Editorial Palomita

En esta crónica que nos remonta a un pasado cada vez más lejano, Carlao Delgado nos recuerda la existencia de Editorial Columba, la leyenda detrás de grandes cómics como “Nippur de Lagash” y “Mi novia y yo”.
Editado por : Adrián Nieve

De chico en el colectivo leía historietas nacionales,
como el espía inglés con licencia para matar
que regala rosas amarillas siempre,
como El Errante, como El Inmortal,
como el indio blanco, como el Desterrado,
como el cabo Sabino, como Roland el corsario,
como Johnny Hazard, como Savarese.

Andrés Calamaro - Revistas

Las revistas estaban siempre a la mano. En el velador de la cama, liderando el lugar indiscutible de lectura previa al sueño, o esparcidos por el suelo del dormitorio porque no podían estar lejos. No eran objetos de culto y cuidado como los libros en los estantes. Tenían la misma cercanía que los juguetes. Una temporada tuvieron el prestigio de formar parte del presupuesto doméstico, porque ya habíamos leído y releído los tomos, y su cuidado y buen uso eran parte de las políticas obligatorias de convivencia. Eran las revistas de Editorial Columba, la del logo con una palomita.

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Imagen: Editorial Columba

No entraban en la definición actual de cómic. Eran revistas tamaño oficio, gruesas, que en ediciones cortas rondaban las cuarenta páginas, pero en los famosos anuarios podían llegar hasta cien. Los primeros tomos eran sepia y a todo color a partir de la década del cincuenta. En ambos casos siempre sobre papel pulpa, el que tenía un tono más oscuro del sepia y con el tacto áspero del papiro. Se confeccionaba de la pasta de otros papeles y su poco procesamiento disminuía el costo. Así, llegaban al bolsillo de todos los lectores argentinos, donde el interés por sus historias y sus autores no reconocían ninguna diferencia social. Era el papel del pulp fiction, en el que se publicaban las novelas, los cómics, y los folletos de la cultura underground estadounidense. En el caso de Columba, ese fue el material para publicaciones de primera línea. Una línea que era tan de lujo como sus autores. Ricardo Ferrari, el eterno Oesterheld, Lucho Olivera o Cacho Mandrafina. Dejo al final al paraguayo Robin Wood, adoptado por sus lectores como argentino por el amor sin condiciones a su obra. Tan grande su obra y tan extensa su imaginación, que a él hay que darle ríos de tinta propios (y así será). 

Su nómina de ilustradores era igual de ilustre. Contaba entre ellos a David Mangiarotti, dibujante argentino radicado en Bolivia, que supo tanto nutrir las tintas nacionales como las argentinas. O a Carlos Vogt, hijo de alemanes con un estilo sobrio y propio que permitía reconocerlo sin importar que la historia transcurra en la selva o en el espacio. 

Las revistas que conformaban la Editorial Columba son las que le dieron vida eterna. Eran diferentes publicaciones, todas con una personalidad propia que respondía a los intereses del lectorado argentino. Intérvalo era para las historias de romance cotidiano o la gran narrativa histórica. Dio acogida a “Helena”, la reportera apasionada, que recorría el mundo para cubrir historias que inevitablemente la llevaban a un laberinto de intriga. “Gente de Blanco” reunía historias de médicos que enfrentaban la tragedia humana en el quirófano y la vida diaria de la Alemania de posguerra. En “Cuentos de Almejas” la costa ficticia de Almejas recibía a los viajeros perdidos que, sin quererlo, enfrentaban la encrucijada que definiría el sentido del romance en sus vidas. Pero el ciudadano ilustre de los tomos de Intérvalo era la punta de lanza de Robin Wood, con lápices de Carlos Vogt, una comedia romántica sobre la vida del argentino citadino: "Mi novia y yo". Tino, Poppy y el perro Tom eran el reflejo de la parte más divertida de estar enamorado y ser un trabajador de a pie en Buenos Aires. 

En la otra mano estaba El Tony. Es que para Editorial Columba el negocio no consistía solo en quitar el aliento con el romance o en ganar una sonrisa con la comedia. Podía hacer ambos, y en llave de aventura y acción. Sus páginas acogieron incluso a las aventuras del 007, que publicaron en series dibujadas durante su primera etapa en blanco y negro. Con la llegada del color acogieron obras originales de las que el público latinoamericano se mostró más gustoso. "Pepe Sánchez", otra de Robin Wood, era un afamado espía internacional que nunca dejó de ser un criollo argentino, y bien se molía a puños con los agentes del contraespionaje como le invitaba un mate a la odalisca de turno (y varias rondaron sus emisiones, cual chicas bond). "El Tony" narraba las aventuras de Tony Romano, policía de Nueva York que recorría los circuitos más enterrados de la delincuencia para purificar los demonios internos que lo perseguían. En el lado de la fantasía estaba "Wolf", el joven danés criado por lobos y que no dejó de luchar para proteger su bosque del inminente y arrollador avance vikingo, en una liza donde la fuerza del guerrero se enfrentaba a la magia pagana de unas tierras asoladas por la guerra. 

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Imagen: Editorial Columba

Pero las aventuras para las que el tiempo no existía eran las del inolvidable "Nippur de Lagash", que en el tomo que llevaba su nombre reunía las aventuras que corrían en la fantasía y la ficción. Nippur, el fenicio, era el aventurero épico que poblaba con diferente piel en todas las obras de Robin Wood y que surcó los mundos de guerra y fantasía medieval como hasta ahora no lo hace nadie más. Aquí también estaba "Morgan", que eran las aventuras noir de un detective post apocalíptico que enfrenta a criminales sombríos en un mundo en ruinas, lleno de tecnología y sin futuro. 

Un común denominador de todos los tomos era el arte de cada portada. El anzuelo perfecto. Era el poster de una película pintado a pincel y carbón, reproduciendo el momento del beso imposible, el disparo final o la persecución. En vano intentaba buscar dentro de la revista las historias de las que se desprendían esas escenas. Eran piezas únicas pintadas para atrapar al lector de buen gusto. Tal era la magia de las piezas de la Editorial Columba. Enamoraban a primera vista. 

Tan familiarizados como estábamos a esas revistas, tanto mis papás como yo nunca nos preocupamos de tratarlas como tomos únicos (que lo eran) o como uno de los puntos más altos de la historia del cómic latinoamericano (que lo siguen siendo). Nunca averigüé dónde compraba papá esas revistas que tanto le gustaba a mamá, y que yo releía sin entender. Solo esperaba a que papá vuelva a casa y que, con ilusión de niño, saque de su maletín frío un nuevo ejemplar. Ahora me considero afortunado si en algún puesto de la feria 16 de Julio encuentro un tomo arrugado y sin la tapa del reverso. Supongo que ese suele ser el destino de las cosas verdaderamente valiosas de la vida: solo se las puede disfrutar en ese momento efímero en el que suceden.

El único consuelo que tengo ahora son unos tomos rescatados de los traslados y la relectura, todas las entregas de "Mi Novia y Yo" escaneadas y una canción de Calamaro sobre las revistas de Editorial Columba. Y no es poco. Para los lectores de cómics, acostumbrados a que el mundo cambie con el contenido de un globo de texto, esos tomos rescatados son el universo, donde Editorial Columba brillará para siempre con el logo eterno de la palomita en la punta del cetro. 

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Imagen: Editorial Columba
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Este texto forma parte del especial Especial del 2024