Vine: el increíblemente ridículo brutalismo yanqui

¿Cómo se relacionan un estilo arquitectónico con una app de videos de 6 segundos muy de moda entre 2012 y 2017? Adrián Nieve nos habla del éxito de Vine y cómo esta plataforma inauguró el verdadero brutalismo en Estados Unidos.
Editado por : Fernanda Verdesoto Ardaya

Google. “Brutalismo”. Buscar imágenes. De pronto aparecen un montón de edificios de hormigón expuesto ostentando estructuras demasiado geométricas. Es casi como ver cubos y rectángulos apilados en una película cyberpunk en blanco y negro. Le escribo al Jota, mi amigo que más sabe de arquitectura, y le pregunto qué onda mientras miro los edificios fríos, duros e inhóspitos, fácilmente asociables a entornos urbanos opresivos y deshumanizantes.

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Me explica el Jota que el brutalismo es un estilo arquitectónico de la década de 1950 en el que abusaban del uso del hormigón en bruto (de ahí el nombre) y que buscaban crear construcciones imponentes, crudas y monumentales bajo la filosofía de poner la estructura y la funcionalidad en primer plano, sin preocuparse por el aspecto visual y transmitiendo una muy cruda honestidad en lo estético al no esconder las imperfecciones. Algo así como exponer la realidad sin embellecerla.

Y ahí me dije: “¿El brutalismo es Vine?”

Un poquito de contexto

Obvio no, el brutalismo no es Vine. Porque Vine no era un estilo arquitectónico sino una plataforma de videos que, en 2012, ganó tremenda popularidad en un Estados Unidos en el que Barack Obama sería reelegido como presidente y donde comenzaba el exacerbamiento de la polarización política entre republicanos y demócratas que eventualmente pondría en la silla a Donald Trump en 2016; en Bolivia, mientras tanto, Evo Morales ya iba en su segundo mandato gritando fuerte para defender los derechos de todos los indígenas, exceptuando a los del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure). 

Morales venía de asegurar una nueva constitución y refundar a la República como Estado Plurinacional, catapultando una fiebre nacionalizadora de sectores estratégicos como los hidrocarburos, la minería y la electricidad, lo cual ponía nerviosos a inversores extranjeros, a la par que el gobierno de Morales daba bonos sociales por aquí y por allá. Mientras que en Yu-Es-Ey recién se veían algunas mejorías del fuerte golpe propinado por la recesión tras la crisis financiera de 2008. Así que mientras en Bolivia la gente sentía un mejor panorama económico, en Estados Unidos había mucho desempleo, preocupaciones y austeridad. Y mientras la descolonización en Bolivia permitía que se expongan discriminaciones que por muchos años habían quedado impunes, otras nuevas nacían tanto en Bolivia como en Estados Unidos. 

Es en ese contexto yanqui que aparece Vine, una plataforma para publicar videos de seis segundos de duración que, por algún motivo, caló hondo entre la gente. Era la época en que Instagram no era la gran cosa y Twitter ya estaba de moda. De hecho, fueron justamente los de Twitter quienes compraron Vine por 30 millones de dólares, no con la idea de que tendría el éxito que tuvo, sino como una plataforma más que se enfocaba en comunicaciones cortas que obligan al usuario a ser económico con sus palabras.

Pero donde algunos veían una restricción, otros vieron un reto. Tenían seis segundos para expresar algo que luego se reproduciría en bucle. No era mucho trabajo y tampoco era poco. Era, a su modo, perfecto.  

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Antes todo esto era monte…

Cuando Vine empezó, no tenía mucho movimiento. El usuario más activo era Ian Padgham, empleado de Twitter, quien fue uno de los primeros creadores de contenido que realmente aprovechó el formato de seis segundos con bucles, stop-motion y time-lapses. Si buscan sus videos de Vine, notarán que el cuate la pasaba bomba de manera muy creativa. Ya después nació el ecosistema de jovenes estrellas que hacían comedia situacional, memes de seis segundos que se fueron volviendo progresivamente absurdos. 

