Enamorado a lo mula
“¿Qué barrios han visitado por amor?”
Mientras buscaba inspiración (o, mejor dicho, procrastinaba) en Facebook para empezar a escribir esto, me crucé con un meme que había compartido uno de mis amigos. Rápidamente me aventuré a comentar en la publicación: “En mi caso, la pregunta sería: ¿qué barrios no has visitado por amor? Jajan’t”, recordando que conozco casi toda la ciudad por ser tan enamoradizo.
Y ya que me andaba desesperando por encontrar inspiración y de una vez empezar a escribir esto, decidí usarlo y comenzar con esa frase. Pues cuando el corazón manda, ni el tráfico ni la distancia importan. Incluso, si estás bien encamotado, caminas más de dos horas en medio de bloqueos. Por eso creo que esta pregunta también debería ir acompañada de un “¿qué locuras han hecho por amor?” Porque el amor siempre trae consigo una locura que ni Dios puede controlar. El boliviano, incluso ha inventado un término para describir ese estado: “edad del burro” le llama.
Ahora, la cosa suele empeorar si la persona enamorada es aymara. Para explicar mejor, debo recordar las palabras de mi profe de sociales en la secundaria mientras nos regañaba por haber hecho no sé qué macana: el aymara es un hombre terco como una mula y ustedes son igualitos, (pos claro, profe, somos hijos alteños, aymaras en su mayoría, ¿cómo esperaba que seamos?, ¿gringos?). Aunque mi profesor usó esas palabras de manera despectiva, yo quisiera darles otra connotación. No negaré que el aymara —y obviamente el alteño— es terco, pero más que eso, diría que es muy perseverante y que odia rendirse o admitir su derrota. Por eso, cuando se enamora, comete cada locura.
Recuerdo que una vez un conocido mío llevó serenata a casa de su crush en una calle que quedaba cerquita a Senkata. Los vecinos, alarmados por los gritos desafinados del cantante, quien no informó que estaba agripado, pensaron que se trataba de un robo y casi, casi tuvieron que salir huyendo del lugar entre griteríos y con los perros correteándolos alarmados por todo el escándalo. También se me viene a la mente el director del instituto donde trabajo (del cual no mencionaré su nombre por ahí nomás lee esto y me despide), quien me contó que durante la pandemia —y a pesar de las restricciones— se aventuró a romper la cuarentena para visitar a su ya casi esposa en bicicleta. En la ida no hubo problemas, pedaleó tranquilo hasta Ventilla, pero de regreso lo arrestaron y pasó todo un día en las carceletas de la FELCC.
Además, me acuerdo de otro chango que, cegado por el “amor”, llevó su obsesión a otro nivel. Todo comenzó cuando empezó a seguir a una amiga mía después de clases, acompañándola hasta su casa diariamente, para incomodidad de mi amiga. Pero no se detuvo ahí. Pronto comenzó a aparecer inesperadamente en su trabajo, en la feria donde ella compraba, e incluso en reuniones familiares, sin haber sido invitado. La situación se volvió realmente preocupante cuando un día, escaló la pared de su casa para colarse en su cuarto y dejarle una “carta de amor”. Fue entonces cuando la chica, aterrada, decidió solicitar una orden de restricción para protegerse de él.
Podría pasar horas contando las innumerables locuras por amor que he visto en esta ciudad, aunque muchas se repiten y se vuelven clichés. Las reservaré para otra ocasión, quizá para un libro. Además, siendo yo un alteño y un ególatra de primera, se me apetece compartir las locuras que yo mismo he protagonizado por amor. Quizá no sean las más locas o épicas, pero gracias a ellas es que ahora soy un medio escritor chistoso romántico. Nunca pensé que llegaría a este punto ni que me dedicaría a escribir pura basura romántica. Yo quería ser un escritor de fantasía, pero el amor me trajo hasta aquí y ni modo, nos aguantamos; yo por escribir, ustedes por leer.
