Tertulia literaria

¿Qué pasaría si se reunieran algunos de los más grandes autores bolivianos en una sola tertulia para discutir sobre literatura? María Alejandra Balderrama, en este texto, recrea cómo fue el primer “encuentro” que tuvo con tres de los escritores que más la influyeron.
Editado por : Juan Pablo Gutiérrez

Eran los años del cole, no me gustaba estudiar, pero me obligaban mis viejos. Más tiempo pasé en hacer planes de chacharme que en estudiar, creo que era una de las personas más inteligentes que existían en inventar excusas para no pasar clases o para desviarme y estar con los changos: la Charo (Rosario), la Imilla (Jenny), el Rolo (Rolando), el Choco (Marco) y en especial el Elvis, que era mi dizque enamorado. 

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Una reunión de amigos que terminó con una experiencia inolvidable. / Ilustración: Archivo.

Había un lugar en Miraflores que era específico para los colegiales que no teníamos quivo, donde nos reuníamos casi sagrado desde las trica de la tarde, donde pase más horas que en las aulas escolares: las gradas de los Guindales, que están al lado del parque Botánico, final de la calle Villalobos. A pesar de su olor fétido a meadas de humanos y cagadas de perros callejeros, amaba ese lugar. Creo que es, y siempre será, el único lugar en el mundo donde era yo, y era parte de algo. Lo que les estoy narrando es de otro tiempo, ahora, por los tombos que se fueron a abrir a la vuelta el comando 110, ya no es tan concurrido como aquellos años porque mucho joden o te cargan o te desalojan. Se debería hacer una plaqueta conmemorativa a esas gradas porque tienen cada historia… 

Se les puso los Guindales en honor a un edificio que está cerca que se llama el “Guindal”. Lo que más chupábamos ese tiempo era pues el famoso Nescacho, deliciosa bebida que constaba de “soldaditos” (botellas de alcohol), una botella de Coka Quina que aguantaba para tres tandas, agua y el ingrediente que le daba un sabor especial a nuestra bebida espirituosa: un pequeño sobre de Nescafé. Al mezclar todo en una botella de dos litros, lo siguiente es batir un largo cacho hasta que se hace como espuma. Buena pinta tiene, hasta da ganas de recibir en una taza porque parece un café express de esos que se toman en el aeropuerto de El Alto o en para gente con dinero. Los de los colegios fiscaluchos nos veíamos ahí, éramos prácticamente unos parroquianos del lugar; alguna vez, caía uno que otro jailoncito de los particulares como el Ingavi, Virgen de Copacabana, Bancario o el Itatí, todos referentes miraflorinos. Lo que pasó una vez fue bien waso.

Como era costumbre, un viernes estábamos en los Guindales, metiéndole unos puchos con Nescachos, ya eran como las diez de la noche, tarde para los colegiales normales, pero nosotros éramos unos irresponsables, nos valía la hora, y mientras estábamos con nuestros cuates, nos importaba un bledo todo. De pronto, apareció un señor y nos preguntó: 

–¿Disculpen jóvenes y señoritas, no quieren estar en la Tertulia Literaria?, es aquí al lado del Hospital del Tórax, en la Casa del Poeta, habrá bocaditos y bebidas –los seis nos miramos y casi en coro respondimos “¡meta!”.

El señor se adelantó y nosotros, giles, fuimos como en fila india sin preguntar nada. Solo queríamos estar presentes para tragar los bocaditos, porque teníamos hambre. Entre nosotros seguíamos hablando los típicos charles de chupa, pasamos por el parque Botánico y ahí abajito nomás había sido esa tal Casa del Poeta. 

Una vez adentro, había personas de toda clase, bien trajeados y uno que otro mamarracho como nosotros, así que no nos sentimos tan fuera de lugar. Nos sentamos en la parte de atrás, el espacio no era tan grande, pero a pesar de ello no pasábamos de 15 personas, incluyendo a tres hombres que estaban de vista al público. Nosotros seguíamos teniendo nuestro trago, queríamos seguir metiéndole. Esperamos unos minutos, pero en mi cabeza, solo estaban los bocaditos que nos darían al concluir esa mierda de presentación de libro, ¿a quién le importaba este tipo de evento? Solo la gente va a esas cosas para comer y beber gratis. 

