La decadencia de la 'participación'
Hablar de participación como una categoría de análisis es entender una desprestigiada herencia teórica e intelectual, que se puso en una vanguardia de lucha por los derechos humanos y democráticos a finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Una lucha que al día de hoy se estancó en trincheras que no permiten ningún tipo de avance. En cambio, los retrocesos son explícitos y preocupantes.
Para entender esta búsqueda antepasada por la participación, es importante remontarnos a un mundo distinto, un mundo donde la conectividad aún estaba posicionándose como una actividad masiva y de libre acceso. Por ende, retrocedamos a los primeros años del siglo XXI. Por aquella época existía una batalla intelectual desde distintos rincones del mundo, en especial en América Latina, por aquello que se llamaba Derecho a la Comunicación. Se planteó esta idea en el Foro Social Mundial del año 2002 o en la Cumbre Mundial de la Sociedad de Información de la ONU del 2003, frente a un incremento exacerbado de tecnología, circulación imparable de información y el internet novedoso en su utilización.
Se denominó Sociedad de la Información a este discurso seductor de quiebre de muros diferenciales y la llegada del acceso a nuevas tecnologías libres. Sin embargo, había una preocupación latente: ¿qué iba a pasar con los derechos humanos ante una nueva era llena de incertidumbre e inseguridad? La búsqueda por el Derecho a la Comunicación era una legítima y urgente. La participación, la posición del individuo frente a la era informática, su integridad en sí debía ser solventada por marcos legales que fijen las garantías de la seguridad y el cuidado de la información personal, así como fijar bases para la continua participación democrática como actividad ciudadana principal.
Participar debería ser una palabra importante en la actividad, una que sostenga un montón de ideas, propuestas desde la opinión pública hacia las políticas públicas y el desarrollo democrático de una nación. Pero la participación no es más que un fantasma errante que se desliza por los eufemismos discursivos y es casi de imposible acceso a las determinaciones del poder y, por ende, de la transformación social. La participación no parece existir, y sus posibilidades de desarrollo por medio de la comunicación social parecen cortadas por la desinstitucionalización.
Viajemos al pasado. Es el inicio del siglo XXI uno donde rige la lucha por la economía de la información. Eduardo Tamayo aseguraba que esta era una pelea geopolítica donde “la supremacía en materia de información ha venido a reemplazar a la supremacía nuclear”. Desde el inicio de la pandemia el 2019 se comenzaron a exponer las diferencias y amplias brechas al acceso a la tecnología y la conectividad y el mundo observaba una realidad que poco se pensaba. Mas esto no es nada nuevo. Ya en la década de 1990 se alertaba del fracaso de la ciudadanía global y la ratificación de la desigualdad.
¿Cuál es nuestra actualidad mediática? Dejemos años pasados y observemos nuestra realidad contemporánea. La idea de participación es solo una mera posibilidad idealizada por el discurso político y muy pocas veces practicada. La tecnología y la conectividad, frente a su optimista potencial de romper barreras de desigualdad, ampliaron brechas arriesgando de forma directa el derecho a la educación. Los medios masivos cayeron en una tela de escepticismo y desconfianza. Pocos son los espacios reales donde se ejerza la participación y por ende pocos son, también, los espacios legítimos para ejercer ciudadanía en una democracia.
Retornemos, por última vez, a finales del siglo XX. Habían alarmas encendidas, pero también ideas en torno al derecho a la comunicación. La idea de “la posibilidad de construir, en igualdad de condiciones, interacciones ciudadanas a diversos niveles, como con la posibilidad de ejercer opciones individuales y societales”. Es por eso que la comunicación, por medio del entendimiento y la participación, se relaciona, sin duda, de manera directa con el sentido de democracia; una democracia que necesita ser ejercida. Recordar es importante para avanzar.