Salteñas, justicias y monumentos
La icónica plaza Murillo permanece como símbolo de poder, orden y también desorden, tan real como la bala atravesada en uno de sus postes y tan irreal como su reloj a la inversa; aún hoy se puede escuchar el ensordecedor grito de “UDP, UDP, UDP”, o la sombra del milico de mirada sádica soltando una granada de gas lacrimógeno a los alumnos del Ayacucho como si fuera un papelito. Todo en una especie de realismo mágico que me recuerda a cuando mi hermano solía decirme que la portada de un imaginario libro suyo sería una foto de él mismo comiendo una salteña, sentado en las gradas de la Plaza, encorvado y con mirada de sorpresa, tratando de no hacer chorrear el jugo de la misma, “La democracia según J. Canedo” sería el título. De las gradas que miran al Murillo Torero se divisan huellas y monumentos, las marcas de bala de “octubre negro” en la Caja Nacional o las musas en cada esquina, pero por sobre todo están los dos grandes “palacios”, ahora en un hiriente desuso: el legislativo y el ejecutivo. Pero, medio que algo falta ¿no?, una gran ausencia judicial entre dos (ahora cuatro) bólidos de poder, como una metáfora de una carencia enorme.
Así como estos lugares juegan un rol en el imaginario popular, el Poder Judicial tiene un rol bastante simbólico dentro del entramado social y del poder. Si lo pensamos bien, los jueces y vocales dependen de otras instituciones para hacer cumplir las resoluciones, ya sean civiles o penales; la justicia no puede hacer justicia por propias manos, es mucho más por el peso de la costumbre y el concepto de la ley que construye la obligación, tanto en la población como en los otros poderes. Es por esto que resultan raras algunas condiciones de nuestro sistema, como la extraña división de la cabeza en Tribunal Supremo, Constitucional y Agroambiental. “Divide y vencerás”, suelen decir, así como no es lo mismo la salteña con la aceituna aparte, igual un judicial innecesariamente separado anula entre sí el poder que puede tener.

Pocas cosas muestran mejor nuestro surrealismo que el reloj invertido de la Plaza, tal vez un cuestionamiento a las imposiciones imperialistas burguesas o producto de un relojero con una severa dislexia, lo que sí, es innegable que ver las cosas de cabeza también es parte importante de nuestra cultura judicial: creemos que las leyes solas pueden cambiar la realidad sin necesidad de los mecanismos correctos, queremos crear oficinas para controlar antes de entender el problema de origen, o peor aún, creemos que la falta de independencia es un problema de los funcionarios y no estructural. Si miras tu reloj al revés, si le dices norte al sur o favorcito a la coima, obviamente vas a creer que esa es la norma y la aceptas, porque los demás del grupo lo ven así también, sino es imposible ser parte de la organización. Un poder judicial que no da condiciones a los jueces y no raya bien la cancha de sus requisitos de estudios y razonamiento difícilmente creará un ambiente donde se desarrolle la ética y eficacia, todo el tiempo pondremos el coche por delante de los caballos y le echaremos la culpa al que inventó la rueda porque no podemos avanzar.
La sórdida imagen de un Villarroel colgado del faro es un buen recordatorio del precio del poder, tal vez por eso construyeron un enorme búnker en la otra calle, para no mirar ese infame faro. Puede que eso explique las continuas medidas centralistas del gobierno, desde 1825 hasta hoy, nunca serán suficientes los ministerios, ni las oficinas, ni dominar el legislativo ni los jueces y fiscales sometidos o comprados. Centralizado y alejado el poder, nos sumergimos en una alienación social y cultural, todo con el jefe, nada contra el jefe. Todo sentido de pluralidad y diversidad se desvanece poco a poco, como nuestra dispersa y selectiva memoria histórica en donde los héroes fácilmente pueden convertirse en villanos.
Gobernar en la diversidad es complicado, tal vez ese es el famoso arte de la política, donde los malos copian y los buenos roban. Así como tomar api con cuñapé o ponerle arroz al pique puede causarle un infarto a cualquiera, igual mezclar mal los intereses puede repercutir fácilmente en una crisis. Toda organización que contenga los complejos ánimos e intereses nacionales debe ser (y también parecer) orgánica a nuestras costumbres, historia y saberes.
