Una de zombies

En su columna para 88 Grados, Willy Camacho nos habla del factor que llevó a la población a votar por un títere en las pasadas elecciones y cómo es que un zombie es la amenaza para las siguientes.

Hace unas semanas, un amigo extranjero me preguntó por qué los bolivianos habíamos votado por Luis Arce, si era del partido que un año atrás habíamos echado a patadas del gobierno. Desde la mirada ajena, es difícil de entender, e incluso dentro del país hay muchos que no se explican tal contradicción. Yo respondí con una sola palabra: miedo.

Es que luego de los hechos traumáticos de noviembre de 2019, la gente quedó con mucho miedo. Lo veía en la mirada de mis caseras, allá en Chasquipampa, donde durante varios meses la desconfianza cundió entre los vecinos; preferías no hablar por temor a alguna represalia ulterior.

Y las chamboneadas de Camacho, Añez y compañía no ayudaron. No había un bloque único, o al menos no uno lo suficientemente fuerte como para hacer frente al MAS, que ya para las elecciones de 2020 se había reorganizado, y durante la cuarentena mostró su capacidad de movilización, pues se dieron modos de hacer llegar petardos a varias zonas de la ciudad y pagar a gente, agitadores profesionales, para que se aterrorizara a las vecindades con estruendos y estribillos belicosos.

Esa fue la mejor campaña, aunque Evo no lo sabía. Le salió el tiro por la culata. Andrónico, Choquehuanca u otro líder de ascendencia originaria eran las mejores opciones, las más lógicas, para liderar la formula electoral masista; sin embargo, Evo no quería que alguien le hiciera sombra, que su liderazgo mesiánico corriese riesgo. Por ello, eligió a dedo al menso pensado y menos indicado: Lucho Arce. La idea era que perdiese, que Mesa, digamos, fuera presidente, y que Evo convulsionara al país hasta que el presidente se viera obligado a renunciar, adelantar elecciones en las que Evo Morales ya estaría habilitado para candidatear.

Pues precisamente esa estrategia de sembrar terror, de demostrar su fortaleza callejera, le jugó en contra, ya que los votantes, viendo que la oposición al MAS no tenía una opción clara de unidad que, en un eventual gobierno, pudiese hacer frente a la violencia del masismo, prefirieron inclinarse hacia Lucho, ya que este garantizaba la paz en el país. Supuestamente.

Así fue, votamos por miedo, y arruinamos los planes del jefazo, que no podía, en un inicio, boicotear al gobierno de su propio partido. Pero la angurria de poder es tan grande en Morales que poco le duró su moderación y lealtad hacia su propia gente, y ahora vemos bloqueos y bajezas por doquier.

Obviamente, el poder es embriagante, y a Arce también se le subieron los humos. Cree que ganó por mérito propio y por eso también se deslindó del jefazo. Es decir, el títere cobró vida y amenaza con matar al titiritero. Y sabe muy bien que, si no se acaba con Evo, el jefazo podría hacerse con la presidencia nuevamente, y eso sería un peligro para los taitas del actual gobierno, que deberán hacer maletas y huir del país si tal cosa sucede.

Hace menos de una semana, un amigo, brillante economista, me dijo que es imposible que Evo gane –bajo el supuesto de que le permitan participar– las elecciones del próximo año. Y quizá muchos piensan que Evo ya es un cadáver político y no le asignan ninguna chance. Pero Lucho, sí. El presidente sabe que Evo es peligroso siempre y que la estrategia del terror podría volver a funcionar. 

Hay que pensar qué prefiere el ciudadano de a pie, el que sufre todos los días por los bloqueos, por la falta de gasolina, por la escasez de arroz, etcétera: ¿a Evo de presidente o a Evo dinamitando Bolivia? Y quizá, ante esas alternativas –que colindan con la extorsión, es cierto–, la gente opte por la paz nuevamente y cedamos al chantaje.

Evo no es un cadáver político, es un zombie, un muerto viviente, lo cual lo hace aún mas aterrorizador, porque ya no piensa, solo actúa por instinto. No sé si matar o morir se aplica a Evo, pues ya sabemos que él busca preservar su integridad ante todo: el “patria o muerte” le duró hasta que escuchó los primeros petardos en Plaza Murillo, y la huelga de hambre hasta las últimas consecuencias se acabó con un asado. En todo caso, matar –y quizá violar– sí está en su ADN, y tiene una legión de fanáticos cuasi religiosos dispuestos a hacerlo por él.

No hay que subestimar el factor miedo en las próximas elecciones, y la mejor manera de minimizarlo es que la oposición demuestre capacidad de unidad y lucha mancomunada. Si no, quizá el pueblo prefiera volver a pactar con el Diablo, o, en este caso, con el zombie.

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