La fuga del paralítico loco
Cuando la pantalla mostró la escena final del filme La fuga del paralítico loco, de la guatemalteca Cecilia Urquiza, comenzó la más grande sinfonía de aplausos que el Festival de Cannes ha tenido en su historia. Fueron veintiocho minutos seguidos de manos aplaudiendo; muchos de los espectadores terminaron con las manos rojas, tirando a moradas con algunos matices violetas. Una señora que estaba en la tercera fila dijo en un rústico alemán: “Wir sehen aus wie betrunkene Robben, aber dieser Film hat es verdient” (Parecemos focas ebrias, pero esta película lo merece).
Fue extraño que la gente no se aburriera de tanto aplaudir. Cuando la intensidad de los aplausos comenzaba a descender, alguno gritaba emocionado: “¡Bravo!” o “¡Fantastique!” y otra vez subía el tono. A veces, todos aplaudían al unísono, a veces parecía que hacían batallas para ver cuál sector del teatro ovacionaba con más ímpetu. Los aplausos eran tan fuertes que muchos reporteros, que se encontraban en las afueras del teatro, se sintieron incómodos porque el sonido ambiente de sus entrevistas estaba contaminado con aquella demostración de aprobación hacia la película.

En todo caso, el dolor y la fatiga que las personas sentían en las palmas no se podían comparar con la sonrisa y las lágrimas de Cecilia, quien parecía deshidratada de tanto llorar. El director del Festival de Cannes, Thierry Delacroix, aunque maravillado por lo que acontecía, se sentía un poco avergonzado porque los aplausos iban a retrasar el resto de las presentaciones, y a él le encantaba la puntualidad. Se le ocurrió que la única forma de detener las palmadas era dándole un micrófono a la directora para que responda a todo ese agradecimiento. Cecilia, que apenas podía componerse, miraba al vacío repitiendo tímidamente: “Gracias, merci, gracias”.
Del otro lado del planeta, en su natal Amatitlán, los festejos eran igual de emocionantes. La alcaldía había montado una tarima en la que estaban todas las autoridades, varios de los actores que no pudieron viajar a Francia y la familia de Cecilia. Hicieron una proyección de la película en simultáneo, algo que estaba completamente prohibido por las reglas del Festival y que podía poner en serios problemas a la producción del film. Pero las reglas de Cannes no se aplican en Amatitlán y la proyección sucedió de todas formas. “No creo que esto vaya a suceder dos veces, así que mejor celebrar a lo grande mientras se pueda”, dijo el alcalde antes de inaugurar el ilegal evento.
La película tenía la particularidad de que todas las actrices y actores eran vecinos que jamás pisaron siquiera una escuela de actuación. Incluso los técnicos eran gente del lugar que tenía tiempo libre para ayudar a Cecilia en su proyecto. En el acto, muchos contaban, entre lágrimas, lo hermoso que fue ser parte del elenco y mencionaban la importancia de que el mundo se entere de la historia de la fuga del paralítico loco. La madre de la cineasta rememoraba que hacer esa película era el sueño de su hija desde que tenía veinte años de edad. Recordaba cómo su retoña pasaba sus tardes vendiendo elotes asados cerca de la plaza principal para financiar esa película que ahora la colocaba en la palestra internacional.
La trama cuenta la historia de Ricardo, el hermano menor de la cineasta, un joven que no podía mover bien la pierna derecha y que tenía severos problemas al hablar. Parece que la partera hizo un mal movimiento cuando estaba naciendo y le dejó algunos segundos sin oxígeno, suficientes para que pasara el resto de su vida con el estigma de paralítico y loco. Años después, durante un evento confuso de una tarde de noviembre, Ricardo se vió envuelto en un accidente automovilístico en el que lastimosamente fallecieron tres personas. Dado que era pobre y no podía asumir una defensa propia, fue rápidamente apuntado como culpable ante una sociedad que necesitaba señalar responsables de la desgracia. Ricardo pasó su tiempo en la prisión tramando su escape, fueron pocos meses en los que lo único que hacía era idear planes de fuga. Hasta que en su último día de vida, con apenas dieciséis años de edad, se dio cuenta de que nada de eso había sucedido. No hubo ningún accidente de auto ni personas fallecidas, de hecho, Ricardo había salido contadas veces de su casa. Su vida era una de encierro y aburrimiento, toda esa trágica trama fue un invento para mantenerse vivo en sus últimos días. Finalmente llegó el suicidio que, poeticamente, dio lugar a su escape. Los créditos finales del filme, en los que simplemente se leía: “Para Ricardo, ahora libre”, daban a entender que no se trataba de una ficción, sino que la cineasta había logrado, con gran maestría, mostrar un evento real de forma fantasiosa.
Se entendía entonces el entusiasmo del pueblo, estaban todos arrepentidos por el suicidio de uno de los suyos. La muerte de Ricardo fue un momento muy trágico para la comunidad y eso motivó a todos a participar en la filmación.
