Manqapacha delight: una teoría de las cuerdas

Alan Santos ha leído la novela Manqapacha delight (2024, Ed. 3600) de Camila Urioste y comparte con nosotros las ideas e impresiones que flotan en su mente después de haber terminado.
Editado por : Adrián Nieve

¿En qué frecuencia vibra una única cuerda de un khipu? ¿En qué frecuencia vibro para ser parte de? ¿Cómo se puede describir el movimiento oscilatorio que da cuerpo a la esencia? Fresco, quizá con un leve aroma a menta y a musgo de selva virgen. Soy parte —tal vez sin querer, tal vez sin saber— de un khipu hilado con incontables historias. Algunas de ellas emergen por un breve instante en Manqapacha delight  de Camila Urioste. 

Veo la historia a través de las historias de los personajes de esta novela. Me veo enmarañado, por momentos. Como si fuera un cable, un cable vivo cubierto por algo artificial: un cable de luces de navidad que trata de desenredarse de un vetusto árbol de motacú.

De pronto, ceniza: de un futuro que ya hemos alcanzado más de una vez, de los recuerdos de un ser multidimensional de nombre Nuna. Los orificios donde, en algún momento, hubo un par de ojos infantiles son la guía de un camino bifurcado que se vuelve uno para dar paso a un evento canónico. Un evento que se repite y se repetirá de forma inalterable, porque es el origen del conflicto de la dualidad de la especie humana. 

¿Cómo saber el efecto de cada pequeña acción? Seres minúsculos en un universo delimitado por la ignorancia, hasta un mínimo quejido puede alterar el curso de ciertos hechos: efecto mariposa. Sin embargo, la entropía, en cada caso, se encarga de equilibrar —en una suerte de azar controlado— lo que debe ser. 

Se dice que la vida es una sucesión de instantes, que el pasado está adelante porque podemos verlo. ¿El pasado está hecho de recuerdos del futuro? El paso del tiempo es una ilusión si comprendemos al tiempo como algo que puede moldearse debido a la gravedad que ejerce la materia. 

Quizá somos el todo y la nada al mismo tiempo, Quizá somos capaces de controlar estos dones. Un sí o un no pueden cambiar uno o muchos destinos. Algo que queda claro es que siempre hay alguien dispuesto u obligado a tomar la posta. Cualquier excusa, parece insuficiente al mutismo, al desentendimiento, a la desconección cociente, entre dos pares de manos que hacen señas de comillas, de la realidad. 

Es interesante, inquisidor —como un dron militar frente a las retinas— pensar en que, sin importar qué, cada quién posee una parte de la realidad. ¿Qué pasa cuando una persona, un Emperador, por ejemplo, intenta hacer de la realidad una masa negruzca para moldear un mundo. Un pequeño mundo, donde solo caben él y sus fantasmas? Bullshit.

Manuela, pieza minúscula y necesaria en una maquinaria kafkiana. Grácil como un cisne, frágil como semilla que busca germinar. Miles de piezas iguales a ella, en apariencia: única en la perspectiva que ocupa en la realidad. Alicia como sarro que se aferra a aquella pieza, que la cuestiona y la corroe; mejor descrito, que le permite sacar la corrosión que carga dentro. 

Parece ideal pertenecer a algo para transformarlo. Mejor aún es destruir a ese algo que oprime. Implosionar para crear algo nuevo del caos posterior. 

Carne joven y profanada, cuál momia en una prisión de cristal en un museo inglés: Elo. Carne que siente, que presiente que no es el corte cotidiano del Emperador. Está unida por un hilo invisible a otras mujeres que dan sentido a su historia y la complementan. Teje, siente. Es un hilo capaz de hilar y ver el tejido, una parte importante, desde afuera. Libre en una leve agonía, en una especie de beso robado por la muerte. 

Que unos nanobots, parecidos a sanguijuelas, se coman la gangrena del mundo, al menos la parte que corre el riesgo de ser amputada. Que el universo vuelva a completar un ciclo y, tal vez, el siguiente hilo digno de palpar sea el mio, en  la corriente de un río que va hacia un mar de futuros posibles.

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