El lobo de Wall Street: la letra entra con sangre

Para Adrián Nieve, el mítico director Martin Scorsese no solo es un genio del cine, sino también el católico más influyente del mundo. Así lo asevera en este artículo en el que analiza el filme ‘El lobo de Wall Street’ (y ‘La última tentación de Cristo’ también).
Editado por : Fernanda Verdesoto Ardaya

Hace unos días el Vaticano anunció a Luce, la primera personaje estilo animé que utilizará la marca catolicismo para llegar a más clientes, especialmente a los más jovenes. Todo esto porque al año será el jubileo, que es una celebración que hace la Iglesia Católica cada 25 años para que los creyentes se reúnan en Roma (o entre sí) en busca de la renovación espiritual y del perdón ante los ojos de Dios. Luce (que significa “luz” en italiano) será la guía de los eventos de esta celebración en Roma, pero también es parte de un esfuerzo de modernización e inclusión que está aplicando el Vaticano para llegar a toda esa gente (joven o no) que interactúa con el mundo más que nada a través de memes en celulares. 

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Imagen: 88 Grados

Este tema de Luce es válido. No sé si efectivo, habrá que ver. Pero tiene sentido en un mundo consumista y cada vez más digitalizado, donde sobrevivir depende mucho de tu popularidad. A eso se añade que la necesidad de reconocer la diversidad ha hecho que las instituciones más rígidas tengan que replantearse sus geometrías. Ya no está de moda un mundo blanco y negro y gris, sino que ahora reconocemos varios colores más allá de los del arcoíris. 

No sé como le irá al Vaticano con su nueva mascotita animé, pero lo único en lo que podía pensar mientras daban la noticia era: “estos cabrones deberían haber basado la apariencia de Luce en Martin Scorsese”. 

Porque resulta que Martin, el director de películas impías como La ultima tentación de Cristo y El lobo de Wall Street, es su mejor misionero, solo por el hecho de ser la figura más poderosa e influyente entre sus feligreses. Una leyenda viva conocida por varias cosas, no tanto por ser el feligrés católico más importante del mundo. 

Contextualizando a Marty

En la década entre 1940 y 1950, Marty creció en Little Italy, un barrio neoyorquino en el que convivían mafiosos y beatas. No era raro que los hogares italoamericanos de este barrio albergasen a maleantes que ejercían la violencia libremente en las calles, pero que luego agachaban la cabeza y predicaban rígidamente la moral católica bajo techo. 

Ese mundo de moralidad ambigua no es raro ni pasado de moda. En Estados Unidos seguía muy vigente en los noventas y en Bolivia sigue siendo una realidad en ciertas ciudades con barrios poblados por personas migrantes del campo que enfrentan desafíos socioeconómicos mientras intentan sobrevivir a su nueva vida en la ciudad. Si eres boliviano o boliviana no debería ser complicado entender el contexto de la Little Italy de la infancia de Scorsese, pues lo vemos cada día: un barrio pobre, segregado, donde existe un alto sentido de comunidad y organización frente a la falta de servicios básicos y seguridad, donde hay una fuerte presencia de la Iglesia católica o de cultos cristianos y evangelistas, que resultan en vecinos que predican fuertes valores tradicionalistas, los cuales contrastan con la delincuencia y la predominación de la economía informal. 

Ahí creció Marty como un niño asmático que no salía mucho a la calle, pero que desde su ventana veía los contrastes. En la misma esquina podías ver, de noche, a un par de jóvenes mafiosos matando a golpes a un deudor y en la mañana a dos viejitas beatas rezando por el éxito de sus nietitos, ignorantes de que estos habían estado ahí mismo “trabajando” la noche anterior. 

Entre ver todo eso y una severa educación católica, era muy fácil que Marty diga “Dios no existe y la Iglesia es pura hipocresía”, pero no. Con distancias y todo, parece bastante orgulloso de ser católico. Es decir, estamos hablando de un tipo que casi se hizo cura en algún punto de su vida. Y por suerte no lo hizo, sino que decidió hacer películas y con ellas retratar todo lo que veía desde su ventana cuando era niño en Little Italy: la cruda realidad y la ambigüedad moral.    

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"Luce, la primera personaje estilo animé que utilizará la marca catolicismo para llegar a más clientes, especialmente a los más jovenes". / Imagen: Instituto Nacional de Bellos Memes

¿Cuestionar o no cuestionar?

