Charlas breves con escritores: Vlady Torrez
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Soy abogado, politólogo, escritor aficionado, lector aficionado, docente de vocación, amante de los gatos, defensor de todos los géneros posibles del metal y apasionado de los videojuegos.

Háblanos un poco de tu trayectoria.
Fui servidor público por casi 10 años, es mi pequeña gran vergüenza (risas, se limpia una lágrima de la mejilla, más risas). Durante ese tiempo, mi formación como abogado me permitió conseguir algunos trabajos bien remunerados para pagar mis estudios de postgrado en filosofía política. Desde el 2018 me dedico a la enseñanza universitaria, hacer consultorías, análisis político y a escribir crónicas y cuentos. Desde hace unos tres años, más o menos, intento difundir esas actividades en redes sociales y no me va mal.
¿Cómo es que decides estudiar ciencias políticas?
De adolescente encontré, entre los libros de mi casa, Historia de las ideas políticas de Jean Touchard, en una bonita edición de Tecnos. Creo que perteneció a algún pariente lejano, pero nunca se aclaró su origen. A mis 14 años intenté leerlo y no pasé de las primeras tres páginas. Pero lo poco que logré entender me intrigó. Años después, en el primer año de derecho de la UMSA, descubrí que materias como Teoría del Estado. Maquiavelo, Spinoza, Locke, Montesquieu, simplemente me enamoraron. A punto de terminar la carrera, me enteré que tenía la posibilidad de hacer carrera paralela en ciencias políticas. Así que una serie de cosas llevaron a otra serie de cosas.
¿Qué opinas de la frase twittera: “el análisis político no tiene mucho sentido de lo real y es solo un pasatiempo elitista”?
Opino que es tan profunda como las afirmaciones de los terraplanistas o tan seria como las promesas de los candidatos durante sus campañas electorales.

¿Por qué quien sea debería molestarse en entender ciencias políticas? ¿No es todo tan simple como que el poder o se roba o está a la venta?
La política es una dimensión de lo social. La dimensión referida a la lucha por el poder, los intereses conflictivos y diversos que atraviesan lo social. También engloba al conglomerado de instituciones, valores, procesos y dinámicas que le dan forma al horizonte social. Poca cosa no es. Entenderla, estudiarla, conocer sus componentes y características es fundamental para entender el decurso de lo social, el cambio social, los conflictos a gran escala, entre muchas otras cosas.
¿Cuál dirías tú es la mejor y más sencilla forma de empezar a entender más de ciencias políticas?
No sé si es la mejor ni la más sencilla, pero es la que más me gusta. Yo decantó más a la filosofía política que a la ciencia política. En un país como Bolivia es imposible entender los fenómenos políticos solamente armados del institucionalismo, el positivismo o el cientificismo. Es necesaria una mirada multidisciplinaria. A mí me sedujeron las ideas políticas en la historia occidental. Ideas que fueron desarrolladas por filósofos. Desde Platón a Sloterdijk, el aporte de la filosofía política es monumental. Recomiendo empezar precisamente por Platón, por textos maravillosos como Critón, donde se abordan temas como la relación entre el derecho, la moral y la política.
En Bolivia, ¿es la institucionalidad un adorno o una instancia gubernamental no muy respetada?
Bolivia es un país en el que la institucionalidad es frágil, se negocia, pero existe en condiciones de discontinuidad. Históricamente somos un país en que los actores sociales detentan capacidad política, lo que implica un inevitable debilitamiento del Estado y otras instituciones.

¿Cuál es la relación entre violencia y política?
Es una relación de oposición y complemento. Quiero contraponer dos criterios. El de Hannah Arendt, para quien la violencia implica la desaparición de la política y el de Carl von Clausewitz, quien entendía a la política como la guerra desplegada por otros medios. A esas dos miradas, contrapondría reflexiones desde la historia política boliviana. Que, a contra corriente de Arendt y Clausewitz, pueden demostrarnos que en Bolivia violencia y política se oponen y complementan de manera compleja, dependiendo del periodo histórico que estudiemos. Un buen ejemplo es el siglo XIX. Los primeros cincuenta años de la república demuestran que violencia política tuvo efectos destructivos pero también regenerativos. Cuando vemos/escuchamos sobre marchas, bloqueos, cercos, amenazas de guerra civil, debemos entender que son mecanismos utilizados desde una lógica binaria tipo: violencia-política, fuerza-negociación, alianza-ruptura.
Los episodios de violencia política entre 2019 y 2024 han sido brutales, pero no se sintieron particularmente raros en el ámbito histórico boliviano. ¿Son inevitables estos estallidos, o simplemente son el síntoma de una sociedad que no cree en sus instituciones?
Son una constante en la historia de nuestro país. Son un síntoma de la fortaleza de la sociedad civil, de las organizaciones de la sociedad civil. En Bolivia las relaciones políticas no solo transcurren en espacios oficiales, en el parlamento o mediante partidos políticos. Movimientos sociales, comités cívicos, grupos ambientalistas, colectivos feministas, sindicatos campesinos, cooperativas mineras, colegios de profesionales, entre muchos otros, también tienen funciones políticas. Eso hace que los conflictos políticos sean una constante.
En Bolivia, ¿la violencia política es solo un mecanismo para escalar hacia formas más absolutas de poder?
La violencia política es un mecanismo, sin duda. Pero, precisamente por esa condición de debilidad del Estado, y la existencia de múltiples fuentes de poder, de facto y de iure, creo que es imposible alcanzar formas más absolutas de poder. En Bolivia los poderosos negocian o mueren. Evo podrá ser representado por sus enemigos como un Inca postpunk, pero no deja de ser un actor poderoso necesitado de negociar en circunstancias específicas, con Arce, con Lanchipa, en su momento con el agronegocio y la banca privada. Bolivia nunca será Venezuela o Cuba, por mucho que eso pueda frustrar sueños y temores de comunistas y libertarios (risas añadidas de manera artificial).

