Los duques
Oscar, Wilmer, Carlos y Hugo, nombres ficticios por razones obvias, tienen más en común de lo que quisieran. Pertenecen a un mismo estrato social, ese que copó históricamente los altos cargos estatales bolivianos hasta el año 2005. Habitan los barrios más exclusivos de la Sede de Gobierno, visten ropa fina, de “marca”, como se dice aquí. Son educados, tres de ellos por lo menos. Pero, sobre todo, estos cuatro jailones(5), quienes, en otras circunstancias, quizá sí, o quizá no, podrían haber coincidido, están detenidos en el penal de San Pedro de La Paz, Bolivia. Son parte de una especie determinada, minoritaria y necesaria en ese ecosistema que son los penales bolivianos. Son “duques” en la cárcel de San Pedro.

En la coba(6) boliviana, “duque” es la palabra que designa al detenido con capacidad económica “alta” y que no tiene necesidad de trabajar dentro del penal. Al contrario de lo que se cree, el término no tiene relación directa con el título nobiliario, aunque refiere de soslayo a este (algo común en la jerga del hampa de Bolivia). “Duque” deriva de otro término de coba, de “duco”, que significa dólares y, por ende, mucho dinero.
¿De cómo están aquí? En general, pero no exclusivamente, un duque está acusado por algún delito de cuello blanco(7), crímenes relacionados con la esfera pública, delitos de alto nivel, con alto impacto social y económico, normalmente cometidos por gente de ese elevado nivel adquisitivo y social. La presencia de estos Duques es llamativa, por no decir, peculiar. En los casos de quienes nombré previamente, sus historias son únicas y dramáticas, al mismo tiempo que impresionantes. Los duques no son solo una clase social penitenciaria, sino un puente entre los sectores más indiferentes al sufrimiento de la población carcelaria y esos últimos, vistos generalmente como deleznables. Los duques son embajadores de los cielos en el limbo.
Aves del mismo plumaje vuelan juntas
San Pedro es una cárcel paradigmática, no solo en Bolivia, sino en Latinoamérica y el mundo. Se la denominó la cárcel más peculiar que pueda existir; una ciudadela dentro de la sede de gobierno con su dinámica propia. Una microeconomía autosuficiente y con códigos únicos, de las dimensiones de un manzano completo, se subdivide en dos secciones mayores: la megasección de Población General y la de La Posta. Población General, al igual que en otras cárceles de régimen cerrado o abierto en Bolivia y Latinoamérica, es la zona donde la mayoría de los presos comunes conviven; el mismo nombre genérico enfatiza este hecho.
Población, como se le denomina dentro del penal, está subdividida en otras ocho secciones: las primeras son Pinos y Álamos, las más seguras dentro de esa masa genérica. Ahí hay muchos duques con cache, dentro de lo que se puede. Las siguientes son muy parecidas: Guanay, San Martín, Cancha y Palmar; consideradas feas y ordinarias, pero un detenido puede adaptarse bien si tiene los recursos. Finalmente, con características singulares se encuentran Prefectura, la sección de los vicios, donde se puede consumir alcohol, drogas y sexo de todo tipo sin que nadie te detenga; Chonchocorito, que hace referencia al famoso penal de máxima seguridad, y solo recibe a los detenidos de Asistencia Familiar y Beneficios Sociales impagos.
Muralla y La Grulla son los espacios de castigo donde son enviados quienes incumplen las reglas de seguridad y convivencia de los otros sectores. Muralla, como reza el nombre, es el escenario a la intemperie paceña, aquel entre el muro exterior del recinto y los muros interiores. No hay más que decir. La Grulla es más heavy; la recepción obligatoria como mínimo es una golpiza. Pero la pandemia ha afectado a todos; Grulla, desde marzo del 2020 se constituye como la sección de aislamiento para internos nuevos que pueden traer o no el virus de Covid-19. Muralla se hacina y ahí los castigos se vuelven más crueles.
Población no goza de privilegios; el llamado de lista es diario a las seis de la mañana. Las visitas solo se permiten miércoles y domingo, y las requisas se dan sin “previo” aviso. Pululan los adictos, también llamados tisis(8) y los sin sección, aquellos que duermen en los pasillos, motivo por el cual, a partir de que cae la noche, transitar es un peligro.
Pero… ¿y La Posta? Esa es otra historia.
