Se termina el año y el poder, ¿para qué?
Se termina el año y de todo el surrealismo en la política, lo que más me ha dejado boquiabierta es la incapacidad de diálogo de la gente con poder. Algunos de los actores tienen poder estatal, otros de movilización, casi todos ellos tienen poder adquisitivo. Pero todo ese poder no ha garantizado el poder como acción, es decir, el poder de decisión, de resolver el conflicto y de construir con pragmatismo.
El escenario de multicrisis que ha caracterizado el 2024 en Bolivia pudo haber sido evitado, al menos parcialmente. Si tan solo hubiera existido la intención de ceder o la mera voluntad política de priorizar la estabilidad en el país —siguiendo el mandato constitucional—, las cosas quizás serían un poquito diferentes. Este escenario tiene varias aristas: la crisis judicial, económica, política, social e institucional. Repasémoslas.
Primero la crisis política, de la que el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha sido el abanderado con su fraccionamiento y enfrentamiento político, no solo personal y ególatra, sino también de otros grupos de poder extra estatales, los poderes más potentes que solo existen en la clandestinidad y que ni podemos imaginar: el contrabando, el narcotráfico, la trata de personas y las mineras. Es una lástima que no sepamos de los hilos de poder por detrás pues no sabemos qué nos ocultan, pero en definitiva hay una guerra más profunda que está disputándose los favores del poder estatal para hacer los negocios más rentables.
Pero si el barco se hunde no solo ha sido el oficialismo con su disputa por la sigla del Movimiento Al Socialismo, también la oposición ha jugado su papel en el desastre. Esto incluye a los asambleístas expertos en dar lakazos en las sesiones y contribuir en convertir en un ring de boxeo a la Cámara de Diputados, sin mencionar el alinearse convenientemente a alguna facción del MAS para responder al lobby y los favores políticos o regionales que ahí los pusieron. Y, finalmente, el pecado capital de la oposición: quedarse en el discurso de odio antimasista y sin acercamiento genuino al campo o hacia aquellos que ya no quieren saber del MAS, pero que siguen votando por ellos porque para la oposición tradicional sigue siendo invisible o sigue viendo a los indios, indígenas y cholos de forma paternalista.
Por otro lado, la crisis judicial con los magistrados auto prorrogados quienes, saltándose todas las reglas, han decidido seguir en sus funciones para trabajar a merced del Órgano Ejecutivo con la excusa de “inconstitucionalidad” de algunos artículos del proyecto de ley corta para la preselección de candidatos a finales del 2023. Eso suma a la incertidumbre que deja la falta de legitimidad de su auto prórroga con temas fundamentales como la imposibilidad de Morales de ser reelecto a un tercer mandato de manera continua o discontinua; o la adjudicación a Grover García como presidente del MAS. Dos golpes contundentes en contra del evismo, pero que todavía pueden seguir en terreno de disputa si no consiguen torcer su destino.
No olvidemos la crisis ambiental que ha arrasado 10 millones de hectáreas, según el Instituto Nacional de Reforma Agraria. Esta tragedia no solamente recae en los arbolitos quemados o los animalitos incinerados, sino principalmente en el desplazamiento de cientos de personas de sus hogares, la pérdida real y simbólica de sus vidas y de todo lo que habían construido. Algunos hablan del exterminio de los pueblos indígenas y, aún peor que el fuego, la llegada de los amos de la violencia a sus tierras: los narcos y los mineros. Algunos caen en el agro con relaciones de explotación y servidumbre. A la par se suma la pérdida de ecosistemas que quizás tengan consecuencias severas sobre el abastecimiento de agua en el futuro no muy lejano. Quizás cuando los citadinos abramos nuestros grifos y no salga agua, ahí recién se pondrá seriamente en la agenda de todos. El manejo de esta crisis nos ha demostrado que el sufrimiento de los indígenas orientales bolivianos no es suficiente para empatizar, así que parece que tenemos que vivir en carne propia lo que significa vivir sin bosques para entender.
También está la crisis social con una efervescencia de discursos radicales y polarizadores —con toda clase de tintes ideológicos— que incluyen desde frases que señalan desde el imperio gringo hasta al castrochavismo como “los malos”. Está además la incapacidad de escuchar al vecino que piensa diferente, la apatía de los más jóvenes y la inacabada búsqueda de sentido de la nación.
Ese último es un gran problema: no saber quiénes somos, qué nos hace de este país y nuestra adictiva necesidad de llenar el vacío de ser “orgullosamente” boliviano en cualquier partido de las eliminatorias al mundial o en una corona en el Miss Universo. “Si no vamos a hacerle bien al fútbol, al menos nos jactaremos de tener mujeres hermosas”, pensamos pobremente sin ver las cosas maravillosas que hacemos los bolivianos fuera de lo mainstream, fuera de estos ejemplos en los que muy difícilmente ganamos algo. Nos olvidamos, por ejemplo, que hay gente como Fermín Limachi, “El cruzamares”, que ha roto récords mundiales navegando en una balsa de totora.