De pronto, el hombre que estaba al medio de los otros dos, el mejor vestido de ellos y que aparentaba mayor edad, se paró ahí adelante y dijo: 

–Estimados visitantes de esta la noche bohemia, bienvenidos sean todos ustedes a este grandísimo acto de cultura en Nuestra Señora de la Paz; sin mayor preámbulo, damos inicio a la Tertulia Literar… 

No le dejaron terminar la palabra, el que estaba sentado a su lado izquierdo, un señor de bigote y lentes más gruesos que el culo de la botella, quien además llevaba un saco extraño remendado de distintas telas que era más viejo que él, empezó a levantar la voz y dijo:

–Antes que nada, quiero que se disculpe por favor, no podía estar hablando esas cosas.

El señor del medio, no sabía qué hacer, estaba muy nervioso, agitó ambas manos queriendo calmar la situación. El que estaba sentado a su derecha sonrió de manera burlona sintiéndose aludido, moviendo la cabeza negando tal petición. Este otro era distinto al bigotudo cuatro ojos y al elegantón del medio, tenía la nariz chueca, de seguro se la pusieron a discreción por liso, tenía una fisonomía piel cartón, mal vestido; aunque, a diferencia del primero, este se veía mejor aun con su chamarrita mugrienta.  

–Nuevamente, los presentes vinieron para poderos escuchar, no puedo creer que no hayamos aclarado vuestra petición hasta ahora, estimado Jaime –replicó al bigotudo cuatro ojos.

Hasta ese momento, se me había pasado el hambre, yo solo quería ver los warak’asos y piñas que se querían dar esos giles. El que no había hablado, es decir, el de la nariz a discreción pidió la palabra, no sé si es correcto decir que la pidió, pero irrumpió con un “me toca a mí, ahora sí ps carajo”, toda la sala se quedó en silencio.

–Eres pues jailoncito de Sopocachi, cojudo, qué tanto drama te estas armando. Ahora, si quieres arreglarlo de otra manera, ¿qué siempre pues, mierda, nos sacamos nuestra puta?

El bigotudo cuatro ojos:

-No me voy a rebajar contigo, Víctor Hugo, estás a mi nivel literario, es más, ¡nadie lo está! 

El elegantón, que se había mantenido al margen, empezó a levantar la voz; el bigotudo cuatro ojos se levantó de su asiento y empezó a golpear la mesa; el de nariz a discreción, que como supimos por los intercambios se llamaba Víctor Hugo, empezó a gritar y sacó su “soldadito” directo a la boca, todo era un verdadero despute.

La Imilla (Jenny) nos dijo en voz baja:

–Huevada está presentación, vámonos nomás, no creo que haya comida ni tragos, se quieren pegar, son viejos y el público también medio raro está, huevada, vámonos.

Le respondí:

–Váyanse ustedes, a mí me interesan estas cosas culturales.

Casi en coro los changos respondieron:

–¡Yaaaaa! ¿Desde cuándo pues? 
–Que se quede si quiere –dijo el Elvis, y se salieron como siempre haciendo bulla. 

Me valió tres pepinos que se fueran, yo estaba más metida en el evento. Además, no creía que no fueran a dar comida, ¿acaso se la iban a llevar?, tenían que repartirla siempre al final. 

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Los restos de los grandes escritores quedan en las futuras obras por siempre. / Ilustración: Archivo.

Después de tanto griterío, insultos e improperios, al fin se callaron todos. Prosiguió hablando Víctor Hugo:

–Miren, caballeritos, ustedes que son casi de la realeza ¿no ve? –Acusó a ambos.
–Nuevamente, estás hablando demás, Víctor Hugo –le respondió uno de ellos.
–Es que es la verdad, don Franz, desde que estuviste aquí la ciudad ha cambiado, para bien o para mal, pero ustedes, los trajeados, se siguen creyendo mejor en todo. Yo también escribo y no me creo la gran cosa pues, cómo va a decir este jailoncito de Sopocachi del Jaime que nadie está a su nivel… ¡A ver!
–Lo estoy sin duda alguna –replicó el bigotudo cuatro ojos.

Por fin supe el nombre de los otros dos, Franz (el elegantón) y Jaime el (bigotudo cuatro ojos).

