El caos presente en La Paz
Tremendas pendientes moldean la figura de una ciudad imponente con toques de frío, calor, brisas, vientos fuertes y lluvias cortas y torrenciales que pueden cubrir, a veces, solo una pequeña porción de esta enorme tierra. Fundada allá por el año 1548, por don Alonzo de Mendoza en la localidad de Laja, debía ser un asentamiento de tránsito para alojar y cobijar a todas y todos los que viajaban desde Potosí y las costas peruanas. La idea era crear un lugar de descanso con provisiones, donde se pueda asistir a los que pasaban en caso de necesitar ayuda. Es decir, la fundación se hizo haciendo énfasis en que “Los discordes en concordia, en paz y amor se juntaron y pueblo de paz fundaron para su perpetua memoria”, así le dieron el peculiar y apoteósico nombre de Nuestra Señora de La Paz, sin saber que pasaría lo contrario; no obstante, sería el comienzo para construir un lugar sin perder brillo y destello, creando una ciudad bellamente desastrosa y caótica.
Los habitantes de este nuevo poblado, sintiéndose muy incómodos y desprotegidos, decidieron alzar sus plegarias, practicar ritos y manifestar sus diversas creencias, tanto por parte de los indígenas como por parte los criollos y mestizos. Se juntaron todos para así poder realizar un milagro y que ese altiplano no fuera tan cruel con su helado y seco clima. Sí, era un lugar pacifico en el cual se podía ver de jincho a jincho toda su extensión, muy sereno pero duro con sus habitantes. Sin embargo, sin explicación alguna, el simple anhelo colectivo dio fruto.

Repentinamente, una bandada de cóndores, se juntaron como un gran ente y decidieron formar esa hoyada que hoy llamamos ciudad. Fue un grupo impresionante que formó este cañadón de magna imponencia, el mismo que acogería a todas y todos quienes pasarán, ya sea por un instante, o se quedarán para llamarlo hogar. No obstante, los cóndores realizaron todo ese duro e inmenso trabajo no por la piedad a esos ruegos impetuosos o para detener los rituales que ponían una vibra mórbida en el apacible altiplano; Su verdadero motivo era otro: salvar su hermoso hábitat y asegurar su tranquilidad. Sabían que, al poner a los seres humanos entre montañas, estos no invadirían su territorio, dejarían su altiplano con su fauna y flora intacta, preservando ese silencio divino.
Los cóndores indirectamente complacieron a las personas que se mudaban al cañadón recién creado. quienes estaban en sintonía con las fuerzas espirituales y elementales del altiplano, fieles servidores de Wiracocha y la Pachamama, los patronos de esa vasta planicie. Estas mismas fuerzas, al verse perturbadas por la creación de la nueva hoyada, decidieron actuar, infligiendo a los cóndores un destino inaudito.
Primero, hicieron que sus acciones sean olvidadas, nadie recordaría que los majestuosos cóndores fueron los creadores de la hoyada, serían limitados a vivir en el altiplano como ellos tanto querían. Segundo, serían vistos como seres inferiores y condenados al desprecio por parte de los humanos a pesar de ser aves majestuosas e icónicas de la cordillera de los Andes que surcan y vuelan el altiplano pasando por diversos territorios. Fue así como las acciones de estas nobles aves consiguieron la paz de su querido altiplano, al precio de nunca tener reconocimiento y que la creación de ese cañadón nunca sea recordada. Sin embargo, lo peor que pudo haber pasado es que las fuerzas espirituales y naturales implantaron la admiración y fascinación por las plumas que llevaban los cóndores en esas enormes alas. Comenzó una persecución por parte de las personas que se vieron beneficiadas por la creación del cañadón de Chuquiago Marka, propiciando la caza por sus plumas que derivó en la casi extinción de estos hermosos animales. El eco de un sentimiento lúgubre de traición resonaba dubitativamente, mientras los cóndores veían cómo les arrancaban sus plumas aquellos a quienes alguna vez extendieron sus alas.