Entre los más destacables de esa constelación mencionaría a Brandon Calvillo, Bo Burnham, Thomas Sanders, Brandon Bowen, Aaron Doh, Amanda Cerny, Lele Pons, Manon Mathews, Matt Cutshall, Arielle Vanderverg y el cretino de Logan Paul. Si te das una tarde para buscar en Youtube alguno de estos nombres junto a la palabra “Vine”, puede que termines adicto a sus videos. 

En el punto más alto de Vine, un montón de empresas pagaban a algunos de estos creadores por hacer contenido que sea gracioso, pero que también fomente el consumismo porque “AM-E-RRI-CA, FUCK YEAH”. A estas alturas, ¿cómo no iban a hacerlo? Más de 200 millones de personas usaban Vine, sea para ver los videos o para hacerlos. Si eres una empresa sabes que donde hay ojos, hay bolsillos y está en tu naturaleza usar cualquier forma para lograr que te den todo su dinero. 

La cosa es que Vine igual murió. Lo mató Instagram donde podías publicar videos de 15 y hasta 60 segundos, lo cual daba más tiempo a las empresas de vender. Además, había en Instagram una política de fomentar el alcance de gente famosa y gente linda en los feeds de sus usuarios. Entonces tanto estos nuevos famosos de Vine, como estrellas de otro calibre como Beyoncé (a la cual, debo aclarar, le estoy muy agradecido), aumentaron todavía más su fama, alejándose poco a poco de Vine hacia Instagram e incluso Snapchat. Muchos años después, las personas encargadas de Vine admitirían que Instagram los asesinó, además que ellos no supieron reaccionar a la descarnada competencia capitalista que tanto les gusta a los gringos. 

Pero, algo que nadie anticipó fue que el legado de Vine sobreviviría hasta nuestros tiempos, creando muchas de las bases que permitieron que TikTok sea un éxito mundial. Más que nada se recuerdan los frutos que trajo el reto creativo de los seis segundos: esa limitación había creado su propio estilo de humor —medio grotesco y ridículo— que en todo el tiempo que duró el auge de Vine permitió a la juventud yanqui mostrar su país y mostrarse a ellos mismos desde perspectivas que nada tenían que ver con la USA de las noticias y la USA de Hollywood. 

Para el pueblo lo que es del pueblo

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Lo repito: ve a TikTok o a Youtube y busca “Vine”. Los videos que verás pueden ser muchas cosas, pero todos se unifican en una sola palabra: raros.  

Los viners más serios —esa constelación de jóvenes estrellas que mencioné antes— hacían una suerte de ejercicio de personajes, en serie o descontinuados; todos tenían un repertorio de situaciones y tipos de chistes característicos que luego se fueron asociando a sus personalidades en clave de sitcom. Estos creadores se juntaban para hacer colaboraciones y hasta mostraban a miembros de sus familias para hacer videos. Era como si tus amigos raros y atractivos tuvieran su propia serie de televisión con chistes incómodos repartidos en videos de seis segundos. 

(Y entre ellos había capos increíbles como Brandon Calvillo y gente al pedo y cero esfuerzo como Lele Pons o los hermanos Paul).

Pero la plataforma no era solo ellos. Sí, eran los más famosos y vistos, los que luego lograron tener carreras en otras plataformas y formatos, pero quienes creaban y consumían las tendencias más bizarras de Vine eran el resto de los usuarios: los casuales creadores de videos, los que estaban ahí para experimentar con cosas raras, a los que se les ocurría un solo chiste y tal vez nunca nada más, los que no estaban enfocados en hacer parecer sus vidas una sitcom y solo querían mostrar algo increíble o ridículo (o increíblemente ridículo) de su sociedad, a lo mejor hasta logrando un solo mágico video viral y después nada.

Juegos de palabras, uso “artesanal” de sonidos de series, de películas y de música en situaciones extrañas, además de remates inesperados para chistes rápidos. Todo eso era lo que más encontrabas en Vine. Pero lo obligatorio, tanto para los éxitos de un solo video como para la constelación de jóvenes viners, eran las expresiones faciales exageradas que los usuarios replicaban los unos a los otros.