Entonces, Marty es católico, bien católico, lo cual, de por sí, no es interesante. Lo de verdad interesante es que Marty no es un creyente ciego que sigue moralinas, liturgias y mandamientos solo porque sí. Scorsese es un hombre que hace dos cosas que la mayoría de los creyentes no: él duda y cuestiona su religión. Más interesante todavía: lo hace a través de sus películas. 

Ya desde Mean Streets (1973) que podemos ver esta crisis de Scorsese frente a lo que predica su fe y lo que la realidad callejera le enseñaba. Y desde ahí se nota que lo de Marty no es un ataque, tampoco una crítica. Es una pregunta. 

Porque eso hace un creyente que no defiende a rajatabla al catolicismo (o a cualquier religión, en realidad). Un creyente útil, un creyente interesante, cuestiona a Dios y a la entidad humana que lo representa en la Tierra. Cuestionar no es eliminar, no es negar, no es insultar. Cuestionar es hacer preguntas sobre algo que te importa y que afecta tu vida cada día. No cuestiona el que quiere destruir, cuestiona el que quiere evolucionar sin dejar atrás aquello que está cuestionando. Quien cuestiona quiere creer, pero no en los mismos términos que antes seguía y respetaba. Esa es la base de dos de sus películas más controversiales, al menos para comunidades católicas y cristianas: Silence (2016) y The last temptation of the Christ (1988). 

Silence, irónicamente, no generó mucho ruido. Quizás porque era tan sutil en sus temáticas y poco violenta en sus imágenes que, a primera vista, mucha gente no pudo ni quiso terminar de verla. Todo lo contrario al caso de La ultima tentación de Cristo, filme que era lo más controversial de la carrera de Scorsese, al menos hasta la entrevista en la que Marty dijo que las pelis de Marvel no son cine en el sentido tradicional, sino que son entretenimiento masivo, más parecido a un parque de diversiones que a una película al carecer de “revelaciones” y “peligro emocional”.

(LATAM: Qué católico el cuate).  

Por si no la viste, La ultima tentación es una película que retrata el conflicto interno de Jesús de Nazaret (Willem Dafoe) luchando con dudas y tentaciones sobre su divinidad y destino como salvador, mientras considera la posibilidad de llevar una vida normal. Es una película en la que vemos a Jesús enojarse y mentir, un Cristo aterrorizado de morir, un Jesús que tiene hijos y cede a las tentaciones de Satanás, tal como haríamos el resto de nosotros, los humanos impíos.  

La reacción fue algo así: varios sectores religiosos exigieron censurar el filme —para los que hablan en lenguaje progre: cancelarlo— pues, según ellos, esta representación de un Jesús más cercano a ser un humano corriente que a una figura bendita contradecía a la tradición cristiana. Hubo protestas, boicots, incluso se logró prohibir la película en varios países. Ciertos creyentes creían que Scorsese estaba siendo blasfemo y activamente tratando de derrumbar sus vidas y valores. 

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Imagen: Columbia Pictures

Ya sabes lo que diré: no, para nada. Es más, pienso que Scorsese le estaba dando a la Iglesia lo que podría haber sido su mejor herramienta de conversión: una película que muestra el lado más humano y falible de Jesús cuyo mensaje final es que el deber triunfa sobre el deseo personal, pero que además se anima a decir que incluso si Jesús decidía no morir en la cruz, igual su figura y prédica habrían generado un movimiento de fe como es el catolicismo. Porque no importa Jesús, sino la esencia de su mensaje espiritual.

Y no lo hizo con una película conservadora y propagandística que todo feligrés habría aplaudido. Eso no era lo que él había crecido viendo desde su ventana de Little Italy. Él tenía que mostrar sin muchos tapujos la violencia, el dolor y el miedo que vienen con la realidad. Él tenía que cuestionar a Dios para entenderlo mejor. Su Última tentación es una película que quiere que creas que el mensaje de Jesús es más grande que Jesús y que, como creyente o negador, deberías seguir su ejemplo. Su película es un gran cuestionamiento que la Iglesia y diferentes comunidades católicas y cristianas no pudieron soportar y que hoy se ven obligados a reconocer, haciendo cosas como conseguir un personaje de animé para atraer más feligreses.  

La verdadera pregunta es: ¿cómo pasas de cuestionar a Dios retratando a un Jesús más humano que divino a hacer una película sobre un estafador? ¿Qué hizo Marty, este ideal feligrés, con la historia de un hombre que va en contra de todos los mandamientos católicos? Mejor dicho, ¿a quién estaba cuestionando Scorsese con El lobo de Wall Street?   

¡Ya cómete la maldita naranja!  

