Apuntes críticos entorno al debate
Una etapa electoral, como la que vive Bolivia, es una etapa de enfrentamiento, conflictos y narrativas. La ficción se realza como el hijo pródigo del lenguaje y la veracidad no es más que una simple opción, una alternativa poco recurrente.
La tecnología ha hecho que nuestros procesos de comunicación humana sean cada vez más análogos e intolerantes a la otredad. En este contexto, uno de constante asedio mediático y conflicto verbal, con puesta en escena de crisis nacionales y promesas disfrazadas de propuestas que no sabemos si algún día veremos, o soluciones que hasta cierto punto parecen fantasmagóricas, aparece el debate como la alternativa que muchos sostienen como si fuera una lampara que puede iluminar el camino.
Hasta el 4 de octubre del 2020, Bolivia tuvo una ausencia del debate prolongada por más de diez años, esto en gran parte por la inasistencia o poca importancia que le dio a esta actividad el oficialismo. Existieron debates bastante veleidosos ante la falta del partido de gobierno y la importancia de cuestionar al poder y sus ideas. Evo Morales, al día de hoy, tiene más de veinte años sin ser parte de un debate directo, siempre alzando su máxima “nosotros debatimos con el pueblo…”.
Aunque el debate sigue siendo una necesidad en Bolivia, su existencia parece prescindible en una agónica institucionalidad democrática que el país carga desde hace bastantes años. Una especie de fatalismo tardío con la que la sociedad parece estar dispuesta a vivir. Aunque actualmente hay un proyecto de ley de debate obligatorio remitido a la Cámara Baja por el TSE que está en tratamiento.
Entonces, si tuvimos varias elecciones sin debates importantes, y la democracia, medio vilipendiada y asediada de muchas maneras, continuó su rumbo; ¿necesitamos realmente del debate?
La respuesta directa es sí. Sí lo necesitamos, porque el debate tiene una carga de legitimidad en torno a las ideas. Esto quiere decir que ninguna propuesta debería ser creíble sino pasó por el examen que la contradiga, que exponga sus debilidades, que trate de exponerla como una posible mentira. Una vez superada la prueba de negación, es muy probable que se le otorgue algo de legitimidad a la propuesta. Porque el debate no es solo un proceso dialógico, sino que es una prueba de factibilidad.
El acto de hablar es sencillo para la clase política. Al igual que prometer. Pero esas promesas siempre deben tener un estigma, una duda por parte del ciudadano. Para que el escepticismo y el rechazo desaparezcan, es importante poner las promesas, esas simples habladurías, a prueba. Un buen auto funciona no por como luce en el catálogo ni como se vea por fuera, sino cómo funciona y se desenvuelve en el terreno.
Sin embargo, este texto no es uno más que pretende romantizar el debate como un factor fundamental dentro de la democracia ya que el acto completo del debate es complejo y dentro de su naturaleza posee aspectos que se deben de criticar.
Es importante tener en cuenta que el debate es un acto agresivo y de violencia sobre todo simbólica. Es la destrucción de las ideas opuestas, ideas en las que muchas personas creen o desean creer. Si bien los debates pueden aclarar las dudas y fundamentar por medio de un proceso argumentativo las creencias (el voto informado), también puede ampliar las brechas de enfrentamiento y polarización, quebrando moralidades y afianzando la agresividad, un hecho que siempre tiene consecuencias en varias dimensiones y plazos.
El debate no es poner ideas contarías, una frente a otra, así por así y ver quién resulta ganador. Sino que requiere de requisitos específicos para su realización. Uno de ellos es el control del espectáculo. Para realizar un debate debe haber un espacio mediático específico, reguladores con un posicionamiento de conocimiento e imparcialidad; el cuidado del escenario y los colores neutros a usar; la planificación de los tópicos. Todo debe ser consensuado entre las partes en competencia. Y para ello se necesita de un financiamiento.
Posteriormente, que un debate sea importante requiere de la capacidad argumentativa y dialógica de los representantes. El arte del debate es tan complicado que los límites pueden perderse y en lugar de hablar de las ideas se terminan hablando más de los pecados y los pecadores. Esto no le sirve al oyente, quien espera realmente soluciones a sus condiciones de vida, no a la vida del candidato. Aunque muchas veces la funcionalidad del debate es superada por el morbo de los insultos y los secretos sucios expuestos. Pero los ciudadanos no son cuervos que comen los restos de una batalla, son personas con necesidades y derechos que esperan puedan mejorar.
Como señalé al comienzo, las interacciones humanas y la comunicación cada vez está pasando de ser un acto dialógico a uno analógico. Esto refuerza los fanatismo, los partidismos egoístas y la negación completa de la otredad. Dicho todo esto, es claro que Bolivia y los bolivianos sí necesitamos de debates, pero ¿estamos preparados para debatir?