Los Mitos profundos en Bolivia
Con ese sugestivo título Guillermo Francovich inicia en 1980 uno de sus libros más interesantes y provocativos, característica peculiar para un pensador liberal de un estilo sobrio y cuya moderación le permitió ser uno de los primeros sistematizadores del pensamiento político boliviano. Compuesto por un prefacio, once ensayos y una conclusión, Los Mitos profundos en Bolivia es un intento por identificar los principales sentidos configuradores del imaginario social boliviano bajo el juicio racionalista del Novum organum de Francis Bacon. Literatura, historia de los siglos XIX y XX, política, arte, entre otras materias, marcan el camino de Francovich para destacar la falta de racionalidad en las formas de interpretación del pasado que configuran la bolivianidad.
Pese a la fecundidad del pensamiento mítico para significar aquello que se encuentra más allá de los límites del pensamiento moderno, obsesionado con el progreso y la tecnología, alberga, al momento de configurar el sentido de la representación del pasado de países como el nuestro, varios problemas para interpretar elementos no funcionales a discursos políticos que intentan simplificar la historia como una dimensión fácilmente permeable y prescindible. De todos los “mitos profundos” identificados por Francovich, El metal del diablo cobra renovada actualidad a la luz de los últimos acontecimientos en las dinámicas políticas de la crisis multidimensional vivida en Bolivia. No podría ser de otra forma, cuando expresidentes, autoridades gubernamentales y precandidatos autoproclamados, manifiestan la pronta recuperación económica como un hecho inevitable, cuestión de mero trámite dependiente de una reformulación del aprovechamiento extractivista para resolver los entuertos que la propia clase política ha perdido la capacidad para explicar y, sobre todo, entender.
En El metal del diablo Francovich describe el cambio en la valoración de la riqueza mineral que caracterizó al pensamiento boliviano del siglo XX. De una exaltación obsesiva a la minería de la plata explotada desde tiempos de la colonia, el siglo XX marcó el inicio de un desvío para representar el valor real de la economía del estaño. Sin divinidades tutelares dadivosas que fundamenten su existencia, la minería del estaño es entendida en su sentido fáctico. Sus efectos son perversos, negativos, contraproducentes para quienes se animaron a explotarlo. El proceso de su aprovechamiento es fatigoso, inhumano, un sin sentido refuerza el ciclo de la dependencia extractivista, barnizada con la fe desesperada de que Bolivia fue, es y será un país bendecido por las riquezas minerales. Por eso, a diferencia de las leyendas de la prosperidad de Potosí, Llallagua, principal fuente de la explotación estañifera, generó las condiciones para interpelar el sentido de la bonanza minera en Bolivia. Francovich cree que la progresiva vigencia de ideas socialistas y sobre todo nacionalistas, fue una de las principales razones para inaugurar un sentimiento de sospecha ante riquezas antaño concebidas como claves de una prosperidad siempre postergada por intereses exógenos, antagonistas de las intenciones de concretar Bolivia como una verdadera entidad autodependiente: el colonizador español, el criollo alienado, el imperialista yanqui, serían, bajo ese razonamiento, agentes de una especie de antinación configurada a lo largo de la historia. Autores como Tristán Marof, Carlos Montenegro y Augusto Céspedes, difundieron en varias de sus obras esos razonamientos desde antes de la primera mitad del siglo XX.
Pero Francovich alerta que esas sospechas en su mayoría están dirigidas al esfuerzo descomunal por explotar el estaño, a la deshumanización del proceso de su economía, mas no a las perspectivas de configurar un futuro nacional prospero a partir de su explotación ideal. El MNR nacionalista de Víctor Paz Estenssoro entendió que ese metal del diablo, adecuadamente expropiado y estratégicamente gestionado por agentes endógenos, era necesario para alcanzar el tan anhelado desarrollo integral. De esa manera, en diferentes claves, momentos y bajo el auspicio de distintos actores con una mentalidad similar, la explotación de los recursos naturales seguía siendo concebida como la principal clave para la autoafirmación de Bolivia como país. Plata, caucho, estaño, petróleo, gas, oro, litio, continúan siendo hasta ahora los elementos en los que la clase política y la propia ciudadanía siguen depositando una confianza casi ciega.
Sin embargo, ante el inicio de un nuevo periodo de escasez en la explotación de las materias primas, el agotamiento de las reservas probadas de gas y la imposibilidad de continuar con el mismo patrón monoexportador del que dependen nuestra pequeña economía, es imperativo repensar la estructura económica nacional. ¿La agroindustria, la transición energética, el turismo, la masificación del comercio? ¿Pueden ser respuestas a mediano y largo plazo para romper el ciclo de dependencia a la explotación de materias primas? ¿Cuántos años quedan todavía para esas alternativas se concreticen y permitan vislumbrar el fin de la crisis estructural que vive la economía boliviana? Esas preguntas deberían resonar en nuestras reflexiones mientras se releen obras como las de Francovich, tan pertinentes, tan actuales como hace cuarenta y cuatro años.