–Si vosotros me lo permiten, podría emitir unas palabras, las cuales creo que no van a ser de ninguna manera en contra de ninguno de mis célebres acompañantes –Franz habló de manera pausada, tranquila y con seguridad.
–Prosiga, por favor –le respondió Jaime.
–Bueno, con todo respeto, Jaime, tu prolífica obra se ve plasmada en letras de magnificencia con un enorme aporte intelectual a nuestra cultura, ciudad y a nuestro país, pero bajo ningún pretexto es mejor o de mayor nivel que la mía o la de Víctor Hugo. Los presentes pueden tener un favorito, pero las circunstancias del tiempo y del espacio, en el que fueron presentados, no son los mismos. Cada uno de nosotros tiene que tener respeto y sobre todo ser coherente, no podemos venir a hacer tal afirmación. Entonces, te pido que llevemos este evento, esta tertulia, de la mejor manera posible. Tú, Víctor Hugo, por favor, te pido por el respeto que le debemos al público no beber ni acullicar delante de los presentes, no todos pregonamos esas maneras y mucho menos en un ambiente intelectual y cultural. Para finalizar, quiero ceder la palabra a Víctor Hugo, para que pueda hacer la disculpa correspondiente.
–Nada siempre, no tengo porque disculparme de este Jaime, se hace al mejor de todos, y lo que dije aquella vez no puede decir que es mentira, él es pues un jailón de Sopocachi queriendo hacerse el borrachito con ese abrigo que dice que es de un aparapita, pero en realidad show nomás hace el Jaime. Todos los presentes saben eso, no es ni aparapita, no es ni borracho, no es nada, y se crio en bandeja de plata. Bueno, tú, Franz, la verdad hasta más jailón que él eres, te conocí cuando leí tu libro Creación de la pedagogía nacional. No es mi estilo, pero bueno, cada quien escribe como le da la gana.
–¿Ya terminaste, Víctor Hugo? –le preguntó Franz.
–¡Salud! –respondió Víctor Hugo, llevándose a la boca su “soldadito” y en seguida un montón de hojas de coca a la boca, con la intención de molestar a Franz y su pedido de hace rato.
–Continuando con este evento, le cedo la palabra a Jaime, queremos saber también qué opinas sobre toda esta lamentable situación.
–Gracias, don Franz. Es casi un insulto referirse a mi persona como un jailón, sabiendo que fui el primero en dar los lineamientos de la literatura moderna paceña, fui quien más aportó para el desarrollo de esta ciudad en su literatura que estaba casi marchita. Mi Felipe Delgado, y las investigaciones que hice sobre el aparapita, al cual hiciste referencia, Víctor Hugo, no tienen comparación con tus libros. Por ejemplo, El Coba no es más que un diccionario que recopilaste, no hay nada nuevo ahí. Lo único que hiciste fue dar a conocer lo que estaba en el mundo marginal paceño, no se puede pues creer aportar con un libro de esas características. Sin embargo, hay nomás que rescatar Borracho estaba pero me acuerdo, aunque para ser marginal no hay que ser tan vulgar… 

Ahí fue interrumpido nuevamente por Víctor Hugo.   

–Que me vas a decir vos pues si en cuna de plata has vivido, no me hables de vulgar, teniendo un saco que no es tuyo, solo quieres aparentar lo que no eres, en cambio yo soy así, borracho, marginal y cojudo –se rio de pronto.

Hasta ese momento no entendía de qué estaban hablando. Ya estaba pensando muy seriamente en salir de aquel lugar al igual que los changos, porque hasta ese rato, no hubo golpes, comida ni bebidas.

–Se da cuenta, don Franz, yo le dejé hablar a este tipo –dijo Jaime, y con su puño golpeó la mesa.
–Calma por favor, puedes proseguir. Víctor Hugo, no vuelvas a interrumpir a Jaime, sabemos que podrás responder posteriormente, tienes que respetar los tiempos.
–Vulgar, así es, aunque le moleste al señor Víctor Hugo, su obra roza o pasa la línea entre lo vulgar y lo digerible, pues…
–Me importa un carajo lo que digas jailón de sopocachi, jailón de mierda.
–Son inadmisibles las palabras vertidas por usted, Víctor Hugo. Yo personalmente me retiro, no puedo estar sentado al lado de una persona tan irrespetuosa. Con su permiso, don Franz, y las disculpas al público presente, me retiro.

Jaime se salió sin más.

–Que se vaya cuando quiera y donde quiera, mejor si es a la mierda –respondió Víctor Hugo.
–Ya se fue Jaime, así que este evento ha concluido, agradezco a todos vosotros por su gentil concurrencia y bueno, espero reunirlos en otra oportunidad, muchas gracias, ahora pueden salir al hall para servirse el refrigerio que preparamos.