Todo empezó con la Roxana, o, mejor dicho, la víbora. ¿Por qué víbora? Pues porque era exactamente eso, una Roxybora que me dio uno de los peores desarrollos de personaje que uno se puede imaginar. Ella fue la primera que me hizo entrar en la edad del burro.
Ya, antes de empezar, no vayan a juzgarme, ustedes igualito se han debido enamorar alguna vez, dicho esto, comienzo, ahora sí biencito.
Conocí a la Roxana en una reunión de líderes jóvenes de colegios organizada por la alcaldía de El Alto el 10 y el 11 de abril de 2018. Llegué tarde y, como nunca me ha gustado la impuntualidad, ya estaba de mal humor. Además, al llegar, vi que no había otros jóvenes, solo wawas de primaria, lo cual aumentó mi incomodidad. En ese momento, la Roxana llegó con un chico que asumí era su novio. Se veía hermosa con las mejillas sonrojadas, un chaleco azul de alguna ONG, flaquita y chaparra, tal y como me gustan. Por lo que, para mí, era perfecta.
No sé cómo sucedió, pero empezamos a hablar. Creo que ella fue quien inició la conversación, lo cual me sorprendió ya que en ese tiempo yo era poco sociable y me daba miedo acercarme a las señoritas. Siempre había sentido que las repelía y en muchas ocasiones ellas eran crueles conmigo, diciéndome que era muy pobre, feo, poca cosa o incluso, en una ocasión, una chica me preguntó si era gay. Pero la Roxana fue diferente; me trató como a una persona, como a un amigo, o quizá algo más. Desde esa primera interacción, jugueteamos como dos niños pequeños, algo que fue muy raro para mí, ya que empecé a sentir bien bonito en menos de un día.
Para mi mala suerte, la Roxana me dijo que se iría a mediodía, y pensé que no la volvería a ver. Pero, para mi sorpresa, me pidió mi número, lo que me hizo sentir todavía más bonito. Chateamos casi toda la noche con pequeñas indirectas; al parecer, no era el único que andaba sintiendo bien bonito. Al día siguiente, me levanté feliz y animado para volver a la reunión. Ese 11 de abril fue el más mágico para mí; conocí mejor a la Roxana y cada detalle me enamoraba más y más. Ella me dijo que deseaba ser escritora y maestra, al igual que yo, y que también era declamadora, así como yo. Teníamos casi todo en común, excepto por una cosa: ella amaba El Alto, yo no. Yo quería irme de esta ciudad tras terminar la universidad, pero para no contradecir a la Roxana, le dije que también amaba esta ciudad. Creo que repetí tantas veces esa afirmación que terminó por hacerse cierta; por eso ahora ando hablando tanto de esta ciudad, ¿no?
La Roxana confiaba en mí y creía que sería un gran artista, escritor, actor y declamador, lo cual me hizo sentir aún más especial. En menos de un día, me había enamorado profundamente de ella. Ese mismo día por la noche, se declaró y me hizo el chico más feliz del mundo, sin imaginar lo que vendría después.
Como podrán imaginar, yo estaba felicote de que la Roxana fuera mi novia. Nuestras citas eran perfectas, y cada día me enamoraba más. Ella, extrovertida y líder innata, complementaba mi personalidad introvertida. Me llevaba por todo El Alto, una ciudad que aprendí a amar gracias a ella. Para no entrar en detalles sobre hasta dónde fui por amor, solo diré que recorrí casi todo Río Seco hasta casi toda Ventilla.
Su amor me inspiraba tanto que le hice varias promesas ridículas y sonsas, como que nos casaríamos al terminar el colegio, que mi primer libro publicado se lo iba a dedicar a ella, e incluso le prometí que me uniría a su iglesia. Pero creo que la promesa más significativa e importante que le hice fue que iba a ganar el “Jiwa” de ese año.