El resultado era una plataforma llena de chistes internos creados por una generación que estaba afrontando un contexto difícil: saliendo de la recesión, viendo cómo los extremistas se volvían más y más comunes, atrapados en la violenta transición entre la era de los medios de comunicación masiva (TV, radio, periódico) y la era digital (internet, pues). Tal vez por eso los vines yanquis suelen ser muy autocríticos, autodegradantes, irónicos y, especialmente, muy de romper la cuarta pared. Eran la representación visual de todo lo que pasaba en esa transición en la USA entre 2013 y 2017; era humor exagerado mezclado con depresión, combinado con expresiones ridículas que la juventud yanqui hacía y veía para evadir un rato la confusa realidad que, día a día, se hacía más extremista entre conservadores que apoyaban a Trump y los progres que no podían creer que un tipo naranja fuera el elegido del pueblo yanqui. 

Oye, pero, ¿no estabas diciendo algo de “brutismo”?

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Al Jota no le gusta el BRUTALISMO porque no importa con cuántas palabras lo adornen, este estilo arquitectónico no se trata de poner la estructura y la funcionalidad en primer plano, sino de crear edificios visualmente imponentes. Predican honestidad y austeridad, pero lo que crean, de hecho, requiere más recursos para su manutención. Al Jota no le gusta el brutalismo porque, en lugar de decir “no me dio la gana de hacerlo mejor”, doy un montón de discursos para hacer algo que se ve diferente, pero que en realidad es un uso poco coherente y nada disciplinado de recursos para construir un edificio.

En ese sentido, Vine no es brutalismo. Más bien creo que Vine es todo lo que el brutalismo quería ser y nunca pudo. Hoy este estilo arquitectónico es el recurso más común para retratar un futuro distópico y poco o nada queda de ese discurso de honestidad en lo estético al no esconder imperfecciones. Ya no hay una fuerte filosofía por detrás, solo un estilo estético. 

Pero si ya viste los videos de Vine, si te sumergiste en ese universo de videos de seis segundos llenos de expresiones incómodas, chistes meta y observaciones irónicas que mostraban cómo de verdad era la sociedad yanqui entre 2013 y 2017, es fácil notar que la verdadera honestidad estaba ahí. Lo cual tiene sentido: eran videos tan cortos que no daban espacio a que lo llenes de tus mierdas. Tenías que ir directo al punto, tenías que mostrar las cosas de frente y sin mucho adorno. Sí, obvio, eran chistes, pero ya lo decía el viejo Freud: los chistes encierran algo de lo reprimido, son una manera de comunicar una verdad en la que uno cree sin afrontar muchas consecuencias por hacerlo en voz alta. Una verdad difícil, inaceptable. 

Vine era una plataforma que fomentó un estilo de videos en el que se abusaba del uso del humor irónico y de ruptura de la cuarta pared mediante chistes y recursos audiovisuales que ponían la estructura y la funcionalidad en primer plano para poder ser expresados en seis segundos, sin preocuparse por el aspecto visual y transmitiendo una muy cruda honestidad en lo estético al no esconder las imperfecciones. Algo así como exponer la realidad sin embellecerla.

Igual Vine desapareció, pero de algún modo sigue vigente. Deadpool 3 es, básicamente, una divertida y floja película en la que abunda el humor viner. Además, hay un montón de audios de TikTok que son, literalmente, chistes de Vine. Y, muy importante, en Vine (y YouTube) comenzó la carrera de uno de los mejores humoristas y cineastas hoy en día: Bo Burnham. 

Aunque claro, también nos trajo la carrera de Logan Paul, lo cual es terrible.

Si era tan bueno, ¿por qué fracasó? 

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Porque a nadie le gusta la verdad. Por muy chistosa y entretenida que sea, a nadie le gusta ver de cerca las cosas y entender de qué están hechas. Puede ser que lo aguantemos un ratito, pero no constantemente. Si en algo le acertó el brutalismo es que la verdad no se ve bien, sino cruda, áspera e imponente. Por eso, si la verdad tuviera una apariencia, no sería linda.  

