‘Manqapacha delight’, una novela distópica ecofeminista
Manqapacha delight es la tercera novela de Camila Urioste, la escribió mientras cursaba el Iowa Writing’s Program. Previamente, escribió dos novelas que resultaron ser premios nacionales (cuando todavía había ese tipo de concursos), siendo Soundtrack la más conocida.
En esta distopía —demasiado cercana a nuestra realidad—, el Emperador nunca pierde las elecciones. Es el año 2030, Bolivia arde consumida por los incendios, el instrumento represivo del estado es más eficiente que nunca, y todos vivimos con miedo.

Miedo del aparato estatal, a decir lo que pensamos en voz alta, de ser vigilados en las redes en nuestras computadoras y por drones en nuestras casas.
Manuela es una ex bailarina de ballet y actual funcionaria pública; Alicia es venezolana y ecoterrorista; la Elo es la niña amante del Emperador, vendida por sus padres para satisfacer sus caprichos; Nuna es una niña también, momificada, viviente, que se conecta con Elo a través del tejido, de un quipu mágico que funciona como metáfora, como manual de liberación.
Cada una de estas mujeres es un manifiesto poderoso por la empatía, por la alternativa, por la divergencia. Rebeldes cada una a su manera, son un frente único de resistencia ante la aparente inevitabilidad de la dictadura del siglo XXI. Lo que lograrán juntas es maravilloso.
Lo que más aterra de la novela, lo que me hacía querer gritar a ratos y subrayar en otros, es la tremenda cercanía, la tremenda reflexión y catarsis, de las sensaciones experimentadas alrededor de lo que lo que sucedió el 2019 y que continúa sucediendo, sin prisa ni pausa, en nuestra propia realidad distópica y desordenada.
Las marchas, los cacelorazos, la saña judicial, la represión a los marchantes del TIPNIS, las mentiras, el engaño, la trata y tráfico, la represión, el encarcelamiento, la rutina, se meten en los ojos como una bebida fría, una bebida paralizante, un veneno. La bestia social se sacude, pero está firmemente amordazada. La cárcel, los viajes por tierra, los policías, los funcionarios, nos dan un pantallazo breve, pero terrible, de nuestro entorno misógino, represor y machista.
Claro que hay aliados, hombres distintos, rebeldes ante el status quo, como el genio de la robótica Rocket, como el preso político Randolph, como el jefe Tacana. Son lunares entre la masa informe de hombres y mujeres sumisos y serviciales al poder, que no dudan en arrestar, vigilar y castigar, y aprovecharse, cuando pueden.
“Jamás salí a marchar. Ni siquiera a las marchas del ministerio bajo amenaza de multa. Ni siquiera por causas importantes. Ni siquiera por causas que me impulsan a compartir estados en redes sociales. Ni siquiera por causas que me impulsan a ponerle un filtro a mi foto de perfil en redes sociales. Ni siquiera por causas que me mueven, en redes sociales, a sustituir mi foto de perfil por una cinta de color alusiva a la causa. Siempre he visto las marchas por televisión o por la ventana. Siempre me han conmovido las marchas. Me emocionan, me hacen sentir que la historia se está construyendo y soy testigo, que es posible cambiar el mundo, que es posible que el empute colectivo cambie el mundo mientras yo miro por la ventana”.
Manuela, ex bailarina y ahora funcionaria, es entrañable. Su relación polémica son su madre, sus sueños desvaídos, su gusto por la chocotorta vegana Manqapacha delight (nombre también de un virus informático), el rol de cada una de estas facetas de Manuela es importantísimo.
Elo y Nuna también. Elo que ha sido lanzada para el uso y abuso del Emperador, su necesidad de cuidar a su hermanita Bibi para que no sufra su mismo destino, su conexión ancestral con la niña chullpa, son de un valor y voluntad inigualables.
Tan valientes como Alicia, la venezolana eco punk, que lo ha perdido todo, que sabe cómo es esto de vivir en dictablanda, que sabe que hay que sabotearlo todo para tener una chance de empezar de nuevo.
Esta es una novela valiente, lúcida, necesaria y subversiva. Si los cabrones leyeran, Camila, ya estarías presa. Por suerte no leen, por suerte no es el año 2030, por suerte el futuro, que los aymaras consideran está detrás de nosotros, es todavía una posibilidad que no se ahoga en el humo de los incendios. Pero estamos a un tris de perder el camino y, por eso, distopías como esta son tan necesarias. Mezclando fantasía, humor y mordacidad, tenemos ante nosotros una maravillosa 1984 criolla, ecopunk y feminista.
Enhorabuena.