El lote baldío

Les traemos un nuevo cuento para nuestra sección especial dedicada a la ficción. Esta semana tendremos a Marcelo Paz Soldán con una historia de terror y suspenso en la que prima la mirada misteriosa de un gato.
Editado por : Adrián Nieve

Las horas avanzaban, lentas y tortuosas, mientras Patricia se encontraba sumergida en la silenciosa penumbra de su departamento en Santa Cruz. Allí, en ese refugio de sombras, realizaba sus obligaciones desde la pandemia, completamente absorta en la planificación de una campaña publicitaria para la agencia que la empleaba en La Paz. La noche llegó como una sombra, y aunque sus esfuerzos no eran recompensados con horas extras, se consolaba con el hecho de que su salario era considerablemente bueno, especialmente para un país que, como un navío destinado al desastre, avanzaba siempre al borde del abismo, aguardando sucumbir. Bolivia era para ella una especie de Titanic, una enorme nave que se desplazaba en un periplo interminable hacia un iceberg que jamás impactaba.

Debía concebir una estrategia para fomentar el consumo de quinua en Bolivia. Al principio consideró resaltar sus beneficios nutricionales; se enfrentó a la paradoja de no consumirla ella misma. Imaginó un eslogan: "Consuma más nutritivo y saludable", acompañado de la imagen de una madre y su hijo adquiriendo una bolsa de quinua en el mercado de Achumani, pero entonces se vio a sí misma optando por Corn Flakes en el Hipermaxi. Con un suspiro notó que su confianza en la campaña se disolvía en la incertidumbre.

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Fuente: Dall-E

En sus cavilaciones, su mente divagó hacia Manchas, su enigmática gata. “Si ella tuviera que elegir entre un tazón de Corn Flakes con leche y uno de quinua, seguro que sólo bebería la leche”. Manchas, con su alma salvaje, era de las que preferían un ratón. Con estos pensamientos, Patricia se sumió en un sueño inquieto, vistiendo una polera vieja y un short, bajo el manto opresivo del bochorno nocturno.

Despertó tras largas horas de sueño agitado, sintiéndose extrañamente descansada. La idea de cereales para el desayuno le resultaba repulsiva, así que optó por huevos con harto tocino y café. La ausencia de Manchas despertó en ella una leve inquietud, pero asumió que había salido en busca de una de sus usuales aventuras. Después de una ducha revitalizante, Patricia se sumergió en su jornada laboral. Sus jefes confiaban ciegamente en su talento, sabían que sus campañas publicitarias penetraban las mentes de los consumidores con precisión quirúrgica.

Al mediodía, mientras preparaba unos nuggets de pollo en su air fryer, notó que el tazón de comida de Manchas permanecía intacto. Preocupada, salió a buscarla por el condominio y les preguntó a los niños que jugaban; nadie la había visto. La inquietud se convirtió en una sombra persistente en su mente.

De vuelta en su departamento, Patricia intentó una siesta, pero el sueño la eludía. Entró a una reunión por Zoom con La Paz, donde se decidió que la campaña destacaría el legado ancestral de la quinua, quizás usando a un actor peruano para representar a un cacique bien alimentado y musculoso. Esa noche, alarmada por la ausencia de Manchas, pidió ayuda a sus vecinas y publicó una foto de la gata en el grupo de WhatsApp del condominio, ofreciendo una recompensa. La respuesta fue un silencio inquietante.

Desesperada, Patricia recordó que a veces la gata visitaba a su madre y hermanas que vivían cerca de su departamento, así que las llamó, pero ninguna tenía noticias. Se durmió inquieta, con la esperanza de que su gata apareciera al amanecer. Al despertar, después de un sueño perturbado, Patricia insistió en el grupo de WhatsApp del condominio, preguntando si alguien había visto a Manchas. Las respuestas negativas fueron desoladoras.

Durante el día, su concentración en el trabajo se desintegraba bajo la presión de la preocupación. Al final de la jornada, imprimió y colocó afiches en el condominio y sus alrededores, pero Manchas parecía haberse desvanecido en la nada. El tercer día, Patricia recibió una llamada de la cárcel de Palmasola, exigiendo cien dólares a cambio de Manchas. La voz del recluso, fría y calculadora, no pudo describir correctamente la mancha distintiva de su gata, revelando así la llamada como una vil estafa. Esa noche, su vecina Carla le sugirió contactar a una médium de animales, doña Janette. Aunque escéptica, Patricia decidió intentarlo, aferrándose a cualquier esperanza.