Creo que antes de proseguir debo dar unos detalles rápidos sobre qué carambas es el Jiwa. Pues bien, se trata del concurso de declamación nacional intercolegial más grande de Bolivia. Su nombre oficial es Jiwasamphi Sartañani, de ahí el apodo. Se realiza anualmente, organizado por Albor, una institución alteña dedicada al arte donde tuve el privilegio de formarme. Muchos declamadores y poetas lo consideran uno de los concursos más importantes del país, en parte porque hay pocos concursos constantes para declamadores. En 2024 celebrará sus 25 años. El Jiwa tiene tres fases: distrital, semifinal departamental y final nacional. Algunos colegios preparan a sus estudiantes de manera muy ruda y agresiva, incluso contratando actores y declamadores profesionales para enseñar a sus estudiantes. Es un concurso muy difícil, y muchos declamadores participan año tras año, obsesionados con al menos obtener una mención de honor.
Yo había participado en ese concurso una vez antes de unirme a Albor. Obviamente, al unirme a Albor ya no podía participar porque pasaba a ser parte de los organizadores. Pero para 2018 ya no formaba parte de Albor y, además, tenía prohibido hacer algo artístico debido a un castigo enorme que me gané por haber descuidado el colegio por darle duro al arte. Sin embargo, por la Roxana estaba dispuesto a desafiar a cualquiera. Además, ella había prometido que iría a apoyarme el día del concurso y, por primera vez en mi vida, creí que alguien me apoyaría en esto del arte.
Supongo que ahí comenzaron mis primeras locuras por amor. Empecé a obsesionarme con ganar ese concurso, quería que la Roxana se sintiera súper orgullosa de mí, que pudiera presumir que su novio era el mejor declamador de Bolivia. Por esa razón, en secreto, me levantaba tempranito para hacer ejercicio, tratando de obtener un físico envidiable y poder declamar con el torso pelado y pintarrajeado con pintura corporal, así como el Finn Bálor de la WWE. Creía que eso llamaría la atención y aumentaría mis chances de ganar el concurso. ¿Por qué me ejercitaba en secreto? Porque no quería que nadie se enterara en caso de fracasar y que mi físico siguiera siendo el de una lombriz desnutrida.
Por las noches, fantaseaba con estar en la ceremonia de premiación, recibiendo la estatuilla de primer lugar y levantándola por todo lo alto para después tomar el micrófono y decir en medio de lágrimas que lo había ganado por mi Roxana. Luego, ella subiría al escenario y nos besaríamos mientras los flashes de varias cámaras capturarían el momento, así como en las pelis románticas.
Pero como podrán intuir eso no pasó, por algo le digo “víbora”.
Un lunes, después de haber tenido una cita de lo más bonita el día anterior, ella me bloqueó en todas las redes sociales sin darme ninguna explicación. Fue entonces cuando decidí otra locura por amor, aunque esta sí era más en serio. Como no podía comunicarme con ella ni siquiera por llamadas, porque hasta de ahí me había bloqueado, decidí comprar otro chip y trazar un plan para hablar con la Roxana. Sabía que, si le decía que era yo quien le hablaba, ella seguramente me bloquearía de nuevo, así que decidí inventar toda una historia dramática.
La historia sería la siguiente: me haría pasar por mi primo en la futura conversación. Le diría a la Roxana que yo estaba re contra enfermo y que no se lo había dicho para no preocuparla, pero que ahora estaba en el quirófano, a punto de morir después de que mi operación hubiera salido mal. Mi última voluntad, sería dejarle todos mis escritos a ella y pedirle por favor que viniera a mi funeral…
Bien dramático, ¿no?
Por supuesto, sabía que ella no me creería de inmediato, así que fui al extremo de ir al hospital Corazón de Jesús y colarme en la unidad de terapia intensiva. Tomé fotos de los pasillos como prueba, asegurándome de no ser descubierto. Si la Roxana pedía pruebas, las tendría listas. Hasta incluso fotografié unas cuantas funerarias por si acaso.