Ahora, no es que todo video en Vine haya sido una muestra de sinceridad absoluta o que la plataforma haya estado completamente poblada por “raritos”. En general eran solamente chistes audiovisuales irónicos, algunas veces muy estúpidos. Pero el espíritu brutalista de Vine estaba expresando algo muy crudo de su época, estaba retratando lo depresiva, irónica, meta y ridícula que era Estados Unidos de 2013 a 2017. Y, a la vez, Vine también ayudó a establecer definitivamente algo que ahora abunda y que sería el motivo de su fin: los influencers. 

Porque en esta constelación de viners de la que tanto hablo pronto descubrieron que había empresas que estaban dispuestas a pagarles por promocionar un juguete, o un restaurante, o un servicio cualquiera. Y también descubrieron que les iban a pagar más si eran atractivos y se vestían con ropa reveladora. Descubrieron que en seis segundos no podían decir todo lo que los auspiciadores querían que se dijera de sus productos. Descubrieron que, si querían continuar con ese estilo de vida de hacer videos divertidos con tus amigos sin tener que ir a una oficina, tenían nomás que inclinarse ante los deseos de las grandes marcas ávidas de un mundo de publicidad 24/7.

¿Te acuerdas que dije que Instagram mató a Vine? Pues sí. Instagram con sus videos más largos y su algoritmo que recompensa a la gente linda, joven y ultrasexualizada comenzó a ganar más terreno a ojos de estas empresas que quieren que el mundo sea una enorme plataforma publicitaria y Vine no supo responder. En 2017, todo terminó. Vine cerró sus servidores definitivamente porque todos estos viners se habían ido lentamente a Instagram para ganar más dinero. Un año después, TikTok —creado en 2016— llenaría el vacío que dejó Vine, pero con filosofías más propias de Instagram.     

Los peligros de quedarse en la superficie

Vine era un espacio de risas y libertad que no se preocupaba por las convenciones sociales y, más bien, las evidenciaba y deconstruía para convertirlas en chistes. Era un escapismo, pero a la vez era un registro del espíritu de una época transicional en la que estaban cambiando las dinámicas de poder y de fama, en que estaban evolucionando las prácticas digitales y en el que la estética en general estaba dándole valor a lo auténtico frente a lo aspiracional. 

Pero lo aspiracional, la fantasía de lo bello y cómodo, siempre termina por imponerse —pregúntenle al brutalismo— e Instagram lo supo desde el principio. Esa siempre fue la plataforma del énfasis en la estética visual, en la que los creadores de contenido muestran versiones cuidadosamente curadas de sus vidas. Vidas perfectas, vidas que se ven hermosas e ideales. Mucho después nos enteramos que esa perfección quizás escondía a una persona desconsiderada y triste, en el mejor de los casos, o a un temible agresor sexual, en el peor de los casos. 

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Ese es el problema de quedarse solo en la imagen. Es una superficie que no te indica qué se esconde en lo profundo. Si solo nos quedamos con la imagen aspiracional, con lo que la publicidad quiere que creas que es el mundo, nos perdemos las cosas interesantes que pueden venir con lo raro, lo grotesco, lo no tan atractivo. 

Vine por un tiempo logró retratar esto. Fue un espacio ridículo de brutalismo para reírnos de un mundo que, efectivamente, terminó por polarizarse, pues los políticos —en yanquilandia, en Bolivia, en el mundo— comenzaron a usar más y más esta lógica publicitaria de las empresas. Así ganó Trump, así ganó Bolsonaro, así ganó Milei, así ganan también los del otro lado, pero revistiéndolo de un poco de profundidad. 

Conservadores o progres, todas las burbujas ideológicas y promesas de campaña son —siempre fueron— aspiracionales, son grandes estrategias diseñadas para atraer el agrado de la gente, convencernos de quedarnos en la superficie de sus ofertas y no sumergirnos en ellas. Porque, si lo hiciéramos, si buscáramos qué hay en la profundidad de estas superficies quizás no encontraríamos nada, o quizás encontraríamos algo que rompería el sistema democrático, la fe del pueblo en quienes quieren gobernarlos. 

Y eso es brutal.

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