Del tamaño de solo una de las secciones antes mencionadas, La Posta es tan única, exclusiva y V.I.P., que tiene su ingreso aparte para visitas. Mientras a Población se ingresa por la entrada en frente de la plaza San Pedro, a La Posta se lo hace por la entrada de la calle Cañada Strongest, la misma que a la gobernación del penal.
Con una cancha multiuso asimétrica al centro y poco más de cuatrocientos detenidos —muchos de ellos de alto perfil—, La Posta disfruta de los privilegios que las otras secciones envidian. Las visitas están autorizadas los siete días de la semana, el derecho a pernocte es un beneficio por el que se paga por adelantado, es normal encontrar a esposas, novias, prostitutas y queridas conviviendo algunos días y noches con los detenidos. Si quieres consumir drogas o alcohol, no necesitas hacerlo a escondidas, con “sancionarte” dando cincuenta bolivianos a la policía no habrá el menor problema, solo no hagas escenas frente a las visitas. Las requisas son alertadas con por lo menos seis horas de anticipación, así la droga, el alcohol, los celulares, televisores de plasma, computadoras, puntas(9) y otros elementos “prohibidos” podrán ser guardados en los enguilles(10). Si te haces pillar, allá tú (pero tranquilo, la devolución se acordará con los policías a cambio de algún monto).
De lunes a sábado es un patio de comidas tercermundista: letreros de platos del día y varias tiendas de abarrotes (igual que en Población). Los domingos se convierte en una feria familiar con música a todo volumen y niños correteando. Ahí un cliente le compró una Coca-Cola fría a Santos Ramírez, quien regentaba su tienda de abarrotes debajo de la celda de William Kushner Dávalos. El coronel Medina de la FELCN de Santa Cruz salía de rato en cuando, junto a los otros altos mandos policiales del caso ANAPOL (Quiroz, Quinteros e Illanes) a balconear acompañados, por cierto, de voluptuosas y cariñosas lolitas. El coronel ya no puede hacer eso en Chonchocoro.
Es una sección llena de recovecos, me comentaron estos duques, lo que permite que, durante el llamado a lista los miércoles y domingos, los detenidos salgan de donde sea, para, después de decir “presente”, retornar a sus guaridas.
Aquí es donde estuvieron detenidos Oscar, Wilmer y Hugo, mientras que Carlos continúa. Este es el lugar en el que se forjó una “amistad” más por similitudes provisionales que por verdadera afinidad. Estas aves, temporalmente, vivieron juntas su encierro.
“He sido conocido por ser un profesional eficaz y honesto”
Se lo nota incómodo, sentado en una de las mesas de plástico que se colocan al centro de la cancha. Otro compañero de trabajo suyo está detenido con él y lo acompaña junto a unas dos o tres visitas, todas femeninas. Su incomodidad no es resultado de estar detenido, sino de tener que pasar la detención rodeado de gente que no es muy de su agrado.
Él es Óscar, delgado y menudo de estatura. De ademanes pausados, su principal rasgo físico es su amplia sonrisa. En el penal se usan “chapas”, apodos para designar a alguien por sus características, a él le decían “el señor sonrisas”. Mientras nos atendía “el Magneto”, mozo de uno de los restaurantes de La Posta, cuya chapa hace referencia “a que todo se le pega”, inicié un periplo muy interesante, al conocer a este procesado. Él me contó que fue detenido preventivamente dentro de un sonado caso referido a la malversación de fondos en la lucha contra el narcotráfico. Si uno busca bien, puede encontrar en internet fotografías de un hombre elegante y enmanillado, dirigido a las famosas celdas de la FELCC en La Paz. Es el.

No fue fácil defenderlo. Un ego desmedido y falso constituyó una barrera, no infranqueable, pero sí difícil de superar. Siempre a la defensiva, escondiendo algo, como si tuviera una máquina de rayos X encima suyo. Ante la acusación, Oscar saltó de entrada con un justificativo que hasta el día de hoy retumba en mi memoria: “Siempre he sido conocido por ser un profesional eficaz y honesto…”.
Toda su vida profesional estuvo ligada al servicio público. Es divorciado y padre de tres hijos mayores de edad, dos mellizas y un varón. Estudiaron carreras costosas, dos de ellos en el extranjero y sin beca, visitados con frecuencia por su papá. En reciprocidad, son ahora ellos quienes lo visitan, pero hay cierta tensión: apenas y se hablan. De igual manera, sus hermanos, “conocidos empresarios textiles”, según él —en un país donde esa industria prácticamente no existe— lo visitan con frecuencia.