De pronto, en vez de escuchar los aplausos que hacían los presentes, se escucharon golpecitos, como si dos maderas chocaran. Algunas personas del público presente se pararon y ¡DIOS MÍO!, eran calaveras. Todo el puto público eran calacas, parecidas a las ñatitas que tenía mi tía Lucha en su casa, pero estas caminaban por el lugar y hablaban sin darse cuenta de que yo estaba presente o quizás solo me evitaban. Yo solo quería salirme del lugar, sentí una calentura en la nuca y un líquido caliente en los labios, era sangre que salía de mi nariz. Me paré y, en cuanto lo hice, caí desplomada; todas las calaveras presentes se acercaron a auxiliarme, cerré los ojos y no supe nada más.

Al despertar, lo primero que vi fue las luces del cuarto que me molestaban la vista por lo fuertes que eran, quise ver a mi costado, para saber dónde estaba, pero una sábana incomodaba mi vista. Escuché unos pasos que se acercaban, de pronto vi una mano que recorrió la sabana de manera brusca, me dice:

–Buenos días. Disculpe, señorita, ¿cuál es su nombre?
–María Alejandra Balderrama Parada.
–¿Tiene algún número de referencia de sus familiares para poder llamarles y decirles dónde está?
–69773924 es de mi hermano Óscar, perdón, ¿dónde estoy? –le respondí desconcertada.
–Se encuentra en Emergencias del Hospital de Clínicas, en la zona de Miraflores.
–¿Qué pasó?
–La trajo personal de Radio Patrullas 110, indicando que usted estaba gritando a la vuelta por el Hospital del Tórax, que vio unas calaveras y que querían llevarle o algo así, fue confuso.
–Pero es verdad, estuve en un evento anoche y de verdad había tres señores, puede preguntarles, son escritores bien famosos, uno se llama Franz, el otro Jaime y Víctor Hugo. No sé sus apellidos, pero si va a la Casa del Poeta, le dirán que efectivamente había un evento sobre un libro o algo así.  
–Bueno María Alejandra, tranquilícese. ¿Qué hacía una estudiante de colegio a esas horas?, eran alrededor de las tres de la mañana. Gracias a Dios que los señores policías la encontraron y no así algún malviviente, es peligroso caminar a esa hora. Bueno, ahora la dejo, iré a atender a otros pacientes y me comunico con su familiar. 

Después de horas, llegaron mis familiares y todos se enojaron conmigo, en especial mi mamá, dejó de hablarme por tres meses, los castigos en casa fueron muy duros. Me habían buscado por todo lado, en la Pando, en identificación de la Sucre y en antros y boliches.

Pasaron algo más de seis meses, cuando en el Facebook, vi por fin la foto de uno de los tres escritores que se habían peleado ese día. Era la foto de Víctor Hugo, y al fin supe que su apellido era Viscarra, de los tres era él que más me agradó, le dije a mi hermano:

–Este es el tipo que estaba ese día antes de caer en emergencias.
–Nada que ver, ese es el borrachito Viscarra, me respondió.
–Es él, tienes que creerme.
–De verdad estás loca, ese Víctor Hugo se ha estido hace añazos.

No le creí y lo busqué en Google y efectivamente había fallecido el 24 de mayo de 2006, no lo podía creer.

Le escribí inmediatamente a los changos en el grupo de WhatsApp. Desde aquella noche no supe más de ellos, mis padres y hermanos me vigilaban día y noche para que evitara juntarme nuevamente con ellos.

–Hola, chicos. ¿Qué pasó esa noche?

La única que me respondió fue la Charo. –Te quedaste dormida y vinieron los tombos, nos escapamos, nada más.

No podía entenderlo, quería saber más sobre ese tal Viscarra, porque sin conocerlo lo vi y lo escuché. Leí todos sus libros, me gustaron. Una noche, desperté de un sueño con ellos y deduje que si Víctor Hugo Viscarra estaba muerto y pude verlo, tal vez los otros dos también lo estaban.

Empecé a buscar en el servidor “Franz” y puse “escritor boliviano”. Ahí es que conocí a don Franz Tamayo, me sorprendió saber que nació en el siglo XIX. Ahí sí volvieron mis miedos y temores, pero ya qué más daba, tenía que llegar a conocer al tercer y último escritor, el que menos me caía de los tres, porque se fue emputado de la reunión.

Era nada menos y nada más que un tal Jaime Saenz, es mi autor favorito hasta hoy en día. Tengo que aclarar que, gracias a estos tres, más una noche de chupa, más ver calaveras en la Casa del Poeta, más alejarme de los changos, es que escribo. No tan bien como ellos, pero ya no pierdo mi tiempo en chupas wasas. Creo yo… que la mayoría de las leyendas e historias urbanas de La Paz se hicieron así o son mamadas o quién sabe.

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