The Wolf of Wall Street (2013) comenzó como un capricho de Leonardo DiCaprio. Él estaba empecinado en filmar el “Calígula moderno”, refiriéndose a la película de Tinto Brass, producida por Penthouse, en la que abundan el sexo y la violencia explícitas. O sea, Leo quería una película sobre el exceso. 

Ya para entonces, con cuatro películas por detrás, DiCaprio era el mimado de Scorsese y el director ya había sido reducido por la cultura pop a ser visto como un director de películas violentas. Entonces cuando se anunció que Scorsese estaba trabajando con DiCaprio en la adaptación de las memorias del célebre estafador Jordan Belfort, nadie se sorprendió y unos cuantos hasta se preguntaron quién mierdas era ese Belfort. 

La respuesta llegó en 2013. El lobo de Wall Street es una sátira de las memorias de Jordan Belfort en la que un estafador te narra como fueron su auge y su caída como corredor de bolsa durante la década del noventa. Básicamente es una película sobre cómo un estafador dejó de salirse con la suya debido a los excesos de drogas y sexo que había en su vida.

De inmediato esta película recibió aclamación tanto de la crítica como del público. La llamaron una sátira valiente, una mirada incisiva sobre la avaricia y un golpe tremendo de realidad cargado de humor oscuro que cuestionaba la moralidad del ámbito financiero. Otros no fueron tan elogiosos y desdeñaron la representación gráfica del sexo, del consumo de drogas, argumentando que encontraban a la película como una glorificación del exceso en la que un criminal confeso no recibe un castigo del tamaño de sus crímenes y que eso la hacía peligrosamente atractiva, al punto que podría resultar en la normalización de conductas criminales entre su público. 

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Foto: Universal Pictures

Y ambos tenían razón.

La letra entra con sangre

Si eres de los míos, te has estado preguntando: “¿qué onda con el título de este artículo?”

Es una frase de “sabiduría” popular que, al parecer, se origina en la Edad Media. La idea tras la frase es dar a entender que el conocimiento, especialmente el de la lectoescritura, puede ser un proceso difícil que implica sufrimiento. Lo cual tienen sentido para una época que, literalmente, es llamada Oscurantismo y en la que, por exceso de religión y quema de libros y personas, el desarrollo de la ciencia y la filosofía se vio estancado en varias dimensiones (ojo, no en todas).

El caso es que esa frase sobrevivió hasta hoy en día. No es que siga del todo vigente, con la introducción de la educación empática y la educación inclusiva se redujeron y hasta eliminaron los castigos físicos durante el aprendizaje, así como los años trajeron nuevos métodos y tecnologías para facilitar el aprendizaje en general. Pero, aunque ya no esté tan de moda, la idea no se pierde. De tanto en tanto, a alguien se le ocurre decir algo relacionado a que los viejos métodos deberían volver y uno que otro responde: “sí, realmente la letra entra con sangre”.

Y, tal como los dos bandos elogiando y defenestrando a El lobo de Wall Street, esta gente también tenía algo de razón. La gran prueba es este filme y que su director sea Martin Scorsese. 

Ya lo dije antes: es la película en la que un conocido mentiroso y estafador te cuenta su versión de su vida. Es un narrador buscando justificar sus actos, ser algo sincero con lo que hizo, pero también cosechar empatía por cómo lo perdió. Varios años después, el mismísimo Jordan Belfort admitiría que si bien la película no retrata de forma fidedigna su vida, sí captura de manera precisa cómo se sintió vivir esa época en sus zapatos. 

Tal como en La última tentación, Marty no hizo un film sobre el exceso y la corrupción de tal forma que parezca una reprimenda cargada de moralinas, sino que aplicó la lógica de “la letra entra con sangre” al exponernos a todo lo que fue la vida de este estafador: nos hizo víctimas de un narrador mentiroso, nos llenó los ojos con imágenes del exceso y la corrupción; él y Leo nos dieron a un Jordan carismático y divertido al que podemos apoyar. Para añadir jugo de limón en las córneas, este filme fue financiado, a través del productor Bob Guccione (fundador de Penthouse), por un fondo malasio que después fue objeto de investigaciones por corrupción y lavado de dinero, atando la financiación de una película sobre corrupción a un trasfondo turbio que revelaba que en la industria hollywoodense también hay gente como la de Wall Street.

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Foto: Appian Way Productions

Entonces, sí: El lobo de Wall Street es una valiente sátira que analiza incisivamente la avaricia y la corrupción del ámbito financiero, pero también es una glamourización de la corrupción que glorifica el exceso y que nos recuerda que, en el mundo de hoy, manejado por el dinero, un criminal confeso puede y va a aterrizar bien parado.

