Dramones científicos
Para muchas personas, la rivalidad y el conflicto forman parte de la naturaleza humana. Y es que, no todo el tiempo podemos estar de acuerdo, y no todos pueden “ganar” algún honor o competencia. El mundo de la ciencia, por más objetivo que pretenda ser, sigue siendo un mundo dirigido por seres humanos. Es por ello, que los científicos también se han visto envueltos muchas veces en controversias, disputas, duelos y acalorados debates donde hasta el más lacónico erudito tuvo que alzar la voz y “batallar” contra algún rival de pensamiento opuesto al suyo.
En esta ocasión aprendamos un poco sobre célebres casos donde existió un “versus” en la ciencia. Los científicos pueden ser muy apasionados a la hora de defender sus ideas y de atacar la de oponentes indeseados (chismecitos científicos, no hay nada mejor).
El conflictivo Newton
Sir Isaac Newton es para muchos (incluyéndome) el más grande genio que haya podido existir en la historia de la ciencia. Con aportes (enormes todos) en física, matemáticas, óptica, la creación de las leyes de movimiento, de la ley de gravitación universal y la creación del cálculo diferencial. Todo eso antes de cumplir los 23 años.
Pero el lado genial de Newton oculta su lado oscuro. Es innegable que Newton era una muy mala persona. Asocial, caprichoso, rencoroso y receloso. Tuvo contadísimas amistades, ninguna muy cercana, y muchos enemigos.
Hubo dos personas que podríamos etiquetar como los “archienemigos” de Newton. El primero, otro británico, también científico y con enormes aportes al conocimiento humano: Robert Hooke, quien ha pasado a la historia de una manera bastante tímida, pero lo cierto es que fue un gran investigador e inventor, quizá el mayor científico de su nación si no hubiera aparecido Newton.
Hooke tampoco era un dócil. Cuando Newton llegó al panorama científico de su época, no tardaron en enemistarse profundamente. Newton presentó algunos avances de sus investigaciones en óptica, avances que Hooke trató de ridiculizar. Desde entonces Newton se volvió un resentido total contra la comunidad científica y decidió no publicar nada de sus enormes descubrimientos.
Muchos años después, cuando un amigo (se dice que fue Edmund Halley, el del cometa Halley) convenció a Newton de publicar lo que sabía se dio el boom científico más grande de la historia de la ciencia (junto a la teoría de la relatividad de Einstein y a la teoría de la evolución de Darwin). La presentación del famoso libro Principia Mathematica de Newton en 1687.
Allí presentó su noción sobre el funcionamiento de la fuerza de la gravedad y cómo influye en el movimiento de los astros. Hooke comenzó entonces a afirmar —a quien quiera escucharlo— que ¡fue él quien le dio la idea a Newton! Comenzó entonces un fiero debate donde ninguno cedió en lo más mínimo. Al final, y por falta de pruebas, la historia concluye que Hooke no le dio la idea a Newton, aunque sí investigó la fuerza de gravedad, no estuvo cerca de llegar a la gravitación universal y mucho menos antes que Newton.
Pero los líos de Newton no terminaron ahí, pues entra en escena el segundo “archienemigo” de Newton. El filósofo matemático Gottfried Leibniz. Y aquí comienza una de las mayores polémicas de la historia de la ciencia. La controversia por la invención del cálculo.
Rondando el año 1664, Leibniz comenzó a publicar sus aportes en matemáticas. Causó mucho revuelo la invención de un nuevo método muy prometedor: el cálculo diferencial. Poco después, sale publicado el Principia de Newton, donde también aparece descrito el ¡cálculo diferencial!
En un principio no hubo mucho problema, pero pasaron los años y empezaron a surgir dos bandos en Europa: los que afirmaban que este gran avance fue inventado por Leibniz y los que aseguraban que fue obra de Newton. Y es que, aunque Newton publicó su libro un par de años después, afirmaba que ya había inventado el cálculo en 1666, muchos años antes, pero no publicó nada (recuerden que andaba resentido por su previa pelea con Hooke, no se distraigan).
¡Escándalo! ¡Fue un escándalo! El debate se extendió a todos los círculos científicos durante décadas, incluso luego del fallecimiento de ambos. Hoy sabemos que, efectivamente, Newton inventó el cálculo diferencial antes que Leibniz, pero Leibniz desarrolló el cálculo diferencial por su cuenta y de una manera muy diferente al camino de Newton. Parece ser que ambos dieron con el mismo método a su manera.
Newton, entonces, parece bien librado de ambos conflictos, pero era un muy mal ganador. Inmediatamente después del fallecimiento de Hooke, mandó a destruir todo retrato o busto del científico y aún ahora no sabemos cómo se veía. Y poco después de tomar la presidencia de la Real sociedad de ciencias mandó a que un grupo “imparcial” decidiera y arbitrara sobre la invención del cálculo. Obviamente concluyeron a favor de Newton.
Puede que Newton haya sido el más grande genio de la historia de la ciencia, pero no hay que idealizarlo. Era una persona de temer.
Evolución vs Creacionismo
Si hoy en día todavía hay un montón de personas que debaten en contra de la teoría de la evolución en favor del argumento creacionista, no pueden imaginar como fue ¡en el siglo XIX! Si nos quejamos de los boomers, es difícil pensar en personas 100 años mayores y mucho más conservadores.
Charles Darwin, un naturalista intrépido, propuso la revolucionaria teoría de la evolución, donde el mecanismo de evolución era la selección natural de las especies más aptas a lo largo de milenios. Todo en el famoso libro El origen de las especies.