Puse en marcha mi plan, pero al cacho me hice pescar. La Roxana intuyó que era yo por mi forma de escribir. Sin embargo, en lugar de enojarse, me explicó por qué me había bloqueado. Con una voz dulce y triste, me contó que tenía cáncer y que su condición había empeorado. No quería lastimarme al fallecer, así que decidió alejarme para que me olvidara de ella. Años después descubrí que esa historia era de la película Bajo la misma estrella, pero en ese momento le creí con los ojos cerrados. Además, me prometió que volvería cuando estuviera bien y cerró su historia magistralmente con: “Si realmente somos el uno para el otro, sé que nos volveremos a encontrar, ya sea en esta vida o en la otra”.
Lloré durante días, renegando contra Dios porque era injusto que me la quitara tan pronto. Por unos días me negué a salir de mi casa, pues todo me recordaba a ella, y toda la ciudad parecía asfixiarme con sus recuerdos. Empecé a desarrollar ataques de ansiedad porque no podía estar tranquilo, temiendo que en cualquier momento me avisarían que la Roxana había fallecido, o peor, que ella se iría y no me lo dirían.
En un principio, me resigné a esperarla. Estaba dispuesto a esperarla toda la vida si era necesario. Pero como soy alteño, aymara y terco como una mula, pronto hice otra locura y visité otro barrio por amor, pues quería verla, aunque sea una vez más. Curiosamente, la Roxana nunca me había dicho dónde vivía, a pesar de que recorrimos un sinfín de lugares en toda la ciudad. Lo único que sabía era el nombre de su colegio: “José Manuel Pando”. El problema era que en toda la ciudad había varios con ese nombre. Deseando verla, hice todo lo posible por llegar al colegio correcto, aunque no sabía exactamente dónde estaba. Finalmente, gracias a un maistrito, logré llegar, aunque tuve que tomar tres minibuses incorrectos en el camino.
Me planté varias tardes afuera del colegio, esperando verla en la salida, pero por alguna razón nunca lograba encontrarla. Decidí entonces que tenía que llamar su atención de alguna forma. Recordando a un chico de un K-Drama que se plantó con un letrero afuera del colegio de la chica proclamando su amor, quise hacer lo mismo. Sin embargo, recordé que soy pésimo en hacer manualidades, así que decidí utilizar mi talento para declamar. Me planté en la plaza frente al colegio y empecé a declamar varias tardes, alternando entre poemas románticos y de protesta. Algunas veces me lanzaban unas moneditas, pero la Roxana seguía sin aparecer.
Mi estrategia cesó cuando una señora gorda y blancona me tomó del brazo y me amenazó con denunciarme a la policía por perturbar el vecindario y no dejar dormir a sus pericos. Después de eso, y por mi seguridad, nunca más me atreví a ir a ese lugar.
Pensé durante varios días en cómo demostrarle a la Roxana que no estaba dispuesto a dejarla ir. Recordé mi promesa de ganar el Jiwa y que ella había prometido venir a verme. No sé por qué, pero me aferré a la idea de que cumpliría su promesa. Entonces, volví a prepararme para declamar. Ya era tarde para obtener un físico envidiable para impresionar al jurado, así que empecé a exigirle por demás a mi garganta. Muchas veces me quedaba afónico por querer más potencia en mi voz y andar gritando como loro paranoico, pero incluso afónico y con mucho dolor seguía ensayando; cuando ya no daba, me castigaba con ejercicio físico como lagartijas o abdominales.
Mientras me preparaba para el Jiwa, pensaba también que, si ella no venía a verme en la primera etapa, quizás lo haría en la segunda, y si no, en la final. Pero recordé también que los ganadores suelen recibir mucha cobertura mediática y salir en la tele, así que en alguna entrevista o video promocional, podría decirle a la Roxana que la quería y que no iba a renunciar a ella, que quería verla y estar a su lado. Por lo tanto, tenía que ganar, sí o sí, así a la fuerza ella tendría que verme.
