación misma de la galaxia. “Respóndeme”, dice la madre que sufre. La galaxia se hace impactante por su calidad visual. Los fenómenos estelares, los colores del Ojo de Orión, su movimiento casi imperceptible. Mallik hace que el infinito se convierta en nostalgia. La madre continúa su lamento, reclama por el último suspiro de su hijo; hace que el sufrimiento se haga duda y denuncia la presencia de Dios.
¿Cómo es él, el Creador? ¿Cómo hacer que un dios aparezca en el cine, un arte que depende de imágenes y sonidos?
La decisión de Mallik es correcta. Él se dedica a hacer cine y en el cine, los engranajes que van desde el guión pasando por el sonido y los colores, deben forjarse en la imagen. Y el Dios que presenta Mallik es uno omnipresente, uni-multiforme; no es un él sino es un todo. Te presenta el surgimiento de la vida misma, el ardor de los volcanes, la vegetación ruidosa, justo después de la pregunta de la madre. En medio de sus reclamos, débiles ante la pena, se ve la evolución de la vida en la Tierra y es impresionante por la calidad visual. Y la madre dice “Amor de mi vida, yo te busqué. Mi esperanza. Mi hijo”. El silencio es determinante, y aun así suena la naturaleza, el aire, los grillos, el agua. Y, una vez más, la imagen de la galaxia.
La idea de la muerte, en esta parte se centra a la misma existencia de Dios. La voz de la madre declara perdida su esperanza, pues su hijo está muerto y su hijo era la esperanza que tanto buscaba. Pero se justifica y no desprende ni solo minuto las cuestiones de la madre con las imágenes, que parecieran azarosas, pero tiene un significado y un fin de respuesta constante. La pérdida de la esperanza, porque está muerta, es la dirección de la voz en off. A esto, le acompaña la imagen de una galaxia impresionante en donde aparece un asteroide que va en dirección torpe a la tierra y la impacta, asesinando toda la vida de los dinosaurios. Una vez más la muerte y la nada. Un caos que no será eterno porque en un plano detalle Mallik muestra en su película como una rosa florece y se abre colorida.
La muerte existe, pero todo arrebato es solo el principio de una nueva esperanza. Ese es el mensaje de las escenas y la dialéctica de la madre cuestionando a su dios que trabaja Mallik en The Tree of Life.
Estos apuntes no marcan una síntesis clerical ni religiosa. Sino que exponen esos trabajos del lenguaje visual y las posibilidades que genera con una finalidad, en este caso la religión y la creencia, con trabajo en arte visual y las intenciones que nunca pueden no depender del guión. Scorsese lo trabaja de la misma manera en Silencio (2016), en donde Dios igual aparece, pero lo hace a partir de lo que no se muestra, de la negación de los símbolos que no son nada. El fondo del iceberg de las creencias y la existencia de la deidad cristiana está en lo que el protagonista calla: en su silencio.
El trabajo en The Tree of Life es casi perfecto pues todo responde a todo. Los engranajes trabajan sobre el espectador y no se distorsionan porque la estructura en la cinta de Terrence Mallik tiene un desarrollo destinado a la estética: expresar e interpretar.