Podemos empezar con la fiesta

¿Quién está detrás del maquillaje y de las risas? En esta crónica, Leni Flores nos acerca un poco a la historia que no vemos detrás de aquellos personajes que alegran las fiestas infantiles de cumpleaños: los payasos. Para hacerlo, nos muestra las vivencias de Churucutito.

Churucutito, si tuviera que escoger un momento de asombro en su carrera de payaso, elegiría sin dudar el cumpleaños de una niña pequeña que lo recibió en la puerta. No recuerda su nombre, pero sí su calidez al recibirlo, tomándose muy en serio su rol de anfitriona.

103
¿Quién está detrás del maquillaje y de las risas? / Fotografía: Jacqueline Siñani.

“Una niña muy educada, tenía siete años —creo—. Llegué a la fiesta y no había nadie. Me impresionó la forma en que se expresaba: ‘Buenos días, payasito, por favor tenme paciencia, mis invitados todavía no han llegado, pero te invito a que pases, acomódate’. Hasta ahorita se me queda de la niña, no me acuerdo su nombre, pero me ha impactado la forma de recibir a sus invitados. Y a todos sus invitados los ha recibido hasta el final. Y cuando recibió a su último invitado, me dijo: ‘Ya, él es mi último invitado, podemos empezar con la fiesta’ ”.

José García Catorceno acababa de comprar un Toyota Corolla Xe Saloon usado, ya había trabajado antes como taxista, pero no en auto propio. El precio había sido una ganga, a pesar del aspecto destartalado del vehículo. Necesitaba con urgencia una mano de chapería. Antes de quedar a punto, tendría que pasar por el taller de don Carlos, ubicado en la entrada a Huayllani, junto al restaurante Lucerito. Allí los mecánicos eran sus amigos y cobraban poco. Solo una mancha colorida sobresalía en el paisaje acostumbrado. Una carpa de tela, armada en el lote baldío frente al taller, anunciaba: Circo de Pachulo.

El dueño tenía dos carpas, una grande para los lugares céntricos y otra de tela cuando se asentaba en lugares peligrosos o donde había pandillas, “porque hay gente mala que lo corta la carpa”, recuerda.

Cuando era niño, él las había visto desde fuera, en la terminal de buses de Cochabamba. Las carpas erguidas entre el carrusel, los futbolines y la rueda panorámica. En ocasiones, los rostros de algunos payasos iluminaban los letreros; los ojos entrecerrados tras amplias sonrisas, las cabelleras neón, verdes o amarillas.

“En el mundo del payaso hay dos, dos tipos de payaso. Brevemente: el serio y el chistoso, ¿no ve? Siempre va a haber uno serio, el malo, se podría decir, y puede haber varios chistosos. Pero siempre, siempre tiene que haber uno serio que le dicen ‘el carablanca’. El carablanca es el que te dice: ‘¡No hagas!’ Y el otro es el chistoso, ‘el Augusto’, ‘el Tony’, ese es el rebelde, el torpe, el atrevido. Van rotando igual, porque no todos tienen la misma chispa. Y dicen: ‘ya, tú vas a atender’. Y cuando uno ‘atiende’ hace de malo”.

Un hombre con dos bidones vacíos entró a la chapería, pidió agua. Era uno de los payasos que actuarían esa noche. En ese momento no vestía su atuendo, la siguiente función no tendría lugar hasta horas después. El circo, al ser itinerante, dependía de los vecinos para jalar electricidad y abastecerse de agua. El hombre desapareció con el bidón lleno y, a modo de agradecimiento, dejó un par de entradas de cortesía. Repetirían la escena a diario y los mecánicos, junto a José, se convertirían en público habitual del circo. José empezó a pasar casi todas las noches bajo la carpa y, después de los aplausos y las luces apagadas, esperaba hasta que emergieran, tras algodones humedecidos en desmaquillante, los rostros amigos. En especial el de Porotito, quien había contratado sus servicios de taxi para desplazarse de cumpleaños en cumpleaños, cuando no estaba trabajando en el circo.

104
El trabajo consiste en dejar una sonrisa memorable, ya sea aquí o al otro lado del mundo. / Fotografía: Jacqueline Siñani.

“Una vez llegó la dueña del circo a la chapería, renegando: ‘Los payasitos se han ido a tomar. No estoy con payasos. No sé si habrá función ahora’. Yo entre chiste y chiste, le dije: ‘Si quiere yo puedo ser payaso de su circo’. Y así entre chistes, porque yo ni me imaginaba, así empieza mi historia como payaso”.