Incluso si perdía el Jiwa, me quedaban otros concursos de declamación, un poco más pequeños, pero que ya había ganado anteriormente. Entonces, ahora solo era cuestión de volver a ganarlos y esta vez dedicárselos a la Roxana. De alguna forma, tenía que hacer que ella me viera. Además, esto me serviría para prepararme mejor para el Jiwa. Algunos de esos concursos eran distritales u organizados por colegios privados, algunos de los cuales descubrí en mis largos paseos con la Roxana.
Obviamente, me inscribí a todos. Y aunque juro que di mi máximo esfuerzo, perdí absolutamente todos, lo cual me desanimó muchísimo. Pero lejos de rendirme, creía que Dios me estaba preparando para algo todavía más grande y esperaba que me ayudara a ganar el Jiwa por alguna razón. Creía que tanto sufrimiento después sería recompensado.
Justo un día antes de participar en el Jiwa, me enteré que la Roxana posiblemente estaba saliendo con otro chico, pues puso en su perfil una foto con él. Eso me destrozó, pero a la fuerza traté de convencerme de que solo eran amigos y nada más. Por más que lo repetí mil veces antes de participar en el Jiwa, no logré convencerme del todo y di una presentación miserable y desastrosa. Igual mantuve la esperanza de estar entre los clasificados para la siguiente etapa, porque sentía que Dios me lo debía y me lo daría, pero no fue así. Perdí y salí llorando del auditorio. No solo perdí una oportunidad de impresionar a la Roxana, sino también mi última oportunidad de ganar el Jiwa, ya que era mi último año de colegio.
Estuve desanimado por varios días, pero casi como si fuera una señal divina, mientras navegaba por Facebook, vi la convocatoria de un concurso de teatro organizado por la FCBCB. Estaba convencido de que, si ganaba ese concurso, obtendría aún más reconocimiento mediático y podría decirle a la Roxana que estaba como loco por volver con ella. Lo malo era que no tenía un elenco y en mi colegio eran pocas las personas que consideraban atractivo hacer teatro. Aun así, me las ingenié para convencer a unas chicas de la pre-promo de que me ayudaran, prometiéndoles que, si nos esforzábamos, pronto podríamos empezar a cobrar por funciones y generar harta plata.
Me puse manos a la obra y escribí un guion de teatro siguiendo las indicaciones de la convocatoria, que pedía que la obra tuviera una historia sobre cómo la FCBCB ayudaba a los bolivianos. Aunque sentí que era publicidad descarada, tenía que hacerlo si quería que la Roxana me viera. Algo que no mencioné es que para este concurso había que mandar un CD con nuestra obra grabada, lo cual dificultaba un poco la participación, pues no había un escenario donde grabar. Sin embargo, ahí cometí otra locura: reuní todos mis ahorros, malvendí la guitarra que me habían regalado en uno de mis cumpleaños y después de rogar porque me bajaran el precio, logré alquilar un lugar con un escenario que podría servirnos.
Lo malo fue que mis compañeras llegaron tarde y, por las prisas, terminamos grabando algo a medias que salió desastroso e inentendible. Con tan poco tiempo, no filmamos varias escenas y con la edición apenas pude salvar un poco de la idea original. Aun así, enviamos nuestra participación, pero nunca obtuvimos respuesta.
Poco después apareció otra oportunidad, el concurso de teatro Aldo Velázquez, el cual igual lo organiza Albor y este para mí es uno de los más importantes para elencos de teatro colegiales que aspiran a consolidarse como elencos profesionales. Sin el ánimo de presumir, pero a este concurso sí había llegado una vez a la final como director mientras estaba en Albor, claro que, igual que con el Jiwa los integrantes de Albor no podían participar como actores, pero al menos nos dejaban meter mano como directores. Llegué a la final con otro colegio en el cual pude dictar talleres de teatro y creo que fui uno de los directores más jóvenes en lograr tal hazaña, con solo 17 años. Claro que como ya no formaba parte de Albor aparte de director podría participar también como actor. Sentía que no sería difícil llegar nuevamente a la final. Pero es que mis compañeras no tomaban en serio el elenco, para ellas era más diversión y no las culpo, pues eso es lo que debe ser el arte en cierta medida, pero en ese tiempo para mí se estaba volviendo una obsesión que solo tenía el objetivo de acercarme a la Roxana.