Su celda está en lo alto de la sección. La comparte con Wilmer y otros dos detenidos, todos duques, ya que esa celda es considerada la mejor, o una de las mejores. Similar a un garzonier, nadie creería que San Pedro guarda tales secretos. Espacio para dos camas dobles, cocineta, refrigerador, televisor plano de muchas pulgadas, baño con todas las comodidades, mesas, sillas, cómodas para ropa, piso flotante y sobre todo ventanas. Le dicen el penthouse.
“Aquí somos un sector necesario; movemos la economía interna…”, comentó un día que lo visité. Efectivamente, los duques no realizan ninguna actividad económica más que consumir lo que otros detenidos ofrecen. Si alguien es muy mayor, es un Tío(11) y se tiene respeto por su edad; “algún día llegaremos a viejos”, dicen ahí. Si es mayor y tiene dinero, puede tener un “vapor” para ayudarlo, que son detenidos —generalmente más jóvenes— cuyo sustento es complicado, así que trabajan para ellos haciendo mandados; “va por” el agua, “va por” las visitas, etc. El pago es en efectivo, con comida o con espacio en una celda.
Oscar, al no tener que trabajar dentro del penal, dedica su tiempo a comer alguna de las opciones que se ofrecen en ese peculiar patio de comidas, lo cual le generó algunas infecciones estomacales. Es visitado diariamente, pero su familia procura no coincidir. Al parecer, la detención de Oscar conllevó que la familia enfrentase las consecuencias de un estilo de vida basado en esquilmar los fondos estatales. Hay una especie de culpa compartida entre todos los familiares que lo visitan, como si hubieran esperado esta situación y le pusieran el hombro al haberse beneficiado de sus “negocios”, pero procuran no toparse mucho; los reclamos y acusaciones debieron ser la salsa de sus reuniones.
No solo come, sino que, como todo buen duque, estudia. Hasta antes de sacarlo de la detención preventiva, Oscar pasó clases de paquetes informáticos, cocina y construcción civil. Estos cursos ayudan a los detenidos con sentencia condenatoria ejecutoriada a acelerar sus indultos. En su caso, le permitieron llevar adelante el tedio de la detención. También se inscribió al gimnasio sin mucho éxito y se dedicó a la cocina. Pero no hay que confundir las cosas, Oscar pasó la mayor parte de su detención preventiva sumido en una terrible depresión. Según comentan sus familiares, cambió mucho. De ser un hombre alegre, mutó a un individuo lleno de “envidia”, extremo corroborado por otros detenidos a los que también defendí. “No aguanta que otros estén mejor que él…”, revelaron. Su racismo de crianza, sumado a la obligación de tener que convivir con detenidos de estratos sociales inferiores y, por último, haber sido detenido en la “Era Morales”, sacaron a la luz su faceta más mezquina. “Es que en este país te obligan a ser racista”, me dijo en una visita que derivó en charla política.
Llora en las noches y tiene tensiones con sus compañeros de celda porque se comporta “como si fuera huésped de un hotel”, según ellos. Tres meses antes de salir de detención preventiva, Oscar “compró” una celda para él solo. Según él, la convivencia se había vuelto insoportable; según ellos, él se había vuelto insoportable. Aumentó de peso y las visitas familiares se hicieron cada vez menos frecuentes. Terminó recluyéndose en lo que, me dijo, era una celda diminuta, la cual no conocí.
No sabría decir si podría haber soportado más tiempo detenido. Según los romanos, la oportunidad es calva y a él se le presentó en diciembre de 2019. Junto a otros detenidos de su caso, fue beneficiado a solicitud nuestra con detención domiciliaria, gracias a que las tornas del órgano judicial cambiaron ciento ochenta grados en el gobierno de Añez. Pero en octubre de 2020, las mareas cambiaron nuevamente y ahora Oscar, arraigado y sin recursos, enfrenta un juicio oral inevitable.
“Profesional eficaz y honesto”, resuena cada vez que me acuerdo de Oscar y su caso. Su insistencia en tener antecedentes impolutos recuerda esa frase del saber popular: “Dime de qué te jactas y te diré qué te falta”. A principios de 2021, encontré su nombre vinculado con el caso de corrupción más paradigmático de la Bolivia de la democracia pactada; caso histórico, de nombre pintoresco. A buen entendedor pocas palabras. Me causa gracia cómo durante los cinco meses que me relacioné con Oscar y su familia, nunca mencionó, ni de lapsus, su oscuro pasado. Después de su cesación y la cancelación de mis honorarios, no nos volvimos a ver.
