El 'periodista herido': el estigma a una identidad maltratada

En su columna para 88 Grados, José Luis Durán analiza la (casi destrozada) identidad del periodista en 10 puntos clave.

1. Hay un periodista herido. Es una frase que cada vez parece hacerse más común en las noticias acerca de conflictos sociales. Hay un periodista secuestrado. Hay un periodista apresado. 

2. El periodismo sufre. Siempre sufrió de distintas maneras, pero ahora sufre una arremetida que no solo afecta al profesional sino a la profesión en espacios muy delicados de la misma, como ser el mismo espacio simbólico de la actividad periodística. Esto hace posible que se efectúe la violencia y que, al parecer, haga que esa violencia contra el periodista sea legítima, ampliando esa permanente identidad del “periodista herido”. 

3. Destrozar el símbolo del periodismo (de su exposición profesional y su deber ser) es afectar a la identidad del periodista, en sí misma. Es por esa razón que en esta columna nos centraremos en analizar esa identidad, la identidad casi destrozada del periodista. Esa que hace que existan los “periodistas heridos”. 

4. La primera proposición es la siguiente: el periodista es una identidad, porque marca una diferencia en su hacer, en su deber ser y en los rasgos que la particularizan, formando una completa categorización en cuanto a la profesión. El periodista es aquel que aparece en los medios, que es parte de los correteos. ¿Eres periodista?, respondes que sí. Entonces eres de alguna manera parte de la televisión, la radio y los periódicos. Así como parte del devenir y acontecer político y social. De la misma manera, si afirmas ser periodista eres —o deberías ser, porque esa es parte de la categorización de la que forma parte tu identidad— un analista, un crítico, un inconforme, un opositor al abuso del poder. Alguien que incomoda, pero que defiende los derechos ciudadanos. Deberías… 

5. La segunda proposición es la siguiente: la del periodista es una identidad estigmatizada. Si seguimos con la definición del sociólogo Erving Goffman, el estigma es la identidad desacreditada. El estigma siempre se relaciona con lo malo, el menosprecio y, lo más importante, la deshumanización. Pero, además, hay un rasgo fundamental del estigma que nos ayuda a entender porque aparece la identidad del “periodista herido”: el no cumplimiento de expectativas normativas de tu identidad. 

6. En esta parte, necesitamos dos diferencias de identidad: la real, la que demuestra ser, y la virtual, la que se espera que sea. Así como dos perspectivas de identidad: la desacreditada, porque ya se conoce, y la desacreditable, que se está por conocer. 

7. El periodismo siempre tuvo relación directa con la política y las relaciones de poder. Esto llevó al periodista a ser un agente activo de los conflictos sociales y políticos. Esto quiere decir que el periodista siempre toma una posición. El periodismo es un oficio público y tiene una importante responsabilidad porque trabaja alrededor de la opinión pública, del conocimiento, lo que la llevó a ser vigilada y regulada por normativas deontológicas, bajo los límites de la verdad y el bien moral. Esto el poder siempre lo supo, por lo tanto, el control de los medios se hizo una prioridad. 

8. ¿Qué sucedió entonces? Se desinstitucionalizó la profesión periodística, ya hace muchísimos años. Las cargas simbólicas tanto de la identidad del periodista, como la de su actividad, están quebradas o, a manera de eufemismo, en un diferente plano y contexto. El periodista joven, recién titulado, con amplias expectativas para ejercer la profesión, se encuentra, hoy en el siglo XXI, con una dura realidad que parece no tratarse en las universidades como debería ser: su profesión no cuenta con un buen salario y es determinada por una lucha de intereses netamente políticos (ojo, esto sucede incluso en el periodismo deportivo). El poder, del lado A o el lado B, maneja los medios, lo cual no es ninguna novedad, pero ha hecho de la identidad del periodista una de “marioneta”, “títere” de la información y de las medias verdades. Muy pocos periodistas, ya adultos, ya de renombre, pueden tener el contexto y la legitimidad de realmente defender el deber ser del periodista (el que señalamos en el punto 4). Pero el resto de profesionales se deben prestar para una intención diferente: qué decir, qué no decir, en dónde limitarme, en dónde explayarme. A eso se limitó la profesión.

9. Gran parte de los discursos del gobierno boliviano durante el año 2008, a modo de ejemplo, se encargó de atacar al periodismo categorizándolo como una profesión “mentirosa y manipuladora”. Durante estos años se registró el asesinato y desaparición de una periodista, la agresión física a otros tantos. Incluso la incineración del cuerpo de un periodista. Ninguna violencia es legítima, pero el contexto y los textos-mensajes que circulan hacen que la identidad del periodista caiga en un estigma tan desacreditador que la violencia en contra de este parezca legítima y hasta “en nombre de la verdad y contra el abuso de la mentira”. Es decir, se está lastimando a un mentiroso “periodista del imperio”.

10. La identidad estigmatizada del periodista, por ende, es una ya desacreditada y que no cumple con sus referencias de identidad virtual, de deber ser, por lo tanto, es una identidad “malvada”. Entonces, cuando hay un periodista en la calle, un reportero con el micrófono en la mano, es parte del conflicto de poder, es parte de un bando, ergo, es un enemigo y se lo agrede. 

Pero, ojo, para finalizar con este rápido análisis de la identidad de la profesión, y de manera desalentadora, no solo es la esfera de poder la que hizo de nuestra identidad de periodista una expuesta a la agresión, sino también el pésimo ejercicio de otros “periodistas” que han vendido su profesión de manera directa, una profesión que tenía un deber ser analista, investigativo y crítico, al de una vocería política. Una que hace que la sociedad continúe, y con toda la razón, observándonos como un potencial enemigo.

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