Esta teoría era un golpe fatal para la forma de pensar creacionista, pues un “creador” dejaba de ser necesario en la variedad que vemos de la vida en nuestro bello planeta. La vida cambió por sí sola a lo largo de millones de años. Hoy en día esperamos que gente muy religiosa defienda al creacionismo, pero en el siglo 19 la mayoría de la comunidad científica europea se opuso fervientemente a Darwin.
Su mayor rival: Richard Owen, un muy respetado paleontólogo y anatomista. Es célebre por crear el término “dinosaurio” y ser el fundador del museo de historia natural de Londres. Owen se opuso a la teoría de la evolución, afirmando que, según sus estudios de fósiles, no podría haber tantos años para que de una especie a otra le dé tiempo para cambiar tanto.
Aquí no hubo un enfrentamiento directo entre Darwin y Owen, la verdad se respetaban lo suficiente como evitar “luchar” directamente. Pero sus seguidores… no eran tan tranquilos.
El debate alcanzó su punto más acalorado en 1860, en el famoso debate de Oxford. Del bando evolucionista estaba Thomas Huxley —el bulldog de Darwin le llamaban, por como lo defendía a él y a la evolución— y del bando creacionista estaba Samuel Wilberforce, un investigador y también religioso. Queda el testimonio de que Huxley clamaba: “Owen defiende ideas tan anticuadas como los fósiles que estudia”, a lo que Wilberforce respondía: “¿Usted desciende de los simios por parte de su madre o de su padre?”. Fue tan memorable la riña en Oxford que hicieron un pequeño memorial del mismo que aún se encuentra en la antigua universidad.
El debate continuó por mucho tiempo. Hoy en día, la teoría de la evolución ha vivido ajustes y cambios, pero ya está muy bien establecida y aceptada dentro de la comunidad científica. Pero aún es muy criticada por gente de fe e incluso algunos científicos no conformes con la teoría de Darwin.
Siglo XX
Ya cerca de nuestros tiempos, tenemos un bello ejemplo de debate científico algo más civilizado. Sucedió en Bélgica, en los famosos congresos de Solvay, a lo largo de varios años.
En una esquina, tenemos a Albert Einstein, premio Nobel de física del año 1921, creador de la Teoría de la relatividad y un pilar en el nacimiento de la Mecánica Cuántica.
En la otra esquina, tenemos a Niels Bohr, premio Nobel de física del año 1922, creador de su propio modelo atómico y líder de la interpretación más aceptada de la Mecánica Cuántica.
Los congresos de Solvay fueron los Vengadores de la física del siglo pasado, acudían científicos como Marie Curie, Lorentz, Schrödinger, Pauli, Max Planck, Heisenberg, entre muchos más. Pero los protagonistas fueron Einstein y Bohr.
El mundo cuántico (a escalas atómicas) mostraba “locuras” que no se ven en nuestro mundo normal (a escalas humanas). ¿Por qué pasa eso? ¿Por qué no vemos cosas como teletransportación, o ver objetos en dos lugares a la vez? Cosas así suceden a escala cuántica, pero nunca a escala humana. La verdad no existe una respuesta contundente todavía. Es por eso que hay muchas “interpretaciones” de la Mecánica Cuántica, muchas formas de explicar por qué lo loco del mundo cuántico no es algo que suceda en nuestro mundo cotidiano.
Una de estas interpretaciones es la llamada Interpretación de Copenhague (llamada así en honor a la capital de Dinamarca, lugar de nacimiento de Bohr). En esta interpretación, todo el mundo cuántico era regido por probabilidades y no existía cabida para nada exacto. Nunca.
Esto molestaba enormemente a Einstein, que defendía que la exactitud y precisión eran características de la ciencia y del universo. Entonces, comenzó el du-du-duelo.
A cada congreso de Solvay llegaba Einstein con un montón de “retos”, o paradojas, que buscaban demostrar contradicciones o fisuras en la interpretación de Copenhague. Y a cada congreso salía Bohr con soluciones a los ataques de Einstein reforzando su teoría. Otros nombres también participaron de la lucha, como Schrödinger que ideó su famoso experimento mental del Gato de Schrödinger para ridiculizar al bando de Bohr, o Heisenberg que defendía a la interpretación de Bohr con su Principio de incertidumbre (una ecuación que demostraba que nada podía ser exacto).
Al final, todos los debates Bohr-Einstein se pueden resumir en el siguiente diálogo:
Einstein: Dios no puede estar jugando a los dados (crítica a la naturaleza probabilística de la interpretación de Copenhague).
Bohr: No le digas a Dios qué hacer con sus dados.
Y todo esto, ¿para qué?
Uno puede cuestionar si el conflicto fue o no de utilidad en estos históricos casos. De Newton contra Hooke o contra Leibniz podemos ver una lucha de egos, influencia y reputación que al final solo sirvió para separar más a las comunidades científicas de Alemania e Inglaterra (y a perder el rostro del talentoso Robert Hooke); todas esas disputas no sirvieron más que al gusto del chismecito histórico-científico. Del caso de Darwin contra Owen, sí salieron ciertos beneficios, pues la teoría de la evolución supo defenderse de los embistes creacionistas y hacerse más fuerte hasta convertirse en una teoría sólida y bien aceptada. Del caso de Einstein y Bohr algo similar, la mecánica cuántica resultó mucho más aceptada y consolidada a causa de resistir los ataques de nada más y nada menos que Albert Einstein.
No todo es neutral o bueno, existen casos que ocasionaron mucho daño colateral o terminaron con los involucrados como enemigos jurados, como la rivalidad de Tomas Alba Edison contra Nikola Tesla, el drama del clan Bernoulli, o la disputa por el psicoanálisis entre Freud y Jung. Pero eso será desarrollado en otro artículo porque de dramones científicos hay un montón.