Pregúntenle a Milei. Hace poco, el verdadero Belfort visitó la Argentina y fue recibido con honores por el presidente argentino Javier Milei, quien ve a Jordan como un símbolo del capitalismo y de la libertad económica. Para Milei, Belfort tenía todo el derecho de actuar en el mercado sin regulaciones excesivas y está totalmente admirado de lo audaz que fue Belfort en el mundo de las finanzas. “Genio”, llama Milei a Jordan, de la misma manera que mucha gente, después de ver el filme de Scorsese, lamentaron que Belfort cayera siendo “un gran hombre de negocios” con un “espectacular enfoque agresivo” que garantiza el éxito en el mundo actual y, hoy en día, tal como Milei, son una suerte de esbirros del estafador que es la viva prueba de que el crimen paga.

El espejo de la realidad

¿No me creen? Hay tres escenas en El lobo de Wall Street que son agresivamente directas con su público. Como para que de verdad la letra entre con sangre.

La primera es cuando el captor de Belfort, el agente Patrick Denham, interpretado por el actor Kyle Chandler, se sube al metro y mira a su alrededor. Todo está lleno de gente común: esto es gente gris, humanos impíos que nunca podrán salir del ciclo de deudas y préstamos para sobrevivir en sociedad. Estamos viendo que el captor de un estafador de miles de millones de dólares sigue siendo, después de todo, otro clasemediero más que, si se queda sin trabajo, viviría una vida miserable. No hay dinero en el heroísmo, solo un viaje incómodo en un vagón lleno de gente sudorosa a la que no le importa lo bueno o malo que seas para la sociedad. 

La otra escena viene casi inmediatamente después. Nos enteramos el porqué Belfort nos está contando su historia en realidad. “Por un breve momento”, dice Jordan en la voz de DiCaprio, “tuve miedo (al entrar a la cárcel) pues olvidé que soy rico y que vivo en un país donde todo está a la venta”. Ahí Belfort hace una pequeña pausa y lo último que escuchamos de él como narrador en off es: “¿no te gustaría aprender cómo vender?”  

Y ahí pasamos de inmediato a la escena final. Un presentador (interpretado por el verdadero Belfort) introduce a un grupo de gente al orador principal del evento por el que pagaron: es Jordan Belfort, interpretado por Leonardo DiCaprio, que enseñará a toda esta gente los secretos de ser un gran vendedor, tal como lo fue él. El filme termina con una toma de la gente mirando a Belfort enseñar a una nueva generación sus métodos para volverse millonarios; la escena final es un montón de gente sentada viendo a Belfort hablar, ayudándolo con eso a amasar una nueva fortuna pese a sus crímenes. Y, lo más interesante, las nucas de este público que paga por ver a Belfort y lo miran completamente concentrados, esas nucas están iluminadas, tal como las nuestras lo están cuando vamos al cine y la luz del proyector ilumina la parte trasera de nuestras cabezas.

La escena final es un espejo. Es un cuestionamiento que Marty nos hace como público de su cine y como miembros de la sociedad que idolatra a figuras como Belfort, o incluso a Evo Morales quien, a pesar de estar acusado de estupro, puede que salga presidente en 2025, entre otras razones, porque la gente común guardamos un vago recuerdo de bienestar económico bajo su mando. 

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Foto: Appian Way Productions

En fin. El lobo de Wall Street es un retrato de lo que se siente ser un estafador, es una glorificación de los excesos, pero también es un espejo. Esa escena nos revela como ese grupo de gente común pagando por aprender a tener el éxito de Belfort somos nosotros: un montón de personas de clase media o baja atrapados entre la cruda realidad y la ambigüedad moral que no pueden hacer otra cosa más que ver cómo la historia la escriben, ni siquiera los vencedores, sino los más corruptos y los más astutos. 

Me encantaría creer que realmente Marty lo logra, pero, tal como pasó con La última tentación, quizás por cada diez que vieron El lobo de Wall Street, dos entendieron esto que propongo y mucho más, tres no entendieron nada y cinco, entre ellos Milei, decidieron idolatrar a Belfort y su prédica. Ahí se me ocurre que, aunque algo de sabiduría hay en “la letra entra con sangre”, definitivamente no es un buen método de enseñanza, aunque sí, como lo prueba Marty, es un gran enfoque para hacer películas sobre la ambigüedad moral del ser humano. 

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