El otro Lío
Para Lío
Querido colega, esta nota la escribo para ti; aunque lo más seguro es que no la leas, quizá jamás, por más que me haga rico, famoso o me convierta en un iluminado poeta zen. Con suerte, este escrito, además de muchos desconocidos míos, será leído por mi profesora de escritura y unos cuantos amigos cercanos. No es una queja, contar con alguien que te lea es importante, tanto como hacer uno mismo también de destinatario. Y sí, es posible escribir para uno mismo, también leerse, y ninguna de esas lecturas, como las que otros hacen de nosotros, será igual. Por lo que, escribir, leer, escuchar a otros y leerse implica ser crítico y mostrar, creo yo, un acto de amor a la vida.
En la época actual, no solo contamos con los medios impresos o la oralidad, están asimismo las redes sociales que, pese a que aparentan no importar tanto, son el medio que tenemos para comunicarnos. Y aunque el chat no es la vida, como lo es la escritura, solemos pasar mucho tiempo ahí, a veces escribiendo o leyendo de más. Dicho esto, ¿crees que pueda reclamarte haber salido de aquel grupo de WhatsApp después de que mandé un video explicando mi trabajo?
Me alegraría verte en persona, que vuelvas a tocar el timbre de mi casa con confianza, como pasó varias veces a lo largo de los anteriores siete años de amistad, tiempo en el que no habíamos tenido una artificialidad o exabrupto de esta naturaleza. Me gustaría preguntarte cara a cara: “¿No te ha gustado mi video?, ¿qué ha pasado, pues, colega? Si está bien lindo, che. Primera vez que me gusto en la cámara; incluso se escucha mi tono de voz más afianzado, pese a estar en un set de televisión. Me veo reconciliado con los filos de mi perfil andino, contento de finalmente haberme dejado crecer el pelo para hacerme una cola”. Así, al fin, contar con lo más importante: una buena conversación.
La entrevistadora del video, a pesar de también ser mi amiga, de verdad quería conocer y registrar cómo procedo con mis terapias. Es clara su postura como interlocutora atenta, amable y sin artilugios de intimidación para captar más audiencia. Lo contrario a ti.
Pero ya había visto ese tipo de actitud con anterioridad en tu persona, como la vez que te bajoneaste cuando una bien famosa de nuestro rubro llegó a Chile y llenó un coliseo. Pensaste “¿Cómo lo logra?”, ¿verdad? De paso, en su receso hicieron fila para preguntarle cosas, lo viste. “Y yo aquí viajando por el mundo para formarme y dar bien mis talleres, hasta hay veces que no tengo gente”, algo así habías pensado, me contaste. Pero hay una tremenda distancia, y como te dijo Martha en su oportunidad, como más o menos rememoro: “No es bueno lamentarse de las cosechas de otros”.
¡Todo lo que te dijo Martha ese día! Por ahí ni te acuerdas de su nombre. Pero la charla que tuvimos los tres, después de mi taller, estoy seguro de que ninguno la olvidará. Yo jamás me hubiese animado a decirte todo lo que expresó, pero concordé con sus palabras. ¿Será que por ser española supo poner bien los puntos sobre las íes? Fue más que eso, está claro, ella encaró el lío, allá por agosto de 2022. Ustedes solo coincidieron esa vez, a pesar de estar siempre invitados a mis talleres. Recuerdo cómo la presencia de ella acompañó muy bien, atinando con cada uno de sus aportes. Contigo, confieso, todo había sido más o menos así hasta esa ocasión. No hubo mala intención de tu parte, lo sé.
Retornando al día del taller, quedaban diez minutos para finalizar y todo iba por buen rumbo; aterrizábamos de vuelta, comentando la experiencia, cuando, de pronto, pediste espacio para hacer una dinámica. Me sorprendió. Pronunciaste que atendías cerca de aquí dada tu breve parada por La Paz y que quien quisiera podía aprovechar para consultarte. Aquel ejercicio duró poco más de diez minutos, entonces te entusiasmaste y propusiste hacer tres veces el mismo juego (con la variante de cambiar posiciones). Ya no pues, hermano, estaba por demás, no era el momento. “Ya no hay tiempo”, dije e hicimos el cierre usual. Había ocurrido una leve demora en el aterrizaje, pero listo, aquí no pasó nada.
Creí que ahí quedaría la historia; no imaginaba que luego de la comida resurgiría el tema como sobremesa. Nos encontrábamos los tres: tú preferiste cerveza; Martha, vino; yo cerveza, luego vino. No transcurrieron ni cinco minutos de brindis y una breve conversación casual, para que Martha anunciara su opinión. “No te conozco ni tengo nada personal contra ti, pero te voy a decir un par de cosas, dos puntos…”. Posterior a ello, continuó con palabras que hubiera querido grabar para recuperar y transcribir tal como fueron manifestadas; intentaría aproximarme, pero mi español tiene otros orígenes. Fue como si, elevando ligeramente sus pies descalzos, la canaria, te diera un puntapié en el cachete, uno en la quijada (tipo Matrix) y, finalmente, dándose cuenta de que no hacía falta más, volviera de su levitación sin siquiera despeinarse. En resumen, te aclaró que aprovechar el espacio del otro para ganar protagonismo era bajo, más si se trataba de tu amigo y si no contabas con tanta experiencia. Te recomendó, por último, que generaras de a poco tu propia circulación, como lo hacía ella, yo o cualquier otro psicólogo, terapeuta o expositor.
“Aprovechar el espacio del otro”. Con esa frase, ahí mismo, me acordé un par de anécdotas. Recordé, por ejemplo, cuando me devolviste el terno que te presté, tirándolo por encima de la puerta del garaje, en una bolsa nylon y sin haberlo llevado a la limpieza; de cuando quisiste averiguar los secretos de Charazani, con los comunarios, a cambio de dos Coca-Colas; y hasta de tu intención de coincidir tus viajes de trabajo con fiestas rave de dos días. Me contento; una española terminó otorgándote un par de lapos metafísicos, a ver. La imagen me maravilla de una forma extraña.
El chat no es, pues, la vida, lo repito, perdona mi tono coloquial. Cuando mandé la corta entrevista al grupo, pretendía animar a venir a mis talleres; y tú, lo primero que haces es salirte. Claro, no me voy a negar, a tu acción, mi reacción: me salí de un grupo tuyo ni bien publicaste tu siguiente actividad a realizarse en línea. Salí un 24 de septiembre, casi después de una semana —lo tengo anotado en el mismo cuaderno en el que escribo parte de este texto—, tú lo dejaste el 19. Habría pensado en tomar distancia o tardar algo más en cobrar esa breve revancha; sin embargo, había que enfrentar el lío y sin intermediarios (como Martha). Eso sí, no fue fácil la decisión, me lo pensé un día, lo recuerdo, preguntándome si abandonar cada uno el grupo del otro era hacerlo igualmente con nuestras vidas.
Sigo pensando que no vas a leer esta carta y aunque la leas, al final, podrías decir que hablo de un Lío aparte, que es mi lío. Y tendrías razón. Yo también soy otro mientras escribo ahora y, al terminar de corregir, seré otro ya también.
Querido colega, quién sabe quiénes seremos cuando volvamos a vernos cara a cara. Así que, salud, por los pasos que damos, aunque sea mordiéndonos la cola.