El nuevo logo postmoderno de la realidad virtual/real
Escrito en el sencillo lenguaje de los filósofos postmodernos. Se aconseja leer sin desmayar hasta el final.

(En la deriva de las posverdades, los algoritmos de la otredad se convierten en la episteme del posmodernismo; ethos libidinal hiperbólico subyacente avant-garde un tanto nihilista, zeitgeist de un planeta post guerra fría y pro pandémico. Las políticas identitarias prefiguran la arqueología de hechos futuros con la pátina queer en contante deconstrucción de un yo idílico seropositivo caudillista, marginalizado y populista, sacramentado por la impronta neomarxista, producto de una lectura prelacanania y postfoucaltiana, tamizada por Lyotard y sobregirada por Gilles Deleuze en el universo líquido de Bauman, es decir somos BrandPersonas. Aunque Derrida puede interpretar estos conceptos como virus anacrónico del método cartesiano, fingiendo que podemos invertir la jerarquía hegemónica gramsciana como si trata de un bolsón de Higgs, tautología sin reconstruir la invariancia de gauge en la política; axiología epistemológica de premoniciones del pasado sideral del infinito transfigurado en la Divinidad de los hierofantes agustinianos, con las reservas escolásticas que advertían el advenimiento del existencialismo sartriano. Las premisas gnoseológicas no impiden seguir recreando teorías no-científicas o no lógicas que el común sacraliza. Todo está en duda, la sospecha nietzscheana es Dios en las actuales ciencias ideológicas por antonomasia, conciencia deformada, pletórica de signos, o formas de conciencia dogmática, unidimensional y avatar pseudoreligioso que dice todo sin decir nada, giro lingüístico, tal como no/propone la ideología del poder y el poder de la ideología que, sin embargo, se presenta antidualista; Big Data de actuales escuelas filosóficas, crowdsourcing de las redes que reemplaza los espacios reales por espacios mentales. Caudillos pospolíticos, de verbos sagrados, dueños del tablero en el campo de la relación causal, dicotomización del espacio social según Laclau. En el establishment todo es light, desde la comida hasta la política. La otredad prescinde del posimpresionismo para desencantarse de sí misma, como debió hacerlo Narciso (utopía) en el estanque de la transmodernidad (interpretada como cambio climático), que deviene en la fenomenología de Huseerl, realidad deconstruida por la literatura, juegos del lenguaje (Wittgenstein), fuente de los deseos y espejo de la différance derridiana. La sociedad de consumo se presenta como un símbolo del declive de que no existe realidad real; si no se ve, no existe y las redes crean una inevitable telaraña que atrapa a los individuos convirtiéndolos en guarismos, topoi en los ciber-discursos. Así, las tragedias son excesos de realidad que nadie quiere saber, quieren ver/sin mirar como si fuera la escena de un film. Todo es simulacro, sabiduría patafísica. La sociedad Doppelgänger que juega con los fragmentos. Ecceidad nuestra. Ataraxia contemporánea: ya no interesan los pensées de Blaise Pascal, interesa el trasvase de identidad.)
En resumen y en buen romance: estamos jodidos. Eso es lo que algunos de los filósofos postmodernos nos quieren decir, pero no se atreven, prefieren confundirnos. La postmodernidad, en su afán de alejarse de la modernidad, nos ha dejado un lenguaje multidisciplinario, heterogéneo y atravesado por múltiples contradicciones. En la actualidad existe, en algunos círculos intelectuales, una exagerada desviación hacia la apariencia del lenguaje, en desmedro del lenguaje mismo, se reemplaza el espacio físico por el espacio virtual, se sustituye las interpretaciones y análisis por meros juegos verbales o lingüísticos. Los filósofos postmodernos no hablan de pretexto, habla de pre-texto; la palabra crea la realidad, “democratización de la realidad” le llaman, sin importar la racionalidad del objeto. Importa la abstracción y el uso de neologismos; intentan reinventar la realidad desde el lenguaje.
Y esta manía no es nueva, viene del siglo pasado, así lo advirtió Charles Wright Mills, en su libro La imaginación sociológica, publicado en el año 1959: “Una característica resultante es la elaboración de distinciones aparentemente arbitrarias y ciertamente interminables, que ni amplían nuestra comprensión ni hacen más sensible nuestra experiencia. Esto, a su vez, se revela como una abdicación parcialmente organizada del esfuerzo para definir y explicar con sencillez la conducta humana y la sociedad. Los grandes teóricos están tan preocupados con los sentidos sintácticos y tan desentendidos de las referencias semánticas, están tan rígidamente confinados en niveles tan altos de abstracción, que las «tipologías» que inventan —y el trabajo que realizan para inventarlas— más bien parecen un árido juego de conceptos que un esfuerzo para definir sistemáticamente —es decir, de una manera clara y ordenada— los problemas que tienen delante y para guiar nuestros esfuerzos dirigidos a resolverlos. (…) Una gran lección que en la obra de los grandes teóricos podemos aprender de su sistemática ausencia, es que todo pensador consciente de sí mismo debe conocer en todos los momentos —y ser capaz, en consecuencia, de controlarlos— los niveles de abstracción en que está trabajando. La capacidad de ir y venir de un nivel de abstracción a otro con facilidad y claridad es señal distintiva del pensador imaginativo y sistemático. En torno de palabras como «capitalismo», o «clase media», o «burocracia», o «minoría del poder», o «democracia totalitaria», hay con frecuencia connotaciones embrolladas y oscuras, y al emplear esas palabras dichas connotaciones deben ser cuidadosamente vigiladas y controladas. Alrededor de esas palabras hay con frecuencia series «compuestas» de hechos y relaciones, así como factores y observaciones meramente supuestos. También éstos deben ser cuidadosamente clasificados y aclarados en nuestra definición y en nuestro uso”.

En la postcultura los libros son buenos cuando destruyen la literatura, no cuando construyen escuelas o tendencias literarias; en las novelas importa más el lenguaje que la historia misma. La narratividad se volvió un discurso antes que una acción. Se han creado élites académicas que publican libros y revistas especializadas en crítica literaria que solamente ellos leen, alejados del público lector, como canales de circuitos cerrados. Existen escritores “famosos” en esos círculos, autores que nunca serán reseñados en suplementos literarios de periódicos populares o publicados en revistas virtuales, eso sería bajar del Olimpo; sin embargo, también existe el opuesto: escritores que escriben voluminosas novelas, que nunca serán mencionados en los periódicos o páginas digitales, mucho menos en la academia que, no obstante, son leídos por millones de lectores. Mi hijo Luis Antonio me habla de escritores como Graham McNeill, Jay Kristoff y otros, veo en su dormitorio novelas de más de setecientas páginas, los jóvenes tienen otros canales de difusión que no son los tradicionales.