Así fue como los cóndores muy orgullosos decidieron no tener mayores acciones colectivas, solo se limitaban a estar presentes en las tierras altas ostentando ese plumaje majestuoso que ahora es objeto de ambición y lujo para los perpetradores de su despojo; también, con esas patas tan fuertes y esos picos duros decidieron que no habrían de guardar rencor, sino que seguirían siendo los guardianes de la cordillera de los Andes como muestra de que, a pesar del frío y esas condiciones, cualquier ser puede adaptarse para sobrevivir y cambiar.
Aun así, las personas mudaron su ciudad a la hoyada. Fue ahí donde Viracocha, con un ímpetu apoteósico, decidió lanzar un estruendo tremendo junto a la Pachamama, ambos invadidos por la rabia y la impotencia de que sus pobladores los dejaran por una hoyada decidieron poner en marcha el caos que se encargaría de destrozar a Nuestra Señora de La Paz.
Por lo tanto, como primera acción para interrumpir la vida de los que llegaron al territorio de la futura provincia Murillo, ambos lanzaron agua dulce por los senderos los cuales abrieron ríos entre las montañas para que las personas corran desenfrenadas. La intención era alejar a los futuros pobladores y conseguir que se den cuenta de que este nuevo territorio no merecía ser habitado; sin embargo, en ese cometido, formaron un gran río llamado “Chuqui Yapu”, que significa chacra de oro, porque contenía en sus aguas algo de oro. El cuerpo de agua consiguió dividir la futura ciudad porque los gobernantes y encargados del orden, utilizando el curso del río como una línea, crearon distintos lugares: una iglesia central; un sector urbanizado para los nobles, criollos y personas con un estatus social alto; una plaza central en la cual podrían tener jardines, calles y caminos con una inclinación más que evidente para demostrar que están en la cima del resto de los habitantes.
En el otro lado del río, orientado en dirección opuesta a la plaza mayor, se formó un acceso directo para que los indígenas, fuerza laboral en los cultivos y la servidumbre, pudieran atender a las clases altas. Allí se construyó la primera iglesia de La Paz, erigida con el nombre de San Sebastián para que los nativos alcancen la creencia de los conquistadores, pero sin abandonar sus costumbres ancestrales. Esto les permitió que, con el tiempo, surgieran ideas de rebelión y liberación de la opresión que sufrían por parte de los españoles, todo esto pasó gracias a la fuerza descontrolada de Viracocha, quien impulsó a estos cauces de agua para que acabaran dando forma al territorio de Chuquiago Marka.
En otros sectores, estos ríos que hasta hoy en día corren por las montañas habitadas causando desastres, llenaron de árboles la zona Sur de la ciudad e hicieron que estos territorios se llenaran de verde y de vida, formando lagunas como la de Cota Cota, la de las Ánimas, ríos y senderos de agua que llegan por los barrios actuales de Mallasa, Achumani, Chasquipampa y muchos otros, propiciando un crecimiento de plantas y árboles que parecía no tener fin. La hoyada llegó a tener la capacidad de producir duraznos, manzanas, ciruelas en casi toda su extensión, pronto Obrajes y la zona Sur se convertirían en el campo de reposo y distracción para los paceños. No obstante, gracias a esos ríos, los senderos que conectan con la zona central o norte son muy pocos por los derrumbes que obligaron a sus habitantes a construir vías de acceso siguiendo el caprichos de los ríos y montañas que moldearon y dieron una forma peculiar a Nuestra Señora de La Paz. De esta manera, todos transformaron su visión de vida. En su anterior morada, en el altiplano, todo era liso y fácil de moldear; en cambio, la hoyada empezaba a moldear a sus habitantes y estantes. Así, los espíritus y deidades, incrédulos de que su intención de quebrar a La Paz y transformarla en el caos se veía frustrada, morirían de rabia y ansias por verlos sufrir. La gente no solo no penaba, sino más bien disfrutaba estos accidentes geográficos que fueron creados para incomodar, pero resultaron ser el toque que le dio a La Paz su condición de ciudad Maravilla, única en su género.