“Así nomás es, hermano”
A sus espaldas, Oscar, Hugo, y sus otros dos compañeros de celda, se referían a él como “el Ogro”. Un defendido que pasó una noche en su celda, recién llegado a San Pedro, me puso en contacto con Wilmer.
En el penal se acostumbra recibir a los conocidos; normalmente, los abogados somos quienes hacemos el nexo. A través de nuestros defendidos, pedimos el favor a quien está adentro de recibir al que está entrando. Si quien es entrante conoce a alguien que ya esté adentro, se lo contacta para que lo reciba. De igual manera, los detenidos pasan información sobre sus abogados. Es así como conocí a este hombre.
También ronda la mitad de los cincuenta, y es el dueño del penthouse. Auditor de profesión, fue un tiempo director de una cartera muy importante de bienestar social del Estado. Ya fuera del ámbito público, inició una carrera como gerente de un emprendimiento privado y es ahí donde su desgracia comenzó.
La situación de Wilmer no era complicada. De hecho, al momento de contratar mis servicios, él ya tenía orden de detención domiciliaria. Lo conocí cuando él ya había cumplido un año en preventiva y con su domiciliaria emitida hace dos meses. ¿Por qué seguía preso? Algunas veces la fianza económica señalada es demasiado alta y el detenido sigue adentro porque no la puede cubrir, pero este no fue el caso. Era el dueño de la mejor celda de esa sección, lo que lleva a cualquiera a preguntarse: ¿cómo se puede ser dueño de un pedazo de propiedad pública? En la película Karandiru(12), los personajes explican que quienes gobiernan de verdad un presidio son los detenidos, al establecer sus reglas, mecanismos de cumplimiento y respeto. En San Pedro, para tener donde vivir se debe ser dueño de una celda o pagar el alquiler de esta; no hay documentos ni nada de eso, solo “acuerdos de caballeros” respetados por los demás. Ahí la costumbre sigue siendo fuente de vinculación “jurídica”.
Y eso es lo que pasó. Wilmer, al iniciar su detención, obligó a su familia a sacar un préstamo bancario de consumo por la suma de quince mil dólares americanos y adquirió la propiedad del penthouse. Una vez que obtuvo su detención domiciliaria, convenció a su entonces abogado de postergar la salida hasta que venda la celda, recupere su capital y genere ganancias. Con él aprendí que hay gente que se queda por gusto, y este fue el caso.
Mi primera impresión fue que no era un hombre muy inteligente y mucho menos culto, aunque simulaba serlo. Ganó una licitación para la construcción de gallineros en una granja avícola a favor de una comunidad agraria. Cotizó el trabajo por más de setenta mil dólares, recibiendo la mitad de anticipo. Nadie me quita que ese enrejado no pasa de diez mil bolivianos, lo mismo pensaron los comunarios y por eso estuvo detenido.

Tuvo tres inquilinos, entre ellos Oscar. Pero las reglas del penal son duras; los inquilinos normalmente no tienen que estar en la celda alquilada, sino hasta llegada la noche. Desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde, pasan el tiempo en el patio de comida recibiendo a sus visitas, abogados, etc.. El dueño es quien disfruta de su celda, “Así nomás es hermano…”, me dijo cuando le pregunté respecto a ellos. Igualmente, según comentaron Oscar y Hugo, no dejaba de recordar a sus inquilinos que debían encontrar una nueva celda, ya que pronto vendería la suya.
¿Qué pasó entonces? El acuerdo de servicios conmigo era simple: ante la impaciencia del anterior profesional que abandonó su defensa, yo tenía que actualizar la documentación de su detención domiciliaria, entretanto él lograría vender la celda. Sí recibía ofertas, pero nunca de quince mil dólares. La mejor que yo escuché que le hicieron fue de cinco mil. Se volvió evidente que Wilmer había sido estafado, que nunca lograría recuperar ese dinero, menos generarse ganancias, pero él era incapaz de aceptarlo. Igual que el cornudo de quien las correrías de su esposa son públicas, Wilmer era el motivo de burla principal de la mayoría de los duques de esa sección.