Creamos una buena obra que contenía harto humor bolivianito, pero también una reflexión sobre la explotación laboral, que era la temática del concurso. Tranquilamente esa obra mía podría estar entre mis favoritas si no estuviera ligada a su recuerdo.
Justo un día antes de participar, volví a contactar a la Roxana. Supongo que ella estaba harta de mis llamadas diarias a las tres de la mañana y por eso me contestó. Pero esta vez su voz no fue ni dulce ni triste, sino llena de la crueldad y veneno. Me soltó que dejara de buscarla porque ella se iba a casar y que era hora de que dejara de aferrarme a ilusiones. Cada palabra suya fue como un golpe directo a mi corazón, rompiéndolo en pedazos diminutos, listos para hacer anticucho con ellos.
Desesperado, le rogué que reconsiderara, que recordara nuestras conversaciones sobre casarnos algún día. Pero ella solo se rió, soltando su veneno en mi corazón, como si todo fuera una broma cruel, recordándome que si nos casáramos estaríamos arruinando nuestras vidas pues solo éramos dos adolescentes sin trabajo, sin carrera y sin un lugar donde vivir. Entonces, con un nudo en la garganta, le recordé que estaba tomando la misma decisión que criticaba, que si ella se casaba estaría en la misma situación. Pero la Roxana me explicó con brutal sinceridad que sus padres la estaban presionando por no sé qué motivos religiosos y que obedecerlos era su única opción si quería tener un futuro asegurado.
Entonces, como último recurso, le supliqué que me esperara. Le prometí que entraría a la ESFM, conseguiría un buen trabajo y que estaríamos bien juntos al final, tal y cómo habíamos planeado. Pero ella no escuchó mis súplicas. Simplemente colgó, como si mis palabras no significaran nada para ella. Fue una despedida cruel, sin un ápice de compasión, dejándome sumido en la desesperación más profunda.
Por alguna razón ella siempre se aparecía un día antes cuando iba a competir y pues me lo arruinaba porque me desconcentraba horrible. Durante mi actuación, las palabras de la Roxana resonaron en mi mente como el cascabel de una Roxybora. No pude concentrarme, mi mente estaba en otra parte. Cometí errores, mi actuación fue plana y llena de fallos. Por lo que tampoco me salió, pero seguía aferrado a que quizá Dios me estaba preparando para algo más grande.
Después de caer en algunas más de sus mentirotas, las cuales no detallaré porque alcanzarían para llenar un libro entero, por fin dejé de creerle y, en menor medida, dejé de quererla. Sin embargo, mi amor comenzó a transformarse en resentimiento y despecho. Ya no quería su reconocimiento; quería demostrarle que yo era un muy buen chico, y que ella había perdido a ese gran chico.
Alguna vez, una licenciada que conocí en la universidad y a la que le conté mi historia con la Roxana, me dijo que mi actitud era normal en ese punto, ya que el alteño es muy orgulloso y nunca le gusta perder. Supongo que por eso no estaba dispuesto a descansar hasta que la Roxana se enterara de todo lo que hice por ella, de cómo había intentado regresar a su lado. Entonces se abrió el concurso de teatro “Sembrando Semillas Para la Paz”, organizado por CEBIAE, una institución que en ese tiempo colaboraba con muchos colegios secundarios de El Alto sobre la prevención de la violencia y temas similares. Yo había ganado ese concurso dos años consecutivos y, obviamente, a principios de año quería el tricampeonato. Sin embargo, con los fracasos que había estado teniendo, pensé que me iría igual de mal. Sin embargo, me enteré de que ese año, CEBIAE estaba colaborando con el colegio de la Roxana y que, además, las obras ganadoras serían grabadas y distribuidas a todos los colegios aliados a la institución y que los maestros los usarían como material en sus clases. Ahí vi una nueva oportunidad para que la Roxana me viera.