¿Por qué se siente que en Bolivia lo relacionado a los políticos es, o más bien termina siendo, una forma de entretenimiento o farándula?
Porque, aunque a indigenistas y pachamamistas les duela, Bolivia es parte de la globalización. Nuestra sociedad también es mayoritariamente consumista, hipersimplificada y apasionadamente entregada a la gigantesca maquinaria de la industria del entretenimiento. Es una de las razones por los que la política suele representarse como un espectáculo por medios de comunicación y redes sociales. Uno espectáculo bastante malo, en mi opinión. Con shows de muy mala calidad como esa saga de los amores quinceañeros del cacique Morales.
Entre todos los bloqueos, denuncias y marchas que el actual panorama extremista exhibe, ¿sirve de algo el diálogo?
Claro que sí. El diálogo y la negociación son formas de hacer política. Bolivia es un país de discursos incendiarios y apasionados, pero de medidas meridianas. Peleamos, amenazamos, pero por lo general preferimos negociar por “debajito”. Quizá esa es la razón por la que en nuestro país hay explosiones de violencias, octubres tras octubres, pero por lo general se vive en una calma accidentada y tensa. Lo que pasó con la “Marcha para salvar Bolivia” es un buen ejemplo. Antes de derrocar un presidente es preferible ir a criar tambaquíes.
De cara a las elecciones de 2025, ¿cómo diagnosticarías el panorama político? ¿Vamos hacia una elección o hacia otro circo mediático donde ganan los más demagogos?
Todo proceso electoral puede valorarse en dimensiones circenses. Yo veo un panorama complicado para cualquiera que gobierne el 2025. La crisis multidimensional por la que atravesamos tiene todavía largo aliento. El futuro gobierno heredará un Estado quebrado, una sociedad fracturada, un medio ambiente calcinado y una generación de jóvenes abruptamente arrojados a un universo de carencias.

¿Tienes tú alguna preferencia particular o crees que hay una falta de variedad en la fauna política?
Soy liberal humanista, de los del siglo XVI. Humilde seguidor de Michel de Montaigne, del Maquiavelo de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Ninguna de las actuales ofertas políticas me identifica ni conmueve, soy demasiado viejo para eso. Por ahora solo puedo diferenciar el mal menor del mal decadente.
Para ir terminando, ¿qué estás leyendo actualmente?
Estoy leyendo Ciudadanos armados de ley de Martha Irurozqui, una académica de verdad, su historia política boliviana es simplemente soberbia. También estoy releyendo Pueblo Enfermo de Alcides Arguedas y Proverbios de Franz Tamayo. Antes de que termine octubre pretendo leer La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde.
¿Qué autores o autoras recomiendas leer?
Maquiavelo, Hobbes, Weber, Arendt. De los nacionales/bolivianistas, Tamayo, Zavaleta, Luís Tapia, H.C.F. Mansilla, Rossana Barragán y una vez más Martha Irurozqui. Debemos dar gracias a Zeus, Ra, a la Pachamama, al señor de todos los Gran Poderes, por la profesora Irurozqui.

¿Qué libros te antojas leer, pero todavía no lo hiciste?
Del catálogo de 3600 me gustaría revisar Prontuario. Casos de la crónica Roja que conmocionaron Bolivia. Por otro lado, me gustaría retomar la lectura del Archivo de las Tormentas de Brandon Sanderson, dejé a la mitad la lectura de Juramentada, el tercer volumen, y eso me avergüenza mucho más que las peleas entre masistas. La verdad no más.