Rivalidad y dobles: Una revelación en Viaje febril al invierno de Guillermo Ruiz Plaza
En la rivalidad, cada uno ocupa todas las posiciones de forma sucesiva
y luego simultánea, y ya no hay posiciones distintas.1
René Girard
La misteriosa muerte de un ultra del F.C. Barcelona forma parte de una serie de coincidencias que conducen a Juan Finot (pintor boliviano) y a sus amigos (de diversos orígenes) en un viaje alocado por Francia. Un viaje en el que los protagonistas van en busca del manuscrito perdido de Arthur Rimbaud y, al mismo tiempo, en busca de sí mismos. Entre las peripecias que atraviesan, hay un episodio que me llamó mucho la atención. Está distribuido en varios capítulos y ocupa una porción considerable de la novela. Aunque el grupo de amigos es cosmopolita, los personajes nos resultan sumamente cercanos. Los afectos, las emociones, las interacciones sociales, las situaciones y las vivencias por las que pasan son universales. El contraste entre el perfil y el carácter peculiar de cada personaje y nuestra capacidad de identificarnos con cada uno de ellos parece el punto álgido de esta gran novela coral, que lo es tanto por el cruce de voces como por su solidez estructural y narrativa.
¿Cómo es que unos personajes, en apariencia exóticos, nos resultan tan familiares y hasta íntimos? ¿Cómo logra el autor engranar la universalidad de cada experiencia, la fértil historia de sus personajes (protagonistas a su vez de otras historias que se ramifican) y la trama central, suscitando relevaciones sobre nuestra propia existencia? Es esta capacidad de articular experiencias humanas de forma innovadora y creativa uno de los mayores logros en la obra de Guillermo Ruiz Plaza. En ese sentido, Viaje febril al invierno es una novela coral sobresaliente. Para dar cuenta de ello, nos proponemos analizar tres momentos constitutivos del fascinante episodio arriba mencionado.
El inicio del episodio (capítulo 51) es una entrada del diario de Shahid Bagdi, inmigrante indio, hindú practicante, gordo y sibarita. Hambriento y al mismo tiempo enfadado por la decisión que ha tomado su amigo Finot de comer en un restaurante de Lyon donde hay una especie de culto a la carne, especialmente de cerdo, es objeto de burlas por parte de sus amigos y su incomodidad es notoria. El contraste entre su vegetarianismo y la actitud perpleja e impaciente del mesero, que representa el espíritu ultra carnívoro del restaurante, a la hora de pedir algún plato que sacie su hambre sin comprometer sus creencias religiosas, es la razón de la hilaridad entre los comensales. Esto anuncia, por cierto, otras burlas menos amistosas que enfurecerán a Shahid esa misma noche.
Ilusionado, Juan Finot pretende ganarse los favores de Naira (la bella canaria) y la idea del restaurante forma parte de su curiosa estrategia. Madelon (la joven camerunesa) también se ríe de la situación, aunque con menor énfasis que los otros dos, incapaces de contener la risa. De esta manera, el grupo llama la atención de Jean-Pierre Enjalbert (el famoso escritor), sentado con sus seguidoras unas mesas más lejos. De pronto, el altivo y seguro Enjalbert se acerca a su mesa e invita al grupo a la presentación de su última novela. Su atracción por Naira es tan evidente, sin embargo, que Finot se siente amenazado.
