Elecciones y pensamiento crítico

En su columna para 88 Grados, José Durán nos habla de ciertos factores que vemos en los procesos electorales, con la esperanza de que, como ciudadanos en año de elecciones, sepamos como mejor ejercer nuestros derechos.

El año 1941 hay un despliegue desmesurado de propaganda política bélica alemana. Por aquel entonces Inglaterra está siendo bombardeada y Estados Unidos aún no desea entrar en la guerra (o aún no expone este deseo de manera directa). Por su parte, la Alemania nazi intenta mostrar por sus medios de información una Norte América oportunista ante la posible derrota de Inglaterra: “El único interés de Roosevelt es prolongar la guerra para así debilitar al imperio mundial inglés y poder aspirar a su herencia”, aseguran los medios del Eje. Además, las órdenes hacia las oficinas de propaganda alemana dicen lo siguiente: “De momento no nos referiremos a las crecientes opiniones antibélicas de los Estados Unidos porque nos conviene hacerlo así”. 

Es de este punto que sale una máxima que los alemanes copiarán de un artículo del Daily Herald publicado el 16 abril de 1941, y exprimirán hasta el hartazgo: “…la cuestión no es cómo ganar la guerra, sino cómo no llegar a perderla”. Y así crecerá un sentimiento encontrado entre ingleses y americanos que al principio de 1942 afectará gravemente a la logística militar de los Aliados. 

En este pequeño ejemplo podemos observar dos denotaciones muy bien utilizadas del discurso político y el manejo de los medios de información: la supresión de datos para conveniencia propia y la creación de identidades enemigas para la generación de confrontación que posteriormente funcionen a favor del enunciante. Lo que puede ser considerado un enfrentamiento del lenguaje y el manejo funcional de narrativas, algo que marcará presencia durante el 2025, rumbo a las elecciones generales del 17 de agosto.

Hay que hablar sin pelos en la lengua: un proceso electoral es un proceso polarizador, agresivo y violento. No necesariamente una violencia explícita, aunque puede llegar a serlo, sino una violencia cognitiva, una que afecta al entendimiento o conciencia de la realidad por el desmesurado uso del discurso, del partidismo mediático y la tergiversación de los datos y las encuestas. 

El valor ciudadano, y sus competencias, quedan en una duda constante ante la desacreditación del quehacer político y eso es algo que no se debe permitir. Es por esta razón que debe más que nunca surgir un pensamiento crítico que nos permita mantener un escepticismo ante la llegada de diferentes informaciones. ¿Cómo podemos hacerlo? Durante una etapa electoral se presentan tres conflictos que debemos identificar: 1) el conflicto con el lenguaje, 2) el conflicto con la historia y, finalmente, 3) el conflicto con la identidad. Cada uno de estos conflictos pasan por una relación de dependencia y un proceso cíclico que tiene efecto sobre el otro.

El conflicto con el lenguaje se basa la redefinición del mismo lenguaje como una actividad que dejó de ser un simple medio pasivo de transmisión y expresión de ideas para comenzar a ser un agente activo y creador de conocimiento y acciones. Es importante que comencemos a contagiarnos de esa enfermedad que asolaba a Roland Barthes y empecemos a “ver el lenguaje”. Los mensajes políticos comenzarán acudir al discurso desarrollando crisis, miedos, esperanzas y salvadores. Recibiremos un bombardeo constante de adjetivos calificativos y formaciones de identidades, de las que debemos tener especial cuidado, teniendo en cuenta que me encuentro en medio de un enfrentamiento desenfrenado por el poder, en donde no hay límites.

Recordemos lo que las analistas críticas del discurso, Adiana Chirinos y Lourdes Molero, nos explican de esta etapa conflictiva: “el discurso político asume entre sus funciones estratégicas la construcción del oponente y su grupo con recursos deslegitimadores, expresados mediante enunciados con modalidades y descripciones valorativas que enfatizan los rasgos negativos del otro”.

Una vez que el lenguaje va tomando mayor posición sobre la formación de la realidad, observamos la siguiente etapa: el conflicto con la historia. “El pasado es tu campo de juego”, señala la frase introductoria del videojuego Assassin’s Creed Syndicate. Y no mienten. Dentro del estudio por la filosofía de la historia se libra una batalla eterna entre los denominados empiristas y los narrativistas. Los primeros ven la historia como una ciencia que es determinada por los límites del método que no existe sin la investigación y el uso certero de los datos; y los últimos rechazan esta ontología para asegurar que la historia es una narración y que la aproximación a la verdad solo es una determinación ética pero no limitante; por lo que la historia es un trabajo del lenguaje más que de la ciencia.  En la polarización política y el uso del lenguaje, nos quedaremos con esta última definición. 

Querido lector, los políticos enfatizan su lucha por el poder acudiendo todo el tiempo al pasado; a la historia del país. Que las dictaduras… que la colonia… que las luchas por la libertad… que los procesos pasados óptimos y rechazables… Es prioridad saber que cuando un candidato se refiere a hechos del siglo previo o nombra acontecimientos específicos, no nos está ofreciendo altruistamente una clase magistral y gratuita de historia, sino que nos vende un hecho que con mucha probabilidad no ocurrió o no pasó como lo narra, por lo que nuestra alerta crítica debe despertar de inmediato. Acudirá a héroes nacionales, sobre todo a los revolucionarios que nos defendieron de las colonias tanto clásicas como modernas. Pero esto no es un saber que debamos considerar así por así. Debemos observarlo como lo que es, una consecuencia más del revisionismo y el presentismo, que usa a su conveniencia cualquier tipo de dato. 

Por último, llegamos al conflicto con la identidad. En esta parte es donde en Bolivia hay mayor oportunidad de enfrentamiento. Acudamos a Ricoeur y su afirmación de que las identidades son narrativas y es por medio de la misma narración (una formación del lenguaje) que las identidades hacen posible su existencia. ¿Quién es el bueno y quién el malo? ¿Quién es el democrático y quién el dictador? ¿Quién es el boliviano y quien el antiboliviano? Eres tú el villano por no apoyar al candidato A o el facho por irte al lado B. A esto se lo denomina la creación del enemigo público, uno que va en contra de la moral, es decir en contra de los intereses de bienestar de una sociedad. 

Es importante no caer en la credulidad de estas identidades y no creer que explican una realidad que por mucho es más compleja que los estigmas. Entender las posiciones y revisarlas, ayuda mucho más al pensamiento crítico que jugar con las cartas de las identidades hechas para dañar al oponente pero que no garantizan una solución a los problemas que asolan nuestra realidad. 

El ejercer como ciudadanos es un rol difícil en el que tenemos que demandar el cumplimiento de nuestros derechos. En este caso, el pensamiento crítico no es una competencia relegada a un espacio académico, sino que es la herramienta base para ejercer ciudadanía, mantener nuestra legitima posición de reclamo constante y tomar las mejores decisiones posibles.

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