Reflexiones sobre la gestión cultural para las artes
Pienso en la gestión cultural como un servicio… y entonces soy irremediablemente hippie.
Pienso en la gestión cultural como militancia política… y de pronto soy dudosamente “zurda”.
Pienso en la gestión cultural como un ejercicio amoroso… y soy absurdamente romántica.
Pienso en la gestión cultural como una tarea estratégica que trabaja en la dimensión simbólica y económica de la producción artística y cultural… y pues soy asquerosamente tecnócrata.
“¡Ayj!”, digo, “para qué pensar”… entonces río, luego existo.
Y es que no hay manera de definir rígidamente lo que la gestión cultural es o debe ser. Quienes transitamos su camino, aprendimos y nos construimos en la práctica más que en la academia y conocemos de primera mano aquello que nos define en virtud al campo en el cuál gestionamos. En ese camino, también estamos desaprendiendo la falsa sinonimia: cultura = solo artes, comprendiendo que somos parte de un ecosistema cultural complejo y diverso en el que conviven las artes, la cultura viva y otras expresiones culturales contemporáneas.
Ahora bien, en esa diversidad, sí quiero referirme a la gestión de las artes, no como “producción artística” exclusivamente ni como “la empresa del espectáculo”, sino más bien con una mirada articuladora que va más allá de la focalización en el producto artístico. Y advierto que aquí seré descaradamente “romántica”.
En tiempos en los que podemos hablar de un tejido social fragmentado en sus distintas capas, pienso en una gestión de las artes que contribuya a las transformaciones más urgentes, una gestión que teja puentes, que promueva vínculos, que facilite condiciones para generar encuentros, porque quizá (solo quizá), sea desde ese lugar que cobre un nuevo sentido lo que hacemos, quizá finalmente encontremos el camino para resolver aquello que en nuestro día a día observamos tan precarizado, quizá en esa posibilidad realmente nos asumamos como tejedoras y tejedores, superando ese rol productivista de gestores culturales = organizadores de eventos.
En esa tarea tejedora, que puede ser muy amplia y rica, pienso por ejemplo en el encuentro y vínculo entre la creación artística y el público. Ciertamente, dirigir nuestra mirada a ese lugar puede tener objetivos distintos, aún cuando estemos en la perspectiva del tejido. Será necesario un ejercicio de claridad que puede partir por una pregunta: ¿Qué rol tiene y qué caracteriza a un público? Para responderlas, me gustaría compartir algunas voces latinoamericanas que orientan certeramente la gestión cultural.
Por un lado, la brasilera Ana Rosa Mantecon en la introducción de su libro Pensar los públicos (2023), nos dirá que “(…) el acceso extendido a internet a través de los teléfonos móviles ha convertido a los públicos en un hecho omnipresente del paisaje social. Y, sin embargo, desconocemos casi todo sobre ellos: su diversidad, transformaciones, percepciones, valoraciones y motivaciones, así como las implicaciones sociales y políticas de sus prácticas. Muy comúnmente se les sataniza o idealiza, se les culpa del fracaso de iniciativas comerciales o institucionales que no logran atraerlos y se les percibe en singular, como pasivos e inmutables en el tiempo. No es raro encontrar en los discursos y aún en investigaciones sobre los públicos una buena dosis de simulación: se dice que se habla sobre ellos cuando lo que se aborda es la representación que se tiene sobre un tipo de público imaginado o deseado. También suele pasarse por alto la necesidad de incorporarlos al análisis. Con explorar lo que se les ofrece parece suficiente para deducir sus interpretaciones”.
La misma autora, ya en 2009, afirmaba que “el rol de público se genera en el encuentro con las ofertas culturales, no preexiste a ellas. Se trata de una posición en un contrato cultural; asume modalidades que varían históricamente, que son producto de la negociación desigual de pactos de consumo y que se van transformando en relación con procesos que exceden al campo cultural (…) Al pensar la noción de público en este sentido, reconocemos que ‘ser público no es una mera actividad; es una condición, un modo de existencia de los sujetos’ que se entrecruza con otras modalidades de ser en sociedad”.
Por su parte, la mexicana Lucina Jiménez nos dice: “(…) los públicos forman parte del hecho artístico y su presencia depende de una gran diversidad de factores que es necesario identificar y explorar, a fin de poder establecer políticas culturales y estrategias de gestión contemporáneas que los pongan en el centro”. Y de manera más específica, en relación al público de las artes escénicas: “(…) es un público cambiante, anónimo y diverso, un conjunto de subjetividades que se reúnen momentáneamente para volverse parte de un colectivo transitorio y cuya experiencia vivencial será también plural y hasta cierto punto irreconstructible.”
Una tercera voz, la del argentino Néstor García Canclini, afirma: “los públicos no nacen, sino que se hacen, pero de modos distintos en la época gutenberguiana o en la digital. Las disputas entre corrientes sociológicas acerca de cuánto influyen la familia, la escuela, los medios, las empresas culturales comerciales y no comerciales se reformulan porque todos estos actores cambiaron su capacidad de acercarnos o alejarnos de las experiencias. Condicionamientos parecidos no generan gustos ni comportamientos semejantes en quienes se socializaron en la lectura, en la época de la televisión o de Internet”.
Y podríamos seguir citando distintas voces y sus perspectivas, desde las que asumen fríamente al público como un simple consumidor, sin analizar las variables que se entretejen en su vivencia cotidiana y vínculo o no con las artes, hasta aquellas que nos desafían a pensar en “los públicos” en plural, a conocerlos en su diversidad, a reconocer las barreras que existentes para su acercamiento a las artes, sean estas económicas, físicas o simbólicas. Y será en estas últimas, contrastadas con nuestra realidad, que seguramente encontraremos algunas luces en el camino, para empezar a tejer esos puentes necesarios, sus vínculos y encuentros para fundamentalmente mejorar nuestra convivencia, aportando a su vez a mejorar la sostenibilidad integral de un sector que contra viento y marea sigue creando y produciendo, el sector artístico. Es así que, esta columna pretende ser ese espacio para compartir distintas perspectivas y análisis sobre la gestión cultural, las artes y en principio…los públicos, siempre desde la mirada articuladora y generadora de alternativas.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFÍCAS
- Jiménez, Lucina (2011). Ponencia en Primer Seminario Internacional de Formación de Audiencias. Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM, Santiago.
- Mantecón, Ana Rosas (2023): Pensar los públicos Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa/División de Ciencias Sociales y Humanidades Departamento de Antropología. México
- Mantecón, Ana Rosas (2009): ¿Qué es el público? Revista Poiesis. Programa de Posgrado en Ciencias de Arte de la Universidad Federal Fluminense. Edición número 14 Pp 175-215
- García Canclini, Néstor (2007): Lectores, espectadores e internautas. Pp. 23-24. Editorial Gedisa, Barcelona.