En este intento de quitar la tranquilidad que solo acabó transformando a los paceños. Fue así que las deidades decidieron apagar un volcán y pintarlo de nieve. No solo eso, enfriaron muchas montañas como el llamado Illimani, el Chacaltaya y cada cumbre cercana para que ese frío recuerde a los pobladores el gélido rechazo al desolado territorio andino. Así lograron que una noche de junio el frío de Potosí se traslade a ese territorio. Ese día, la nieve llenó esas hermosas e imponentes formaciones, tiñéndolas de blanco. No fue una nevada normal, fue una tormenta torrencial, cayó nieve no por horas sino por días. La cantidad de copos solo era comparable a ver las estrellas con un cielo claro.
La nevada pintó los cerros, los envejeció con canas de nieve. Las deidades se encargaron de crear esas corrientes que, lejos de ser suaves brisas, son el viento feroz que sopla por el actual barrio de Miraflores, por las actuales villas, por cualquier lugar que desemboque la cañada. Toda la ciudad se baña con distintas corrientes de viento que bajan por el Illimani, moviendo las nubes y las tormentas como si fueran gusanos de papa. En aquel momento, fue que las tormentas, lluvias y vientos se volvieron parte del día a día de cualquier persona que pasara por este poblado, movía la tierra, movía los árboles y los faroles. Los atardeceres siempre tendrán ese susurro o muchas veces grito del altiplano que puede alterar el clima, hacer que el día más soleado se trasforme en una penumbra por las nubes, las cuales cubren el cielo sin dejar resquicio de luz. Este paisaje puede confundir a cualquiera sobre el momento del día o la hora en que se encuentra; además, es el culpable de la necesidad de llevar siempre algún tipo de abrigo al aventurarnos fuera de casa. Es necesario muchas veces romperse la cabeza de solo pensar en algo que sirva tanto para la lluvia como para un día soleado. Un clima posible solo gracias a estos feroces vientos, que cambian un cielo gris lleno de nubes a un cielo despejado, resultando en un sol brillante como si estuviera sonriendo en lo alto de nuestras cabezas. Sin embargo, nunca podemos confiarnos del viento, que nunca trabaja a favor o en contra de cualquiera que haya pasado por La Paz.
Esos nevados trajeron algo imaginable: una fuente de agua para las futuras generaciones, y para nutrir la tierra de las faldas del Illimani en las cuales crecen vegetales deliciosos y únicos en sabor, que son cosechados en distintas temporadas del año. A pesar de este intento de arruinar al nuevo poblado, y de manera indirecta seguir con el castigo a los cóndores, se seguía formando un paisaje único.
Así fue como los ciudadanos de Chuquiago Marka se quedaron en este nuevo territorio en el cual se desarrollarían diversas historias y anécdotas, que darían color y forma a la ciudad y sede de gobierno en posteriores años: presenciar un grito libertario enorme, la caída y auge de distintos gobernantes que serían levantados en hombros para, tiempo después, ser repudiados por los que solían llamarse sus seguidores. Quién podría haber imaginado que este lugar se volvería un hogar para atestiguar los bloqueos y marchas, desfiles y bienvenidas. Todas siendo atestiguadas por calles con laderas extremas, subidas que parecen interminables y tan inclinadas que invitan a que la imaginación juegue para encontrar sentido a esta posibilidad arquitectónica ilógica; montañas que invitan a soñar por sus colores imponentes que decoran el paisaje, ellas son, fueron y serán las únicas testigos de las hazañas, fechorías o del día a día que vivieron, viven y vivirán todos y cada uno de las y los habitantes de esta ciudad.
Nunca habrá orden sin anarquía, caos sin calma o una ciudad de La Paz sin marchas ni conflictos, o sin sus cuatro estaciones que se pueden experimentar en una sola jornada. Todo esto, ya sea producto de la rabia de las fuerzas espirituales como elementales o solo la tradición, nos muestra que nunca tendremos una La Paz sin paz aparente, pero es inimaginable vivir sin el hermoso caos que tanta “paz” trae a nuestra ciudad.