Volví a preparar una buena obra para participar y ensayé durante horas tanto en casa como con mis compañeras del elenco, quienes esta vez se sumaron seriamente a los ensayos. También me aseguré de cortar toda comunicación con la Roxana para no desconcentrarme. El día de la presentación dimos un gran espectáculo. El público se mató de risa con nuestra obra y quedó muy sorprendido con el final, pues habíamos puesto un giro argumental muy bueno. Estaba listo para subir al escenario a recibir mi premio en cuanto anunciaran a los ganadores, pero para mi sorpresa, no fuimos nosotros los premiados, sino otro colegio que subió a recibir el premio entre aplausos y una gran mayoría de abucheos que protestaban y coreaban el nombre de mi colegio como protesta. Hasta ahora sigo creyendo que fue un fraude enorme, ya que resulta sospechoso que los premios estuvieran contaditos para los integrantes del otro colegio.
Aunque varios profesores y estudiantes de otros colegios nos felicitaron por nuestra obra, yo me sentí devastado. Sin poder contener las lágrimas, opté por sentarme en el centro del escenario del teatro, sumido en la tristeza, de la misma manera que Messi lo hizo cuando perdió la Copa América del 2016. En ese momento, una de mis amigas se acercó para brindarme consuelo. Recité las mismas palabras del enano argentino en cuánto escuché las de mi amiga: “Es increíble, pero no se me da, lamentablemente. Lo busqué, era lo que más deseaba, no se me dio, pero creo que ya está. Me rindo”. Esa escena quedó inmortalizada en una foto que tomó una compañera mía, la cual luego utilizó para su periódico escolar (Claro, es divertido burlarse de los poetas enamorados, jajan’t). Realmente, me sentía casi igual que Messi después de haber perdido tantas finales.
“Qué año de mierda”, pensé muchas veces. El 2018 ya se estaba acabando y no me había salido nada de nada; había fracasado en todo y, por lo tanto, la Roxana se había escapado de mis brazos y ni siquiera sabía de todo lo que estaba intentando. Sin embargo, justo cuando había decidido rendirme, navegando por el perfil de la Roxana, como hacía diariamente, encontré una publicación que sugería que había terminado con su chico. Eso volvió a encender mis esperanzas y volví a intentar impresionarla. Y como se imaginarán, terminé haciendo otra locura, la cual hasta ahora no sé si fue un delito o no.
Ya se me estaban acabando las chances, pero vi que se había abierto el concurso “Pluma de Plata” de escritura poética, en el cual creí que me iría bien, pues me gustaba escribir poemas, aunque claro es diferente el gustar a el saber. El problema era que solo podían participar personas mayores de edad y en ese entonces yo todavía tenía 17 años, sin embargo, yo quería participar como sea. Así que se me ocurrió una idea un poco loca.
Para comprobar la mayoría de edad pedían una fotocopia de carnet, pero si presentaba la fotocopia de mi carnet así tal como estaba, me descalificarían, así fue que decidí escanear mi carnet y modificar la fecha de nacimiento, sumándome un año más. Imprimí mi falsificación y la presenté como una fotocopia. Algunos me han dicho que pude ir a la cárcel por eso, otros que no, solo sé que en ese tiempo realmente estaba como sonso por la Roxana nuevamente. Saber que posiblemente estaba soltera me llenaba de mucha esperanza y estaba dispuesto a hacer lo que fuera por volver con ella.
Escribí un dizque poema dedicado a la Roxana y lo presenté al concurso, pero nunca recibí respuesta. Ahora que le sé un poco a esto de la escritura, puedo afirmar que lo que escribí no era un poema, sino un montón de palabras retorcidas a las cuales separé poniendo “enter” a lo pendejo.