Durante el evento, esa misma noche, el énfasis se desplaza a la antipatía que siente y demuestra Finot (pintor en declive) por el mundillo literario. Esta antipatía es el inicio de una revelación de validez universal: somos incapaces de vernos reflejados en eso que odiamos o creemos odiar con todo nuestro ser. La situación delata la denegación esnob en la que está sumido el artista cochabambino a la hora de juzgar a su enemigo. Finot está seguro de que su odio tiene una explicación racional, pero pronto nos damos cuenta de que no solo está celoso por el interés mutuo evidente entre Naira y el novelista, sino por el éxito apabullante de este último. Así, la coincidencia en los objetos de deseo (fama artística y Naira) convierte a estos dos personajes en rivales y, a la vez, en dobles disfrazados, inconscientes de serlo. Finot describe a los escritores de un modo ambivalente. Es notable su ira, pero también el hecho innegable de que los conoce a fondo, casi como se conoce a sí mismo:
Ah, la literatura, pensé. Tipos que escriben como posesos durante meses, años, décadas, ¿para qué? Para que otros hablen o escriban sobre ellos y así aumente su valor como escritores. (Tipos o tipas, lo mismo da, aunque en este ámbito los tipos son legión). En definitiva, los escritores van de las palabras a las palabras, del papel al papel, meciendo su ego como un bebé de pecho en la música nutritiva de los elogios y las ponderaciones. Palabras. Palabras dichas con rotundidad, con falso humor, con falsa modestia. Palabras impresas en revistas, suplementos y demás publicaciones efímeras que mi abuela Nina usaba, con toda razón, para tapizar la caja de arena donde cagaban sus gatos. Y luego se sube un peldaño en la busca de la eternidad y los calificativos van impresos en libros y, como todo el mundo sabe, contrariamente a los periódicos y las revistas, los libros son eternos… (p. 260)
La idea de que dos rivales se conviertan en dobles (en cierta forma invertidos, es decir, monstruosos el uno para el otro) proviene de la teoría literaria y antropológica de René Girard. Para Girard, la narrativa que incluye figuras especulares entre personajes devela una verdad universal sobre las relaciones de reciprocidad humana. Resumimos lo principal del concepto: dos rivales que aspiran al mismo objeto de deseo terminarán en muchos casos por adoptar actitudes similares o incluso idénticas. Si uno de los rivales tiene más chances de acceder al objeto, o si ya lo posee, se convierte en el modelo del otro en su lucha por hacerse con el objeto codiciado. Este puede muy bien ser algo metafísico (como el honor, el prestigio, la riqueza y la educación) o una persona (en cuyo caso, los rivales terminan pareciéndose aún más porque se observan entre sí y, además, responden a los pedidos y alicientes de la persona deseada). A la larga, sobre todo si la rivalidad es intensa y sincera, un proceso de identificación e igualación se producirá y comenzará la duplicación especular de los enemigos. Así es como los rivales se convierten en dobles.
Es importante ahora considerar el cierre de este episodio en Viaje febril al invierno y comprender las dimensiones de universalidad que traen consigo los gestos de venganza impotente en los que incurre el grupo de amigos y en los que a veces nos vemos involucrados. Tras la presentación del libro, y sin duda como otra estrategia de seducción, Enjalbert invita a Naira y a los demás a una fiesta elitista en su lujoso departamento en el Viejo Lyon. La fiesta acaba mal, muy mal. Celoso, borracho y drogado, Juan Finot se venga, aunque de una manera inesperada, con la ayuda de su amigo indio. Lo paradójico es que lo hace, en apariencia, con amor: el amor de efectos oceánicos que le confiere el cristal mágico que le diera Shahid como remedio a todos sus males. Los invitados (que representan a las clases altas francesas, las élites culturales, la gente de éxito, la crema y nata de esa sociedad del primer mundo) se escandalizan ante la actitud de esos inmigrantes que se tienen por dueños de un país que no es el suyo. Shahid es nuevamente objeto de burlas, pero esta vez de una forma menos amistosa, casi como un castigo por contar su secreto: la certeza de ser la reencarnación del mítico poeta Rimbaud.
Para Enjalbert, en el fondo, es también una aventura inolvidable, una comprobación de sus encantos y de lo excitante que es pertenecer a su círculo, en el que nunca nadie parece aburrirse. La figura del doble aparece en la envidia respecto al otro, al rival que posee lo que deseamos: la bella Naira, la fama o, inclusive, ser de verdad la reencarnación de un poeta mítico. Así, Enjalbert invierte en parte la afirmación de Shahid, y también su figura, al contar a todos sobre un estudiante suyo que afirma ser la reencarnación de Borges. En esta dinámica se da una indiferenciación o pérdida de diferencias entre los rivales por la escalada de violencia que, en esta fiesta, va de la mano de la borrachera y el consumo de estupefacientes.
