Pesadilla de Alasita

La gente ríe cuando se casa en Alasitas, pero a veces el chistecito puede convertirse en pesadilla, tal como nos relata Willy Camacho en esta pesadillesca crónica que prueba que la realidad es más extraña que la ficción.
Editado por : Adrián Nieve

El asunto, en apariencia, no es nada grave, es hasta jocoso, desde una perspectiva ajena, claro, pero Álvaro (le llamaremos así), prefiere mantener el anonimato porque, fuera de la vergüenza, no quiere revivir fantasmas del pasado. “Pasó hace mucho, ya estamos casados los dos, con hijos…”, dice Álvaro a modo de explicación. 

Tiene 43 años, tres hijos –la mayor de 12 y dos varones de 10 y 7–, y en diciembre de 2024 celebró con su esposa su décimo cuarto aniversario de matrimonio. Álvaro prefiere no mencionar mucho más sobre su familia, y tiene razón, ellos no son protagonistas de esta historia.

1456
Imagen: 88 Grados

La otra protagonista –la llamaremos Raquel–, no atendió mis llamadas, y solo respondió a un mensaje vía Messenger con brevedad y contundencia: “No me interesa hablar de ese tema, y si se menciona mi nombre voy a iniciar acciones legales”.

“Qué va a querer hablar, te he dicho, si en la calle cruza de acera cuando alguna vez estamos por chocarnos”, cuenta Álvaro. Y es así desde hace 17 años, cuando, gracias a un amigo de su padre, que por entonces trabajaba en la Fiscalía, logró una orden de alejamiento. “Un juez dictaminó que ella tenía que mantenerse lejos de mí y de mi familia, pero eso ya pasó hace mucho, ya no debe valer; además, todos hemos cambiado, ¿no?”.

Da la impresión de que Álvaro ya no guarda rencor o miedo hacia Raquel, aunque los recuerdos fluyen cada vez que vista la feria de la Alasita, sobre todo cuando ve ese puesto que emula una oficialía de registro civil, donde hace casi veinte años se “casó” con Raquel tras apenas dos semanas de noviazgo.

“Fue un sábado, me acuerdo, porque de la feria nos fuimos a festejar el “matriqui” con unos amigos a una discoteca”, relata Álvaro. Hacía tres semanas la había conocido en una fiesta; días después la invitó a salir y la química fue perfecta, comenzaron su noviazgo con la ilusión típica de la juventud, y la intensidad también, a tal punto que, antes de cumplir 15 días de novios, decidieron jurarse amor eterno en ese puesto de la Alasita, donde, además, garantizaron sus juramentos por escrito, con un chiti certificado de matrimonio, en una breve boda de Alasita que parecía un juego inocente de enamorados.

Al día siguiente, domingo, los “recién casados” volvieron a la Alasita para comprar todo lo que soñaban tener en un futuro: sillitas, mesitas, roperitos, electrodomésticos en miniatura y, obviamente, una casita donde sus hijos habrían de nacer. “Ella quería tres, y yo le seguía la corriente. Me sentía enamorado, pero llevábamos muy poco tiempo como para planear una familia, pensé que ella solo jugaba. Es que apenas teníamos 21 años, seguíamos en la universidad…”, cuenta Álvaro.

Ella, sin embargo, se lo tomó muy en serio, tanto, que cuando terminaron le reventó la cabeza a su “exesposo” con la casita de Alasita, gritándole que le destrozaría la vida por canalla, que lo denunciaría por violencia, que lo haría pegar con sus amigos pandilleros… en fin, se podría decir que se trató de un “divorcio” conflictivo.

Álvaro recuerda que Raquel fue cambiando poco a poco después del “matrimonio”. “Se volvió celosa, muy controladora, me llamaba a cada rato, llamaba al fijo de mi casa para verificar que yo estaba ahí, me pedía que le comunicara con mi hermana o mi mamá, estaba bien tóxica”. Eso apenas unos días después de la boda de Alasita; luego, la cosa se puso más intensa: “Un día, mientras la esperaba en una esquina, pasó una chica simpática y yo la seguí con la mirada, no me di cuenta de que Raquel estaba cerca. Escuché nomás sus gritos y directo llegó a pegarme en la cara, a jalarme de los cabellos. Me gritaba que era un cerdo, que solo me fijaba en putas, que le iba a contar a mi mamá cómo la estaba engañando. No me soltaba, me estaba arrancando cabello, hasta que una señora que vendía frutas ahí cerquita tuvo que intervenir y la agarró fuerte para que me soltara”.

Por la noche, Raquel llamó a Álvaro para disculparse, le dijo que tenía traumas de relaciones pasadas, porque siempre la engañaron y la hicieron sufrir, que por favor se vieran en un alojamiento para que pudiera compensarlo… Y Álvaro, joven y calenturiento, aceptó las disculpas y la compensación.