Y es que, “a su pesar”, él necesitaba vender esa celda; había problemas en la familia. Su esposa no lo visitaba desde hace meses y sus hijos —ambos médicos— no dejaban de echarle en cara el problema que había generado. Al igual que Oscar, juraba, oleaba y sacramentaba su inocencia a los cuatro vientos. Jurídicamente estaba bien colocado, no había llegado a juicio oral y al no ser un delito de corrupción, el procedimiento, por su duración excesiva, avizoraba una extinción penal de ahí a unos meses, o a un año.
“Es un acomplejado”, afirmaron categóricamente Oscar y Hugo, y esta fue una de las pocas cosas en las que coincidieron. Esta frase fue la que terminó de armar el rompecabezas para comprender a este personaje. Wilmer en el fondo no quería vender la celda, porque gracias a ella, por primera vez en su vida, sintió ser “alguien”. Ser el dueño de esa celda tan peculiar le dio cierto prestigio entre esos “malhechores e indios de mierda”, como los llamaba. Es que ante su incapacidad de reconstruir una vida afuera, se aferró a lo que logró ser ahí dentro.
“Todos aquí menos yo, son unos maleantes…”, recitaba desde su propiedad, enfatizando la última palabra, como quien quiere sacarse la mancha del cuerpo y no lo logra. Se me hizo aburrido atenderlo, ya que su charla solo rondaba alrededor de cómo la chica más “linda” de La Paz se hizo su esposa o cómo nunca sale de la coqueta Zona Sur de la sede de gobierno, aunque en la revisión de su documentación, se evidencia que no tenía casa propia, y vivía en anticrético, ahogado en deudas.
Tuve que presionarlo. A los dos meses de asumir su defensa, el juez me dio un ultimátum: “O se sale, o revoco de oficio las medidas por incumplimiento…”; lo más gracioso es que realmente lo pensó. No había vendido la celda y nunca lo haría. Presionaba a Oscar para que se la compre, y nada. Bajó el precio y nada. Finalmente, con base en esos acuerdos de caballeros, “autorizó” gestionar la venta a uno de los delegados de la sección. “Es buen tipo”, dijo respecto a un condenado por estafa agravada y con más de dos años de cumplimiento de pena. El buen tipo vendió el penthouse, Oscar ya se había mudado a su propia celda, los otros dos duques buscaron su vida y Wilmer nunca vio el dinero.
Ya en su casa, que se sentía como continuación de la cárcel, Wilmer me propuso iniciarle un proceso al buen tipo por haberlo estafado. Realmente fue duro hacerle entender que no hay consecuencias legales de actos ilegales, como ser la compraventa de celdas. Lo he visto dolido, de seguro ha consultado a otros abogados. No ha conseguido trabajo desde entonces y los otros duques, quienes fueron sus inquilinos y ya están afuera, se le burlan porque fue estafado dos veces. “Así nomás es hermano…”, me resuena cuando me acuerdo de él.
“Me traicionaron”
Encontrar detenidos que son inocentes no es raro, en sí es la regla. Pero encontrar detenidos que por hechos anteriores nunca fueron procesados, y que están adentro por algo que no cometieron, es hasta exótico. ¿Justicia poética? No lo sé. Hugo era el más inteligente de estos cuatro “duques”, eso de lejos. Algo más joven que los dos anteriores, en sus últimos cuarentas, de un día para el otro, fue detenido en una acción directa coordinada por el DACI y la FELCC en instalaciones de la misma entidad donde cumplía funciones con Oscar. Sus casos están relacionados, pueden confundirse, pero no son el mismo. Para su mala suerte, aún este 2022 aparece en las redes sociales fotografiado al momento de su detención.
Es el más inteligente, y no fue mi defendido. Sin embargo, su madre resultó conocer a mi padre de las épocas del Acuerdo Patriótico. Fue ella quien, describiendo a la perfección la contextura y carácter de mi progenitor, dijo: “No puedo ver aquí adentro a mi hijo, ayúdelo”, y eso hicimos.
Delgado y hasta de aspecto enfermizo, era un fumador empedernido. Su mal aliento delataba que la tensión de estar en el bote lo consumía. Divorciado y padre de dos hijos menores de edad que sabían de su situación, por motivos de “higiene mental”, según él dijo, no ha permitido que lo visiten. Tampoco la madre de sus hijos ayudó mucho. “¿Ahora qué hiciste, cojudo?”, fue lo primero que le dijo mientras estaba en celdas judiciales. Me lo contó con tanta naturalidad que de entrada me cayó bien.