Su primer maquillaje brillaba con un blanco y rojo intensos. Mientras manejaba su taxi por las calles de Cochabamba repasaba escenas cómicas del libreto que Porotito le había entregado. Fuera del taxi practicaba estiramientos para saltar sin problemas en el trampolín y, tras una acrobacia improvisada, aterrizar en el colchón y hacer una reverencia al público. Memorizar las líneas le costaba más que cualquier otra cosa. Pachulo, el dueño del circo y payaso grave, de cejas y bigotes oscuros en el maquillaje, bautizó a José como Panqueque.

“El dueño del circo, viendo mi trabajo, me quería reconocer algo, pero como yo no sabía nada, no me recibía, pero a veces igual me daba, algo me reconocía. Después me pusieron ‘Piwi’, porque había un perrito que era medio tontito que se llamaba así y, como yo no podía aprenderme los libretos, era cabeza dura. Y después yo me hacía un libreto: ‘desde churucutito, desde chiquitito’, y yo decía esa palabra. Cada rato repetía ‘desde churucutiiito…’ y fastidiaba a los demás payasos. Y la gente, cuando íbamos a hacer publicidad, me reconocía y me decían ‘El Churucutito’. De ahí quedé como Churucutito. O sea, la misma gente me puso el nombre.

José García empezó como payaso de circo, pero tiempo después también expandió sus cabriolas a los cumpleaños infantiles. Porotito, que ya lo tenía contratado como taxista fijo, no tardó en invitarlo a animar juntos. Ahora, mientras buscaba pasajeros en las avenidas de la ciudad, José repasaba concursos y libretos para provocar una carcajada en los invitados. Cobraba por hora y trabajaba todo el fin de semana. 

Conoció a Sherlyn Luna, el nombre artístico de Mery Tababary, en el circo. Fue acercándose a ella entre los shows de magia y los bailes de hula hula. Ambos tuvieron una hija, ahora de dos años, Eysel García Tababary. Ella no tiene miedo a los payasos y pide una canastita de dulces cada vez que sus padres regresan del trabajo.

Las celebraciones de cumpleaños se han reducido durante los años de pandemia y la competencia por los pocos contratos de animación disponibles es feroz. Más de trescientos payasos, en la ciudad de Cochabamba ofrecen su trabajo a precios cada vez más bajos. Hubo intentos de regular las tarifas, pero los presidentes de las asociaciones principales (Ami, Payasos de la 25 de Mayo, Payasos de la Pampa y Payasos de Quillacollo) no pudieron llegar a un acuerdo.

105
“Mientras buscaba pasajeros en la ciudad, repasaba concursos y libretos para provocar una carcajada”. / Fotografía: Jacqueline Siñani.

 Churucutito, cada fin de semana, animaba una fiesta por la tarde y otra por la mañana. En los últimos dos años tuvo fines de semana sin un solo cumpleaños que animar.

“Mi mamá está hace, a ver, hace veinte años en España, entonces estoy yendo donde ella, a España. Y también tengo familiares que me están ayudando para irme. Yo voy a trabajar en el campo, pero a futuro tengo la idea de ir a armar cumpleañitos allá, porque hay harto latino. Con irme a España no estoy diciendo que ya no voy a ser payaso. Estoy yendo con un contrato de trabajo, pero cuando lo termine pienso abrir cancha para el payaso. Obviamente los dos primeros años tengo que cumplir con el contrato de trabajo que me van a dar allá, cosechando espárragos, ajos y frutas, creo. Me han contado que el trabajo va a ser duro. Pero he trabajado de todo de joven y no tengo miedo, no tengo pena de ir y trabajar de lo que sea para juntar dinero, de hacer mis cosas. Estoy yendo con esa mentalidad de no rendirme. Estoy yendo con un objetivo. Si a futuro me va bien, porque allí también hay circos, me gustaría pertenecer a un circo grande allá, en España o en Europa. Mi hija y mi pareja. Ellas se van a quedar. La idea es que al año ya se vayan conmigo, pero a ver, ojalá”.

Cuando Churucutito recién estrenaba el nombre que le había dado la gente, deambulaba por el sector de ropa americana buscando comprar sacos y pantalones que él decoraría. Fabricó artesanalmente sus pelucas y abandonó el maquillaje intenso de sus días de Panqueque en favor de colores sutiles que agradaran a los niños. Buscó otras palabras para comunicarse con ellos sin maltratarlos. No les decía “chupacabras” o “chulupi”, como era tradición en el circo, sino que los llamaba “amiguito” y “amiguita”. Provisto con el traje, la pintura y las palabras escogidas que componen a su personaje, aún se propone animar los encuentros de familiares y amigos. Mientras espera la visa a España. También aguarda en la puerta a que llegue el último invitado del cumpleaños; una vez dentro, empezará la fiesta.

99 me gusta
578 vistas