Doña Janette, una figura envuelta en misterio, pidió una foto de Manchas y cien pesos. Patricia, desesperada, entregó la foto y el dinero. Al mediodía siguiente, la médium le indicó que Manchas estaba en el lote baldío cerca del condominio. Con un corazón cargado de anticipación y temor, se dirigió al lugar indicado. Entre la maleza y las sombras, encontró a Manchas oculta, tal como había descrito la médium.

De regreso en su departamento, alimentó a su gata y notificó a todos de su regreso. Sin embargo, al intentar llamar a doña Janette para agradecerle, descubrió que el número estaba desconectado y su vecina Carla tampoco respondía. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Observando a Manchas, sintió que algo había cambiado; la gata la miraba fijamente, con una intensidad inusitada, como si ya no fuera la misma criatura que había perdido.

Los días siguientes fueron una espiral descendente en la mente de Patricia. Manchas, aunque físicamente igual, parecía poseída por una presencia diferente. Sus ojos, antes llenos de vida y curiosidad, ahora la seguían con una mirada penetrante y vacía. Patricia comenzó a notar pequeños cambios en su entorno, cosas fuera de lugar, sombras que parecían moverse por el rabillo del ojo. Una noche, mientras se sumergía en un sueño inquieto, Patricia se despertó abruptamente, sintiendo una presencia en la habitación. Manchas estaba ahí, en la penumbra, observándola desde el umbral de la puerta. El aire era denso y cargado de una energía opresiva. Patricia se levantó, pero al acercarse a la gata, esta se deslizó silenciosamente hacia el pasillo, guiada por una fuerza invisible. Patricia la siguió, sintiendo una mezcla de terror y curiosidad.

Manchas la llevó hasta el lote baldío donde había sido encontrada. Bajo la luz pálida de la luna, el lugar parecía aún más siniestro. La gata se detuvo en un punto específico y comenzó a escarbar con sus patas. Patricia, presa de una extraña compulsión, se agachó y comenzó a cavar también. Sus dedos rasparon algo duro y frío. Con esfuerzo, desenterró una pequeña caja de madera, vieja y desgastada.

Con manos temblorosas, Patricia abrió la caja. Dentro, encontró antiguos recortes de periódicos y fotografías, todos relacionados con desapariciones misteriosas en la zona. Entre los papeles, había un retrato de una mujer que se parecía notablemente a doña Janette. Patricia sintió que el suelo bajo sus pies se desvanecía. La conexión entre la médium y los eventos extraños que la rodeaban era clara.

Regresó a su departamento con la caja, sintiéndose vigilada por sombras invisibles. Al día siguiente, intentó contactar a la policía, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Nadie parecía tomar en serio sus hallazgos. La paranoia se instaló en su vida diaria y el semblante de Manchas, ahora una presencia inquietante en su hogar, no hacía más que aumentar su ansiedad.

Patricia comenzó a investigar por su cuenta, desenterrando viejas leyendas urbanas y rumores sobre el lote baldío y las desapariciones asociadas. Descubrió que doña Janette había sido una médium conocida en la región, con un oscuro historial de clientes que habían desaparecido o enloquecido tras consultarla. La conexión era aterradora: Patricia había sido atraída a una trampa de la que no podía escapar.

Resignada, dormía cada noche sumergida en sueños llenos de visiones perturbadoras, sombras y susurros que la atormentaban. La mirada fija y penetrante de Manchas era un recordatorio constante de la verdad que no podía ignorar: algo siniestro y oscuro había entrado en su vida.

En un último acto de desesperación, Patricia decidió abandonar su departamento y dejar atrás todo lo que conocía. La noche antes de su partida, Manchas desapareció nuevamente. Esta vez, Patricia no intentó encontrarla. Sabía que la única forma de sobrevivir era cortar todo lazo con el pasado y las sombras que la acosaban.

Patricia abandonó Santa Cruz al amanecer, con la esperanza de hallar paz en otro lugar. Sin embargo, mientras el avión ascendía, un pensamiento perturbador la invadió: ¿podría realmente escapar de las sombras que la acechaban? La mirada de Manchas, perpetuamente grabada en su mente, le susurraba una respuesta escalofriante y rotunda: no. Al volverse, observó a una pasajera con una jaula, dentro de la cual un gato la miraba fijamente con ojos que parecían conocer todos sus secretos y tormentos.

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