El desenlace del episodio (capítulo 60) es el de una expulsión supuestamente civilizada: los cuatro personajes son echados de la casa del gran escritor, despreciados, humillados, vencidos. Sin embargo, ni Enjalbert ni sus amigos elitistas ni el símbolo material de su éxito (su lujoso departamento) han salido ilesos. De esta forma, queda la sensación de que los expulsados (figura universal) han ganado algo parecido a la dignidad, burlándose de la gente que prostituye las artes, de esos burgueses remilgados que, bajo el efecto de los estupefacientes, descuidan todos sus pudores hipócritas. Los enemigos a muerte que eran Finot y Enjalbert se han hecho un daño mutuo. La reciprocidad termina de constituir a los gemelos especulares que se odian, pues la victoria del uno implica la derrota del otro y viceversa. Enjalbert es el némesis tanto de Finot como de Shahid, un enemigo externo que logra apaciguar la relación entre estos dos amigos, que también son potenciales rivales. Enjalbert es un espejo monstruoso de ambos. El concepto de némesis que usamos remite a la idea de un castigo acorde, de una venganza o una situación de empate, es decir, del rival que se confunde en parte con aquel que enfrenta y castiga. El némesis es un doble porque se presenta exactamente como justa medida en la reciprocidad.
El desequilibrio emocional del artista Finot y del escritor Enjalbert depende de una constante interacción que pasa por las figuras de la humillación y el orgullo, la vergüenza y la certeza de superioridad. La bipolaridad y la ciclotimia, así como la maniaco-depresión, son condiciones emotivas fundamentales en estos tiempos posmodernos y es algo que queda claro en las trayectorias sentimentales que observamos en esta novela. La revelación es esa: en el vaivén de nuestras emociones, en el ciclo que sube y baja en nuestra vida afectiva, no percibimos que hemos ocupado ya el lugar de nuestros mayores enemigos y que replicamos o reflejamos exactamente aquello que creíamos odiar hasta la médula. Nos burlamos de nuestros amigos para luego ser burlados; nos reímos de los demás y luego ellos nos salvan de ser humillados con más crueldad. Nadie se salva de la posibilidad de ocupar el puesto de la víctima. Los que se burlaban pasan a ser humillados y luego son salvados por quienes eran víctimas de sus mofas.
Así, los personajes de esta novela atraviesan una serie de aprendizajes ambivalentes, enfrentando verdades difíciles que los liberan, aunque no sin cierta dolor, cierta decepción trágica, en una gozosa celebración de la vida.
En suma, la revelación de este episodio central de Viaje febril al invierno consiste en mostrarnos las distintas formas en que funcionan las reciprocidades negativas en las relaciones humanas. Esta precisión en el manejo de los afectos es una aptitud fundamental de Ruiz Plaza, que ya habíamos admirado en Días detenidos (3600: 2019), Los claveles de Tolstoi (3600: 2021) y El hombre tocado de viento (3600: 2022). Sin duda, son estas emociones las que mejor permiten identificarnos con situaciones que tal vez sean lejanas en el tiempo o el espacio, pero nunca en el plano humano.
Este efecto es potenciado en Viaje febril al invierno por su estructura polifónica: las diversas voces (dispuestas a la manera de un coro) y las múltiples perspectivas se conjugan a la perfección, construyendo un cuadro ideal en el que la trama se teje a través de diferentes puntos de vista subjetivos y emocionales. No es otra la grandeza de la novela coral.
Por otro lado, como vemos en esta novela, las idas y vueltas afectivas son el principio fundamental de nuestras existencias íntimas. Lo que un día nos trae una alegría que parece insuperable, se convierte luego en el origen de una tristeza que, en apariencia, no nos abandonará jamás. Por mucho que tratemos de controlarlos, los dos lados de la moneda nos determinan; al final, somos sus servidores y nos conducen a hacer cosas de las que después nos enorgullecemos o de las que nos arrepentimos, reiniciando el ciclo de ida y vuelta entre polaridades afectivas.
En definitiva, la narrativa de Guillermo Ruiz Plaza posee la magia de hacernos conscientes de estas realidades y dinámicas humanas universales. Recomendamos encarecidamente la lectura de Viaje febril al invierno y también de todas sus obras anteriores. He aquí una verdadera apuesta por experimentar y probar cosas nuevas, sin abandonar nunca ese toque poético, ya característico en el autor, que permite asir mejor la riqueza delirante de nuestra existencia. Para decirlo con uno de los epígrafes de Viaje febril al invierno: “La vida humana, en última instancia, solo puede ser comprendida como un hecho poético” (Wislawa Szymborska).
1 Chacun, dans la rivalité, occupe toutes les positions successivement puis simultanément, et il n’y a plus de positions distinctes. (Des choses cachées depuis la fondation du monde, p. 423). La traducción es mía.