No fue inquilino del penthouse. Tenía cierta aversión por Oscar, su compañero de trabajo, a quien no bajaba de “jailoncito con una cola gigante” y un rechazo enfermizo contra Wilmer. Se alojó en una celda, propiedad de un pandillero, a cambio de un pago diario y el derecho de “celdear”; es decir, intimidad: utilizar la celda para mantener relaciones sexuales con su pareja. Su enamorada le fue igual de leal que su madre, jamás falló en visitarle un día. En la mañana y hasta la hora de almuerzo, lo acompañaba su madre. Los fines de semana su pareja fue quien pasó la mayor parte del tiempo con él, “celdeando”.
Su hoja de vida me impresionó. Resultó ser un profesional de muy alto nivel y aguda astucia, llegando a ser un educador de los más reconocidos a nivel nacional. Por esto, y porque teníamos conocidos en común en el ámbito académico, le gané estima. De hecho, Bolivia es tan minúscula, que quien lo denunció fue mi compañera de colegio en Cochabamba, a quien él, por su cargo, debía asesorar. “Mi función era capacitarla, y me traicionó…”, contó sobre el día de su detención. Se lo acusó de destruir elementos de prueba del caso donde Oscar estaba involucrado. La prueba contundente: una caja de basura que, efectivamente, solo tenía eso, basura. Pasó tres meses detenido por una caja de papel periódico picado. Ella se adjudicó una candidatura y en las elecciones perdió por paliza.
Él reconoció que adentro estaba “cambiando” mucho. Quien fue su dueño de celda, a quien le pagaba treinta bolivianos por día, incluyendo derecho a “celdeo”, se podría considerar un antisocial peligroso: ropa ancha, poleras de grupos de hip-hop, tatuajes, etc., mas resultó ser educado y atento. “Me trata como huésped, ni me deja barrer el piso”, enfatiza Hugo. El joven era de los que respetan esos códigos internos. Mientras yo respondía las interrogantes de Hugo al lado de su madre, aquel dueño de celda se subió a su cama y se puso a escuchar música en el celular a través de audífonos. Ahí todos tienen problemas, no hay que andar de curioso.
Sus anécdotas eran divertidas. Comentó cómo a los detenidos nuevos se les obliga todos los años a desfilar durante las efemérides departamentales y nacionales, llevándolos a Población. De estos “duques”, el único al que no se sancionó por zafar del desfile fue Hugo, quizá por estar celdeando o despistado. “Estaba ahí, con mi banderita, con el un, dos, tres… mientras esos hijos de puta me silbaban e insultaban…”. Según él, Oscar y otros dos “duques” de su batería —grupo de amigos en la cárcel— no le avisaron. Estuvo resentido un tiempo, después lo tomó a broma.
Pero el mundo sigue siendo chico. Había sido colega de trabajo de mi esposa, en un ministerio de gran importancia. Ni corto ni perezoso, además de tonto, comenté a mi señora su situación. Ella respondió secamente: “Vida, ese es un pendejo(13)” y luego deshiló con lógica y lujo de detalles todas las tramoyas donde Hugo estuvo involucrado y cómo, gracias a su “viveza criolla”, evitó sufrir las consecuencias. Eso me generó una fascinación aún mayor respecto a este espécimen de puro olañetismo(14), como diría Soliz Rada.

Me lo encontré tres veces después. La primera en la calle Comercio, cerca de la Plaza Murillo. Recién había salido y estaba acompañado de su pareja, intercambiamos números y me agregó al Facebook ahí mismo. Dejaríamos de ser amigos en la red social por divergencias políticas. Ya en septiembre de 2020 me lo encontré por segunda vez en tribunales; con un gafete oficial hizo gala de que su posición política “le permitía abrir cualquier puerta” y que se estaba dedicando a “cazar masistas(15)”. El mundo da vueltas; lo encontré por tercera y última vez almorzando con su madre, en un restaurante clásico de La Paz. Visiblemente incómodo, evitaba mirarme de frente. Al momento de cancelar su cuenta, noté que el pago lo hizo su madre, no él —que estaba molesto—. Los masistas quizá lo estaban cazando. Era mediados de 2021.
No sé más de su vida, solo sé que quien lo denunció ahora se perfila como opinadora política y posa en varias fotos junto al expresidente Evo Morales.
