El fútbol es mucho más que un simple juego: A propósito de Eso que miramos los bobos de Santiago Espinoza
A medida que el deporte se ha hecho industria,
ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.
Eduardo Galeano. El fútbol a sol y sombra
Eso que miramos los bobos de Santiago Espinoza, es un libro que utiliza el fútbol como lenguaje universal. Más allá del deporte, Espinoza lo emplea como una metáfora para explorar las realidades sociales, políticas y personales —hasta religiosas, podríamos pensar— de su entorno. Esta visión del fútbol como un idioma propio resuena con las ideas de Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra, donde el deporte refleja y dialoga con el mundo que lo rodea.
En el principio profetizó (esta columna) que se consagraría a las idas y venidas de la pelota, ícono absoluto de esta religión que está, a decir de Manuel Vásquez Montalbán, en busca de un Dios (pág. 23).
El libro abarca algunos de los años más difíciles de la historia reciente de Bolivia, especialmente el periodo entre 2018 y 2022, marcado por convulsiones políticas y la pandemia. Santiago combina lo personal con lo social, trazando una narrativa que no sólo capta el deterioro del fútbol boliviano, sino también el declive de la nación misma. A través del fútbol, nos ofrece una poderosa herramienta para entender la realidad boliviana, recordándonos que el deporte puede ser un espejo fiel de la sociedad que lo practica.
Bolivia es un país curioso cuando se trata de celebrar sus logros o sucedáneos. Por lo general, solemos festejar los “casi logros”, las derrotas con sabor a triunfo, los segundos lugares, las victorias morales o el eufemismos que se le ocurra al político o periodista de turno. Uno de esos eufemismos es “rozar la hazaña” (pág. 41).
A través de figuras icónicas como Messi y Maradona, Espinoza conecta el fútbol con un sentido de identidad colectiva y orgullo latinoamericano. Las derrotas y triunfos de estos ídolos se convierten en símbolos de esperanza, lucha y redención. Su constante referencia a grandes figuras del fútbol argentino evoca la capacidad del deporte para construir mitos en la cultura popular, en sintonía con otros autores como Osvaldo Soriano, que también usaron el fútbol como un vehículo para explorar la identidad.
Sobran los relatos de “la mano de dios” y del “barrilete cósmico” que convirtió en el 86, sus tantos más legendarios con la casaca argentina. Pero los hay menos o, de plano, nos existen los que recapitulan el golazo de Maradona crepuscular de 1994, acaso porque, a diferencia de los primeros, el anotado a los griegos no tuvo un final feliz (pág. 115).
Espinoza revisita, con nostalgia, el pasado glorioso del fútbol boliviano —especialmente la histórica clasificación al Mundial del '94— y lo contrasta con la desoladora realidad actual del deporte en el país. Este contraste entre el pasado y el presente, junto con su reflexión sobre la pérdida de figuras legendarias como Maradona y Pelé, otorga al texto un tono melancólico para reflexionar sobre el paso del tiempo.
Lejos de revelarse como un ser inofensivamente apolítico, O Rei [Pelé] reivindica su cara más miserable, la del prodigioso enterteiner de masas a las que está llamado a alegrar. Eso no le quita haber sido el hombre que afianzó la autoestima del pueblo brasileño, pero tampoco le perdona por haber preferido no ver cómo una parte de ese pueblo se desangraba afuera de los estadios. Después de todo, la máxima vital de Pelé fue y es una sola: el show debe continuar al costo que fuere (pág. 136).
El estilo de Espinoza, que alterna entre la crónica deportiva y el ensayo personal, crea una voz íntima y reflexiva, evocando a grandes cronistas del deporte como Juan Villoro. Su tono desenfadado y a veces coloquial conecta fácilmente con el lector, haciéndolo partícipe de sus emociones y reflexiones, algo que no todos los cronistas logran con tanta eficacia.
Y al ganar, a muchos, más que felicidad, nos invadió una especie de alivio, la sensación de que al fin se venía abajo la maldición más injusta del fútbol contemporáneo. La noche del 10 de julio, ver a Messi perder una final con su Selección dejó de ser un signo de época. Verlo levantando su primera Copa con Argentina inauguró una nueva era (pág. 162).
Eso que miramos los bobos utiliza el fútbol como una ventana para analizar tanto lo local —la crisis política y social de Bolivia— como lo global —el impacto de figuras como Messi y la evolución del deporte en general—. La capacidad de Espinoza para intercalar lo íntimo con lo colectivo, lo histórico con lo contemporáneo, otorga a su libro una riqueza temática digna de un análisis más profundo. No es sólo una reflexión sobre el fútbol, sino sobre lo que significa ser boliviano en tiempos convulsos. En un contexto donde el deporte, incluso en sus momentos más oscuros, puede ofrecer una vía simbólica para enfrentar las crisis personales y colectivas, Espinoza nos recuerda que, a veces, el fútbol es mucho más que un simple juego.
El fútbol boliviano es lamentable, claro que sí. Dudo que alguien en su sano juicio pueda afirmar lo contrario. Pero, más lamentable que el balompié que se juega en canchas bolivianas, es nuestra clase política (pág. 241).