El río inevitable

Un cuento corto y poderoso de Avril Pol, incluido en su libro 'Lazos de sangre, hilos rojos y otras superficies inquebrantables' (Ed. 3600, 2022)
Editado por : Daniela Murillo

Antes de dormir jugábamos con las sombras en el techo, yo hacía figuras y mi hermano hacía las voces, a veces inventaba cuentos enteros en el momento. Cuando mi mamá nos obligaba a apagar la luz, no podía conciliar bien el sueño escuchando el río; él se acomodaba detrás de mí, me rodeaban con sus brazos y me sostenía toda la noche.

Durante el día nos poníamos unas botas de lluvia negras y largas que nos bailaban en los pies y caminábamos diez minutos bajando el cerro hasta llegar al río. Siempre tenía que acompañarnos alguien, no nos dejaban ir solos. Mi hermano corría, les lanzaba piedras a las mariposas y gritaba a todo pulmón cada vez que un loro pasaba por encima. Cuando venían mis primos, los perseguía y les tiraba barro que agarraba de la orilla, y ramas que arrancaba de los árboles; pero yo no, yo era invisible para él cuando estaban otras personas. Yo aprovechaba de subirme a una piedra negra grande que estaba al lado de una cascada, me gustaba ver su sonrisa desde lejos. 

1356
Imagen: 88 Grados

Todo en la casa de campo era tan viejo, que parecía tener vida propia. Las cañerías sonaban dentro de las paredes, la madera del piso crujía inclusive cuando no la pisabas y las ventanas tenían una capa de mugre que ya no salía con nada, sobre todo las del segundo piso y las del baño, aunque la mugre de las del baño era por la humedad. En el primer piso estaba el cuarto donde dormían mis papás y arriba había un solo cuarto grande donde había dos camas, aunque la mía no la usaba. Ninguna de las ventanas tenía mosquitero, entonces durante casi todos los almuerzos cuando hacía mucho calor y teníamos la puerta y las ventanas abiertas, se entraban bichos grandes y polillas. Cada vez que aparecía una polilla, yo apretaba bien fuerte los ojos, me gustaba que mi hermano las ahuyentara sin decir nada, lo hacía solamente por mí. 

Él cumplió los dieciocho en esa casita de campo y fue ese verano el primero que dormí en la otra cama. La primera noche me tapé hasta la cabeza con la sábana; la segunda me quedé despierta escuchando el agua del río chocar contra las piedras y arrastrar las que no se podían agarrar; y recién a la tercera me levanté y sin decir nada me metí en su cama. Al principio ni se movió, pero luego se dio la vuelta y me abrazó, como siempre. Al día siguiente fuimos al río solo los dos, aunque tuvimos que volver rápido. El agua pasaba con violencia sobre las piedras más grandes y rozaba las puntas de las ramas de los árboles, nuestras voces casi no se escuchaban, el río pasaba como si la fuerza del universo lo empujara. 

Al año siguiente llegamos un par de semanas antes, como no hacía tanto calor y estaba lloviendo, nos quedamos la mayor parte del tiempo adentro. A mi papá le encantaban las cartas y nos obligaba a jugar casi toda la tarde, la única que podía levantarse cuando quería era mi mamá, con la excusa de que tenía que preparar el té, y raras veces mi hermano, para ahuyentar a las polillas. Él sabía que yo me aburría rápido, entonces me pasaba cartas por debajo de la mesa para que aunque sea a veces pueda ganar. Cuando mi papá se prendía un pucho, mi hermano agarraba una de sus cartas que a mí me servía y me la apoyaba en el muslo, la carta estaba fría, pero como sus manos siempre estaban calientes no lo sentía tanto, él la sostenía ahí hasta que yo bajaba la mano y la agarraba. Mi papá nunca se daba cuenta.

El río pasaba con mucha fuerza por la lluvia. En las noches se escuchaba como si pasara justo debajo de nuestras ventanas, mucho más que otros años. Mi hermano se quedaba despierto hasta que yo me dormía, aunque a medianoche me despertaba y me iba a su cama. Una mañana me levanté en la cama sola y cuando bajé, mi mamá me dijo que mi hermano tuvo que acompañar a mi papá al pueblo para comprar algunas cosas porque a él ya le estaba molestando mucho la rodilla y el camino era todo barro. Mi mamá estaba poniendo la mesa en la sala cuando llegaron y yo estaba en la cocina pelando arvejas, por eso escuché a medias. Mi papá llegó riéndose y le contó a mi mamá algo de mi hermano y la hija de uno de sus amigos. Sabía que mi hermano estaba incómodo porque hablaba entrecortado y bajito, yo no escuchaba casi nada. Esa tarde mi hermano fue al río solo.

Llegó el fin del verano, Mi hermano decidió quedarse un par de semanas más en la casa de campo, luego un par más y luego una más. Lo que hace el primer amor, dijo mi mamá. Cuando volvió, estaba más callado. Cuando mi papá hacía chistes que no eran chistosos, ya no me miraba antes de reírse, solo se reía. Tampoco me hacía caras en el espejo mientras nos lavábamos los dientes, esperaba a que yo terminara para entrar al baño, era como si nuestras miradas hubieran dejado de hablar el mismo idioma. Comenzó a trabajar y se fue de la casa a un monoambiente que pagaban a medias con mi papá. Venía todos los domingos a almorzar y se quedaba hasta la hora del tecito. Mientras lavábamos los platos me contaba qué había hecho en la semana, casi siempre eran los mismos problemas, que tenía al estudiar y trabajar o sobre el tiempo que le faltaba para hacer todo lo que tenía que hacer. A mí no me importaba mucho de qué habláramos. Mi papá comenzó a usar su cuarto como un depósito, aunque su cama seguía ahí. Me iba casi todas las noches, ponía la almohada contra la pared y presionaba mi cuerpo contra ella hasta que se calentaba, luego me daba la vuelta y pegaba la cara contra la almohada, hasta quedarme dormida. 