Esa fue la dinámica de la pareja durante varios meses: peleas repentinas, ataques de ira violentos y reconciliaciones apasionadas, hasta que Raquel le dio la noticia: “Amor, ¡vamos a ser padres!”. Álvaro pensó que era una broma, y recién sintió que sudaba frío cuando ella le mostró la prueba de sangre. No reaccionó bien, lo reconoce, porque Raquel le había dicho que tenía un dispositivo intrauterino para evitar embarazarse, de modo que no entendía qué había pasado. “Y ella me dijo casi riendo, como si fuera un chiste, que se lo había hecho sacar porque quería ser mamá y quería un hijo conmigo. Yo me enojé y le grité que era una mentirosa que yo no quería tener un hijo con ella y me fui corriendo. Cuando llegué a mi casa, mi mamá ya sabía la noticia y me esperaba entre molesta y triste, porque pensaba que estaba arruinando mi vida”.

Fueron días de tensión, pero finalmente ganó la cordura y Álvaro asumió su responsabilidad. “Le puse buena actitud, porque el bebé no tenía la culpa, ¿no?”. Pasaron una semana idílica, planificando su nueva vida, deseando que todo lo que se habían comprado en Alasita se volvieran cosas reales. Raquel tenía fe en que todo saldría bien, y le dijo que lo primero que debían hacer era cambiar el certificadito de matrimonio por uno de verdad. Así se cumpliría el primer favor del Ekeko, al menos para Raquel.

Anoticiados del hecho y de la urgencia, los amigos de Álvaro le organizaron una despedida de soltero, con stripper incluida, lo cual desató la ira de Raquel, al grado que, luego de aparecer de sorpresa en la casa del padrino y agredir a la bailarina, amenazó con quitarse la vida con un cuchillo, ante la mirada atónita de todos. Apenas pudo tranquilizarla Álvaro y llevársela de ahí, pero fue el inicio del fin. Al día siguiente, Raquel le dijo que había perdido al niño, que había tomado unas pastilla abortivas y otras cosas más que Álvaro ya no recuerda. Lo que sí se quedó en su memoria es la sensación de desasosiego que lo invadió, porque él ya se había hecho la ilusión de ser padre, aunque no estaba muy convencido de casarse. 

“Tomé tres días sin parar, lloraba todo el tiempo, y no quería hablar con ella. Luego me llamó su mejor amiga y yo pensé que quería convencerme de que le hablará a Raquel, pero no, me había llamado para contarme la verdad”. Es que Raquel nunca había estado embarazada, se lo inventó para tener algo con que “asegurar” a Álvaro, y luego, iracunda, se inventó lo del aborto para lastimarlo, para que él se sintiera culpable.

Sabiendo la verdad, por fin habló con ella, quien, lejos de negar algo, lo confirmó con frialdad. “Y ya sabes de lo que soy capaz, o sea que ni se te ocurra terminarme, porque te voy a joder la vida”. Álvaro no se dejó intimidar y fue firme, además que ya no estaba dispuesto a cambiar perdón por sexo.

“Dos o tres días después, descubrimos que habían pintado la pared de mi casa con insultos. Mi mamá se asustó mucho, habló con mi papá para que denunciemos a Raquel a la policía, pero yo les dije que no, que ya se iba a calmar todo”. Y no fue así, el teléfono fijo de la casa de Álvaro fue blanco de amenazas, quien lo contestaba las recibía, sin importar si eran los padres de Álvaro o sus hermanas. Raquel estaba fuera de sí, y Álvaro iba a comprobarlo unos días más tarde, al regresar de una fiesta. Eran las tres de la mañana, minutos más o menos; él estaba algo ebrio y trataba de meter la llave a la cerradura cuando de entre las sombras saltó Raquel y le reventó en la cabeza la casita de Alasita que habían comprado meses atrás. Álvaro cayó al piso, la sangre brotaba de su cabeza y le impedía ver con claridad, solo escuchaba los gritos, las amenazas de Raquel y sentía sus patadas, hasta que las luces de la casa se prendieron con el escándalo y Raquel huyó del lugar.

Fue todo. Álvaro aceptó denunciar a Raquel y consiguió una orden de alejamiento. Por un amigo en común se enteró de que ella fue internada en un centro especial donde la medicaron y trataron para que volviera a la normalidad, aunque a Álvaro no le consta. Años después, supo que se había casado, pero no sabe cómo le va en su matrimonio o en la vida, prefiere ni siquiera preguntar por ella.

“Durante años no volví a la Alasita, estaba medio traumado, pensaba que ahí podía encontrarme con Raquel y le tenía miedo”. Pero la vida avanza y el tiempo cura todo. Álvaro tuvo que volver a la feria hace unos siete años, cuando su hija mayor se lo pidió. “Y fue lindo, porque mi niña me hizo olvidar mis miedos, aunque cuando vi el puestito de los matrimonios sentí algo raro”. Eso sí, desde entonces, Álvaro prefiere no pedirle nada al Ekeko, “porque lo material te lo puede dar, pero no sabes a qué costo”.

21 me gusta
438 vistas