Maternidad y activismo
Escribo sobre maternidad desde hace años, incluso desde mucho antes de que supiera que finalmente sería madre, aún cuando me había prometido a mí misma no serlo nunca.
Desde el día en que me di cuenta de que no necesitaba hijos para sentirme completa y que, de hecho, no los necesitaba en absoluto para cumplir ningún otro objetivo de vida (yo era yo y era plenamente feliz con mi individualidad), he librado una batalla, no contra mí misma, sino contra todo lo que me rodea, llámense amigos, familia, conocidos, sociedad al fin y al cabo. Darme cuenta de que habían otras formas de vivir para las mujeres más allá de la maternidad, no solo me liberó de un peso y una culpa que tenía un nombre definido −yo no sentía el instinto maternal−; también me hizo pensar en cómo podía compartir ese sentimiento de liberación con otras mujeres. Mi manera de luchar contra la opresión que significa estar constantemente expuesta al mito de la maternidad como único medio de realización femenina ha sido y es mirarla a los ojos, llamarla por su nombre y escribir sobre ella en todas las formas que me han sido posibles. La maternidad es, pues, mi lucha y mi activismo.

Al principio era lo suficientemente joven como para que mi esterilidad autoimpuesta no llamara la atención y, por lo tanto, mi maternidad pospuesta era un tema no nombrado, presente y ausente al mismo tiempo, como el gato de Schrödinger. Fue al llegar a la treintena que mi reloj biológico comenzó a dar campanadas, no en mis oídos, sino en los de mis allegados; de pronto, lo que pudiera pasar con mi cuerpo comenzaba a ser un asunto de opinión pública. Conforme pasaban los años y mi esterilidad permanecía intacta, los consejos de girar hacia el camino de la maternidad, cuando aún estaba a tiempo de hacerlo, es decir, mientras mi cuerpo era fértil, se convirtieron en súplicas urgentes, de allí en críticas veladas y no tan veladas, hasta convertirse en suspicacias que terminaron por estallar en señalamientos: “Es que no eres madre”, “no sabes lo que te pierdes”, “te arrepentirás, cuando seas vieja te arrepentirás”, “serás una amargada”, “quién cuidará de ti”.
Hace poco, mientras veía la película de Yukiko Sode, Aristócratas −que cuenta la historia de cuatro mujeres de diferentes clases sociales que sufren la presión de su entorno para casarse y ser madres−, me encontré con una escena que llamó particularmente mi atención. En un momento dado, dos mujeres están tomando un café. Una pareja que lleva un bebé pasa por su lado, una de ellas le sonríe al bebé y se le queda mirando, la otra le pregunta: “¿Te gustan los niños?”, la amiga responde: “ Una mujer sin hijos no puede darse el lujo de que no le gusten los niños”. Durante días me quedé pensando en esta frase, en la profunda verdad que conlleva. La amiga tenía razón: una mujer sin hijos, ni en Japón ni en España ni mucho menos en Bolivia, puede darse el lujo de decir que no le gustan los niños, porque entonces les daría la razón a todos los que piensan que una mujer no tiene hijos solamente si no le gustan los niños. Hasta qué punto estamos obligadas a la reproducción que no se nos permite ni tan siquiera tener otra razón para ejercerla, o no ejercerla, que no gire en torno al otro, y nunca a una misma. Al parecer, el que una mujer no quiera tener hijos no será nunca una opción ante el hecho de que se sienta plena con su vida personal, porque una mujer solo puede ser feliz a través de los otros, sobre todo si esos otros llevan su sangre (llámense hijos, padres, hermanos, etc.); que una sea feliz con independencia de los otros es una imposibilidad sistémica y un acto contra natura con una sola raíz interior que versa en cuánto nos gustan o disgustan los niños.
Jane Lazarre hizo de la maternidad, de mujer blanca con hijos negros, su activismo; al principio, para desmitificar las maternidades idealizadas y al mismo tiempo demonizadas por el patriarcado y, luego, conforme sus hijos fueron creciendo. Ella tuvo cada vez más contacto con el racismo −del que nunca había sido víctima en su condición de mujer blanca, cuya blanquitud no alcanzaba para proteger a sus hijos de piel morena−, de tal forma que el tema de la discriminación racial fue tomando protagonismo en su escritura.
Salvando las distancias, en mi pequeñez de escritora desconocida, la maternidad y las relaciones familiares han ido ganando protagonismo en mi escritura conforme pasaban los años y yo me acercaba dicotómicamente a la menopausia y al momento de dar a luz a mi hija. Aunque parezca que mi maternidad es una traición a un ideal, el de la mujer plena sin hijos, lo que yo pretendo transmitir es que las mujeres podemos ser plenas de muchísimas formas, algunas de ellas diametralmente opuestas a la procreación. ¿Por qué si ya soy madre no he dejado mi activismo a favor de las mujeres que no quieren tener hijos? ¿Por qué si ya soy madre, y he descubierto en la maternidad una felicidad indecible, no mejor me encargo de convencer a todas las mujeres de que esta es una experiencia única e imprescindible? La respuesta está en que, precisamente porque soy la feliz madre de una niña, quiero que mi hija y las hijas de las demás crezcan en libertad, en la libertad de elegir su camino y su felicidad sin sentirse llamadas a cumplir una maternidad por el simple hecho de crear en la naturaleza o en el deber de lo que se supone que es una mujer. Quiero que mi hija, y las hijas de las otras, elijan ser o no ser madres sin un ápice de aprensión por lo que podrían o no perderse; por el objetivo impuesto de vida que es reproducirse o por el miedo a fallarle a sus padres, a su familia y a su entorno.
Así como Jane Lazarre, Sode y tantas otras escritoras, artistas, científicas y mujeres de a pie (como yo misma) han hecho de su maternidad una lucha, un activismo, es importante que se entienda que no nos mueve otra cosa que no sea aquello que la propia Lazarre recordaba como enseñanza primordial de su padre. Él decía que, independientemente del trabajo, vocación, profesión o identidad que uno tenga, deberíamos ser siempre activistas a favor de la justicia y la libertad para desenterrar la verdadera historia de nuestra vida, despojándola de todas las historias falsas que la envuelven; y es que, como diría Carol Hanish, lo personal es político.

Este artículo fue escrito basado en el texto “Motherhood and Activism: A personal Jurney” que Jane Lazarre leyó en la conferencia organizada por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona el 20 de octubre de 2018 en el marco de la Bienal de Pensamiento “Ciutat Oberta”.