Cuando se acercaba de nuevo el verano, las tormentas se hicieron aún más terribles, se derrumbó un cerro, destrozando parte de la casa de campo y cubriendo parte del río. Ese año fuimos para el final del verano, después de que mi papá reconstruyera lo que se había derrumbado. Mejoró las cañerías, renovó la cocina y les aumentó un mosquitero a todas las ventanas. Además, aprovechó para construir un muro en el cuarto grande, ahora mi hermano y yo dormiríamos separados, aunque dos años seguidos mi hermano no vino con nosotros. El silencio era atosigante y cuando al fin lograba dormirme, solo soñaba con el río aplastado, con la cascada y con las polillas golpeteando el foco, una y otra y otra vez.

1357
Imagen: Editorial 3600

El verano que volvió, sus brazos rodeaban toda mi cintura y podía levantarme casi sin esfuerzo. Es la natación, nos dijo. El calor nos obligó a andar casi desnudos y nos hizo migrar a todos a las orillas del río. Yo seguía los pasos precisos de mi hermano, con los ojos clavados en el movimiento de sus músculos y contando las veces que su columna presionaba contra su piel. Los últimos días de enero seguían siendo igual de calientes y él y yo siempre terminábamos el recorrido bajo la misma cascada, él se sentaba en una piedra mirando a través del agua, yo me quedaba parada un rato a su lado y luego me acomodaba detrás de él, con mi cachete presionado contra sus omóplatos y mis brazos agarrados de su cintura. 

Hubo unos días de mucha lluvia donde de nuevo tuvimos que encerrarnos a jugar las cartas. En las noches yo casi no dormía, de nuevo el río pasaba con violencia, inclusive más que antes. Por suerte cuando dejó de llover, hizo calor y el río poco a poco comenzó a calmarse. Mi hermano empezó a ir al pueblo en vez de mi papá; iba dos o tres veces por semana, también iba al río cuando volvía, y como no me decía para ir, comencé a ir sola. Siempre me había dado miedo ir porque el cerro era empinado y el piso de piedras en el río a veces era muy irregular. Ese día llegué sin problemas, entonces comencé a ir casi todas las mañanas, inclusive cuando despertaba y mi hermano seguía ahí. Me quedaba debajo de la cascada harto tiempo, cerraba los ojos sintiendo el sol a través del agua, a veces me sentaba sobre una piedra grande y me secaba antes de volver a la casa; otras, me iba un poco más lejos, por donde había mariposas. Eran mariposas verdes y anaranjadas que se paraban en una roca negra, me quedaba mirándolas hasta que les daba el sol de costado y tenía que volver, porque sino oscurecía y tenía alguien que venir a buscarme con una linterna. 

Mi hermano me decía que las polillas y las mariposas eran lo mismo, que si le tenía miedo a una, le debería tener miedo a la otra. Por suerte nunca había visto polillas en el río, no sé si no estaban por ahí o si se perdían en la roca negra. 

Estaba debajo de la cascada cuando sentí sus pasos en las piedras. Mi hermano me había seguido. Me quedé viendo su figura a través del agua y, cuando estaba por cruzar la cascada, cerré los ojos. Me quedé con los ojos cerrados y con la cabeza hacia arriba sintiendo el agua caer. Cuando se puso detrás de mí y me rodeó con los brazos, me di cuenta de que él también estaba desnudo. Me di la vuelta lento, sin abrir los ojos y apoyé mis labios en su pecho. Una de sus manos cubría toda mi espalda baja, con un calor parecido al del sol que pasaba por la cascada. Los dedos de la otra mano caminaron lentos por mi cadera y por mi ingle hasta meterse entre mis piernas. Su brazo comenzó a moverse, primero lento y luego más rápido. Me costaba mantenerme quieta, pero su brazo me rodeaba y no podía moverme. Sentía que estaba duro y que se golpeaba contra mi estómago con cada entrada y salida de sus dedos. Cerré cada vez con más fuerza los ojos hasta que un golpe de calor hizo que todo mi cuerpo se sacuda. Tuve que subir mis brazos a su cuello para no caerme de lo mucho que me temblaban las piernas. Él sacó su mano de entre mis muslos y me sostuvo un rato más, él también estaba con el cuerpo blando. La misma agua nos bañaba a los dos, mi aliento rebotaba en su pecho con fuerza hasta que nuestras respiraciones se fueron calmando y nuestros cuerpos se fueron enfriando. Sus manos subieron por mi espalda hasta los hombros, recorrieron mi brazo hasta llegar a las muñecas y con delicadeza desengancharon mis manos de detrás de su cuello. Guió mis brazos a los lados de mis piernas sin alejarse, me besó la cabeza y se fue. Me quedé debajo de la cascada. Dejé de sentir el sol, me vestí y esperé a que me venga a buscar mi papá con la linterna.

25 me gusta
331 vistas