La película y Cecilia se pasearon por varios festivales europeos y latinoamericanos. A ella le encantaba contar una y otra vez sobre los orígenes de la trama, la venta de elotes, las lágrimas de su madre al verla por primera vez, a los vecinos que ayudaban y una larga lista de anécdotas. Ella se sentía realizada cuando los medios internacionales mencionaban a Amatitlán o cuando la invitaban para comentar en cuanto evento cinematográfico sucedía. Al cabo de algunas semanas, muchos productores comenzaron a preguntarle sobre su siguiente proyecto. Cecilia respondía con una sonrisa y con un “será una sorpresa”, que era una respuesta tan vacía como su futuro. La verdad es que no tenía nada planeado; había puesto tantas energías en su opera prima que se dijo a sí misma que probablemente era mejor quedarse ahí. Pensó, así, en el destino de Juan Rulfo que escribió tan solo un par de libros, pensó en Sabato que finalmente no tuvo más que tres, y pensó también en Arthur Rimbaud, con similar destino, pero con más publicaciones.
El tiempo fue infalible y después de un par de años, tanto ella como La fuga del paralítico loco, pasaron al olvido colectivo. Eventualmente Cecilia retornó a su pueblo y sintió que le había fallado a su hermano contando su historia en la pantalla grande. Sentía que se había aprovechado de su desgracia para conseguir algo de fama, que resultó bastante pasajera. No tardó mucho en volver a vender elotes para mantenerse (lo hizo por necesidad, pero también como un castigo autoinfligido).
Pese a que la película era una obra de arte, ningún distribuidor grande se animó a comprar los derechos. Ellos sabían que era una obra que podía ser alabada por los críticos, pero que difícilmente sería digerida por el público popular; es que el cine, como la mayoría de las artes, nunca dejó de ser algo elitista. Eventualmente, el canal estatal logró los permisos para transmitirla un domingo en horario estelar, pero el director de programación no se dió cuenta que el principio del filme concordaba con un partido de fútbol. La audiencia, exceptuando algunas personas, claramente eligió el deporte por sobre el arte y esa fue la última vez que se proyectó formalmente La fuga del paralítico loco.
Cecilia dejó de sentirse decepcionada, le iba bastante bien en el negocio de la venta de elotes y comenzaba a proyectar una tranquila vida familiar. Todo eso cambió en noviembre de 1995, cuando en Lyon, la cronista Michelle Baudoin encontró un rollo del filme mientras hacía un reportaje sobre la influencia del cine centroamericano en Europa. Su reportaje iba a ser parte de un gran libro preparado para la conmemoración de los cien años de la primera proyección de una película en la historia humana. Michelle se quedó maravillada con la película y comenzó a investigar sobre la misma; rápidamente encontró en las hemerotecas sobre su éxito en el Festival de Cannes y se sorprendió de que no llegara a tener un verdadero éxito comercial. Un par de semanas posteriores a ello estaba en un avión con rumbo a Guatemala para buscar a Cecilia y así enriquecer su reportaje con una entrevista.
No se sabe si la sencillez y calidez de Cecilia fueron el detonante o si más bien fueron los sabrosos elotes que vendía. La cuestión es que ambas mujeres trabaron una gran amistad y la entrevista sobre la historia de la cineasta se veía bastante prometedora. Decidieron, entonces, volver a verse el 28 de diciembre de ese año en Lyon; Michelle se comprometió a pagar los pasajes de avión, ella quería que su nueva amiga esté presente en los actos de celebración del centenario del cine. En ese acto Cecilia se acercó a Thierry, quien seguía siendo el director del Festival. Él parecía no reconocerla, de manera que ella intentó refrescarle la memoria contándole sobre su película, a lo que Thierry le respondió fríamente: “lo siento, he visto a tanta gente y tantas películas, que mi pobre memoria ya no lo soporta; en todo caso, bienvenida a Francia”. Michelle trató de desagraviar a su amiga con un discurso sobre la invisibilidad y el maltrato que se realiza a las mujeres directoras en la industria del cine. Habló sobre la cosificación del cuerpo femenino en los cien años del cine y sobre las evidentes desigualdades laborales. Pese a lo emotivo del discurso, pocas personas se adhirieron y finalmente pasó desapercibido. Para quitarse el mal sabor de boca, y aprovechando que Cecilia tenía unos cuantos días libres en Francia, ambas decidieron visitar Cannes.
Cecilia no recordaba muy bien la ciudad que, claro, es muy distinta en la temporada fría de diciembre, que cuando está llena de gente y glamour en el verano. Mientras daban un paseo por la costa, Michelle dijo: “lo único que no me gusta de estas playas es que no tienen arena, solo piedras”. Cecilia, después de un silencio, atinó a responder: “no está tan mal, me gusta el sonido del mar cuando las golpea, parece que guardan el eco de los aplausos que acá recibí”.