“HERMANITO, ARREGLA SOLO TUS PROBLEMAS…”
Me refiero a Carlos al final, porque aún este 2022 sigue adentro. Ya van cuatro años, quizá más. Su caso es histórico y, hasta ahora, el más grande de su tipo en Bolivia. Tiene trasfondo político, pero es un caso exclusivamente económico. También aparece en internet, con nombre y todo. Sumado a que ya era una figura pública que se codeaba con los estratos más altos a nivel nacional e internacional, pillar algún elemento revelador puede ser fácil.
Una socialité(16) de la noche paceña y cruceña, amigo íntimo de todas y todos los presidentes de Bolivia desde inicios de los ochenta hasta fines de 2020 y empresario reconocido y pionero en algunas áreas. Muchas modelitos y conductoras de televisión pasaron por sus sábanas dentro y fuera del penal. Cuando contrató mis servicios entre charla y charla, quedamos en que un día escribiríamos un libro respecto a los chismes de cama de los presidentes bolivianos. “Me lo sé todo”, sentenció.
Es alto y de carácter alegre, casi infantil, pero cuando es necesario exuda una cultura y experiencia de mundo digna de un hombre de su calibre. No se junta mucho con los demás detenidos, no por soberbia, sino por cautela. Ya que sapos(17) sobran en San Pedro. La rutina lo salvó durante todo este tiempo. En la mañana ingresa a Población general a pasar algún curso; en más de 4 años aprendió manejo de softwares y auditoría, adquiriendo el título de técnico medio; construcción civil, cocina, carpintería, pintura, y otras artes u oficios que se imparten para los detenidos. Durante la tarde se encuentra en su celda, ubicada también en un altillo y muy rara vez baja. Tiene vista hacia la plaza de San Pedro, quedándose horas mirando el barrio del mismo nombre, o disfrutando de la compañía de alguna visita femenina. Los fines de semana, antes de que llegue su familia, va al culto en una de las iglesias cristianas que pululan en La Posta. “Aposento alto. La iglesia de los taladros”, señaló esa vez; parroquia de los abusadores sexuales y violadores, quienes se refugian en la Palabra.
Esta es una tragedia familiar, su hermano también cumple detención por el mismo proceso en otra cárcel del país. La madre lo visita una vez cada quince días. Tengo entendido que ya falleció por Covid-19. Su esposa y sus dos hijos, uno con discapacidad, lo visitan todos los fines de semana. Durante los días regulares, recibe a sus novias o prostitutas, encerrándose en su celda con ellas. Cada familia es un mundo.
Carlos no hizo mucho por salir. Tuvimos dos audiencias cautelares intentando lograr una detención domiciliaria, sin buenos resultados. Los profesionales anteriores quedaron en una situación similar, fue como ir de bajada durante esos años. De un entusiasmo inicial explosivo, Carlos se “acostumbró” a su vida ahí dentro. Le pregunté si no recurrió a sus “contactos”. Obviamente sí, a los más importantes. Evo Morales fue claro ante su solicitud de ayuda —eso antes de ser detenido—, dándole la mano como signo de compañerismo y contención, le dijo: “Hermanito, arregla solo tus problemas…”. En diciembre de 2019 recurrió a Jeanine Añez, quien le prometió sacarlo y después no le contestó las llamadas. Estamos en 2022, no conoce personalmente a Arce, mientras que Jeanine y él están detenidos.
Agradeció mis servicios y de un día para el otro desistió de estos. No niego que eso me tocó un poco el ego profesional. Sin embargo, de eso ya va más de un año. Sigue detenido y no tiene abogados que muevan su causa. Corre el rumor que él ha decidido “sacrificarse” unos años adentro, al igual que su hermano, mientras la familia disfruta los millones mal habidos y guarda esa fortuna en algún paraíso fiscal.
Las guerras perdidas
Se ha dicho que un hombre, para probarse realmente, deberá pasar una vez en su vida o por la guerra, la cárcel o el hospital. Son innumerables los casos de individuos que habiendo pasado tiempo tras rejas se levantaron y cambiaron el mundo. Esto no tiene nada que ver con su culpabilidad o inocencia, sino con la fortaleza de espíritu y carácter que se pone a prueba ahí. Es en esas horcas caudinas donde el individuo se enfrentará a sus demonios, y como acero, saldrá limpio de la escoria y con nuevo temple o, quizá, sea incapaz de transmutar. Las mentiras de Oscar, los complejos de Wilmer, el deseo de venganza de Hugo y la avaricia de Carlos nos muestran no solo sus fracasos como individuos; a un nivel mayor, demuestran el fracaso de una sociedad que repite sus modelos estructurales y taras dentro de los penales, confundiendo privilegios con derechos. Estos “duques” no necesariamente tenían que reconocer culpabilidades y buscar redención, sino que pudiendo convertirse en mejores versiones de sí mismos, prefirieron quedarse en lo fácil, en lo rutinario y cómodo.