Casi terminando de explicar el lamento boliviano, está además la crisis institucional, un problemilla que venimos cargando desde que nacimos a la vida independiente. No confiamos en las instituciones del Estado, no nos sentimos seguros. Según el “Monitor de Opinión Pública” de CIESMORI, el 66% de la población tiene una visión negativa de las empresas estatales y entre un 55% a 76% de la gente siente que las cosas han empeorado en educación, salud, medio ambiente, economía, unidad. Esto es grave pues en la confianza se sostiene cualquier sistema político y económico. Para que existan los entes institucionales efectivamente primero tienen que existir en nuestras mentes.
El tema de la institucionalidad tiene que ver también con el nivel económico de un país. Sí importa quienes gobiernen y su ideología, pero importa mucho más si hay plata para hacer las cosas bien, es decir, pagar por una buena infraestructura y pagar bien a los funcionarios para que no tengan la necesidad de ser corruptos. Bolivia es un país pobre, Latinoamérica en general es pobre y aunque hay momentos de súper ciclos en el mercado internacional que hacen posible que tengamos un superávit en ganancias, es difícil ponernos al día para construir institucionalidad, pues son décadas y décadas de malos manejos.
Y, finalmente, la fatídica crisis económica que nos ha llevado a la fuga masiva de dólares, al desabastecimiento de combustibles y a la subida de precios. Después de todo, no estamos tan lejos de los discursos alarmistas que aseguran seremos la próxima Venezuela o Cuba, pero aún podemos salvar la situación; ello dependerá mucho de si Arce decide seguir apostando al agotado “Modelo Económico Social Comunitario Productivo” de manera irreflexiva, rígida y no pragmática. Quisiera creer que Arce no tiene el componente de delirio que maneja Maduro creyendo inocentemente que dos o tres países pobres de Latinoamérica pueden destruir el ordenamiento económico internacional o darle batalla al imperialismo yankee.
Hay acciones, como la liberación de exportaciones, que me hacen pensar que el gobierno puede ser flexible con su política económica, pero luego veo como empezaron a intervenir en los ingenios arroceros y parece que no hay posibilidad para un giro. Tendremos que esperar qué nos deparan los próximos meses, pero tengo que admitir que me corre una gota de sudor nerviosa por la frente y la piel se me eriza cuando pienso en nuestra economía.
Así cerramos un año más. Queda la ilusión de que los líderes políticos gobiernen con real voluntad, queda el deseo de que sobrepongan la moderación ideológica para hacer gestión pública, queda la necesidad del pragmatismo político. La esperanza será la trinchera para el 2025 o quizás no haya trinchera y solo exista la opción de la resignación; me queda la duda.
Aun cuando pareciera que todas estas crisis se escapan de nuestras manos, todavía podemos aprender a escuchar al que piensa diferente y todavía podemos aceptar que nuestras posturas políticas pueden estar equivocadas. Todavía podemos exigir el diálogo a nuestras autoridades y todavía —las nuevas generaciones, especialmente— tenemos la posibilidad de entender el poder como poder de hacer, como poder para cambiar las cosas. Hay futuro, solo falta imaginarlo y, luego, ejecutarlo.
Vamos que se puede.
Referencias
https://www.noticiasfides.com/justicia/magistrados-del-tcp-deciden-autoprorrogarse-en-sus-cargos-hasta-las-nuevas-elecciones-judiciales
https://erbol.com.bo/nacional/tcp-proh%C3%ADbe-postular-para-un-tercer-mandato-y-cerrar%C3%ADa-la-puerta-evo-para-volver
https://www.wwf.org.bo/?391614/Los-incendios-han-arrasado-cerca-de-10-millones-de-hectareas-en-Bolivia-durante-la-temporada-de-fuego-provocando-una-de-las-devastaciones-mas-grandes-de-los-ultimos-anos#:~:text=Bolivia%2C%20octubre%20de%202024.,de%20Beni%20y%20La%20Paz
https://www.facebook.com/watch/?v=8565878946810414
https://www.lostiempos.com/actualidad/pais/20241126/tse-reconoce-grover-garcia-como-presidente-del-mas-concluye-gestion-evo
https://ipsosciesmori.com/wp-content/uploads/2024/10/MOP-Q3-24-Informe-Trimestral-V2.pdf
https://www.opinion.com.bo/articulo/pais/arroceros-declaran-emergencia-intervencion-estatal-advierten-medidas-presion/20241209163946962274.html
https://www.noticiasfides.com/opinion/el-gobierno-de-los-jueces__23-01-2024