Una lectura solar de 'Cérvix' de Jessica Freudenthal
Al terminar la lectura de Cérvix me acordé de “Jueves de frater”, un ensayo breve que reflexiona el lugar de las mujeres en el contexto de la ciudad de Santa Cruz. Ahí, Liliana Colanzi, que ha resistido varios semestres las reflexiones sobre la feminidad en mis clases, expone el lugar subordinado, periférico de la mujer y cierra mencionando la posibilidad de una amistad entre mujeres más allá de los mandatos del patriarcado. De ese modo surge una clave de movimiento para ese lugar.
La poesía de Jessica Freudenthal puede vivirse como un abrazo colectivo desde el reconocimiento de la herida femenina, de la emocionalidad humana tapada por generaciones como expresión de alianza entre mujeres. La autora nos lleva y trae por rincones inexplorados en una temporalidad que no cabe en los relojes. El orden del libro nos permitirá una mejor aproximación.

Comienza con “Otros soles”. Ocho mujeres de diferentes latitudes dibujan en sus referencias de película peculiares formas de maternidad. El último verso de su primer poema inspirado en inteligencia artificial dice:
Cuando su voz me dice
“Mamá”
mi estómago
responde
con emociones prefabricadas
Así, cargada de sugerencias, abre el eje central de la maternidad, convertida en industria cuando el cuerpo humano de mujer “fabrica” un hijo.
Máquina, matriz, menstrua, monstruo, maternidad…
Su recorrido semántico teje unas redes que difícilmente nos detendríamos a observar. En el cotidiano poco se habla al respecto, pero están ahí, marcando nuestra época. Nos conduce a preguntas que van de lo instintivo y básico a lo complejo de la tecnología, atravesado por la inevitable humanidad en la gestación.
La segunda parte del libro, nos sumerge en la experiencia materno-tecnológica con este poema ejemplar:
Reducción selectiva
óvulos de mi hermana
espermas de mi esposo
mi útero
pastillas e inyecciones
durante mesas
bombardeo hormonal
d u l c e e s p e r a
cada día clavo mi estómago
una p e q u e ñ a jeringa
cierro los ojos
y deseo con todas mis fuerzas
que algo suceda
para que llegues.
Al transcribir comprendo la intencionalidad de los espacios para la “dulce espera”, me sumerjo en la experiencia de elección: dónde ubicar, cómo darle lugar a las manchas de sangre en la onda que expande esta herida de nacimiento para “El oscuro pasajero”.
La mirada de la poeta que destroza fachadas le hace un guiño de confrontación a lo New Edge con su “Círculo de mujeres” que copio:
La mirada de tu madre
de tu suegra los murmullos
el silencio de tu hermana
de tu tía los presentes…
Manzanas y frutos rojos
te ofrecen en canastos.
Por los espejos miran
Hablando a tus espaldas
Sacrificar tu corazón por el suyo
La sangre caliente
bulle
desde la cocina hasta el dormitorio
por las venas
de la casa que late
ardiente y húmeda
como el menjunje de un caldero.
Esa sangre caliente que bulle a muchos nos resulta familiar. El fuego que se aguanta y disimula en la reunión de domingo tapa con una sonrisa historias impresentables, secretos e indignaciones. ¿Hay otro camino además tragárselas? Montar una escena, insinuándolas en el poema.
Por otro lado, en la entrega a la industria de la maternidad se siembran metáforas densas que aterrizan en versos limpios y crueles, dice “soy un desierto de leche”.
La clave está en mirar, allá donde nos cuesta, las imágenes que se abren con sus palabras. Dan la impresión de incomodidad para el propio pulso poético a momento de escribirlas. Nos hace sus cómplices en medio del libro, apuntando a modo de arte poético:
Escribir sobre lo que nadie quiere ver
ni oír
pero llenas de mórbida curiosidad – miedo irracional
comentan
y
párpados entrecerrados
observan
como si fuera
un fenómeno
como la palabra
prohibida
que de niña
una ansía repetir
y repetir
La calidad alquímica de esta palabra se da por ese compromiso emocional con que la sugiere para entrar en un hechizo que devela la realidad:
Yo
no sufro
este dolor
como madre
no como hija
no como mujer
sufro este dolor
como la palabra
Dolor
como la palabra
Desde el dolor sigue expandiéndose en ondas que, para la cuarta parte, “Máquina del tiempo”, abarcan hasta cinco generaciones. “Abuela materna”, titula un fragmento a la manera de diario, y cuenta entre otras maravillas secretas: “su tatarabuelo fue un reconocido abogado, pedagogo e historiador. Tenía una biblioteca maravillosa, que sus once hermanos mayores, y su madre, vendieron por kilos en el mercado…”.
¿Es desde la palabra escrita que se da la posibilidad de regeneración del tejido Cérvix? No lo podría aseverar, pero el ritual de la palabra escrita en Freudenthal cumple su ofrenda anunciada, abre y ventila “incómodos silencios”: “Tiempo de máquina” transformándose en tiempo del alma por la gracia de las letras. En el permitirse escribirlas está la fuerza del reconocimiento, en la depuración del lenguaje se abre un portal:
La orfandad no ha estado ausente
desde entonces, como energía oscura.
árbol infecto,
lleno de agujeros de gusano:
viajar en el tiempo se hace posible,
y la orfandad se replica en hijos,
nietos y bisnietos.
La quinta parte titulada “Correspondencia de Familia” trabaja la vertiente de la maternidad por extravío, mostrando aquello que propicia para los hermanos entre sombras. Desde esta mirada se retoman dos obras fundamentales de la literatura boliviana, aquí un fragmento:
Felipe no tiene madre,
tiene tías, tiene abuela,
pero no tiene madre.
Tiene solo la mirada de su madre.
En sus ojos, en un retrato
y en el cielo desde donde su madre lo mira.
Cérvix se sumerge en la oscuridad de esa máquina que ensambla y enlata la feminidad, definida por el sacrificio. No se puede hablar de una salida, de un consuelo, de una reivindicación luego del amplio panorama que se presenta desde la sangre misma. Sin embargo, hay algo que se resuelve en la parte y poema final.
“Vértebras de metal” es la resonancia del dolor en el lugar de la feminidad desde una picapedrera de las minas de Potosí. La voz de las mujeres que nos contaban la historia al interior de una película futurista o de una familia aristocrática (se alude a un expresidente entre los ancestros) ha pasado por una herida que trasciende clases sociales y banderas, ahí la autoridad para hablar desde el interior de la mina explotada que es la mujer misma.
No importa si no sabes tu nombre,
Si duermes sobre seda, en catres, sobre escombros,
En la piedras
Allí aquí nosotras todas
El movimiento expansivo de la narrativa da lugar a una continuidad en la lectura y relectura de cada verso y sus referencias. Personalmente y como buscador del sol para el momento de escribir y conversar, me queda claro que al ponerle nombre a la herida ya hemos transitado más de la mitad del camino para sanarla.