Vendaval de soledades: El hombre tocado de viento

Fernanda Verdesoto analiza la soledad que caracteriza a los personajes de El hombre tocado de viento (Ed. 3600, 2022) en esta reseña que nos acerca a todos esos pequeños detalles que hacen de esta novela una de las mejores de la literatura boliviana contemporánea.
Editado por : Adrián Nieve

“La vida pasa en un parpadeo y la literatura, en dos”. Esta es la oración que más me resuena de la novela El hombre tocado de viento (2022) y hasta creo que se convirtió en un mantra para la vida diaria. Me parece que la premisa principal de este libro son las extravagantes vivencias de Faustino Figueroa, que fracasan de ser contadas por él mismo, por Felipe Lens y finalmente por Jairo León. La novela, escrita por Guillermo Ruiz Plaza, es un tratado sobre la escritura, la amistad incondicional, el registro de la historia, pero, sobre todo, creo que se trata de la soledad. 

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Imagen: Editorial 3600

Siempre que estamos acompañados es porque tenemos amigos o una multitud en la que estamos inmersos, pero, al final, estamos solos. El hombre tocado de viento tiene como eje principal a la multitudinaria París. No sé si se trata de un “personaje más”, sino que esta ciudad es una constante en la novela, imprescindible, que atraviesa a los personajes (incluso a quienes no la conocen), y que dirige todos sus hilos narrativos. Yo diría que aquí, París es acción. 

Y el tema con París, como otras grandes ciudades, es soledad pura. Hace años yo me decía a mí misma que la soledad de Buenos Aires (donde viví seis años) era única. Era una soledad alegre y caótica, trágica cuando tenía que serlo, agresiva y resplandeciente a la vez. Y cada gran ciudad tiene sus propias características solitarias, no siempre va a ser la misma. La soledad parisina que se retrata en El hombre tocado de viento es totalmente distinta. Va más allá de la diferencia de épocas; creo que es eterna. Es una soledad poética, que sobrepiensa, que es taciturna y lenta en la locura de toda metrópoli. El París que describe Ruiz Plaza tiene viento en forma de versos y caminantes cuyas ideas son visibles en cada ráfaga que pasa (por eso tal vez me cuesta mucho imaginarme este París en verano, siempre es invierno u otoño). Es una ciudad, que, de alguna manera, logra contar bien su propia historia y la de Bolivia a la vez. La soledad de Faustino Figueroa, el gran protagonista de este relato, es única en su forma de entender la ciudad, sus afectos y su proceso de escritura. Si bien siempre está acompañado, ya sea por sus pupilos, su inseparable Felipe Lens o el fantasma de Albert Camus, Faustino se maneja siempre solo. Y es que ese es el proceso para escribir —o al menos intentarlo— la gran novela boliviana (que tal vez aún no se ha escrito). 

La misión de cada uno de los tres protagonistas es el registro constante. Faustino intenta crear una obra maestra y Felipe y Jairo tienen la necesidad de registrar a Faustino, como sea. A lo largo de la novela, entendemos la literatura, sobre todo la ficción y la poesía, como una forma de registro, ya sea de la ciudad, los acontecimientos y cualquier idea efímera que se nos atraviesa. Pero al mismo tiempo, los personajes nos afirman una y otra vez lo difícil que es esta tarea. La vida pasa en un parpadeo… el cuerpo se desgasta, la enfermedad invade, la muerte se interpone y los militares reprimen. Y la literatura, en dos… los papeles se pierden, las ideas se olvidan, el recorrido escritural es más similar al infierno de Dante de lo que podemos imaginar. Nuestras obsesiones se desgastan. 

Pero la vida y la literatura son memoria, creo que a esto quiere llegar la novela. ¿Memoria de qué?, me pregunto. ¿Qué es exactamente lo que necesitamos mantener? A veces son los acontecimientos, como las salvajadas que hacen los militares cada vez que les dan luz verde. Otras veces, son los procesos, de todo lo que hacemos, porque llegar del punto A al punto B no es tan obvio como lo pensamos, incluso si el punto B significa nuestra propia muerte. ¿Será que necesitamos mantener viva la memoria de nuestras extravagantes particularidades, aquello que nos hace tan especiales? Nuestras mañas de no abrigarnos y andar con una misma camiseta amarillenta, negar nuestras enfermedades para seguir haciendo todo lo que hay que hacer. Tal vez se trata de reflejar cómo muchas veces vemos la vida en función al lenguaje y la ficción. 

Pero, muy sinceramente, creo que lo que necesitamos registrar, día a día, no importa dónde, son nuestras relaciones interpersonales. Al final, es lo que resalta del hombre tocado de viento, Faustino Figueroa. Son los afectos los que nos producen luto, eventualmente; y a la vez una necesidad incontrolable de ver y cuidar a los amigos, estén donde estén. Los afectos nos abren a observar más la relación indecorosa e incompleta entre dos ciudades, tan alejadas entre sí, a través de su historia. Son relaciones como la de Felipe y Faustino, que nos llevan a comprender qué es la incondicionalidad. Son relaciones como la de Jairo y Faustino, que nunca se conocieron, pero se entienden entre sí, que nos ayudan a resolver una pista más de este acertijo tan complicado que es la historia boliviana. 

La soledad de La Paz es amable y suena a petardos. Tiene caras conocidas y sobrepiensa, como Faustino Figueroa, como París.

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