Ya en mi último esfuerzo del año, me enfoqué únicamente en mis tareas, con la esperanza milagrosa de ser reconocido como el mejor estudiante y recibir los 1000 lucas que el gobierno otorga a los mejores bachilleres. Algunos profesores insinuaron que los estudiantes destacados podrían ser premiados en la vicepresidencia del estado, con un montón de reporteros presentes. Ya en ese tiempo pensaba que Dios no me iba a dar el premio por soportar tanto sufrimiento. Más bien, creía que en mi otra vida había sido Luis García Meza o Hugo Banzer Suárez y en esta vida estaba pagando todos mis pecados. Pero tal vez, si Diosito ya me había perdonado por lo que sea que hice en mi vida pasada, podría ser reconocido como uno de los mejores y aparecer en la televisión nacional para decirle a la Roxana que me había esforzado todo el año por ella.
Pero, como podrán imaginar, tampoco se me dio. A pesar de que me esforcé mucho y obtuve notas por arriba de los 90 puntos, no logré ser reconocido. Definitivamente había sido un año de mierda para mí. El único consuelo que obtuve fue obtener mi título de bachiburro y que, mientras lo recibía, el maestro de ceremonias resaltara mi breve trayectoria artística y mencionara que había ganado uno que otro premio para el colegio. Aunque, obviamente, evitó decir que ese año solo había estado lleno de decepciones.
Supongo que todas las locuras que hice no son tan épicas ni tan graves como las que he escuchado que otros han hecho, pero definitivamente pude comprobar lo que mi profesor de sociales afirmaba tan agresivamente: que el aymara, que el hombre alteño, es terco como una mula, y que es peor cuando se enamora. Pero ese también es el encanto de estas personas, que harán hasta lo imposible por conseguir su objetivo, y si está motivado por el amor, el alteño hará hasta lo imposible por estar con esa persona, aunque su relación dure solo un día o un recreo (cómo las mías XD). O bien, moverá cielo y tierra para recuperar el amor que perdió, pues como dije, odia perder. Yo mismo, siendo alteño, nunca he aceptado una derrota sin intentarlo una y otra vez.
Supongo que por eso no he perdonado del todo a la Roxana. Sus mentirotas me motivaron a hacer tantas locuras, que sin querer me hicieron descubrir y amar cada parte de esta ciudad. Me hicieron amar mis genes alteños tan perseverantes y tan tercos como mulas, y me revelaron cuán cultural y artística es El Alto. Todo esto, al final, me dejó todo terco por convertirme en un gran artista o al menos no morir de hambre intentándolo.
Quizá también deba recurrir a aquella frase cliché y gastada que escuché una vez para explicarme mejor: “Las chicas quieren ser amadas como el villano, no como el héroe. El héroe las consolaría si alguien las lastima. El villano iniciaría la tercera guerra mundial por ellas.” Más o menos así es cómo ama un alteño.
¿Qué pasó con la Roxana al final?
Bueno, hace unos días la volví a contactar, comentándole que había estado escribiendo algo sobre ella, obviamente se enojó por cómo la llamé y otras cosas más, así que por eso le prometí que este texto sería el último en que le diría Roxybora, después de todo ella ahora solo es un bonito (?) recuerdo. Hablamos un rato más y me enteré está estudiando en la alguna ESFM, creo que va por su tercer o cuarto año de estudio. También me dijo que ella tenía una pareja estable allá y que probablemente se casarán al terminar su carrera. Me preguntó si yo había encontrado a alguien. Le dije que sí, pero que por decisiones estúpidas que yo tomé, mi nuevo amor se había distanciado, aunque yo todavía la amaba casi al mismo nivel que la había amado a ella. Entonces la Roxana me sugirió que volviera a hacer lo mismo que hice por ella, que, aunque ella no merecía tal insistencia, quizá esta otra chica sí. La llamada terminó con un “eres alteño, tienes que amar como tal”.
En los últimos días, he reflexionado mucho sobre esas palabras, especialmente ahora que al fin he logrado ganar uno que otro premio. Me gustaría dedicarle los próximos (si es que hay más) a ella. Sin embargo, también me gustaría alguna vez que alguien me amara a lo alteño también… ya toca que alguien entre a la edad del burro por mí, ¿no?