Estamos a 2022, y quien escribe se encuentra al otro lado del mundo. Queramos o no, las noticias de mi tierra se filtran a través de mis redes sociales, chats y llamadas con la familia. Un fiscal detenido cada semana con las manos en la masa por recibir y pedir sobornos; más de veinte feminicidas y agresores sexuales ya condenados nuevamente remitidos a la cárcel por haber sido ilegalmente beneficiados con domiciliaria bajo motivos ridículos, como ser obesidad, entre otros. Por el otro lado, se cae en la venganza que se quiere vestir de justicia: solicitudes de hacer públicas las listas de denunciados por feminicidio o violar un derecho humano para proteger otro. Bolivia cumple su sino eterno desde la colonia, la república y la era del Estado Plurinacional: avanzar sin dirección con el carro por delante de los caballos.
* * *
(1) Monrrero: Delincuente especializado en el robo de domicilios particulares.
(2) Tragón: Persona que transporta droga (clorhidrato de cocaína normalmente) a través de portarla en su tracto intestinal.
(3) Treintón: Condenado a treinta años de prisión sin derecho a indulto, pena máxima en Bolivia. Normalmente se aplica a condenados por asesinato o feminicidio. Es la pena máxima y no puede incrementarse, por lo que, si reincide el treintón, no podrá tener una mayor pena, lo que le da un halo de peligrosidad extrema.
(4) Taladro: Eufemismo referido a delincuente sexual; violador, abusador sexual.
(5) Jailón: Bolivianismo. Persona que pertenece a los altos círculos sociales.
(6) Coba: Lenguaje del hampa boliviano. Similar al lunfardo argentino, calo mexicano, slang norteamericano, etc.
(7) Delito de cuello blanco: tipo de fraude cometido por profesionales de los negocios y del gobierno. Esto incluye el fraude empresarial, el fraude de cuidados a la salud, el fraude hipotecario, fraude de valores y materias primas, fraude de seguros, el fraude comercial masivo, el decomiso de activos y lavado de dinero, fraude de quiebra y fraude de fondos de cobertura. Dichos delitos son cometidos por personas de alto nivel de decisión, y su impacto social y económico es masivo. Se coloca al delito de cuello blanco (white collar) en antítesis al delito de cuello azul (blue collar) referido a los delitos cometidos por clases medias y bajas y sectores obreros.
(8) Tisi: palabra quechua-aimara. Significa moco o mucosidad, refiriéndose indirectamente a la inhalación de estupefacientes por la nariz, por ende, se refiere a un adicto.
(9) Punta: Arma blanca.
(10) Enguille: Escondite en la celda o cárcel.
(11) Tío: en la coba boliviana hace referencia a persona mayor, experimentada y digna de respeto.
(12) Karandiru: Extinto recinto penitenciario del estado de Sao Paulo en Brasil. El mayor motín carcelario en América Latina sucedió ahí, por lo que se hizo una película referida a este penal.
(13) Pendejo: Pelo púbico. Como bolivianismo se refiere a una persona astuta, inteligente y que ante las condiciones contrarias logra conseguir sus objetivos recurriendo a cierta doblez y malicia, esto en contrapartida al significado de esta palabra en México y otros países, donde refiere a una persona de poca inteligencia.
(14) Olañetismo: derivado de “Casimiro Olañeta”. Término de la jerga política boliviana, referido a la conducta cipaya de sectores que históricamente en Bolivia han copado los estratos de la función pública, sobre todo a niveles ejecutivos altos o medios. De acepción despectiva estos individuos se caracterizan por el repudio al país al que pertenecen y a su gente. Ineptitud y corrupción en sus funciones, así como certeza respecto a que tienen un derecho de propiedad sobre el país que regentaron, pero odian.
(15) Masista: Término de la jerga boliviana referida al militante o simpatizante del partido político MAS (Movimiento al Socialismo), actualmente en función de gobierno. Tiene carga degradadora por parte de los sectores opositores a este partido.
(16) Socialité: Extranjerismo derivado del francés. Persona que es bien conocida en la sociedad de moda y es aficionada a las actividades sociales y el entretenimiento.
(17) Sapo: Persona que no se deja engañar fácilmente; soplón doble cara.